Paula Ojeda

Ellos, sujetos
(Disenso nº 40 julio 2003)

Para ellas. A mi padre, desde su límpida y cálida memoria.
Alcalá de Henares a 27 de Septiembre de 2001

Este es el relato de una mujer, traumatizada psicológicamente por malos tratos sufridos en el pasado, que escribe a su antigua profesora y confidente sobre sus inquietudes presentes. Su exposición se centra en dos aspectos que al parecer han devenido obsesiones: “los estados recurrentes en los que todo parece que se aglutina de nuevo, y la dificultad del olvido”. Paula Ojeda se coloca en la piel de esa mujer y en un texto,atravesado por una soterrada violencia, hace un retrato de un alma herida que se esfuerza, sin lograrlo todavía, en superar la etapa vital que la ha marcado tan profundamente. Paula Ojeda es el heterónimo bajo el cual da cauce a sus inquietudes literarias la profesora de Lengua y Literatura Carmen Dolores Quintero González.

Querida profesora: quiero agradecerle su carta, su precioso y preciado regalo. Por sus gratas postales supe de su estancia en diversas ciudades italianas; ¿todavía esa pasión renacentista, el amor por la lengua de Dante, la admiración por el paisaje toscano, la expectación frente al Coliseo, el placer por la comida napolitana, el asombro ante la independiente e irreducible Malta? Mis preguntas podrían alargarse. Todo lo que se refiere a usted me interesa. Sé que ya está próxima su jubilación. De-seo que ésta sea plena y longeva. Siempre he sentido hacia usted un profundo respeto por su calidad docente y por su humana entrega. Desde aquel día en el que en la charla sobre feminismo pude soltar mi primer grito liberador: ¿quién acabará con esos canallas? la supe de mi lado, comprensiva, en un silencio respetuoso que permaneció durante nuestra convivencia, primero en la universidad y posteriormente a través de la correspondencia.

He pasado mis días de verano en La Sierra y he aprovechado para ordenar y reelaborar mis ideas. Pensé que sería bueno enviarle las reflexiones, contar también con usted para una opinión crítica, sabedora de su firmeza y de la complicidad que nos une. El trabajo psicológico va siendo por fortuna cada vez más esporádico y la enseñanza en la Escuela Superior de Bellas Artes absorbe mi tiempo, así como mi incombustible afán por la lectura. Hay dos reflexiones en las que quiero centrarme: los estados recurrentes, en los que todo parece que se aglutina de nuevo, y la dificultad del olvido. Sobre la primera he de decir que son obsesivos los recuerdos traumáticos, aun cuando parezca que ya han quedado en la distancia. Creo que las terapias dibujan unos mapas geográficos en nuestra mente; no es de extrañar pues, ciertos desbordamientos fluviales, alguna que otra erupción, cuando algún accidente vital reaviva la vulcanología. Soy mujer de isla o como usted gustaba decirme, isla-mujer y he aprendido a sortear batientes marejadas, a resistir aún con cierta impaciencia los discontinuos naufragios. En lo que a la segunda respecta, dice Carlos Fuentes que el recuerdo a veces se puede tocar, el olvido no. En esto está para mí una de las claves: el olvido anda al acecho. Y es sobre estos dos aspectos y sobre mi impresión y la de algunas otras personas, que quiero ir dejando fluir mi pensamiento.

Quiero que sepa que tras un tiempo de trabajo pude reconstruir los pedazos que me habían hecho añicos y desde aquel primer grito desgarrado, que usted supo captar, me he ido posicionando, no sin rabia y dolor, para tratar de ajustar el impacto en el que la violencia y la agresión generaron un dolor infértil, un sentido de continua indefensión y una atroz pérdida de autoestima en unos momentos tan decisivos en mi vida. Por ello a día de hoy me considero autorizada para afirmar que la violación del espacio físico y mental de un cuerpo, de una mente, de un ser es la forma más abyecta, viscosa e impresentable de atentar contra la esencia del vivir y del existir. Quiero romper ese cordón umbilical con la angustia que esas experiencias dejan marcada en la piel; que sepa que ella está también cercada y que soy buena combatiente, contumaz guerrera. En una noche menos objetiva que ésta decidí que todo ese dolor y horror había de dejar de orillar la isla, traspasar el continente y llegar hasta la médula de los agresores para perderse en el agujero negro de sus propias capas de ozono. Ellos, esos sujetos, no son capaces de producir, ni vida, ni amor. Son depredadores carroñeros que han de ser condenados a la soledad más desolada, la del olvido, la de un tiempo sin ninguna memoria.

No es tarea fácil sobre todo cuando la cobardía y el cinismo les lleva a negar sus vilezas, sus felonías. Tuve la oportunidad de espetarle con fiereza a uno de ellos: “Vaya, ahora resulta que te entró Alzheimer”. Con ese gesto me afiancé a la vida, me sentí al fin solvente. Fue para mí un aria liberadora como la de Violetta, sólo que ya sin el espejismo de cualquier París. De ningún Germont. Corté de cuajo.“Addio del passato.” Quise romper ese hilo de Ariadna e ir presurosa en pos de los res-tos de la caja de Pandora.

Al ir dando forma al pensamiento por escrito me doy cuenta, Teresa (la emoción me lleva ahora al tuteo), que el dolor y la distancia se reavivan cual ciega ascua y deambulan de nuevo por las geografías. Cuán arduo es olvidar. He llegado a plantearles a mis alumnas y alumnos la impresión de que en arte, fundamentalmente en pintura, todo ya está delineado, trazado, armado, esbozado. La diferencia entre La Primavera, La Anunciación, Saturno devorando a sus hijos, Las Meninas, Los Girasoles... es de adscripción pictórica, de diferente técnica, de identificación ideológica, pero tienen un denominador común, el pentimento, que a veces sobresale después del tiempo, los múltiples escorzos, esa suma de líneas quebradas, que no es otra cosa que la representación del vaivén de la vida. (Ante mi posición, un grupo de alumnas con las que me siento identificada por su frescor y constructiva beligerancia, entre festivas e irónicas carcajadas me dicen: ¿no hubiese sido mejor ser mujer florero? Sonrío cómplicemente divertida.) Me gusta esta idea que ahora te comunico igual que lo hiciera con mi alumnado. Encuentro en ello, al menos a mí me sirve como metáfora, cierta similitud con las terapias en las que las diferencias psicológicas dependen del tipo de trauma, del acierto o desacierto, del efecto, del afecto... pero tienen también un gran denominador común, la desolada angustia, una línea muy, muy, quebrada que no es otra cosa que el miedo a la vida. ¿Qué te parece?

Ya que he tocado de refilón la docencia, ¿no crees qué no son buenos tiempos estos para la universidad pública, para la escuela en general, para una enseñanza que se desmorona día a día ante la complicidad político-administrativa y el sutil filtro de la selección, ante la pasividad y la aquiescencia social?. Es éste un tema que me preocupa. ¿Para cuándo un revulsivo, un antídoto? Te diré que tuve la oportunidad de asistir a unas charlas sobre los malos tratos que se celebraron aquí, en Alcalá. Es de agradecer que surjan estas chispas que reavivan el debate y encienden el ánimo. Entronco con ellas las reflexiones e impresiones que han ido siendo el motivo de esta carta. La ponente defendía la reinserción de los maltratadores, llegando a afirmar que no se podía hablar de mujeres víctimas si no se atajaba la justificada furia y no se centraba la cuestión del maltrato como enfermedad. El debate fue largo, interesante y muy fructífero. Sorprendente fue el salto hasta la tarima de una mujer madura de mirada felina que ofreció una contrapropuesta, para ella no había redención posible, así de seco era su dolor. Habló del árido camino por la soledad del desierto que supone la agresión para nosotras, las mujeres; entregó a la mesa y distribuyó algunas reflexiones, que terminó por leer en alta voz: Como mujer abatida por un esfuerzo que en este momento considero inútil, un tanto impositivo, manifiesto que la única forma de erradicar el dolor, el daño y sanear el espíritu y la mente es cortar de cuajo con el agresor, hacerlo desaparecer de forma certera para que así la mente se libere y la vida continúe su fluir. No me interesa ningún recurso reinsertivo. Sólo quiero decir con la certeza de que voy a ser oída, también por vosotras: “Sal de mi vida, maldito seas cien veces por el horror que me has producido, por llevarme a conocer el fondo más espantoso de los reptiles, aquel que hace sentir a una pegada a su piel toda esa larga carga, el círculo vicioso de la falta de autoestima.” Se hace muy difícil salir de las dudas, perder el miedo y romper con tamaña tiranía. No la olvido pues y es por eso que saboreo una silente venganza: “Quedas erradicado definitivamente de mi vida, y muérete ahogado en tu propia miseria. Por fortuna tu tiempo se está acabando. El mío se puede perfilar aún en lontananza y tiene la nitidez y diafanidad de esos amaneceres en los que la noche cumplió al fin su cometido.”

Mujeres, compañeras, la lucha es larga, la toma de decisión durísima, no mayor desde luego que soportar la vejación.

Nunca he olvidado su arengada lectura. La hice mía. Como también un fragmento de Nuestra señora de la soledad de Marcela Lagarde: “Fue su sabiduría la que le habló y la dispuso a transar en varios aspectos con tal de olvidar los negros días de San Francisco que pasaron a ser en su mente el resumen de todo cuanto la había herido.” La encontré, Teresa, muy clarificadora. En la transacción comienza cierta paz y una estocada al olvido. Cansa mucho, quema esa rémora de odio, resentimiento y ansias de venganza por mucha justificación clínica y humana que tenga. También las terapias agotan. Es hora tal vez de ir pensando en un prudente cierre y punto final. Una mujer singular, Lola, colega de pesares, tiene una peculiar visión de lo que aúna a las personas que visitan a los loqueros, así le gusta llamarlos. Todos, todas, incluso el terapeuta, pasan por momentos de angustia que lindan los pantanos del miedo. Así lo plantea:

Mano a mano entre Pandora, Sabina, Be-nedetti y otros.
Usted no sabe bien, doctor, cómo cuesta, cuánto supone levantarse, no desvivirse, esperar pacientemente impaciente, desoladamente desolada, deseando ansiosamente expectantes, dolientes que tú, usted, vos, ustedes aparezcan y me, nos llamen. El nombre asciende a lo alto del cristal donde se queda detenido a veces, con un gesto de pensador suicida. Definitivamente se deshilvanan los pensamientos y “có-same, doctor, esta herida”, “hágase cargo de esta angustia”, “déme esa pastilla mágica”, “sonría y dígame que usted sí sabe más que los libros, que aunque no es un adivino, por las noches, como Fausto, pacta con Satán, porque a veces usted también está sobremuriente de todas esas deshilvanadas voces, sobreviviente de sus propios ecos.” Y es que probablemente necesites saber, doctor, que alguna tarde, cuando sin que ni siquiera tú mismo -avalado por tu diploma de brujo- te lo esperas, llega también ella, la gran depresiva - vestida de desanimo- y te cubre con su pesar. Mientras, Pandora trata, inútilmente, de taladrar la pared para imponer la esperanza.
Todos, todas, vuelven, volvemos a exigir cuotas de seguridad e IRPF. “Céntrese, por dios, doctorcito y dénos esa pastilla mágica” y “piense que yo estoy sola” “y que yo, y que a mí” “y es que mi marido” “y es que el hijo se enganchó a la maldita droga” “y es que no sé qué pasa y es que él”, “es que no me diga, doctor, que no hay más de cien motivos para cortarse de un tajo las venas”...
Pandora se apacigua columpiándose en el caballete del tejado.
Todos hablan y hablan, entrecortadamente, con convulsivo llanto, a veces. Ustedes, vos te sentás, escuchás, das un recetario golpe con tu tampón; a lo Larra, vuelva usted pasado varios días de posteriores mañanas. Es entonces el momento de infundir ánimos: “La vida, no es sólo un valle de lágrimas, salga a la calle como un explorador, y no tenga miedo a tropezarse con su pasado y olvide en otros ojos esa mirada, y su boca no se va a estar para siempre soltera, y no tema atracar en otros puertos sus veleros, y cúrese de ese desconsuelo que anega su almohada, tenemos memoria, tenemos amigos, tenemos locura, tenemos la duda, tenemos el morbo, los celos, la sangre ... Tenemos Quijotes y Sanchos: “ No se muera vuesa merced, sin que otras armas le maten más que las de la melancolía”. Piensa que guardamos un as escondido en la manga, así que usa tus esperanzas como un sable, quítate la ropita sin testigos, arrójale esa cáscara al espejo, apróntate a salir y salpicarte, calle abajo novada y renovada, pero antes de asomar la naricita, tómate un tentempié por si las moscas (no olvides la medicación.)
El brujo lanza otro nombre al aire. El siguiente. Qué mañana que llevo.

¿No crees, Teresa, que es realmente bueno? Yo lo encuentro subyugante por sus alusiones literarias, desconcertante por la ruptura con las normas de estilo, rompedor por su extraña sintaxis en la que parece agolparse la angustia, uniéndose de nuevo todas las formas quebradas.

Es hora de que vaya dando fin a esta misiva, a este contar el caso a vuesa merced, cual lazarilla. Soy mi propia ama, eso creo. Como también creo que en todo lo escrito se percibe una ira contenida, un cierto decir y hacer militante muy políticamente correcto que no acaba de romper con el odio, y es así que éste, por puro desgaste, termina antes con la agredida que con el agresor. ¿Cabe, Teresa, la reinserción planteada por aquella ponente, en un momento de transacción con el que una quiere equilibrar al f in su vida? Mi mente intentaría un vano esfuerzo intelectual. Mi corazón se alía plenamente con el de la mujer de ojos de pantera. ¿En qué libro de contabilidad ha de asentarse tanto sufrimiento? ¿Dónde está la sección de reclamación de tiempo perdido? ¿Quién ha de cortar ese dedo fiscalizador que margina? “Yo sé que oír a un triste enfada”, dijo el poeta. ¿A qué saco sin fondo ha de ir tanto papel mojado, tanta letra muerta? ¿Quién ha de devolver el sueño, los sueños, las impagables horas insomnes? ¿ Dónde está el fiel de la balanza ante tamañas injus-ticias? ¿Quién pagará por las vidas cercenadas? ¿Para cuando una repuesta eficaz contra la violencia de género? ¿Quién con nosotras?

En realidad, lo que me apetece es unir aquel primario grito con uno definitivo que culmine la transacción y me coloque, nos sitúe en la esfera del desprecio, ese sentimiento perdurable y sin ninguna vuelta de hoja. La posibilidad de alcanzar éste me parece sana, liberadora. Será ese mismo desprecio el que lleve a ellos, sujetos, a un olvido que por fin casi se pueda tocar. Archivar. Botar. Se recupera, se enaltece y engrandece así todo lo bienamado, lo compartido. Es ahora que sí siento poder hacer míos, nuestros, los versos del tan buscado Kavafis: “Recuerda cuerpo, no sólo cuando fuiste amado... recuerda en los ojos que te contemplaban, como temblaban por ti, en las voces, recuerda, cuerpo”.

Confío en que este último tiempo te sea gratificante, aún más, en que no hayas perdido tu afán de lucha, tu exquisitez discente. Mi admiración por ti, amiga, va más allá de lo puramente profesional. Es gratitud humanizada y humanizante. Te veré pronto, me llama el mar. No te apresures en contestar. Yo sé que las heridas compartidas ajustan la solidaridad, la sororidad. Con ello me basta. Siénteme tuya como yo a ti una fiel aliada.

Olga.