Agustín Unzurrunzaga

Euskara e inmigración1
(Hika, 147zka., 2003ko iraila)

En la Comunidad Autónoma del País Vasco y en Navarra vivimos, en cifras redondas, unas dos millones ochocientas mil personas, dos millones doscientas mil en la primera y seiscientas mil en la segunda. En la Comunidad Autónoma del País Vasco, a treinta y uno de diciembre de 2002, residían 24.201 personas extranjeras con permiso de residencia en vigor; en Navarra, 18.956. El número de personas en situación administrativa irregular es difícil de precisar; partiendo de las cifras del padrón y del número de tarjetas sanitarias distribuidas por Osakidetza y Osasunbidea, se estiman unas siete mil en la Comunidad Autónoma y unas quince mil en Navarra. Por tanto, estaríamos hablando de unas 32.000 personas en la Comunidad Autónoma, el 1,45% de la población, y de 44.000 en Navarra, el 7,3% de la población. Las cifras del Ministerio del Interior, las correspondientes a los permisos de trabajo y residencia en vigor, deforman la realidad a la baja, mientras que el padrón tiende a deformar al alta, pues da poca cuenta de la movilidad, relativamente alta en personas en situación irregular.

En la Comunidad Autónoma del País Vasco el volumen total de extranjeros es todavía relativamente pequeño, aunque significativo, y más en algunas zonas concretas. Está subiendo a un ritmo relativamente alto (aunque inferior a la media del Estado) en los últimos años, aproximadamente un diez por ciento anual (Donostia ha pasado de tener 2.491 extranjeros extracomunitarios empadronados en 2002, a tener 3.483 extranjeros extracomunitarios empadronados en enero de 2003, por ejemplo. El número total de extranjeros ascendía en esa fecha a 5.110, el 2,8% del conjunto de la población). Su procedencia es muy diversa (personas procedentes de 52 nacionalidades diferentes han hecho consultas durante 2002 en la Oficina de Información de SOS Racismo de Gipuzkoa), con una tendencia clara a aumentar la procedente de diversos países de Latinoamérica, especialmente Ecuador, Colombia, Argentina y Brasil. En el ámbito educativo, y según el informe del Gobierno Vasco de abril de 2002, la población escolar de origen extranjero representaba, en el curso 2001-2002, el 1,68% del alumnado, el 57,6% matriculado en modelo A, el 28,3 en modelo B y el 14,1 en modelo D.2 Ateniéndose a la evolución del crecimiento del número de alumnos y alumnas matriculadas, una media de 579 personas por año entre los cursos 95/96 y 2001/2002, el sindicato STEE-EILAS calcula que en el curso 2006/2007 serán más de 8.300, un 3% del alumnado previsible. En Navarra su volumen porcentual es sensiblemente mayor. En el ámbito educativo, en el curso 99/2000, estaban matriculados 1.062 alumnos y, al año siguiente, en el curso 2000/2001, eran 1.667.

Esta inmigración moderna empieza a ser un motivo de preocupación entre los diversos agentes sociales que tienen que ver con el euskara: maestros y maestras, personas que enseñan euskara a adultos, asociaciones y personas que luchan por su normalización, personas que viven en pueblos y zonas con un alto porcentaje de euskaroparlantes, técnicos de euskara de ayuntamientos, etc. Se empieza a ser consciente de que se está ante un nuevo reto social y humano, que no se acaba de delimitar con claridad, del que se sospecha que aunque todavía tiene un volumen manejable puede ser sensiblemente más grande en el futuro, y que tiene ya repercusión de entidad en ámbitos concretos como la escuela. Y se percibe preocupación entre esos agentes, cosa normal al confrontarse con problemas nuevos, y actitudes muy positivas en muchos de ellos, voluntad y esfuerzos por informarse o estudiar experiencias de otras zonas, especialmente de Cataluña. Pero también aparecen miedos, desconfianzas y, en algunos casos especulaciones sin, a mi juicio, demasiado fundamento, que formulan preguntas tales como si el euskara será o no capaz de resistir esta nueva ola migratoria que se nos avecina, preguntas que, al no tener respuesta, sirven más para airear fantasmas que para afrontar problemas concretos.

En ese reto social y humano, que tiene múltiples aspectos, y subrayo lo de múltiple, participamos dos, ellos y nosotros, por decirlo de manera simplificada. Y si participamos dos, lo que nos afecta a los dos deberá ser metido en el bombo, para que entre los dos busquemos las mejores salidas posibles. Y no sería nada bueno empezar a afrontarlo con miedo y con desconfianza hacia una de las partes.

¿Con qué se encuentran las personas que migran a este territorio? Si nos remitimos a la CAPV, con un país pequeño, cuya composición actual es en buena medida el resultado de anteriores migraciones. En él se hablan dos lenguas, el castellano, que lo conoce y usa la totalidad de la población, y el euskara, lengua originaria, hablada y usada por una parte de la población repartida de forma desigual. El castellano es también la lengua de relación con el conjunto del Estado y con todo América Latina, excepto Brasil. En los grandes núcleos urbanos, la lengua vehicular es fundamentalmente el castellano, que es también la lengua utilizada por la mayoría de los medios de comunicación, tanto escritos como hablados. En núcleos urbanos de tipo medio, que pueden tener continuidad geográfica formando zonas, la presencia social del euskara, su uso cotidiano, es sensiblemente más relevante, lo mismo que en núcleos urbanos más pequeños. Está también presente en los ámbitos festivos y cultural, así como en el político y en los servicios públicos. En el ámbito educativo, cogido el sistema en su conjunto, según datos del curso 2001/2002, el 32,2% de los alumnos y alumnas se escolarizan el modelo A, 22,1% en modelo B y 45% en modelo D.

En el ámbito político administrativo, formamos una comunidad autónoma, que tiene competencias exclusivas en determinadas materias y compartidas en otras, destacando, en lo que más directamente tiene que ver con la inmigración, las de educación, sanidad y el grueso de la política de bienestar social. Por el contrario, la política de extranjería es competencia exclusiva del Estado y completamente determinada por el Ministerio del Interior. Si algo hay centralista en este momento, junto con las políticas de defensa y exteriores, es lo relativo a inmigración, y ello no deja de tener consecuencias en muchos aspectos.

Es ahí donde aterrizan los y las extranjeras que se asientan en este territorio. Es ahí donde se convierten en un elemento más del rompecabezas y donde tendrán que socializar su existencia. Vienen a una sociedad en muy buena medida caracterizada por su pluralidad, tanto ideológica, como política y lingüística. Y se asientan en ella en unas condiciones de apartheid jurídico, sometidos a una Ley de Extranjería que hace de ellos unos seres parcialmente aparte, con menos derechos sociales y políticos que los autóctonos, social y laboralmente más vulnerables que ellos, obligados a participar en una infernal carrera de obstáculos en pos de sus permisos de residencia y de trabajo, con grandes dificultades para acceder a viviendas dignas y sufriendo las consecuencias de dosis nada despreciables de racismo social.

Algunos tienen ascendientes vascos, pero la mayoría de ellos han venido en busca de unas condiciones de vida más dignas para ellos y sus familias que las que tenían en su país de origen.3 Este es un sitio donde con mayor o menor dificultad pueden encontrar trabajo, donde se vive con bastante tranquilidad, que socialmente es muy calmo, donde hay una red de servicios sociales y de organizaciones de apoyo interesantes, donde otros se afincaron con anterioridad y hay una cierta red de apoyo personal y familiar. Por tanto, el grueso de los y las inmigrantes no se han afincado aquí por la gran atracción que les proporcionaban nuestros problemas socio políticos o socio lingüísticos. Es una vez afincados que se encuentran con esos problemas.

¿Y cómo se relaciona la gente de este país, los autóctonos, con el euskara? Pues es obvio que no toda la población lo hace de la misma manera, cosa que no es muy difícil de percibir para cualquier observador con un mínimo de curiosidad. A pesar de ello, creo que hay una serie de temas que concitan un consenso social amplio, y que también son relativamente visibles después de llevar un cierto tiempo viviendo aquí. Destacaría los siguientes:

* Apoyar al euskara, dado que es una lengua que ha sido postergada y porque es un patrimonio de primer orden de esta sociedad.

* Voluntad de que se extienda, de que si los padres no lo dominan los hijos sí lo hagan, reclamando la igualdad con otras lenguas, en nuestro caso con el castellano.

* Aceptación de que haya una discriminación positiva a su favor.

* Que es bueno que se dominen las dos lenguas, lo que evitaría consolidar jerarquías y facilitaría la integración y la cohesión de la sociedad y su comunicación.

* A pesar de ciertos dimes y diretes, aceptación de que su conocimiento y uso se extienda más en el ámbito de la enseñanza y en la administración pública.

* Que sea más usada por quienes la hablan y que tenga un peso mayor en el conjunto de la vida social.

Ahora bien, el que la sociedad participe de unos ciertos consensos tácitos con relación al euskara y de que su situación y estatus social haya mejorado sensiblemente en los últimos veinte años, período que coincide con la llegada de esta migración moderna, esas mejoras no disipan las dudas sobre su precariedad actual y su futuro. Y tal vez sea esto lo que más pesa (y no entro en lo bien o mal fundado de ello, ni en las razones de por qué pesa eso, en parte ligadas a cuestiones ideológicas) en la parte de la población más activamente euskaltzale, y en algunos de sus miedos o a la forma en que se manifiestan algunas de sus preocupaciones con respecto a la inmigración actual. Es difícil decir si éste que describo es el ángulo principal de su mirada con respecto a la inmigración, pero sí creo que está presente, a veces de forma no muy clara, con un cierto peso. Ese tipo de mirada me parece muy unilateral y propiciaría una mala respuesta al conjunto del reto social y humano que he mencionado más arriba. Y no digo que no haya que preocuparse, sino que esa preocupación no sea la vía utilizada para convertir a la inmigración en el chivo expiatorio de problemas que tienen causas múltiples y van mucho más allá que lo que determina su presencia en estos últimos años.

Ese reto es multilateral, y no puede solo estar referido a los aspectos culturales y lingüísticos. Tal y como señala Francesc Carbonell en su Decálogo para una educación cívica, intercultural y antirracista, se tiene que tener en cuenta la interacción, la relación entre las dimensiones cultural, política, económica y social. No son solo ellos quienes deben adaptarse, sino que todos debemos adaptarnos a la nueva situación, y nosotros, los autóctonos, los del grupo mayoritario, quienes no estamos sujetos a legislaciones especiales, tenemos la obligación de crear las condiciones que posibiliten esa adaptación, aunque a su vez tengamos otros problemas.

Parece obvio que para poder empezar a hablar en serio de la relación de los y las inmigrantes con los problemas sociolingüísticos que hay en este pequeño país y, más en concreto, con el euskara y su eventual aprendizaje, hace falta, en primer lugar, que vivan establemente en él. Y que lo hagan con tranquilidad, con estabilidad, sin estar excluidos. En segundo lugar, tendremos que relacionarnos con ellos y ellas pues, para que se relacionen con o aprendan lo que para algunos puede ser su segunda lengua y para otros la tercera o la cuarta, es necesario que haya empatía, que haya contacto social y psicológico con los hablantes de esa lengua, con los y las euskaroparlantes, que no son toda la sociedad sino parte de ella. Y que esa relación sea de calidad, que no se dé sólo en el autobús o cuando nos cruzamos en la acera con alguien, pues si hay aislamiento social o vida en un mundo en el que el contacto es escaso, se avanzará poco. Y tendremos que tener en cuenta la edad, que es un factor de peso a la hora de pensar donde poner los acentos y centrar los esfuerzos. Y para que haya contacto social, para eso y para otras cosas, tendremos que pensar y decir cómo queremos que vivan, si como ordena la Ley de Extranjería, que de forma resumida he intentado describir más arriba, o de manera diferente a ese ordenamiento. Y si queremos que sea de manera diferente, que creo que es lo justo, tendremos que participar en la lucha por su transformación radical, al tiempo que planteamos un proyecto de integración diferente al diseñado por el Gobierno, que insista en que los inmigrantes no son un añadido pegado con celo a una sociedad organizada por nosotros; mano de obra barata apta para trabajar en los sectores laborales que el mercado va dejando libres (cuidado de ancianos, empleadas de hogar internas, agricultura, pesca, poceros de la construcción...) que son algo más que nuestros huéspedes; que necesitan igualdad de derechos e igualdad de trato; que su inserción en la sociedad tiene que ser completa y equilibrada, social y cultural. Y todo esto requiere tiempo, colocarnos en una perspectiva de generaciones.

Los y las euskaldunes nos solemos sentir como un grupo humano minorizado, demográficamente pequeño, con una natalidad muy baja, culturalmente frágil, inmersos en la vorágine de la globalización económica. Pero al margen de los diferentes grados, o ninguno, de angustia que pueda tener cada cual ante esa situación, ante los y las inmigrantes formamos parte de la mayoría, del conjunto de los otros, de los que no están como ellos, de los que somos autóctonos y por tanto no sujetos a las mismas leyes y normas que ellos. Y difícilmente podrán hacer diferencias solo por el hecho de la lengua que hablemos, pues el hecho de ser euskaroparlantes no determina la calidad de nuestra relación con ellos en múltiples aspectos de la vida.

Podemos estar a la defensiva frente al Estado y su política, pero también otros pueden estar a la defensiva frente a nosotros, en función de cómo nos relacionamos con ellos todos los días. El hecho de considerarnos víctimas frente a determinadas políticas que pueden impulsarse desde el Estado o de la situación mundial, no nos convierte en personas vacunadas contra la posibilidad de pisar y despreciar a otros que conviven con nosotros, a verlos con sospecha y desconfianza, a considerarlos de buenas a primeras como causantes de desgracias, sin mirar más al fondo y preguntarnos más por qué, y que en general están bastante peor en múltiples aspectos de la vida. Aquí nadie está vacunado contra la capacidad de pisar a otro, ni nosotros ni ellos. Nadie.4

Aunque a veces tengamos problemas para ser lo que somos, y que en más de una ocasión tengamos que andar como pidiendo perdón por lo que hacemos, lo mejor que podemos hacer es ofrecer lo que tenemos, a manos llenas. Tenemos que extender y abrir nuestras manos, con la convicción de que nuestra generosidad será correspondida de la misma manera.

No podemos pedir a los y las inmigrantes, a personas que han venido en busca de una vida más digna, que comprendan nuestros líos sociolingüísticos, si no establecemos lazos con ellos y les podemos explicar los problemas. Pero una cosa es segura, que no entenderán nada si ya de entrada les consideramos como enemigos, como perturbadores5 u opresores de nuestra identidad. Y digo esto porque es fácil dar el salto a considerar como opresor o como un incordio a quien socialmente está en situación de mayor debilidad. ¿Son los camareros latinoamericanos que en verano trabajan en los bares y restaurantes de la costa vasca, en zonas muy euskaldunas, los responsables de que los pedidos no se puedan hacer en euskara? ¿O su contratación, en muchos casos en economía sumergida, responde a otros factores más de fondo? ¿Los dueños de los bares, muy autóctonos y euskaldunes ellos, no tienen ninguna responsabilidad? ¿No hay que pedirles nada a ellos, empezando porque respeten el horario establecido en el convenio? ¿Y si socialmente se convierte en un problema, aunque sea para una parte de la población, no sería mejor que el conocimiento elemental de ciertas cosas se haga a cuenta de quien les ha contratado? Y lo mismo pasa con los caseríos, o con la gente que trabaja en los barcos de pesca de Hondarribia u Ondarroa. Muchos de esos barcos no podrían funcionar sin marineros senegaleses, rumanos o peruanos. Lo mismo que ciertos caseríos que han implantado sistemas de agricultura intensiva. Y ese es el punto de partida y lo primero que habría que tomar en consideración. Pongo estos ejemplos porque me los han planteado en más de una charla en este último año y medio. La llave que abra la puerta al entendimiento, a mirarnos y relacionarnos con respeto, está en nuestra mano. De cómo la utilicemos dependerá el futuro.6


NOTAS

1. En este artículo dejo de lado el ámbito educativo, el de la escuela, el de la enseñanza de las lenguas y la interculturalidad en la escuela. Si algún lector o lectora estuviese interesado en ese aspecto, me remito y destacaría, en lo que hace a la CAPV y Navarra, a los textos elaborados por el sindicato STEE-EILAS y por Uri Ruiz Bikandi (Hizkuntzen irakaskuntza ume etorkinei y Formación del profesorado: nuevas necesidades para una nueva época). Los textos del STEE-EILAS y el primero de Ruiz Bikandi están editados en la colección Cuadernos de Trabajo de SOS Racismo de Gipuzkoa. Más en general, me remito a los textos elaborados por Ignasi Vila y Francesc Carbonell, disponibles en esa misma colección y en la revista Mugak.

2. El modelo A utiliza el castellano como lengua vehicular, siendo el euskara una asignatura; el B es bilingüe y el D utiliza al euskara como lengua vehicular y el castellano es una asignatura.

3. Según los datos de la encuesta realizada por el Departamento de Trabajo Social de la Universidad Pública de Navarra, el 84,7% habían emigrado por mejorar el nivel de vida.

4. Francesc Carbonell, en el punto 4 del Decálogo que he citado más arriba, dice algo que me parece perfectamente aplicable a nosotros, poniendo vasco donde el dice catalán: “Debería dejar de definirse al buen catalán por el hecho de alcanzar niveles de excelencia en aquellos contenidos culturales que le diferencian de los no catalanes. En todo caso, será un buen catalán aquel que alcanza la excelencia en los valores transculturales que le asemejan a cualquier otro ser humano. Así el mejor catalán será el catalán más cívico, más solidario, más justo, más generoso...de todos aquellos que étnicamente se autodefinan como catalanes. Aquí y ahora, ser un buen catalán debería ser compatible con ser musulmán, o con haber nacido en Argentina, o con no ser nacionalista o, incluso (¡sacrilegio¡) con no hablar catalán. Ninguno de estos debería ser considerado por estas circunstancias catalán de segunda clase si de lo que se trata esa de conseguir la integración social”

5. A partir de su experiencia personal de exilado, el escritor búlgaro Tzvetan Todorov, dice algo, a mi juicio muy sugerente, con respecto a la perturbación: “El hombre desarraigado, arrancado de su marco, de su medio, de su país, sufre al principio, pues es más agradable vivir entre los suyos. Sin embargo, puede sacar provecho de su experiencia. Aprende a dejar de confundir lo real con lo ideal, la cultura con la naturaleza. No por conducirse de modo diferente dejan estos individuos de ser humanos. A veces se encierra en el resentimiento, nacido del desprecio o de la hostilidad de sus huéspedes. Pero si logra superarlo, descubre la curiosidad y aprende la tolerancia. Su presencia entre los autóctonos ejerce a su vez un efecto desarraigante: al perturbar sus costumbres, al desconcertar por su comportamiento y sus juicios, puede ayudar a algunos de entre ellos a adentrarse en esta misma vía de despego hacia lo convenido, una vía de interrogación y de asombro”

6. Ver Hizkuntzen irakaskuntza ume etorkinei, de Uri Ruiz Bikandi.