Presentación de la iniciativa «Glencree»

Presentación

«Glencree» es la iniciativa de un grupo de personas con características individuales y adscripciones ideológicas diversas. Todos hemos padecido la vulneración de derechos humanos por perpetradores de distinto signo político. Por tanto, queremos dejar claro desde el principio que no representamos más que nuestra experiencia y que no queremos que nuestra iniciativa sea utilizada para la política partidista.

El grupo es plural y heterogéneo, es inclasificable con los parámetros habituales de identificación social y política.

La iniciativa «Glencree» comenzó a mediados del año 2007 y desde entonces ha desarrollado su actividad sin interrupciones, ampliando sucesivamente sus actividades, ahondando en ellas e integrando a más participantes hasta su configuración actual.

Es un grupo de encuentro entre víctimas que nos ha permitido compartir experiencias, conocerlas, entenderlas, tomar conciencia de lo injusto de la violencia que hemos padecido, de su enorme impacto personal y familiar. Hemos pasado del conocimiento mutuo a la empatía y al reconocimiento del otro, superando las barreras y estereotipos con los que todos emprendimos el camino. 

Lo que queremos poner en conocimiento de la ciudadanía, mediante esta declaración y un relato que la complementa, es el resultado de esta iniciativa desarrollada a lo largo de cinco años, que se ha centrado en la relación personal, la convivencia intensa y el debate respetuoso.

Compartir nuestra experiencia

La iniciativa «Glencree» quiere ofrecer un testimonio veraz de su andadura. Esta declaración tiene afán pedagógico, dirigido especialmente a los más jóvenes, y aspira a influir en un entorno social que ha padecido violencia con intención política mediante  nuestro compromiso para que no vuelva a ocurrir jamás entre nosotros.

Los integrantes de este grupo valoramos muy positivamente la experiencia que hemos vivido estos años, al tiempo que somos conscientes de su modestia y de sus limitaciones.

Por ello queremos actuar con responsabilidad y compromiso hacia la sociedad en la que vivimos, sin reclamar ahora nuestros derechos legítimos sino subrayando nuestro deber hacia los demás.

Actuamos de manera colectiva, como un grupo que no tiene vocación de permanencia, pues creemos que su tarea ha culminado.

Pretendemos ubicarnos en el terreno ético, con la legitimidad que nos da nuestra condición de testigos y de personas que hemos sufrido una violencia radicalmente injusta. Al mismo tiempo, aunque podemos causar disonancias con discursos que son habituales en nuestra sociedad, compartimos la voluntad de cuestionarlos.

Nuestro mensaje

Quienes formamos parte de la iniciativa «Glencree» queremos compartir con la sociedad  lo siguiente:

  • No nos identificamos con definiciones y conceptos que se utilizan habitualmente para describirnos ni nos gusta cómo se habla de nuestra realidad, que es plural y diversa. Hemos roto barreras y tabúes para acercarnos unos a otros con respeto,  superando el temor y los estereotipos, la frustración y la experiencia propia de dolor, explorando bases para la convivencia.

 

  • Somos capaces de identificar algunos rasgos que nos caracterizan a todos.  Somos personas afectadas, personalmente o a través de un familiar directo, por un hecho violento traumático e intencionado (asesinato, tortura, amenaza…) que  causó un sufrimiento injusto y prolongado. Posteriormente hemos padecido la negación, el olvido o el abandono por parte del perpetrador y hemos recibido   respaldo desigual de la sociedad y de las instituciones. Queremos hacer con nuestra realidad individual y con nuestra experiencia en común una contribución positiva en favor de la convivencia. 
  • Hemos llegado a esta conciencia compartida escuchando al otro, dialogando y  buscando el encuentro, más allá de divergencias ideológicas legítimas, que ni disfrazamos ni artificialmente acallamos.

 

  • El conocimiento directo de las diversas experiencias individuales nos permite proclamar que la violencia padecida por todos nosotros es injustificable y que por ello demanda el cumplimiento y la satisfacción de derechos (a la verdad, a la justicia, a la memoria, al reconocimiento y la reparación), para todos de manera equitativa.
  • Aspiramos, porque así lo hemos experimentado en esta iniciativa, a una convivencia pacífica, respetuosa y constructiva en el seno de una sociedad plural, libre y justa.

 

  • Para el logro de esta aspiración social son deseables y necesarios los gestos de reconocimiento del daño causado y la asunción de responsabilidad por parte de todos los perpetradores de la violencia injustamente padecida por tantas personas.

Una invitación a la sociedad

Queremos invitar a la sociedad en su conjunto, a sus asociaciones e instituciones, a  los ciudadanos individualmente, a realizar su propia revisión autocrítica del pasado mediante un compromiso ineludible con la verdad y con la justicia. Sanar las heridas obliga a un proceso que no está exento de tensiones o conflictos. Nosotros los hemos vivido tal vez como nadie. Esperamos que esta  experiencia compartida anime a otros y a otras a hacer sus propios procesos.

Donostia-San Sebastián, 16 de junio de 2012.

Nuestra experiencia compartida

El relato que aquí se expone responde a nuestro deseo de contar una experiencia de encuentro y debate entre víctimas de violencia política y terrorismo de diferente signo, que comenzó en diciembre de 2007

Quiénes somos

Somos un grupo de personas que tenemos en común haber padecido, personalmente y/o a través de nuestros familiares, un enorme e injusto sufrimiento, provocado por esos actos y por  las consecuencias que han tenido en nuestras vidas y en las de nuestras familias.

Entre nosotros hay personas cuyos maridos, padres, hijos o hermanos fueron secuestrados, torturados o asesinados por el GAL u otras organizaciones similares, y otras cuyos maridos, padres, hijos o hermanos fueron secuestrados, torturados o asesinados por ETA. También hay personas que han sufrido violencia de persecución y otras que han sufrido tortura o muerte de familiares por actuaciones policiales.

Todas somos víctimas de vulneraciones de derechos humanos como consecuencia de la violencia en el País Vasco. Somos un grupo sin un nombre que nos identifique, aunque utilizamos  el de "iniciativa Glencree", por el lugar de Irlanda en el que comenzaron nuestros encuentros. El clima de violencia y la polarización política y social nos llevaron a alejarnos de Euskadi para hablar en un contexto que permitiera romper con las inercias del día a día y ofreciese la discreción necesaria.

Durante estos años de intercambio hemos guardado silencio hacia el exterior, tratando de escucharnos y de dialogar sin ninguna incidencia ajena al grupo. Hemos vivido un proceso de encuentro y discusión, difícil y conmovedor, con la intención de que ese paso fuese nuestro grano de arena en la construcción de la paz. Todos nosotros y todas nosotras queremos que quede constancia de esta experiencia mediante su relato.

Los inicios

En septiembre de 2007 la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco (DAV) nos  propuso realizar un encuentro para ver si era posible un diálogo, y sobre qué bases, entre víctimas de diferente signo: víctimas del terrorismo de ETA y otros grupos similares por una parte y víctimas del terrorismo del GAL y otros grupos, por otra. Ese encuentro se llevaría a cabo en Irlanda, en un lugar llamado Glencree, que es un centro para la paz surgido a raíz del conflicto violento en Irlanda del Norte.

Era necesario un entorno positivo y distante, ya que iba a ser un encuentro sin publicidad, por lo que comentamos el paso que dábamos sólo con los más próximos. Íbamos a conocer la experiencia de otras personas y a hablar sobre distintos temas, como la definición y los derechos de las víctimas y especialmente sobre la posibilidad de reconocimiento y reparación.

El encuentro fue diseñado y coordinado por un equipo de profesionales a quienes no conocíamos, formado por Carlos Martín Beristain, Galo Bilbao y Julián Ibañez de Opacua, al que hemos llamado Equipo Dinamizador. Sabíamos que  compartiríamos unos días con gente diferente, pero no sabíamos ni quiénes formaban el grupo, ni cuántos éramos, ni otros detalles. No comentarlo más allá de las personas más próximas fue un reto que todos aceptamos, porque sabíamos que la discreción era una condición básica para todos.

La experiencia Glencree comenzó en diciembre de 2007. Fue positiva y los primeros participantes propusimos que se extendiera a más personas, manteniendo la reserva que la hizo posible. Otro grupo similar se reunió en diciembre de 2008, con la particularidad de que participaron en el encuentro víctimas de ETA de fuera del País Vasco. Tras estas experiencias y varias reuniones posteriores consideramos que era importante abrirla a otros tipos de víctimas.

Así, en mayo de 2011, contando con el apoyo de la Dirección de Derechos Humanos del Gobierno Vasco, participantes en un tercer grupo, que incluyó a amenazados, torturados y víctimas de actuaciones policiales, nos reunimos varios días en Santa María de Mave (Palencia).

Tras estas experiencias, decidimos en una reunión de los tres grupos trabajar juntos en este proyecto. Fue un momento  importante.  Allí conocimos a muchos de los otros participantes, algunos de nuestros mismos pueblos, otros a quienes conocíamos por las noticias del atentado, otros desconocidos hasta que supimos por qué estaban allí. En esa reunión quedó claro que queríamos trabajar como grupo con una serie de objetivos comunes. Uno de ellos era la redacción de un documento que relatase esta experiencia y que incluyese nuestras vivencias compartidas y aprendizajes y con el que todos y todas nos sintiéramos identificados.

En este documento hemos combinado las tres experiencias para que sean compartidas por quienes lo lean. En él se recogen los aspectos comunes que nos incluyen a todos.

Primeros pasos

Cuando la DAV nos planteó la posibilidad del primer encuentro a la mayoría nos cogió por sorpresa. A muchos no se nos había acercado nadie para interesarse sobre nuestra situación, más allá de la gente cercana, y menos desde esta perspectiva de escuchar lo que teníamos que decir y de comprender nuestro sentir en un ambiente de respeto y diálogo. En muchos casos estamos hablando de hechos que ocurrieron hace veinte o treinta años,  otros casos son recientes. La invitación fue recibida con una mezcla de sorpresa, expectación y también de cierto recelo por algunos de nosotros.

En muchos casos hubo una primera reunión con Maixabel Lasa y Txema Urquijo, en la que nos explicaron qué se pretendía hacer y algunas características de las personas que iban a acudir, pero no conocíamos los nombres ni otros detalles. Sólo esto ya despertó muchas emociones, entre ellas el alivio. Aceptamos la invitación porque queríamos que se hiciera algo para cambiar la situación, para terminar con la violencia, para reconstruir la convivencia y la memoria.

Sabíamos también que nos enfrentábamos a un reto nuevo: teníamos que compartir nuestra experiencia con personas que habían sufrido injustamente pero de las que nos separaban aspectos políticos e ideológicos a veces muy importantes. Tendríamos por tanto que procesar dolor, rabia, recelos y diferencias para estar unos días juntos y afrontar lo que a todos nos parecía una labor necesaria. El apoyo de familiares y personas cercanas que conocieron lo que íbamos a hacer fue importante y hemos sentido siempre su respaldo. El hecho de que la iniciativa surgiera desde el Gobierno Vasco abría la esperanza a un proceso de reconocimiento que rompiese con el silencio y el desamparo de muchos años.

Antes de iniciar la experiencia nos era muy difícil imaginar su desarrollo. Todos teníamos buena disposición pero no nos conocíamos. Por otra parte, las discusiones y las diferencias políticas o las diferentes actitudes personales podían provocar choques. Algunos de nosotros habíamos querido antes conocer a víctimas de signo contrario, sentíamos la necesidad de estar con ellas, de sentarnos para escuchar sus testimonios. Por la mente de muchos de nosotros no había pasado nunca esta posibilidad.

Hay que tener en cuenta que éramos grupos muy heterogéneos.   En total, 27 personas- 16 mujeres y 11 hombres- que, salvo dos participantes, vivimos en el País Vasco y Navarra. Los actos que  causaron nuestro sufrimiento se dieron en un período de tiempo que va desde 1970 hasta prácticamente la actualidad, en el caso de las victimas de violencia de persecución.

Nuestros encuentros

El comienzo en los distintos grupos fue tenso: saludabas y te quedabas ahí. La primera sensación era la de encontrarte con personas totalmente desconocidas y la de no saber cómo iban a comportarse ni qué respuesta iban a tener al conocerte o ante el relato de tu historia. Aunque había buena disposición, era una situación rara, en la que se mezclaban miedo y respeto, como si lleváramos una carga muy pesada. A todos y a todas nos resultó difícil comenzar. Pero otros se conocían. Y allí estaban los miembros de la DAV, algo que ayudaba en aquel primer momento a quienes habían tenido contacto directo con ellos como convocantes del encuentro.

Algunas caras y algunos nombres resultaban familiares por los medios de comunicación, por actos en los que habíamos participado o incluso por ser del mismo pueblo, pero en general se trataba de un grupo de personas que no nos conocíamos. Sentíamos cierto respeto y temor al encontrarnos. Tampoco sabíamos cómo íbamos a reaccionar cada uno de nosotros mismos. Hablar del sufrimiento es doloroso y ante personas que no conoces genera temor. Hablar de cosas íntimas, de dolor, de experiencias negativas, de impactos en la familia o del rechazo social no es fácil. Sientes nerviosismo porque no sabes qué va a pasar ni cómo te vas a encontrar. 

Los miembros del Equipo Dinamizador, a quienes casi nadie conocía, nos recibían afablemente y con cariño y eso ayuda porque crea confianza. Nos presentaban a unos y a otros. Eso hacía que nos sintiéramos protegidos.

Los viajes nos ayudaron a romper el hielo. Viajar te lleva a hablar con la persona que está a tu lado. La conocías ya un poco, mirabas al resto e intentabas imaginar quiénes eran, cómo eran. La primera impresión es importante y durante el viaje fuimos tranquilizándonos. La gente parecía amable y nos abrimos poco a poco. El mismo viaje supuso ya una ruptura con lo cotidiano y el inicio de una experiencia común.

Llegamos a nuestro destino, nos instalamos y al día siguiente comenzamos las reuniones. Lo primero fue presentarnos y contar qué había ocurrido a nuestros familiares o a nosotros mismos a raíz de los atentados, las amenazas, torturas u otras formas de violencia. Ése es un momento de mucho apuro: es abrirte y enseñar tu DNI interior, el del sufrimiento. Nos costó mucho, estábamos nerviosos, para algunos era la primera vez que hablaban de eso, para todos fue difícil sacar aquello que está guardado muy dentro y que ha provocado tanto daño. Lo primero que compartimos allí fueron nuestras experiencias de los atentados, de la detención, de las amenazas, es decir del sufrimiento; eso teníamos en común todos.

Hablar y escuchar: dolor, respeto y empatía

Es difícil hablar de tu dolor y escuchar el de los demás. Sin comparar, con respeto. También se dan conflictos cuando se habla de la violencia. En ocasiones se dijeron frases horribles y hubo momentos muy duros. A algunos nos entraron ganas de dejarlo. También fue duro, muy duro, escuchar. Llegaba muy adentro, porque lo que se escuchaba revolvía lo que cada uno y cada una tenemos ahí. Era de alguna manera también parte de nosotros, no era distinto. Lo oyes y te dices: ¿también a vosotros os ha pasado eso? Ahí comienzas a sentir que somos exactamente iguales. De la historia del otro nos quedamos con la sensación de dolor, de sufrimiento. Eran historias contadas por alguien que es como uno mismo y se reconoce lo que está contando porque uno lo ha vivido personalmente. Eso llega muy hondo: te metes en la piel de la persona, pones rostro al sufrimiento, no es una mera noticia. Y cuanta más diversidad hay más te acercas a todos los demás. Las diferencias políticas se olvidan y te acercas a las personas, te unes a su dolor porque tienes muchas cosas en común, aunque cada caso tenga sus connotaciones. Pero también es triste caer en la cuenta de lo injusto que resulta no reconocer tantas cosas evidentes.

En algunos casos conocíamos vagamente, por los medios de comunicación sobre todo, lo que había sucedido, pero en otros nos era totalmente desconocido. Cuando lo escuchas por primera vez te das cuenta de que, sobre todo en los casos que ocurrieron hace mucho tiempo, hay un gran desconocimiento y puedes conectar con el abandono y la soledad de esas personas. Porque, a pesar de ese “mucho tiempo” transcurrido, las consecuencias  llegan aún a nuestros días.

Cada uno hablaba de su experiencia sabía en qué “lado” estaba el otro, o más bien pensaba que el otro estaba supuestamente en “el otro lado”. Pero comenzamos a comprender muy pronto que, aunque usábamos esos términos, estábamos llegando al entendimiento de que todos estamos en el mismo lado. Identificamos los estereotipos mutuos. Los que pensábamos que las víctimas del terrorismo de ETA han tenido mucho apoyo nos dimos cuenta de la dejación que habían sufrido e incluso de su utilización política. Los que pensábamos que no había más que sufrimiento y terror que el de un lado, nos dimos cuenta de que otras personas han sido igualmente víctimas y no han tenido reconocimiento. Y eso llevó, por ejemplo, a que la hija de un guardia civil o el hijo de un militar asesinados hablaran afectuosamente con hijas de militantes abertzales también asesinados.

Después de compartir nuestras experiencias ya se dieron gestos de acercamiento hacia los otros, a veces en las mismas reuniones o en los descansos. Pero además de escuchar y sentir con las otras personas también tuvimos desencuentros. Palabras que hacen daño. O discusiones ideológicas, porque en muchas cosas no estamos de acuerdo.

Algunos nos vaciamos llorando un rato sin motivo alguno y otros aprovechamos para pedir perdón por cosas que se dijeron en la reunión y es con eso con lo que más nos hemos quedado. Las presentaciones iniciales fueron muy importantes, se hicieron en un clima cordial a pesar de la crudeza de los relatos, pero sirvieron para romper el hielo y notamos que después estábamos mejor.

Buscando un lenguaje común

Después de este proceso de empezar a conocernos desde las experiencias personales, hablamos sobre distintos conceptos, entre ellos el de víctima o el de víctima del terrorismo. Empezamos por ahí, porque ésa ha sido la discusión en la sociedad y en las instituciones durante años. La palabra víctima del terrorismo identificaba a unos pero no a otros. Incluso la palabra víctima no nos gusta, le dimos vueltas y más vueltas. No encontrábamos la palabra apropiada, aunque se siguió utilizando la palabra víctima para referirnos a unos y a otros, como hacemos en este relato

Para algunos, conocer directamente a víctimas de ETA supuso una sorpresa porque pensaban que ya recibían apoyo institucional y reparaciones que las ayudaban a enfrentarse a lo sucedido, y  descubrieron que eran personas que han luchado, que han tenido problemas y poco apoyo en muchas ocasiones, cosas que la gente no conoce. Se destacó que, en muchas ocasiones, la realidad de las víctimas de ETA que salen habitualmente en prensa es muy distinta a la que viven otras, anónimamente, día a día. Para otros, conocer la experiencia de una víctima de tortura o del GAL abrió su sentir a cosas que habitualmente se ven desde la lejanía o no se reconocen. Se vio que al final el sufrimiento es el mismo, independientemente de las profesiones de los asesinados, y que lo importante es quedarse con lo que compartimos y no con lo que nos diferencia.

Tratamos de buscar un lenguaje común. En una ocasión partimos de una definición que se nos dio, de víctima del terrorismo, que la sentimos como un corsé, al menos para algunos. Aún así encontramos muchos puntos en común, en los que cada uno se reconocía y reconocía al otro. En otra ocasión no partimos de ninguna definición y llegamos a ver que nuestras experiencias eran iguales en muchos más puntos. A veces las definiciones no nos acercan y tenemos que buscar un nuevo lenguaje para nuestra experiencia, un lenguaje que nos sirva y en el que nos reconozcamos todas. Ese ejercicio fue muy importante, aunque no pudiéramos llegar a un único concepto. Nos dimos cuenta de que los conceptos no son lo importante, sino nuestra experiencia. También se aprende de la ambivalencia y de la dificultad, o sea que también nos toca aceptar que hay cosas en las que estamos en un proceso más lento y que es necesario e inevitable asumir la ambigüedad y las limitaciones de las palabras para expresar la realidad.

También dimos nuestra opinión sobre la denominación "víctima de vulneración de derechos humanos". Todos nos reconocemos en ella, todos somos víctimas de vulneraciones de derechos humanos y vemos en esa idea una dimensión compartida. Pero en la discusión aparecieron puntualizaciones y discusiones, algunas de tipo ideológico, otras sobre la importancia de la forma del lenguaje. Para algunos, esta denominación minimiza de algún modo lo ocurrido, sobre todo frente a denominaciones como "víctima del terrorismo", ya que se considera que en ciertos momentos se vivió en un ambiente de tal impunidad y olvido que hablar de vulneraciones de derechos humanos supone casi  equipararlas a otras menos graves, lo que no refleja fielmente las realidades de terror vividas por muchas personas. Lo mismo ocurre con la etiqueta de "víctimas de violencia de motivación política". Todos y todas estábamos de acuerdo con la importancia y a la vez con la dificultad para llegar a una denominación común que nos reconozca y que no minimice las violaciones sufridas. Pero sobre todo estábamos de acuerdo en que las diferencias de lenguaje no deberían llevar aparejadas diferencias sobre los derechos y el trato a las víctimas.

Reconocimiento y reparación

Hablamos del reconocimiento, de la justicia y sobre la reparación por parte de las instituciones y de la sociedad. Existía una sensación de que todavía falta reconocimiento de todo lo acaecido, sobre todo por parte de las instituciones y que, en otras ocasiones, el reconocimiento moral, social e incluso económico había llegado muy tarde y sin tener en cuenta el paso del tiempo. Los casos van desde aquellos casos más flagrantes en los que nunca se investigó, ni hubo ningún reconocimiento ni compensación alguna por el daño causado, viviendo incluso durante décadas en un estado de abandono y necesidad,  hasta los casos en los que, habiendo reconocimiento legal o judicial, falta  que los causantes del daño, de la muerte, la tortura o la amenaza, y quienes han apoyado dichas prácticas o han callado, asuman su responsabilidad. Es decir, se necesita el reconocimiento de todos los que han originado el sufrimiento, de los que han cometido esas violaciones.

Los actos de reconocimiento a las víctimas de ETA se consideraron positivos.  Pero, de la misma manera que éstas vivieron mucho tiempo sin ningún reconocimiento, otras se han sentido y a veces todavía se sienten excluidas y no tienen reconocimiento institucional o social, más allá de su círculo cercano o local. Acordamos que el reconocimiento es muy importante, porque hay una dignidad que ha sido despreciada y una realidad que ha sido negada muchas veces. Lo esencial es que se nos considere iguales en todos los aspectos de la gravedad de lo ocurrido y en lo concerniente a todos aquellos derechos que fueron conculcados, ya que de lo contrario es imposible sentirse reconocidos.

Para algunas víctimas de ETA la etapa de reconocimientos masivos ya pasó y no se trata de insistir en las mismas acciones, porque ya se sienten reconocidas. Para otras, la memoria local es muy importante. A veces, actos de reconocimiento hacia personas concretas duelen a otras, porque hay muchísima gente anónima que no lo recibe. Todos estuvimos de acuerdo en que hay que evitar la politización de esos actos, porque eso nos ha hecho daño en lugar de ayudarnos.

Nuestro encuentro ya era un acto de mutuo reconocimiento, pero hacer algo a nivel social para todas las víctimas se veía muy difícil y con grave riesgo de ser manipulado. Por otra parte, hay víctimas entre nosotros que no veían su sentido si no hay un fin de la violencia, si hay aún amenazas o violaciones de derechos humanos y no se dan otros cambios más profundos. Hay que tener en cuenta que nuestros encuentros se han llevado a cabo en un contexto con violencia y fuerte polarización política, de las que tratamos de proteger nuestra experiencia, pero que no nos eran ajenas.

Parecía difícil que se pudiera llegar a hacer actos conjuntos de víctimas de distinto signo, sobre todo por cómo iban a ser tratados por los medios de comunicación. El riesgo de manipulación en los medios de comunicación ha sido un miedo constante en nuestra experiencia y eso tendría que llevar a la reflexión.

Pensamos que en algún momento podría realizarse algún acto institucional conjunto, pero para ello se necesita también superar la desconfianza, generar un proceso y hacer gestos creíbles que ayuden a las víctimas que no han tenido reconocimiento ni reparación a ser consideradas como las demás, con los mismos derechos. Estaría bien que llegara un momento en que el reconocimiento o la reivindicación de la memoria no fuera en contra de nada sino a favor de algo. Estamos aquí porque queremos hacer una contribución a la paz y a la convivencia. Ofrecemos nuestra experiencia y queremos que la sociedad haga su camino.

Se habló de las indemnizaciones económicas y de cómo todo el dinero del mundo no puede borrar lo ocurrido, pero que la ausencia de cualquier tipo de indemnización en muchos casos transmite la trivialización de su experiencia y de su dolor, como si nada hubiese ocurrido. Para nosotros, el esfuerzo de reconocimiento y de ayudas económicas, asociado a leyes muy recientes, tiene el valor de la ayuda práctica, todavía muy necesaria. Tiene también sin duda el valor simbólico de que el Estado –algunos de cuyos funcionarios o representantes estuvieron implicados en algunos de esos hechos violentos– ayude a aquellos a quienes en su momento no supo o no quiso ni proteger debidamente ni atender con justicia y humanidad, una vez que el daño ya estaba hecho.

Este reconocimiento no puede ser utilizado para ganar beneficios políticos o arrojarlo frente a otros. Mientras estamos aún en desacuerdo sobre muchas cuestiones de orden político e ideológico, estamos todos de acuerdo en el reconocimiento de las personas que, como nosotros, sufrieron las distintas formas de violencia. Comprobamos que, a pesar de todo ello, podemos trabajar juntos desde una base ética de respeto a los derechos humanos, a la vida y la integridad personal.

Una parte importante de los miembros de nuestro grupo no ha tenido ni siquiera ese reconocimiento. Sentimos que las cosas van cambiando, poco a poco, pero que queda mucho por hacer, mucho por recordar, por investigar hacia la verdad y por contar, independientemente de quién fuera la víctima o quién el perpetrador. Todo lo que se haga tiene para nosotros el sentido de que experiencias como las que hemos vivido no vuelvan a ocurrir y reparar así algo del daño causado.

Una mirada más amplia y de respeto

Muchos de estos encuentros se dieron no sólo en las reuniones sino también en los espacios de la vida cotidiana. El trabajo fue intenso, no sólo por lo que cada uno contó y escuchó, sino también porque se trataba de entender, de controlar las propias palabras, de ver juntas muchas cosas que no se quieren normalmente ver. Sentimos que estábamos tocando algo muy verdadero, a través del respeto por todas y cada una de las personas  y experiencias. Era como poner juntas en una sala todas las contradicciones y vidas de nuestro país, los silencios y las fracturas. Cuando terminábamos una sesión, necesitábamos descansar, salir, dar un paseo, fumar un cigarro, dar y recibir un abrazo.

Después seguíamos con más “temas”. Eso nos permitió compartir muchas cosas y dejarnos tocar por la experiencia del otro. Discutíamos con la cabeza, pero se sentía algo en otro sitio, en el corazón, algo más intenso y fuerte, que a veces se transformaba en un abrazo y, dependiendo del tema, seguir discutiendo o entrando en conflictos, porque no siempre estábamos de acuerdo.

Los descansos, lo cotidiano o el hablar de otras cosas ayudó a superar las tensiones, y a la vez se han quedado muchos recuerdos de lo escuchado en esas circunstancias. No desayunabas, comías o cenabas siempre con las mismas personas, allí donde llegabas allí te sentabas y te encontrabas a gusto con la persona con la que compartías mesa. Algunos de nosotros jamás habíamos imaginado pasear, tomar un café o charlar con personas con quienes siempre habíamos supuesto que nos separaban tantas cosas. Pensábamos que nada de esto era posible.

La vuelta a casa: miedos y posibilidades

Al final de los encuentros de cada uno de los grupos se presentó siempre la misma interrogante: la vuelta. Retomar nuestras vidas en nuestros pueblos y con nuestra gente. ¿Es esto algo que termina aquí? ¿Es esto aplicable en la sociedad, en nuestros pueblos o ciudades? A la vez que se valoraba enormemente la experiencia vivida, lo que cada uno llevaba dentro, aparecían dudas, miedos y también esperanzas: miedo a que se malinterpretase esta experiencia, a que hubiese reacciones negativas precisamente por parte de las personas más cercanas humana o ideológicamente; miedo a que nos dijesen que habíamos pasado al “otro bando” y nos rechazasen; unos por incrédulos, otros porque verían una utilización política y es posible que otros quisiesen aprovecharlo políticamente o manipularlo. 

Junto con estas pequeñas dudas también algunos de nosotros hemos sentido más facilidad para expresar cosas en el entorno cercano, para hablar cuando antes se callaba e incluso para participar en actos públicos, algo que quizás antes habría sido mucho más difícil. Poco a poco hemos comentado en círculos cercanos lo que habíamos hecho, queríamos que los demás lo supieran, aún sin saber cómo iban a reaccionar. Los viajes de vuelta eran muy diferentes a los de ida. Ésta sería una buena imagen para darla a conocer: la ida en el aeropuerto o  subiendo al autobús y el regreso, la foto de la ida y la foto de la vuelta; el principio y el final, pero ¿qué ha pasado en medio? Muchos de nosotros fuimos con un peso enorme y volvimos sin la carga de esa mochila. Pasado el tiempo, como un poso, la experiencia de esos días se ha hecho más grande y nosotros nos hemos hecho algo más fuertes.

Nuestra evaluación de los encuentros es muy positiva. Nos han ayudado a estar abiertos al dolor de otras personas y a sus experiencias de sufrimiento, tras conocer a personas concretas con historias compartidas. Otro hijo, otra esposa, otro hermano como yo. También a sentir un compromiso para hacer ver a los demás, en nuestro entorno, la experiencia que no se ve, porque nos quedamos con nuestro propio sufrimiento y con nuestras propias ideas.

Hablar, compartir, socializar

Durante un tiempo decidimos no hablar de lo que habíamos hecho fuera de los grupos porque el clima político y social era negativo y estaba presente el riesgo de que nuestra experiencia se tergiversase o manipulase. Así que todos nos comprometimos a mantener la discreción al mismo tiempo que tratábamos de tener una actitud distinta en nuestro propio entorno. También nos preocupaba la más que probable incomprensión de “los nuestros”. ¿Cómo vamos a explicar a gente políticamente cercana, de mi grupo o de mi asociación, lo que hemos hecho, que nos hemos reunido con tal o cual persona, que nos hemos escuchado y comprendido, que hay un camino a explorar? Así que, en estos años, hemos vivido entre ese miedo y esa esperanza.

Somos un grupo variado. Algunos de nosotros, aunque hemos sufrido personalmente la violencia, no hemos perdido a seres queridos y eso hacía que quizás nos sintiéramos un tanto distintos del resto, pero aun así creemos que el tener personas que han sufrido distintos tipos de agresiones y pérdidas fue necesario y  enriquecedor para todos.

La semilla

Tanto Glencree como Santa María de Mave son lugares tranquilos, un tanto remotos, en los que el ambiente ayuda a reflexionar, en los que lo más importante era estar juntos, aislándonos hasta cierto punto del mundo, de las noticias, de las interferencias. Ahora los recordamos así, porque para nosotros son ya lugares especiales, sitios con contenido, en los que vivimos muchas cosas, unidos a  todo lo que pusimos y dejamos allí.

Bien por esa distancia que propició otra cercanía, bien porque nos dimos tiempo para hablar y escuchar o porque pudimos reflexionar además de enumerar los hechos, la experiencia fue profunda: compartir el sufrimiento, exponer y escuchar ideas encontradas, vivir momentos de tensión y de dificultad, con semblantes serios, distancia, recelo, respeto y grandes altibajos en la intensidad de las emociones, salvados en el grupo y gracias a lo que hablábamos y compartíamos fuera de las reuniones. Así es como tenía que ser. Una cosa plana, sin picos de voltaje, sin altos y bajos, no habría tenido razón de ser, no habría funcionado.

Después de aquellos días juntos, algunos, no todos, hemos seguido en contacto porque se han creado lazos de amistad con personas a quienes antes no conocías, pero sobre todo porque decidimos durante estos años seguir reuniéndonos periódicamente para trabajar juntos, explorando, escuchando, dialogando, discutiendo.

Siempre nos ha parecido importante seguir para que la semilla que sentimos dentro germine poco a poco. Por eso escribimos juntos este relato. Ése es su valor. No sólo que cada uno pudiese contar su historia o escuchar la del otro y reconocerla, sino que  fuese posible escribir nuestra historia de este recorrido. Y queremos compartirla con la sociedad. Todavía existe entre nosotros un cierto miedo a la manipulación y a la utilización política y mediática cuando todo esto se haga público, por lo que pedimos que se trate con respeto y consideración, como una aportación modesta pero a la vez valiosa en pro de una convivencia compartida y desde el respeto a los derechos humanos. Sentiríamos individualmente cualquier ataque o crítica a un miembro de nuestro grupo por haberse reunido y hablado de la manera que lo ha hecho y eso nos hace ser algo recelosos.

Por otra parte, en los entornos más cercanos, sobre todo familiares, esta iniciativa ha sido bien acogida; quizás no siempre se ha expresado acuerdo pero ha sido respetada y apoyada. Hemos tenido también sorpresas agradables: personas a las que se lo hemos contado sin esperar quizás una reacción favorable se han alegrado al saber que se estaba realizando esto. Para los que lo critican o rechazan, la única respuesta que se nos ocurre es que lo vivan, que se acerquen y compartan su experiencia con alguna persona de otros entornos, con respeto, y quizás entonces podríamos hablar desde otro lugar. Lo importante es vivirlo y sentirlo, es otra manera de expresar y de decir las cosas, y sobre todo de escuchar a la otra persona y su historia. Son historias que conmueven. Es un conmoverse que genera conciencia.

Al final lo que nos queda es una buena experiencia, positiva, difícil de imaginar al comienzo, pero posible y enriquecedora. Tenemos la sensación de que hay cada día más gente que quiere que estas cosas ocurran, que se creen espacios colectivos que permitan trabajar en el impacto del sufrimiento, la memoria y el reconocimiento. Tenemos que hacer un mundo mejor para los que vienen, para que nuestros hijos y nietos vivan una vida mejor, más alegre, diferente. Nunca hemos tratado de transmitir rencor o venganza. No queremos que otra generación continúe con el sufrimiento o la violencia. Esto lo tenemos que hacer nosotros, a nosotros nos toca trabajar para que eso sea posible.

Este relato de nuestra experiencia no incluye todos los matices, debates, experiencias compartidas, desencuentros, abrazos o conflictos. Muchos temas que aún polarizan o generan posiciones enfrentadas, sobre el perdón, la reconciliación o la impunidad son parte de los temas pendientes también en la sociedad. Pero hemos avanzado en la escucha, el conocimiento, el respeto, el reconocimiento de lo sufrido, de la dignidad de las víctimas y de los derechos compartidos. Este relato es un testimonio de  nuestro proceso. El puzzle de personas y vivencias que constituye la realidad de nuestra sociedad no está roto. Tiene muchas fracturas pero creemos, por el enorme impacto que hemos padecido, por nuestra experiencia, que se puede recomponer con lo que cada pueda aportar para acercar las piezas.

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Javier Rivas

La lista de los firmantes
(El País, 17 de junio de 20129).

Hasta 27 personas (16 mujeres y 11 hombres) han tomado parte en la Iniciativa Gleencree, nombre que han elegido por el lugar de Irlanda en que el primer grupo —cinco víctimas de ETA y otras tantas de los GAL— la puso en marcha. Allí se levanta un centro para la paz surgido a raíz del conflicto irlandés.

La iniciativa nació en septiembre de 2007 de la mano de la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco, a cuyo frente se hallaba entonces y sigue ahora Maixabel Lasa, ella misma víctima de ETA. De allí solo llegó el impulso, pues desde entonces ha sido el propio grupo el que ha ido tomando todas las decisiones que le afectaban.

Durante cinco años, estas víctimas de la violencia, de ETA y el GAL, de la ultraderecha y los excesos de las Fuerzas de Seguridad en Euskadi, incluso de los estertores del franquismo, han desarrollado en el más absoluto secreto una de las más amplias y novedosas iniciativas para poner en común sus ideas y su dolor y, sobre ellos, lanzar un mensaje ético de convivencia y una invitación a la sociedad a que haga autocrítica de su pasado mediante “un compromiso ineludible con la verdad y la justicia”.

Los propios participantes en la experiencia, ya concluida, han sido quienes han decidido hacerla pública y casi todos ellos comparecieron ayer en San Sebastián con los tres coordinadores y dinamizadores del grupo —Galo Bilbao, profesor del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto; el médico Carlos Martín Beristain y el psicólogo Julián Ibáñez de Opacua—.

Esta es la relación completa de los firmantes de la Iniciativa Glencree, tal como la facilitaron ayer ellos mismos y el equipo dinamizador de la experiencia en San Sebastián. Dos participantes en la experiencia (una victima de ETA y otra del Batallón Vasco Español) prefirieron no firmar al final la iniciativa por razones personales, aunque apoyan todo el trabajo realizado.

- Iñaki Aguiriano. Hijo de Victoriano Aguiriano y María Ángeles Barandiarán, muertos tras ser tiroteados el 16 de octubre de 1982 en un control de la Policía Nacional en Vitoria.
- Jaime Arrese. Hijo de Jaime Arrese Arizmendiarreta, dirigente de la UCD de Guipúzcoa, asesinado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas en Elgoibar el 23 de octubre de 1980.
- Edurne Brouard. Hija de Santiago Brouard, médico de Bilbao, dirigente de Herri Batasuna, asesinado por los GAL en su consulta el 20 de noviembre de 1984.
- Trini Cuadrado. Viuda de Miguel Arbelaiz, militante de HB, asesinado por el Batallón Vasco Español (BVE) en Hernani el 7 de setiembre de 1980.
- Patxi Elola. Concejal del PSE de Zarautz, víctima de numerosos ataques contra su negocio y objeto de amenazas personales (dianas, pintadas,...) en su pueblo.
- Carmen Galdeano. Hija de Xabier Galdeano, delegado del periódico Egin, asesinado por los GAL en San Juan de Luz el 30 de marzo de 1985 .
- Fernando Garrido. Hijo de Rafael Garrido Gil, gobernador militar de Gipuzkoa, asesinado por ETA en San Sebastián el 25 de octubre de 1986. En el mismo atentado mueren, asimismo, su madre Daniela Velasco y su hermano pequeño Daniel.
- Maribel González. Viuda de Alberto Soliño, asesinado en Eibar el 12 de junio de 1976 por un guardia civil a la salida del certamen de canción vasca que se celebraba en el Jai Alai.
- Senén González. Hijo de Manuel González Vilorio, secretario del Ayuntamiento de Ispaster, asesinado por ETA en ese mismo pueblo el 18 de junio de 1984.
- Amaia Guridi. Viuda de Santiago Oleaga Elejabarrieta, director financiero de El Diario Vasco, asesinado por ETA en San Sebastián el 24 de mayo de 2001.
- Mari Carmen Hernández. Viuda de Jesús María Pedrosa, concejal del PP en Durango, asesinado por ETA en la misma localidad el 4 de junio de 2000.
- Carmen Illarramendi. Viuda de Jesús Mari Ijurko, miembro activo de HB y Gestoras, herido muy grave en atentado perpetrado por el BVE en Rentería el 28 de marzo de 1980. Carmen también resulta herida en el mismo atentado.
- Arantxa y Axun Lasa. Hermanas de Josean Lasa Arostegi, secuestrado, torturado y asesinado y cuyos restos mortales son encontrados en Alicante en 1985, aunque no serán identificados hasta 1995. Fueron condenados los miembros de la Guardia Civil Rodríguez Galindo, Dorado Villalobos y Bayo Leal.
- Ana Merquelanz. Hija de Martín Merquelanz, taxista de Irún, asesinado por el BVE en Oiartzun el 24 de mayo de 1978.
- Jorge Mota. Hermano de Ángel Mota Iglesias, funcionario de prisiones, asesinado por ETA en San Sebastián el 13 de marzo de 1990.
- Jokin Olano. Herido por torturas infligidas por la Guardia Civil el 30 de julio de 1983.
- Mikel Paredes. Hermano de Juan Paredes Manot, Txiki, fusilado por el régimen franquista el 27 de septiembre de 1975.
- Jorge Pérez Jáuregui. Hermano de Roberto Pérez Jáuregui, asesinado en Eibar el 8 de diciembre de 1970 cuando participaba en una manifestación contra el proceso de Burgos.
- Leonor Regaño. Viuda de Manuel Jodar, artificiero de la Policía Nacional, asesinado por ETA en Bilbao el 24 de mayo de 1989.
- Santos Santamaría. Padre de Santos Santamaría, mosso d'esquadra asesinado por ETA en Rosas el 17 de marzo de 2001.
- Milagros Sarduy. Viuda de Jesús María Etxebeste, agente de aduanas de Irún, asesinado por ETA en la misma localidad el 28 de agosto de 1980.
- Beatriz Susaeta. Viuda de Tomás Alba, concejal de HB en San Sebastián, asesinado por el BVE en Astigarraga el 28 de septiembre de 1979.
- Mariló Vera. Hija de Jerónimo Vera García, miembro de la Guardia Civil, asesinado por ETA en Pasajes el 29 de octubre de 1974.
- Lurdes Zabalza. Hermana de Mikel Zabalza, apareció muerto en el río Bidasoa tras haber sido detenido por la Guardia Civil. Según todos los indicios, murió tras sufrir torturas el 26 de noviembre de 1985.