A. Laguna
Un siglo de emigración española
(Página Abierta, 174, octubre de 2006)

            Hasta los años setenta del siglo pasado, España ha sido un país emisor de emigrantes. Y cuando se analiza este movimiento migratorio se habla de dos grandes periodos de fuerte intensidad de este flujo y de dos áreas principales de destino.
            El primer periodo suele fijarse entre la década de los ochenta del siglo XIX y 1930, con periodos de receso fruto de las dificultades derivadas de la Primera Guerra Mundial. Galicia, Asturias, Canarias, País Vasco y Cantabria son las zonas, con diferencia, de mayor aporte emigrante. En cuanto al destino, el mayor volumen de emigración se dirige hacia países de América Latina. Sin embargo, de los cinco países que reciben más emigrantes españoles se encuentran algunos de otras regiones del mundo: es el caso de Argelia y Francia, que acompañan en ese ranking a Argentina, Cuba y Brasil. No obstante, en el caso de Argelia estamos hablando de la emigración temporera de nuestra costa mediterránea cercana a este país africano.
            La segunda oleada se producirá entre los años cincuenta y mediados de los setenta del siglo pasado. Periodo en el que se produce el cambio de región prioritaria de los proyectos migratorios, que se dirigirán mayoritariamente hacia algunos países de Europa. Por otro lado, existe una diferencia clara en el carácter de la emigración entre el flujo hacia América Latina y el de destino europeo: en el volumen de este último ha de incluirse la emigración estacionaria, además de una mayor tendencia al retorno. 
            A la hora de hablar de cifras de la emigración siempre existen controversias y las dificultades no son pocas. Los datos oficiales del país de salida no coinciden con los de destino, y a eso se suma la emigración que traspasa la frontera sin ser contabilizada como tal y que no puede regularizar su situación. Esto que se comenta ahora, también puede aplicarse al caso, por ejemplo, más reciente de la emigración española a Europa.
            Según las cifras oficiales del Instituto Español de Emigración (IEE),  entre 1959 y 1973 emigraron al continente europeo algo más de un millón de personas: por encima del 70% de los que salieron fuera de España en esos años. Los datos del IEE fijan el desplazamiento medio anual de ese periodo en 73.000 personas y, si se descuentan los retornados, en 38.800.
            Sin embargo, si se comparan las cifras oficiales españolas y las de los países receptores de emigrantes, se puede concluir que como media emigraba un 51% más de personas que las controladas por las autoridades españolas.
            Los principales países de destino fueron Alemania, Suiza y Francia. La emigración española representó en Suiza el 2,22% del total de la población, pero casi el 4% de la activa. En Francia, el 1,35% del total de su población era española y representaba el 3% de la población activa. Y en Alemania, algo más del 1% de su población activa.

América Latina como destino

            En un trabajo de Rafael Calduch Cervera, catedrático de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, fechado en mayo de 1998, titulado “La emigración a Iberoamérica y la Política Exterior española (1898-1975)” y que puede encontrarse en la pagina web de Análisis Estratégico Internacional, se recoge un cuadro estadístico que aquí hemos comprimido, y al que hemos añadido los datos de la población española en esas décadas.
            Como comentario de este cuadro extraemos algunos de los párrafos de este trabajo, pertenecientes al capítulo 2: “La emigración española a Iberoamérica. Características generales y etapas”:
            «En términos generales, todos los autores coinciden en que el volumen de la emigración española durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, considerada en proporción al crecimiento demográfico experimentado en nuestro país, resulta equiparable a la de otros muchos países europeos y dista de la que ofrecen Inglaterra o Italia como ejemplos de sociedades con una fuerte salida de emigrantes.»
            Existen dos grandes fases de aumento en las salidas migratorias que se corresponden con las fechas de 1903 a 1912, la primera, y entre 1947 y 1955, la segunda. Junto a ellas hay cuatro breves repuntes que se corresponden con los años 1887-1889, 1895-1896, 1919-1920 y 1923-1924. En todas estas fases, los saldos migratorios resultan fuertemente negativos destacando 1912 por ser el año en que se alcanzó el máximo de salidas, con un total de 202.218 personas, y lógicamente el saldo negativo más importante con 133.089 personas.
            Una segunda observación afecta a las fases en que se produce un mayor retorno de emigrantes a la Península. En el período anterior a la Guerra Civil se aprecian tres etapas de reflujo migratorio. La primera se produce entre 1897-1899, con un retorno de 111.795 personas, y lógicamente está directamente asociada a la fase final de la presencia española en Cuba y Puerto Rico. Un segundo período de regresos se produjo entre 1914 y 1918, coincidiendo con la Primera Guerra Mundial y con la posición de neutralidad española que facilitó una fuerte expansión de la economía española. Finalmente, la tercera etapa se materializó entre 1931 y 1934, pudiendo señalarse como las principales causas del importante número de retornos tanto los efectos socioeconómicos de la “Gran Depresión” de 1929 como la implantación de la Segunda República, que facilitó el regreso de un número de emigrantes que habían abandonado el país por razones políticas.
            Los datos sobre emigración durante la Guerra Civil (1936-1939) y los primeros años de la postguerra (1940-1945) que, no lo olvidemos, coinciden con la Segunda Guerra Mundial, resultan poco significativos y de dudosa fiabilidad debido a la falta de controles efectivos en los movimientos migratorios a Iberoamérica por los puertos españoles y, sobre todo, a la ausencia de estadísticas de las migraciones clandestinas españolas desde otros países, especialmente desde Portugal y Francia».