Agustin Unzurrunzaga

Presidenciales en Francia.
Lo que no nos dicen del ascenso de Le Pen

(Hika, nº 132, abril de 2002)

 

El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas ha supuesto un gran golpe para cualquier persona con sentimientos democráticos. Le Pen, máximo dirigente del Frente Nacional, un partido populista, abiertamente xenófobo, de extrema derecha, obtenía algo más del 17% de los votos, era el segundo candidato más votado y pasaba a disputar en la segunda vuelta.

Desde el punto de vista de la distribución de los votos entre los 16 candidatos que se presentaban y en lo que reflejan las grandes corrientes (extrema derecha, derecha democrática, izquierda moderada, izquierda radical) los resultados, en porcentajes, no son muy diferentes a los del 95. Otra cosa es la abstención, que en las últimas llegaba al 30%, y al 39% en la franja de edad entre dieciocho y treinta y cinco años. En Las elecciones del 95 Le Pen obtenía el 15% de los votos.

Pero, independientemente de la combinación de factores que han dado un resultado como el actual (gran número de candidatos, votos obtenidos por cada uno de ellos, abstención, etc), en esta primera vuelta resaltan tres cosas: la enorme fuerza simbólica que tiene el hecho de que Le Pen haya quedado segundo y dispute la presidencia en la segunda vuelta; la persistencia y estabilidad del voto de extrema derecha; que Francia no es el único país de Europa donde los partidos de extrema derecha, populistas, obtienen buenos resultados electorales, que estamos ante un fenómeno europeo.

La fuerza del símbolo me parece evidente. Es algo que va mucho más allá de si ha sacado el 17%, o dos puntos más que en el 95, o de si la suma de sus votos y los de Mégret dan el mismo porcentaje que la suma de Le Pen y Villiers en el 95. La reacción inmediata de miles de personas, que salieron a la calle la misma noche del recuento de votos, y las manifestaciones que se han hecho en los días sucesivos así lo muestran. Y también las dudas de los abstencionistas, especialmente de muchos jóvenes. Y el dilema que tienen muchas personas de izquierda de cara a la segunda vuelta. Y las expectativas para las legislativas de junio.

El voto de Le Pen es persistente y relativamente estable. Se mueve mejor en grandes confrontaciones, donde la figura cuenta mucho frente a la organización de cada pueblo o barrio, pero no hay que despreciar los resultados en las municipales, en las legislativas y en las europeas. La importante crisis que supuso la escisión de Bruno Mégret parece, en buena medida, superada.

Al margen de lo desagradable que nos pueda parecer el personaje, de su histrionismo musoliniano, no conviene simplificar. Hay una construcción ideológica trabajada durante años, unos programas, unos gestos electorales (la noche del 21 de abril se dirigió de forma expresa a los mineros, a los metalúrgicos, a los pequeños comerciantes y agricultores, todos ellos sectores atravesados por fuertes crisis) unas campañas electorales modernas. En su programa nos encontramos con la xenofobia, con la inmigración, con la recuperación de la identidad nacional, con el culto a la tierra, la seguridad, con el elogio de la familia, la vuelta de la mujer a casa, la criminalidad, las drogas...En todos los apartados las propuestas son simples, y siempre autoritarias, de las de mano dura. Veamos algunos apartados de su programa:

Seguridad.- Los franceses son víctimas de una monstruosa explosión criminal (agresiones y tráfico de millones, violaciones colectivas, muertes bárbaras). La seguridad es la primera de las libertades: una política de firmeza y de voluntad, fundada sobre la tolerancia cero, restablecerá el orden y la ley. Los franceses se pronunciarán por referéndum sobre el restablecimiento de la pena de muerte para los crímenes muy graves.

Ciudadanía.- Amenaza mortal para la seguridad y la identidad nacionales, la inmigración-invasión será objeto de una política coherente: fin de toda la inmigración e inversión de los flujos migratorios, atribución limitada de la nacionalidad, abrogación de la reagrupación familiar, restricción del derecho de asilo, restablecimiento de los controles en las fronteras, reafirmación de la preferencia nacional en la Constitución.

Protección social.- Los derechos sociales de los extranjeros serían gestionados por una caja aparte de la seguridad social, alimentada por ellos mismos, según la nacionalidad de los beneficiarios y según su relativa riqueza o pobreza. Exclusión de los extranjeros de las ayudas sociales.

Derecho de sangre.- Prohibición de la inmigración legal y abolición del derecho de reagrupación familiar. Eliminación del permiso de residencia de larga duración (10 años) y establecimiento de un único permiso de duración anual. Refundar la nacionalidad francesa: es francés quien nace de madre y padre francés. Eliminación de la doble nacionalidad e imposibilidad de acceder a la nacionalidad a partir del matrimonio o el nacimiento en Francia. Solo se podrá adquirir la nacionalidad por naturalización, después de un proceso de asimilación a los valores espirituales, los hábitos, la lengua y las costumbres que fundan la civilización francesa.

Mujer, familia, educación de los hijos.- Prohibición del aborto. Ventajas para los matrimonios legítimos y sus hijos. No al divorcio de mutuo acuerdo. Medidas que favorezcan la vuelta de la mujer al hogar y su dedicación al cuidado de los hijos. Derecho de voto complementario para los padres, que representarían a sus hijos hasta que estos alcanzasen la mayoría de edad. Atribución a cada familia francesa de un cheque escolar con el que puedan elegir inscribir a sus hijos en la escuela pública o en la privada. Revisión de los programas escolares, en los que la historia y la geografía privilegiarán a Francia y su identidad, así como el conocimiento del himno nacional y el respeto por la bandera.

Preferencia nacional.- El empleo disponible se tiene que reservar para los ciudadanos franceses. Tanto en caso de contratación como de despido se privilegia el derecho del ciudadano francés. Del salario abonado a los extranjeros se descontaría una tasa destinada a pagar las cargas inducidas por la inmigración (alojamiento, escuela, expulsiones y retornos). Los parados extranjeros que perciban prestación de desempleo, al fin de esta serán expulsados, pudiendo internarlos en campos de tránsito. Establecimiento de la preferencia nacional en la atribución de diplomas médicos, la contratación de personal sanitario. Lo mismo en materia de alojamiento.

Modificación del Código Penal.- Represión máxima. Instalar el miedo entre los delincuentes. Tolerancia cero. El delito pequeño es el principio del delito grande. Endurecimiento de las penas y cumplimiento total de las mismas. Restablecimiento de la pena de muerte. Reforzar los medios de la policía.

Creo que con lo transcrito es suficiente para tener una idea del tipo de programa político que se propone, y que recoge, en el caso de Francia, el 17% de los votos.

Pero no solo en Francia. Programas muy parecidos, aunque en algunos casos hay diferencias de cierta importancia, se reivindican en Suiza, donde la Unión Democrática de Centro sacó 43 escaños en las elecciones legislativas de octubre de 1999, obteniendo el 23,3% de los votos. O en Austria, donde el Partido Liberal liderado por Jörg Haider obtuvo el 27,91% de los votos en las elecciones legislativas. O en Dinamarca, donde el Danske Folkeparti obtuvo el 12 %. O en Bélgica, donde el Vlams Block obtuvo el 15% en las elecciones de 1999 y el 30% en la ciudad de Amberes. O en Holanda, donde la lista de Pim Fortuyn ha obtenido el 38% de los concejales en la ciudad de Rótterdam, O en Italia, donde comparten gobierno con el populista ultraliberal Berlusconi el neofascista Gianfranco Fini y el populista xenófobo Umberto Bossi.

Estamos ante un fenómeno europeo, que engancha con una tradición histórica de extrema derecha presente en una buena parte de los Estados Europeos, tradición que después de la II Guerra Mundial y el holocausto nazi, y las guerras coloniales quedó tocada del ala, pero no desaparecida. Esa tradición es más visible en Italia, en Francia o en Austria. El pasado mussoliniano del Movimiento Social Italiano es una evidencia, a pesar de los retoques y ajustes que ha hecho ese partido en los últimos años. Los ecos de Vichy y de la guerra de Argelia son también claros en el Frente Nacional de Le Pen. Y el pasado nazi es evidente en el FPO.

Pero muchas cosas, con el paso del tiempo, se olvidan, de forma inevitable. Nuestra memoria está hecha de recuerdos y de olvidos. Sería imposible vivir recordando todo, y cada generación se tiene que enfrentar a los problemas que tiene delante y con la forma y contenidos concretos que adquieren. La Extrema derecha europea ha renovado sus discursos, sus programas y sus líderes, y se ha amoldado a las condiciones del mudo actual. No conviene despreciarla, pues su discurso autoritario, de ordeno y mando, xenófobo, expresado de forma brutal o sofisticada, de defensa a ultranza de unas identidades amenazadas, conecta con capas de la población en grave riesgo de exclusión social a las que todo el mundo golpea y nadie ayuda. Como por la práctica saben las personas que se dedican al trabajo social y a la educación social, además de al último que ha llegado hay que prestar mucha atención al penúltimo. Conviene no olvidarlo.

Tampoco hay que olvidar que la presencia en la escena política, en la vida pública e institucional de partidos de extrema derecha, y más cuando obtienen resultados electorales de relevancia, suele influir en los partidos de la derecha más moderada o democrática e incluso en la izquierda. Suelen ser bastante habituales las justificaciones de relaciones, lo de que no se puede demonizar a tantos votantes, que no es muy justo decir que son partidos xenófobos, que el problema de la inmigración o el de la delincuencia son muy graves, y que algo de razón no les falta en lo que dicen, suele estar siempre presente.

También los que quieren sacar tajada de la ola, deformando la realidad y haciendo gala de una enorme demagogia. Creo que esa es la vía escogida por el Partido Popular, que está utilizando las elecciones francesas para endurecer su política en materia de inmigración y seguridad ciudadana. Las declaraciones de Piqué, de Fernández Miranda o la respuesta que el propio Aznar dio a Zapatero en el Congreso de los Diputados cuando este le preguntó sobre las quejas hechas por seis sindicatos policiales el pasado 24 de abril, son una buena muestra de ello. Me da la impresión de que estos temas va a estar muy presentes en las próximas elecciones generales.

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