Alberto López Basaguren

Mirada de futuro
(El País, 29 de junio de 2008)

            Nadie lo diría, pero una parte muy dilatada de nuestra autonomía ha estado gobernada por coaliciones entre nacionalistas y socialistas. La estrategia política seguida por el nacionalismo institucional a partir de su ruptura indica que la experiencia sirvió de poco. Sin duda, se hicieron cosas muy importantes: el pacto de Ajuria Enea, difícil de imaginar fuera de aquella coyuntura; la importante contribución socialista a la gestión; el periodo de estabilidad política y los límites que pusieron los socialistas a la apropiación del país por los nacionalistas. Las debilidades de nuestro sistema político exigían, sin embargo, una trascendencia casi fundacional, que estableciese, con garantías de futuro, los fundamentos de un sistema político estable e integrado. El nacionalismo coquetea con la inestabilidad. Juega con el rechazo a la integración política. Sigue manteniendo la ficción de una integración forzada, necesitada de ser compensada sin descanso. Simultáneamente, ejerce el poder de forma excluyente y embarca al país en proyectos que dejan fuera a una parte muy sustancial de la sociedad, desestabilizándola. En este doble terreno se jugaba la validez o la inutilidad sustancial de la coalición de gobierno PNV-PSE. Y, visto en perspectiva histórica, fracasó.
            La satisfacción de las exigencias nacionalistas como garantía de su integración política llevó a ensayar una especie de nuevo pacto foral, pero de una sola dirección. Los logros nacionalistas tienen naturaleza estructural, pero no sus contrapartidas. Los nacionalistas rehúsan cualquier compromiso leal para garantizar la estabilidad, desapareciendo la esencia del viejo pacto foral.
            Para una parte importante del nacionalismo aquélla fue una experiencia forzada por las circunstancias, aceptada con una contrariedad sólo aliviada por la conservación del poder en una coyuntura de ruptura del partido. Para los socialistas fue la oportunidad de acceder a un gobierno que tenían vedado, del que salieron con una doble sensación: de Arcadia idealizada, a la que necesariamente habría que tratar de retornar, y de maltrato, de deslealtad, de engaño por parte de sus socios.
            Pero, como nos recuerda un personaje de Isaac Bashevis Singer en Sombras sobre el Hudson, "el engaño sólo es posible cuando la víctima colabora". Los socialistas, condicionados por una política de Estado entendida de forma asfixiante, fueron, a pesar de su fuerza electoral y de ser el salvavidas del PNV, un socio subalterno, que aceptó la existencia de ámbitos de poder reservados al nacionalismo y que, con una ingenuidad sólo comprensible por el desconocimiento, trató de ganarse una credencial irreprochable de vasquismo que le dejaba en manos de los nacionalistas.
El nacionalismo se empeña en transmitir la idea de que sólo la pérdida del poder le permitirá aprender el profundo significado de la pluralidad vasca y de sus exigencias, pero aún tendremos pendiente el reto de la integración, de la estabilidad. Y, seguramente, necesitaremos un punto de partida construido sobre acuerdos sustanciales entre defensores de proyectos antagónicos.
            La experiencia de los gobiernos de coalición es valiosa como negativo de lo que debe hacerse en el futuro. El nacionalismo necesita una cura de humildad; necesita aceptar con honestidad que la sociedad vasca no son sólo ellos; aprender que no pueden construir el futuro sin los otros y, aún menos, contra ellos. Que los acuerdos no son un mero paréntesis, un momento de reposo en el camino hacia sus objetivos. La aceptación leal del engarce en el sistema político español debe ser, necesariamente, una condición ineludible; la indeterminación debe limitar su oportunidad de juego, de rendimiento político en la escena española. Pero su interlocutor tendrá que superar los complejos frente al nacionalismo, lo que sólo es posible con un profundo conocimiento de nuestra sociedad en toda su extensión, con una profunda implantación en sus diferentes realidades. Sólo así podrá ser autónomo, no depender del nacionalismo, no requerir credencial alguna, no tener que ser llevado de la mano, no estar a su merced. Sin quedar recluido, aislado en una parte de la sociedad.