Pedro Martínez Montávez

El Oriente Próximo y Medio del siglo XX al siglo XXI.
El XX: un siglo circular para el Maxrek.
Entrevista realizada por Manuel Llusia
(Página Abierta, 158, abril 2005)

En muchas de sus intervenciones en los medios de comunicación, Pedro Martínez Montávez insiste en que a la hora de hablar de algún conflicto o país de Oriente Próximo y Medio debe hacerse sin eludir el hecho de que esa zona, como sucede con otras, constituye «un conjunto entramado, interaccionado e interdependiente». Para animarnos a seguir esa vía de análisis y reflexión hemos iniciado unas conversaciones con este arabista, sin duda gran conocedor de lo que en términos árabes se llama el Maxrek.

– A veces sueles referirte, al hablar de Oriente Próximo y Medio, a un plan a largo plazo de EE UU para esa parte del mundo. Un “plan expansionista”, que tú llamas “aventura neocolonial”. ¿Qué plan es ése? ¿Cómo se podría hoy expresar más en detalle?
 
– Evidentemente yo no lo conozco, no puedo conocerlo en todos sus detalles. Supongo que las personas que lo conocen plenamente son las personas que no hablan ni escriben. Esto lo tiene uno más bien que deducir.
Pero lo que sí pienso desde tiempo atrás, y también lo he dejado por escrito en algunas ocasiones, es que, curiosamente, estamos en una época, ésta de transición del siglo XX al siglo XXI, muy parecida a la de transición del siglo anterior, es decir, del siglo XIX al siglo XX. Esa idea no es original mía, es una idea que comparten en la actualidad muchos analistas árabes, y que desde luego la llevan expresando desde hace algún tiempo. Alguno de ellos, por ejemplo, ha hablado de un nuevo plan Sykes-Picot (1) para la zona y otras cuestiones por el estilo; aunque yo no me atrevo a darle todavía esa denominación...
¿Qué quiere decir esto? Que, igual que el paso del XIX al XX, ampliándolo cronológicamente, significó la consolidación del proyecto colonial o colonialista, el paso del XX al XXI está significando la posible consolidación de un proyecto neocolonial que, desde luego, está liderado por EE UU. En este sentido, al siglo XX yo le he denominado –viéndolo desde la perspectiva árabe– el siglo circular, porque termina lo mismo que empezó.
¿Cuáles pueden ser los extremos de ese proyecto? Posiblemente, en un primer momento, la Administración estadounidense lo ideó de una forma muy vasta. Concebía al Próximo Oriente o el Oriente Próximo y Medio –el Maxrek, por seguir la nomenclatura árabe, es decir, lo que está comprendido entre Egipto, Siria, la península Arábiga, Irak...– como el punto central que permitiera una posible expansión, que fuera como la base o la plataforma que permitiera una expansión hacia al este, hacia Asia Central y un poco más allá todavía; y una expansión, asimismo, hacia el oeste, hacia el norte de África. Es lo que algunos analistas estadounidenses llaman ya la “política del corredor” o “del pasillo”: una amplísima zona que, de modo continuo, va desde Marruecos hasta, al menos, el Asia Central, si no llega algo más allá.
Eso, naturalmente, lo que requiere es una instalación económica, cultural, militar... Y esta última forma de presencia, la militar, es posiblemente,  o está resultando, la más difícil de todas, porque es la que más evidencia los objetivos, la más clamorosa, la más traumatizadora. Las penetraciones de carácter económico y cultural son menos visibles, son menos evidentes. Ver, por ejemplo, cómo se van  introduciendo en diversos países de esa zona centros de investigación o de docencia, ver cómo se van creando centros de desarrollo o centros de información puede tener menos impacto que los movimientos de carácter militar o de ocupación. Más aún cuando aquello tiene una justificación cultural evidente y, de alguna manera, también supone atender de una forma directa o semidirecta a las necesidades que dentro de esos países existen. En cambio, como digo, lo que ya es absolutamente evidente de sus pretensiones y clamoroso es la ocupación militar.
Creo, por otro lado, que la Administración de EE UU ha buscado esa ocupación militar en la zona desde mucho tiempo antes. Hay episodios anteriores en esa línea que vienen a demostrarlo; pero eran tentativas de carácter más o menos episódico: se produjeron en  Líbano hace algún tiempo, en Somalia...

– Te refieres, en el caso de Líbano, a la acción militar del año 1958...

– Sí, justamente. Aunque después se ha producido en alguna otra ocasión.
Pero el momento crucial fue, desde luego, el de la Segunda Guerra del Golfo, cuando se produjo la invasión de Kuwait por parte del Régimen iraquí y la conformación de la alianza internacional, que llevó a la primera confrontación con él y a la primera invasión de Irak.

– Pero ya había bases en la zona...

– Sí, había bases en la zona, especialmente en la península Arábiga, la zona más próxima al territorio iraquí, pero no propiamente en Irak. Había bases, pero lo que no había era una presencia militar transportada y permanente. Y eso fue lo que se consiguió con la Segunda Guerra del Golfo; guerra que, sorprendentemente, quedó inconclusa, cuando se podía haber concluido. ¿Y por qué quedó inconclusa? Por varias razones. La primera porque, dejándola así, permitía la regeneración o la reproducción del conflicto en cualquier momento. Era mejor para la perspectiva estadounidense reproducirla en un momento posterior, y que resultara más beneficiosa para sus intereses, que terminarla en el año 1990-91; además, porque podía parecer un poco prematuro, y porque, entre otras razones, también, poniendo fin, en el año 90-91, a ese conflicto no se amenazaba a Arabia Saudí, y dejándolo inconcluso se podía permitir que se produjera en los años posteriores una amenaza al régimen saudí, como se ha producido.
Como digo, Irak era el centro de toda la zona, era centro estratégico y económico, aunque se diga que no. Yo no soy un técnico ni un especialista en cuestiones petroleras, pero sé muy bien varias cosas elementales: las mayores reservas de petróleo se encuentran en las zonas del Próximo Oriente; el petróleo del Próximo Oriente sale más barato que cualquier otro petróleo del mundo; el petróleo en Irak está situado, justamente, en la parte norte del país o en la parte sur del país –aunque no sólo allí–, dos zonas de conflicto interno: la parte más kurda al norte y la parte más shií al sur.
En principio, ese plan era absolutamente evidente. Es posible que con posterioridad la propia Administración estadounidense haya advertido que quizá le conviene más ir restringiendo un poco la extensión de ese plan, reducirlo algo más. Y a eso responden las modificaciones que parece que la Administración estadounidense está introduciendo en el gran proyecto que llamó Gran Próximo Oriente y la versión, parece que reducida, que ahora prefiere.
Eso, ¿qué conllevaría? Eso llevaría al mantenimiento de la conflictividad de la zona, pero dentro de unos límites que, en última instancia, significaran que se trataba de conflictos en cualquier momento controlables...

– Como, por ejemplo...

– Líbano, Siria... Conflictos que no se les escaparan de las manos a los propios estadounidenses, ocupantes de la zona.
Y además significa también que la actuación, los procedimientos que debe seguir la propia Administración estadounidense, ha de ser muy variada de unos lugares a otros. Un ejemplo clarísimo: la manera en que la Administración estadounidense se está comportando con la parte shií en el conflicto de Irak es radicalmente diferente a cómo lo está haciendo con la parte shií en Líbano. Eso indica que el proyecto estadounidense, aun siendo un proyecto único y global, en cada uno de esos territorios o subterritorios se aplica de manera distinta en función de la situación propia de cada uno de esos territorios.
En todo esto, paradójicamente, puede haber un “beneficiado”, o varios, pero uno de ellos puede ser, indudablemente, Palestina.
Aceptando, como he dicho en más de una ocasión, que puede haber un embrión de Estado en Palestina, saldando de esa manera una reivindicación histórica y atendiendo, aparentemente, los legítimos derechos del pueblo palestino, los norteamericanos se pueden presentar como los impulsores de la solución de un problema que hasta ahora nadie había resuelto. Ellos lo han visto así: vamos a hacer una pequeña concesión en un lugar, en un territorio, constantemente disputado, y cuya solución parece imposible; vamos a pacificar un territorio que parecía impacificable; lo vamos a llevar a cabo nosotros; con concesiones ahí, pero en todo lo demás, en el proyecto global, vamos a seguir, preferentemente, atendiendo a lo que tienen que ser nuestros intereses.

– Antes has comentado que estamos ante un proyecto neocolonial liderado por EE UU. ¿Quieres decir con eso que no sólo EE UU pretende intervenir en la zona con un objetivo si no igual sí parecido? ¿En qué medida Francia y Gran Bretaña, por ejemplo, pretenden volver a tener un papel similar en la zona al que tuvieron al comienzo del siglo XX y que no tuvo EE UU?

– Yo creo que en cualquier aventura que se pueda calificar de “colonial”, en cualquier experiencia colonial, los intereses son múltiples y confluyen muchos intereses de fuera. Y aquí es lo que sucede también. Hay intereses de fuera que pueden calificarse de históricos, como son los de las potencias a las que te has referido, Gran Bretaña y Francia, preferentemente, que han sido las potencias coloniales por excelencia. Y hay los intereses de potencias incorporadas, como puede ser España.
A EE UU no se le puede calificar históricamente, en esa zona, de potencia colonial, porque no lo fue. Sí se le podría calificar así en otra parte del mundo, por ejemplo en América Latina, pero no en el Próximo y Medio Oriente. Y EE UU siempre se ha valido ahí de esa imagen “no colonial”. La dimensión tendente a lo colonial de EE UU en la zona empieza a aparecer en las últimas décadas del siglo XX, y desde luego se está afianzando ahora.
¿Qué pueden hacer Gran Bretaña o Francia? Lo de Gran Bretaña lo tengo bastante claro: Gran Bretaña estará siempre al lado de EE UU. Ahí funciona lo que podríamos llamar el “tejido anglosajón”. De alguna manera, Gran Bretaña y EE UU se ven como si el segundo fuera el heredero de la primera. Y ahí creo que hay un importante porcentaje de coincidencia en los planteamientos, en los intereses.
Con Francia, yo creo que se plantea de una manera moderadamente distinta, pero se plantea así porque, entre otras cosas,  me supongo –y yo siempre hablo de estos temas sin ser un especialista en la materia, no soy ni estratega, ni politólogo, ni nada de eso, simplemente soy un arabista que ve desde la perspectiva del mundo árabe cómo van las cosas– que Francia no puede hacer una política fundamentalmente francesa en esa zona o en cualquier otra zona. Tendrá que llevar a cabo una política que, matizadamente, podrá calificarse de francesa, pero que tenga que englobarse en un proyecto más o menos hipotético de política de la Unión Europea. Hablo de presunta política europea. Quiero decir que EE UU tiene las manos más libres para realizar una política exterior que cualquier potencia europea. En el diseño teórico y en lo práctico, lo que está bastante claro también es que ni Francia, ella sola, ni la Unión Europea en conjunto tienen la capacidad de despliegue de fuerzas que tiene EE UU. Y seguramente tampoco Francia tiene la vocación de hacerlo.

– Quizá a Francia sí puede interesarle aparecer en aquellas zonas de influencia histórica que le permitan con una presencia militar y cultural fuerte, siguiendo los pasos de EE UU, no separarse demasiado de los posibles beneficios neocoloniales que le correspondan. Como pueden ser los casos de Afganistán o Líbano.

– Sí, evidentemente. En el caso de Líbano está muy claro.  La postura claramente contraria a la presencia siria –yo no defiendo la presencia siria en Líbano, ni mucho menos, y después hablaremos de este tema–, la postura más crítica contra la presencia siria en Líbano, y no desde hace una semana, sino desde bastante tiempo atrás, viene de Francia.

– ¿No es Francia, más Estados Unidos, la impulsora de la iniciativa de la resolución 1559 sobre Líbano del Consejo de Seguridad de la ONU?

– Yo creo que, fundamentalmente, es una iniciativa francesa, o de origen francés, aunque no me atrevo a afirmarlo de una forma definitiva. Pero lo que está muy claro es que, de alguna manera, Francia no renuncia a Líbano. No renuncia a su presencia histórica, cultural y económica, y desde todos los puntos de vista. En Francia hay una cierta mentalidad todavía de ver a Líbano como una creación si no francesa total sí semifrancesa. Pero Francia tiene otro problema: ha tenido, históricamente también, muy buenas relaciones con Siria. Relaciones de antiguo, que tienen su base en una presencia cultural y social importante. Francia, pues, lo tiene peor porque, siendo prolibanesa –y hablo en términos quizá excesivamente esquemáticos–, tampoco puede ser antisiria. Y se mueve en un terreno un poco más difícil del que se mueve EE UU.
En relación con la resolución de la que hablamos, hay, además, otras cuestiones de importancia. Lo he dicho desde un principio: cuando se ha suscitado este asunto de la presencia militar siria –y siendo, como soy, completamente contrario a ella–, tenía bastante claro que a los sirios no se les podía echar de la noche a la mañana. ¿Y por qué? Porque, en gran parte, la presencia militar siria en Líbano fue solicitada por la mayoría de las propias fuerzas políticas libanesas. Y si Siria estaba militarmente en Líbano desde hacía tiempo era respondiendo a una petición de la inmensa mayoría de las fuerzas políticas libanesas.
Esta situación, ¿qué exigía? Pues lo que se está planteando en estos momentos –y yo no sé cómo se desarrollará, ni en cuánto tiempo, ni sometida a qué calendario–: que el abandono de las fuerzas sirias de Líbano fuera también el producto de una negociación entre los sirios y los libaneses. Que no podía hacerse por una decisión unilateral, e impuesta estrictamente, que Siria tuviera que acatar a la trágala. Eso también había que negociarlo. Y seguramente es lo que se está llevando a cabo en estos momentos.
Hay que entender también otra cuestión. Líbano, como casi todo el Próximo Oriente, es un prodigio de equilibrio de minorías muy distintas. Todo el Próximo Oriente se configura así, de acuerdo. En este caso estamos ante un mosaico de minorías, de muy distinta naturaleza además, que aquí habitualmente las confundimos...

– El caso libanés es muy peculiar...

– Muy peculiar. El ejemplo más claro y más deslumbrante, más complicado, de ese difícil equilibrio de las minorías es seguramente Líbano.
La postura contraria a la presencia siria en Líbano viene básicamente de la minoría drusa, y concretamente del líder de esa minoría Walid Yumblat. Habría que poner entre paréntesis que en este aspecto Walid Yumblat mantiene una postura antisiria que no es exactamente la misma que mantuvo su padre, Kamel Yumblat. Hay, evidentemente, una diferencia entre el padre y el hijo, y entre otras muchas, una clarísima: Kamel Yumblat fue una figura de una dimensión intelectual y humana incomparable.
Y luego la oposición a Siria viene también de gran parte de la población cristiana, especialmente maronita. Pero habría que recordar que no toda la población cristiana de Líbano es maronita, hay otras minorías cristianas no maronitas y especialmente los ortodoxos griegos. Y habría que decir también que algunos grupos dentro de ese conjunto cristiano de la población libanesa no son antisirios sino prosirios.
Esto, unido a todo lo anterior que he dicho, llevaba a que se viera desde un principio que el proceso inevitable de evacuación de la presencia militar siria en Líbano tenía que hacerse a base de una negociación, y a base de unas concesiones, porque por imposiciones unilaterales y a la trágala no podía llevarse a cabo. Y la prueba está clara en las manifestaciones que se están produciendo.
Lo que podríamos llamar población shií, o los grupos shiíes de Líbano, son, seguramente, en los momentos actuales, mayoría dentro de la mayoría a su vez musulmana de Líbano. Hay que señalar, no obstante, que desde hace mucho tiempo no se hace un censo de población. Me parece que el vigente es de los años cuarenta o cincuenta. 

– ¿Por qué se atreven entonces a hablar de que de los años cuarenta aquí se ha triplicado la población, llegando a superar los tres millones de habitantes?

– Porque cuando no tienes datos efectivos puedes hablar de cualquier cosa...
Lo que sí creo que se puede deducir perfectamente es que la mayoría de la población libanesa es en la actualidad musulmana, y dentro de ella, con porcentajes escasos, la mayoría es shií. Y también se puede afirmar que la mayoría de esa población, la shií, es más afecta que contraria a Siria. Y desde luego, dentro de esa postura, de ese grupo de afectos, está Hizbolá y todo lo contiguo a Hizbolá.
Por eso, precisamente, la Administración estadounidense en Líbano juega un papel frente al shiísmo distinto del que está llevando a cabo en Irak.

– Las dificultades para la paz y cohesión social en Líbano han sido constantes a lo largo de más de la mitad del siglo pasado. En el acuerdo nacional de Taef (Arabia Saudí) de 1989 se establece un papel decisivo para Siria con su presencia militar en el país, la llamada Fuerza Árabe de Disuasión, papel  mantenido hasta ahora.

– Los países árabes son los que dan el refrendo a esa presencia militar siria y los que la permiten. Esa iniciativa se lleva a cabo, como digo, con anuencia de los países árabes, no con su oposición, y justamente para salir del atolladero en que la crisis libanesa estaba.
Por encima de todo esto, o mejor dicho, por debajo de todo esto, está el problema de si Líbano es una nación-Estado o no lo es. ¿Líbano es una nación-Estado independiente o Líbano es una parte de Siria? Eso es una discusión profunda. Aunque no se ha planteado todavía de una manera definitiva.

– ¿En la mente de los sirios o como visión tuya?

– No, no, en la visión de mucha gente de la zona, no en mi visión. Hay mucha gente de la zona que todavía sigue actuando con postulados que podríamos llamar, perfectamente, pansirios o pannacionalistas sirios, en los cuales sigue presente la idea de la gran Siria, que nunca se ha llevado a efecto. Quiero decir que eso de la gran Siria, conociéndola con exactitud, es una idea que va bastante más allá de un hipotético panarabismo. La idea de la gran Siria no coincide en absoluto con la idea del panarabismo o idea de la unidad árabe. Y en algunos aspectos hasta se opone a ella. Pero esto existe...

– ¿A pesar de las coincidencias o puntos de unión baasistas o baazíes de la zona?

– A pesar de las coincidencias baasistas, sin duda. Cualquiera que conozca medianamente la historia de la zona sabe que la relación entre los nacionalistas sirios y los baazíes (2) ha sido muy violenta en muchas ocasiones.

– ¿Podemos decir que sigue siendo difícil la cohesión nacional o la convivencia en un Estado en Líbano?

– Yo creo que sigue siendo un problema interno todavía. Pero, en mi opinión, Líbano sí es una entidad independiente. Y cuando digo una entidad independiente, me refiero a que creo que puede ser una entidad política independiente. Que se dan las condiciones y los requisitos suficientes para que haya una nación-Estado libanés. Sin embargo, digo también que lo es dentro de un conjunto político que tiene que establecer un sistema de relaciones que podríamos calificar de autonomía integradora o autonomías integradas en la zona que seguramente no se ha producido nunca.
Líbano, para mí, es un Estado independiente, pero es una nación-Estado independiente que está metida dentro de un gran marco de cohesión mayor. Esa zona tiene que buscar su propia forma de actuar cohesionada y fragmentada a la vez. Es difícil, no acierto a encontrar la fórmula; podría ser una comunidad, por ejemplo, de naciones-Estado.

– Eso se ha planteado más de una vez, ¿no?

– Yo creo que se ha planteado, pero en el plano teórico nada más, no en el práctico. Se ha planteado más como posibilidad de futuro, pero no se ha planteado en el pasado...

– Digo la idea...

– La idea está, evidentemente, presente y la idea en algún momento reaparecerá.
El Próximo Oriente es una zona constantemente amenazada de fragmentarismos. Está amenazada de fragmentarismos porque  coexisten en ella, al mismo tiempo, lo que podemos llamar elementos de mayoría y elementos de minoría. Los elementos de mayoría –y estoy hablando en términos culturales más que en términos políticos–... o las ideas mayoritariamente fundamentales en la zona del Próximo Oriente son básicamente la arabidad y la islamidad. Y los múltiples elementos minoritarios son aquellos que no son ni propiamente árabes ni propiamente islámicos, pero que se entrecruzan.

– ¿No hay conflictos importantes en el interior de la islamidad entre las diversas corrientes shiíes y otras, también diversas, como las sunníes por ejemplo?

– Hay múltiples embriones conflictivos. Que en algunas ocasiones se han podido plantear como hechos de conflictividad inmediata. ¿Por qué razones? Porque, entre otras cosas, habitualmente los shiíes han estado excluidos del poder, han estado políticamente marginados. Y socialmente, en parte, marginados también. Y entre los shiíes se ha extendido lo que podríamos llamar una especie de irredentismo permanente. Pero yo insisto en que en lo puramente doctrinal Sunna y Shía (3) son prácticamente lo mismo. Las diferencias doctrinales apenas existen entre ellos. Son diferencias fundamentalmente sociales, son diferencias de proyección económica y de presencia en el ejercicio del poder. Habitualmente el poder ha sido detentado por la Sunna. Y los márgenes de ejercicio del poder que han tenido los shiíes han sido escasísimos.
En ese plan neocolonial “americano”, uno de los propósitos claves es desarabizar la zona en la medida de lo posible. Y desislamizar la zona en lo que tienen los movimientos islamistas de radicalismo y de violencia; pero no en lo que tienen los movimientos islámicos de creencia en una doctrina aplicable dentro de fórmulas moderadas y pacíficas. Al fin y al cabo, Bush es un creyente y un creyente radical, que se puede entender con otros creyentes radicales, creyentes en el islam, que no propugnen métodos violentos.
En cambio, con la arabidad la cosa se plantea de una manera diferente, porque la arabidad, fundamentalmente, es una idea cultural.
Y al ser cultural, se ha podido en algún momento tratar de articular políticamente. La posible identidad cultural árabe puede constituir un elemento de conformación política unitaria. Lo que ocurre es que no lo ha hecho todavía. Y es ciertamente difícil que pueda hacerlo en algún momento, entre otras razones porque ha tenido ya una experiencia histórica que ha sido contraria y que ha sido negativa. Y la experiencia histórica contraria y negativa fue el nasserismo.

– ¿Por qué fue una experiencia negativa?

– Porque no produjo lo que se había propuesto, tanto por carencias internas del propio nasserismo como por oposición occidental a que se produjera así. El nasserismo no fue una teoría política, sino una ideología. Y, como muchas de las ideologías, contó con escaso tiempo de formación y de desarrollo, con excesiva supeditación a la figura del líder, y con una oposición externa absoluta.

– Y con una oposición interna...

– Sí. El nasserismo fue un intento de aglutinación y de confluencia de diversos movimientos que eran parcialmente distintos entre sí. El nasserismo hubiera necesitado mucho más tiempo de desarrollo para pasar del estadio estrictamente ideológico al estadio teórico, de teoría política, y hubiera necesitado también una oposición exterior menor de la que tuvo.
Y, entre otras cuestiones, porque por medio estaba el problema de Israel.
Yo creo que uno de los objetivos fundamentales –y esto enlaza con lo que antes estábamos diciendo– de este proyecto norteamericano es que no haya una potencia hegemónica en  esa zona.  En este sentido es en el que te digo que la arabidad, para ellos, es, en última instancia, más peligrosa, porque la posible consolidación de una potencia hegemónica en la zona sobre bases de arabidad, aun siendo muy difícil, lo sería menos que sobre bases de islamidad, porque el islam no puede crear una unidad política.

– ¿A pesar de lo que se dice de la Umma posible y deseada?

– Evidentemente. La Umma (4) es una construcción más social que otra cosa: social, cultural, de fe, pero no es una unidad política. Es decir, uno puede reivindicar hasta ejemplos históricos, y decir, bueno, en sus primeros momentos sí hubo una unidad política en toda la zona y aun más allá. Y se puede hablar del “imperio” omeya y del “imperio” abbasí. Pero la realidad de los hechos te demuestra que ésas fueron construcciones políticamente imperfectas, no definitivamente consolidadas, y perecederas. Eso está bastante claro. Y cuya reconstrucción, en el tiempo actual, a mí me parece imposible por vía estrictamente islámica. Por eso es por lo que digo que el islam, políticamente, no puede llevar a una unidad absoluta, porque su unidad es de otra naturaleza: es social, es cultural, es de doctrina, pero no es política.
En tanto que por vía de la posible arabidad sí cabía la posibilidad de una unidad política integradora en la zona. Y en ese sentido es en el que digo que hubiera resultado más peligrosa para Occidente.
Desde el punto de vista ajeno a la zona, lo que interesa es que esa zona no actúe políticamente de una forma unitaria nunca, de la misma manera que en el pasado. Porque, entre otras cosas, si es una unidad política puede constituir también una unidad económica, y puede constituir también unidad social. Esa zona está condenada a ser una zona de desunión política, de ciertas políticas fragmentadas. Además, desde dentro eso no se puede combatir, no se pueden oponer a ello, no existe la fuerza política suficiente ni la fuerza de carácter general suficiente para oponerse a esa idea de fragmentación política de la zona. Un movimiento unificador desde dentro es imposible. La fragmentación política existe, y eso conviene a los intereses ajenos.
Ahora bien, lo que interesaría desde dentro es que esas piezas se entendieran entre sí y se cohesionaran entre sí, y buscaran mecanismos de funcionamiento combinado y convergente. Que no sería un modelo unitario, pero sí podría ser un modelo comunitario. Yo creo que el proyecto que lidera EE UU no quiere ni que se produzca este modelo comunitario, y sigue insistiendo en la fórmula fragmentada. Ahora, frente a esa situación fragmentada siempre habrá movimientos internos que vayan en contra, que busquen la posible comunicación, la posible cohesión. Todo esto es muy complicado.

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(1) Sykes-Picot: plan secreto franco-británico para el reparto de las regiones de Oriente Próximo de dominio turco en 1916.
(2) Ba’at o Baas (baasíes o baazíes): partidos y corriente política panarabistas que adquirieron un peso importante sobre todo en Siria e Irak.
(3) Umma: comunidad de los creyentes que, en los primeros tiempos, va más allá de lo religioso, formando una unidad con lo social y lo político.
(4) Sunna (sunníes): costumbres. Tradición del profeta Mahoma: decisiones, hechos y dichos de Mahoma, una de las fuentes del islam. Corriente mayoritaria del islam.
Shía o Chía (shiítas o chiítas): “partidarios” o descendientes de Alí.


 Irán y Estados Unidos

– La relación de EE UU con Irán parece en estos momentos contradictoria, le amenaza y se supone que le necesita en su aventura no acabada en Irak.

– Sí. Irán es todavía un bocado muy gordo para EE UU. En Irán no puede emprender la misma aventura que ha emprendido en Irak. No solamente es que sea demasiado grande, es que es una pieza con demasiada entidad. Irán es un país muy rico, culturalmente, y desde todos los puntos de vista. Es un país muy antiguo. Irán no es sólo lo que significa desde muy antiguo. Es un elemento fundamental en la zona. Irán influye poderosamente en toda la región del Golfo.
Desde hace tiempo, la conflictividad en el Próximo Oriente se ha ido ubicando, básicamente, en la zona del Golfo. La zona del Golfo, que es la separadora entre los dos grandes bloques del territorio: la península Arábiga, por un lado, e Irán, por el otro. Durante el siglo XIX, como te he dicho, y durante el tránsito del XIX al XX, al comienzo de ese siglo circular, la conflictividad en la zona se situaba, básicamente, en otra vía de agua, en el mar Rojo y el canal de Suez. Al final del siglo XX, la conflictividad se ha trasladado a Oriente Medio. Se asienta en otra área de agua, en la zona del Golfo.
Irán no sólo influye poderosamente en la zona porque es uno de los dos grandes territorios en vastedad –el otro es la península Arábiga–, sino también porque, entre otras cuestiones, gran parte de la población de la península Arábiga es de doctrina shií [como lo es mayoritariamente en Irán]. En los pequeños emiratos –las “petromonarquías” de la península Arábiga–, la presencia shií es cuantitativamente importante: en los Emiratos Árabes Unidos, en Qatar, en Kuwait. Y en la propia Arabi Saudí. Y ése es un elemento muy a tener en cuenta.
¿Qué ocurre también? Pues que, evidentemente, en Irán existe lo que podríamos llamar una postura divergente de lo árabe. Árabes e iraníes, con frecuencia, se han enfrentado a lo largo de la Historia. Esto es algo similar a lo que pasa con los turcos. Las diferencias entre árabes y turcos también han sido notables a lo largo de la Historia.