Alberto López Basaguren
El proceso y sus consecuencias en el Reino Unido
(Página Abierta, 234, septiembre-octubre de 2014).

  El texto que aquí publicamos es una transcripción de la conferencia del experto constitucionalista Alberto López Basaguren, pronunciada el 19 de septiembre en La Bóveda, la sala de actos de Acción en Red-Madrid.
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Tres fueron los bloques que estructuraron la charla de Alberto López Basaguren: el proceso para llegar a la celebración del referéndum del pasado 18 de septiembre, el análisis de los resultados, lo que significan, y, en tercer lugar, las perspectivas que se abren, ahora, a la luz de lo sucedido en estos meses.

Y ya en el inicio de su exposición señaló la importancia de este proceso: «Por una parte, es verdad que la victoria del no ha sido clara, a pesar de algunas predicciones, pero sobre todo ha habido un cambio cualitativo importante en el Reino Unido en escasamente un año».

Antes de hacer historia de los prolegómenos de esta convocatoria, este especialista en derecho constitucional se detiene a explicar las peculiaridades del sistema constitucional británico para distinguir la influencia jurídica del referéndum escocés sobre la cuestión catalana de la que pueda ejercer políticamente. En su opinión: jurídicamente, nula; ineludible, desde punto de vista político.

Para López Basaguren se puede situar el comienzo de este proceso en las elecciones escocesas de 2011. En ellas, el Scottish Nacional Party (Partido Nacional Escocés) obtiene la mayoría absoluta. Con una diferencia considerable: 69 escaños frente a 37 de los laboristas, 15 de los conservadores, 5 liberal-demócratas y 2 verdes, los Verdes escoceses (1).

Pues bien, en esa situación –cuenta Basaguren–, «Alex Salmond, el líder del SNP que hoy ha dimitido  –lo que le honra extraordinariamente y pone en evidencia el concepto de moral política que a pesar de los pesares todavía prima en el Reino Unido– lanza, en enero de 2012, su propuesta de convocar un referéndum sobre la independencia». Idea presente en el programa electoral del SNP en 2011. En él, con meridiana claridad, se hacían dos propuestas compatibles entre sí. Una, la de una mayor autonomía para Escocia, lo que llamaban la Devo Max (2), centrada en la reclamación de competencias en el ámbito fiscal. «El Partido Nacional Escocés tiene en mente el concierto económico del País Vasco y de Navarra y lo saca habitualmente». Y la otra, el compromiso de convocar un referéndum sobre la independencia durante la legislatura.

«En aquellos momentos, yo creo que en el SNP prácticamente nadie creía que la independencia podía tener un atractivo cualitativamente llamativo en el electorado. Era una reclamación instrumental, primero en relación con el programa político a largo plazo del Partido Nacional Escocés; y a corto plazo, un apoyo del electorado independentista a la reclamación que de verdad les importaba, que era la de mayor autonomía en el ámbito fiscal».

Frente a ello, continúa Basaguren, el sistema político británico se encuentra ante un problema difícil de eludir en la mentalidad política del Reino Unido. «Si un partido que se ha presentado a unas elecciones con un programa claro obtiene una mayoría absoluta, lo que allí llaman un mandato mayoritario, ¿cómo negarse a permitirle que lo ponga en práctica?».

Y aquí da comienzo un primer debate. Los nacionalistas defendían inicialmente la competencia de Escocia para convocar el referéndum directamente. El Gobierno y el Parlamento británicos se oponían radicalmente. Para ello se basaban en lo que estipulaba el Scottland Act (el Estatuto de autonomía de Escocia), que determinaba que entre las materias reservadas al Parlamento de Westminster (3) se encuentra precisamente la unión entre los reinos de Escocia e Inglaterra. Por lo tanto, era una cuestión sobre la que el Gobierno escocés no tenía ninguna competencia.

Pero la gestión política del mandato mayoritario que había recibido del electorado el SNP les llevó a plantear una negociación, tras aceptar que, ciertamente, a la luz de la Scottland Act no tenía competencia para convocar ese referéndum.

Un acuerdo para el referéndum

Y así se llega el Acuerdo de Edimburgo de 15 de octubre de 2012, después de nueve meses de intenso debate en el Reino Unido, sobre el sí o el no de la convocatoria de referéndum o de las condiciones para celebrarlo.

El Acuerdo de Edimburgo, en la valoración de López Basaguren,  sustancialmente, otorga una victoria al Partido Nacional Escocés en dos cuestiones. «Una, que el referéndum se va a llevar a cabo. Y otra, la posibilidad de extender el derecho de voto a los jóvenes de 16 y 17 años. Una obsesión que tenía el SNP pensando en que le favorecería en el referéndum, previsión no confirmada si hacemos caso a una encuesta publicada hoy en un análisis de los resultados. Algo resuelto de un modo muy torpe, porque es una excepción. O bien se afronta, a mi juicio, una reforma del sistema electoral en su conjunto y en todas las elecciones, o esos jóvenes que han podido votar en el referéndum escocés no van a poder votar en las próximas elecciones de 2015 al Parlamento británico».

Por su parte, el Gobierno británico impone una sola pregunta directamente sobre la independencia, frente a la pretensión del Partido Nacional Escocés de que hubiese tres preguntas: “¿Usted quiere que siga el statu quo actual de la Scottland Act?”, “¿Usted quiere mayor autonomía en el ámbito fiscal como propone el SNP?” o “¿Usted quiere la independencia?”.

Solución que, según nuestro conferenciante, «es uno de los grandes errores de David Cameron –que ha cometido muchos y no solo en este ámbito–. Confiado en el poco apoyo que tenía la independencia, impone esa única pregunta, en una interpretación un poco rígida y no necesariamente adecuada del principio de claridad que se impuso en Canadá».

El Gobierno británico acepta una tercera propuesta del SNP, que se celebrase en 2014. El Partido Nacional Escocés creía que era una buena fecha porque en ella se celebrarían en Escocia los Juegos de la Commonwealth, la Ryder Cup –enfrentamiento clásico de golf Europa-EE. UU.–, y el séptimo centenario de la batalla de Bannockburn, la última victoria escocesa en las guerras con Inglaterra.

Además de la pregunta, el Gobierno británico consigue que se aplique en el proceso la legislación electoral británica y, sobre todo, que el control esté en manos de la Comisión Electoral del Reino Unido: «Una comisión electoral muy prestigiosa».

Precisamente, la Electoral Comission hizo modificar la pregunta que inicialmente pretendía el Partido Nacional Escocés. La propuesta inicial era “¿Está usted de acuerdo con que Escocia sea un país independiente?”. La que propuso la Comisión Electoral y finalmente se adoptó fue: “¿Debería ser Escocia un país independiente?” (4).

En este apartado, López Basaguren, se detiene primero en algo muy conocido por nosotros. «El comportamiento político del electorado británico varía amplísimamente entre elecciones autonómicas y elecciones generales. Quiere decir que ha habido tradicionalmente un porcentaje importante de votos del Partido Nacional Escocés en las elecciones escocesas que no es nacionalista ni independentista pero que considera que quien va a gestionar mejor la autonomía y va a defender mejor los intereses escoceses en el Gobierno de la autonomía es el partido nacionalista. Por tanto, las debilidades con las que se presentaba el SNP al referéndum, con una sola pregunta sobre la independencia, eran muy grandes».

Es decir, en su opinión, la derrota hace un año era previsible por un margen de más de 20 puntos o de casi 30 puntos. ¿Qué ha pasado de esos 25 puntos a los 10,6 que ha sido finalmente la diferencia de ayer? Por tanto, con el Acuerdo de Edimburgo en esas condiciones, el Gobierno británico, el establishment político británico se las prometía muy felices.

«En mayo de 2013, el entonces secretario para Escocia, Michael Moore, invita a Jean Chrétien a una visita a Londres. Jean Chrétien era el primer ministro canadiense cuando se celebró el referéndum de 1995 en Quebec. Quebequés él también, federalista, primer ministro y antes ministro de Justicia en el proceso de patriación de la Constitución de Canadá. Y en Financial Times (el 16 de mayo de 2013) aparece un titular grandísimo diciendo: “Los ministros británicos están poniendo demasiado fácil a Escocia dejar el Reino Unido”. El pánico empezó a entrar en este momento». Jean Chrétien advertía sobre los errores que podían cometer recordando cómo en Québec, en el último mes antes del referéndum, la posición del electorado dio un vuelco a favor del , mientras que era previsible una suficientemente amplia mayoría a favor del no. Vuelco que achacaba a los errores del campo federalista en la campaña.

«A la vista de lo sucedido no les ha servido de mucho porque, aunque ha ganado el no, los errores han sido muchos. Por parte, especialmente, de David Cameron, que es profundamente odiado en un amplio sector social escocés y que, sin embargo, hace declaraciones como “Por favor, no se vayan del Reino Unido que me romperán el corazón”. Eso estoy seguro de que incitó a muchos en Escocia al voto , porque muchos escoceses no podrían tener un placer mayor que romper el corazón de David Cameron. En otro caso, unos altos “burócratas” del Gobierno británico dijeron al Financial Times que las dos situaciones, la que describía Jean Chrétien y la que se veía que empezaba a ocurrir en el Reino Unido tenían “paralelismos desasosegantes”.  Y así se llega a manifestar en el referéndum pasado».

El debate

Considera López Basaguren, en primer lugar, muy importante el tipo de debate que se ha producido. «El debate se inicia mientras Michael Moore era secretario para Escocia, con una seriedad, digamos, casi académica». El Gobierno británico pone en marcha una serie de informes que denominan la “Scottland analysis” con dos objetivos: uno, mostrar cuáles han sido los beneficios para Escocia de pertenecer a Gran Bretaña; y, segundo, cuáles son los riesgos y los problemas a los que se va a enfrentar si se independiza.

«Son, por tanto, informes de parte, que solemos decir en el ámbito jurídico. Pero informes que, a pesar de ser de parte, están hechos con una seriedad impresionante. Por ejemplo, el primero, que tuvo un gran impacto, contiene un anexo sobre el problema internacional: qué pasaría con Escocia si se independiza, tanto en la UE como en el ámbito de las organizaciones internacionales, etc., que está basado en un informe realizado por dos de los más prestigiosos profesores de Derecho internacional del Reino Unido en materia de sucesión de Estados (5)».

Se van sucediendo, en cadencia de un mes, dos meses, etc., diferentes informes, entre ellos, uno sobre el sistema financiero de Escocia, «absolutamente desproporcionado respecto al Producto Interior Bruto escocés, y solo sostenible si se tiene en cuenta el conjunto del Producto Interior Bruto británico. Si no, sería una situación a la islandesa».

Otro informe sobre la unión monetaria. En el Reino Unido, después de la crisis financiera del euro, mentar el euro es “mentar la bicha”, es mentar unos riesgos impresionantes. Los británicos entienden que con la libra han podido hacer cosas que los países del euro no han podido. Y, por tanto, es un tema extraordinariamente sensible. Ya lo era incluso antes de la crisis financiera. Y así se van sucediendo los estudios: el problema de la deuda, etc.

De esta forma, no solo ponen encima de la mesa los problemas reales que habría en la negociación que seguiría a un hipotético apoyo mayoritario a la independencia, sino, además, con argumentos académicos, de expertos, etc., muy sensatos, contrastables y públicos; por lo tanto, rebatibles. «El Gobierno escocés responde con el “El futuro de Escocia” e intenta salir al paso de esos argumentos sin lograr, yo creo, una solidez en los contraargumentos equiparable a la de los que estaban presentes en los informes del Gobierno británico».

Pero ha sucedido una cosa muy llamativa. «Se ha ido viendo en las encuestas –dando por supuesto que estaban bien hechas– que, no ya los votantes del , sino una parte muy mayoritaria, de más del 70% de los ciudadanos escoceses, creía, primero, que lo dicho por el Gobierno del Reino Unido y de los tres partidos de Westminster (6) –“si Escocia vota mayoritariamente a la independencia, advertimos desde ahora ya de que lo que queda del Reino Unido no aceptaría una unión monetaria con Escocia”– era, como señalaba el Partido Nacional Escocés, una venganza y una amenaza no creíble, un farol». 

«Es increíble la forma en que penetró en la ciudadanía escocesa la convicción de que si votaba mayoritariamente Escocia a favor de la independencia, a pesar de lo que estaban diciendo, el sistema británico, el Reino Unido, aceptaría una unión monetaria». Ello a pesar de los argumentos de mucho peso de los dirigentes británicos: la desproporción del sistema financiero escocés; el hecho de que el Banco de Inglaterra tendría que sostener una hipotética crisis bancaria en Escocia como la de hace muy pocos años (7), etc. Y lo tendrían que sostener los electores del resto del Reino Unido.

Y una segunda convicción que el Partido Nacional Escocés ha logrado que cale en el electorado, también de forma bastante mayoritaria, es la de que la Unión Europea no podría rechazar a una Escocia independiente como miembro de ella. A pesar, incluso, de las declaraciones, por ejemplo, de Durão Barroso, presidente de la Comisión, o de Van Rompuy, presidente del Consejo. O de la tradición de comisiones anteriores en las que en el Parlamento Europeo han respondido en el mismo sentido. O de las afirmaciones de diferentes jefes de Estado.

Este resultado del debate llevaba, en palabras de Basaguren, a la necesidad de una particular reflexión. «En la campaña y en el debate de este año, Alex Salmond ha demostrado ser un gran político. No sé si esto es bueno o es malo, no sé si es una loa o una crítica, pero ha demostrado ser capaz de excitar al electorado y que el electorado crea lo que le está diciendo; mientras que la otra parte, con argumentos técnicos de muchísimo peso, no han tenido ninguna credibilidad».

A esas convicciones se sumaba la de que, por supuesto, Escocia podía ser un país viable como país independiente. «Algo que nadie se atrevía a negar en plena campaña». En definitiva, dijese lo que dijese el Reino Unido, iba a haber unión monetaria, no podían negarlo, y Europa no podía rechazar una Escocia independiente que había ejercido democráticamente su derecho a decidir qué quería ser (8).

Respecto del futuro de una Escocia independiente, cree Basaguren que no era sostenible lo que decían quienes lo ponían todo negro. «Claro que hay muchas empresas en Europa que tendrían interés en que una Escocia independiente siguiese en la Unión Europea. Y son intereses que pueden llegar a jugar de forma muy importante. Claro que es una forma de rasgarse las vestiduras el que un territorio que formaba parte de la Unión, como consecuencia de un referéndum sobre la independencia, sea expulsado de la Unión. Eso chirría también».

Pero otra cosa, en su opinión, es cerrar los ojos a los elementos –o desconocerlos– que jugaban en contra de esas pretensiones no habiendo acuerdo previo con el Reino Unido. «Con un acuerdo serio dentro del Reino Unido y Escocia como excepción, yo creo que Escocia hubiese tenido muy pocos problemas para permanecer casi automáticamente en la Unión».

Antes de entrar en el análisis de los resultados se detiene en una cuestión a la que se le ha prestado poca atención pública pero reproduce, según él, algunos de los problemas que también ocurrieron en Quebec y que durante la tramitación del plan de Ibarretxe se pusieron de manifiesto también en el País Vasco.

Las islas exteriores, donde casualmente están los yacimientos de petróleo y gas (9), en concreto, las Orkney (Orcadas, en castellano), las Shetland y las Eilean Siar (Hébridas Exteriores u Occidentales), representadas por los presidentes de sus Consejos, se reunieron hace un año y pusieron en marcha un proyecto, “Nuestras islas, nuestro futuro”, advirtiendo que ellos no querían formar parte de una Escocia independiente; que en el caso de que Escocia se independizase, querían ser como las islas del Canal, dependencias de la Corona, con una relación directa con el Reino Unido y no formando parte de la Escocia independiente.
Una de las cosas en las que ha insistido la campaña del Partido Nacional Escocés ha sido el tratar de mimar a las islas. Pero si se observan los resultados del referéndum, en las Orcadas y en las Shetland se encuentra el porcentaje más alto de voto no: hay 40 puntos de diferencia, aproximadamente, entre el y el no. «Es decir, en la negociación sobre la independencia, en caso de que hubiese habido un resultado positivo, ese iba a ser un problema importante» (11).

Los resultados

«Hace un año –insiste Basaguren– la diferencia entre el y el no era abismal: el , en los mejores pronósticos, no superaba el 32%. Sin embargo, ayer alcanzó un 44,7% de los votos, con una alta participación». En este referéndum ha votado más del noventa por ciento del electorado registrado –la población con derecho al voto debe registrarse previamente para votar–, lo que supone casi un 85% del censo total.

¿Qué ha pasado para que en un año el suba aproximadamente 15 puntos?, se pregunta él. Y nos recuerda que las encuestas fijaban la diferencia en dos o tres puntos. Llegando incluso, dos domingos antes, una muy prestigiosa, YouGov, a dar como posible la victoria al con un 51%.

Puede, piensa, que esas encuestas tuviesen defectos de elaboración, pero muy probablemente reflejaban lo que los ciudadanos en ese momento pensaban. «El apoyo al es muy posible que haya sido bastante inferior de lo era perfectamente posible o parecía perfectamente posible: quizás, unos 6 o 7 puntos inferior».

Para Basaguren, el elemento fundamental que puede explicar lo sucedido se puede encontrar en un análisis del electorado tradicional laborista de Escocia. «La inmensa mayoría de los diputados en Westminster del Partido Laborista son diputados escoceses. El Partido Laborista quedaría, casi, como un partido marginal si no tuviese a los diputados escoceses. Pues bien, ¿por qué el electorado laborista, que no se siente independentista, ha estado cerca del ? En las encuestas se calculaba que un 40% del electorado tradicional laborista podía votar . Y seguía declarándose no independentista.

Entiende que ha habido una conjunción de dos elementos. Uno, responde a cómo le afecta al electorado laborista escocés la política económica y social que aplican los conservadores en el poder británico; otro, el cambio producido en la campaña electoral laborista los últimos días antes de la votación.

En las áreas con crisis industrial, muy depauperadas, ese electorado, en gran parte compuesto de trabajadores manuales considera que se ha fracturado el consenso –ellos, evidentemente, no lo expresan así– sobre el modelo económico y social en el Reino Unido protagonizado por los conservadores. «Los conservadores, ingleses fundamentalmente, lo que llaman el sistema de Westminster, es decir, los que han estudiado en Eaton, los que han ido a Oxford o a Cambridge a estudiar, etc., esa élite británica es profundamente odiada por la clase trabajadora británica, en general» (12).

Y para explicar mejor ese dilema del laborismo escocés –en principio votante unionista– recurre a un par de ejemplos.

«Alguien, laborista,  que fue primer ministro de Escocia hace algo menos de un año, dijo: “Yo sigo pensando en votar no, porque la oferta que me hacen los independentistas de un modelo social y económico diferente al que están imponiendo los conservadores no me parece convincente, pero si llegase a pensar que es convincente lo que me ofrecen, pensaría el voto ”. Y hace menos de un mes otro dirigente laborista declaró: “Los votantes que vayan a votar no se lo debieran pensar muy bien”. Luego tras ser llamado a capítulo, tuvo que salir a afirmar que él seguía pensando votar no».

Era el termómetro de lo que gran parte o parte muy importante del electorado laborista estaba sintiendo. Ven que están siendo desplazados por un cambio en el modelo social y económico del Reino Unido, por un nuevo modelo económico impuesto por los conservadores desde Londres, que ellos rechazan. Y en esa disyuntiva, el Partido Nacional Escocés ha insistido, sobre todo, en el modelo social nórdico: “Un fondo con los dineros obtenidos del petróleo y del gas para las futuras generaciones”.

Un ejemplo de lo paradójico de la posición del electorado escocés lo encuentra López Basaguren en la reacción por la política del Gobierno sobre el Sistema Nacional de Salud. Se trata de una competencia escocesa, con una financiación privilegiada dentro del Reino Unido; sin embargo, los recortes que imponen los conservadores en el Sistema Nacional de Salud ha sido uno de los elementos que más han movilizado al electorado escocés a favor del , cuando en Escocia no hay esos recortes y es competencia del Gobierno escocés.

«El ascenso del yo creo que se explica por esos motivos que he comentado», concluye.

No ha habido –y el electorado en las encuestas lo pone de manifiesto– cambio de sentimientos. El sentimiento escocés es profundo en los favorables del , pero no en todo el mundo. Ahí no hay gran importancia. Y tampoco ha modificado su visión del Reino Unido y de la integración, pero sí se sienten rechazados por ese nuevo modelo social y económico impuesto por los conservadores.

Y si ha llegado a no ser tan grande ese salto, ha sido –en su opinión– porque en los últimos diez días, cuando se vio que el 40% del electorado laborista podía votar , el Partido Laborista se olvidó de Better together (“Mejor juntos”) –salvo Alistair Darling, que seguía allí como podía (13)– y empezó a hacer campaña directamente con Ed Miliband, pero sobre todo con el ex primer ministro Gordon Brown, escocés de nacimiento.

Muestra de la importancia de la presencia de Gordon Brown en la campaña este titular de un periódico: “Gordon Brown, el hombre que puede salvar la Unión”. El que solo la mitad del electorado que según las encuestas, días antes, pensaba votar , lo haya hecho, da cuenta del peso final de esa campaña laborista con Brown al frente.

Conviene tener presente, según Basaguren, cuál es el sentir del laborismo escocés. «El electorado laborista se siente desatendido porque, frente a ese nuevo modelo económico y social impuesto por los conservadores, el Partido Laborista está huérfano de alternativa» (14).  

Las perspectivas

Para este estudioso de los problemas de secesión que afrontan algunos países, estaba bastante claro qué panoramas se abrían en una hipótesis u otra. «En la hipótesis de la victoria del , el panorama era la apertura de la negociación de la independencia. Proceso que me he atrevido a describir, parafraseando a Clausewitz, así: “La negociación sobre la independencia será la guerra por otros medios”. En esa negociación el electorado escocés se iba a ver obligado, en sus palabras, a un baño de realismo, tanto sobre la posibilidad de la unión monetaria como con su permanencia en la UE.

«Los argumentos que ponían el Gobierno y los partidos británicos para negarse a la unión monetaria con la independencia de Escocia eran muy solventes y calaban mucho en el electorado inglés: “¿O sea, que iríamos a una unión monetaria sin unión fiscal para que nos pase lo que ha ocurrido en la UE con el euro?”.

En cuanto a la permanencia de una Escocia independiente en la UE, Basaguren, de entrada, señala como posible que consiguiese el ingreso, pero el trayecto que tendría que recorrer no sería el que ellos preveían del mantenimiento automático.

En este punto hace un inciso para puntualizar algo importante. Los favorables al no ponían encima de la mesa, desde un punto de vista técnico, las incertidumbres. Sin embargo, los del han sabido políticamente diluir esas incertidumbres que él cree que son ineludibles.

En el caso de la victoria del no piensa que ha ocurrido algo muy singular: la gran estrategia diseñada por David Cameron se demostró, prácticamente desde el primer momento, un desastre absoluto. Cameron confiaba en que el apoyo a la independencia era muy bajo y que, por lo tanto, no había forma de que subiese 25 puntos en un año. Por otra parte, «al imponer una pregunta tan clara sobre la independencia forzaba el retraimiento del electorado no muy convencido».

Pero es que, además, después de rechazar la tercera pregunta propuesta por el SNP sobre la Devo Max (un mayor poder autonómico) y aprobarse el acuerdo sobre el referéndum, se plantea el debate de tal forma que, inmediatamente, los partidos defensores del no se ven obligados a decir que «si se produce ese resultado, garantizan una reforma de la autonomía que dé un mayor poder fiscal a Escocia».

Ya en 2012, recuerda Basaguren, se reformó el Estatuto de autonomía escocés incluyendo en él más poderes fiscales. Se trataba, no obstante, de unos poderes ridículos que no satisfacían a nadie.

Ya desde los debates de la Home Rule (Gobierno propio) para Irlanda a finales del siglo XIX, el Reino Unido, «ha demostrado una incapacidad congénita para resolver estos problemas a tiempo; y cuando no se resuelven a tiempo, se resuelven mal» (15).    

Y aquí y ahora, concluye, está pasando lo mismo, asombrándose de que a diez o quince días del referéndum se intente inclinar la balanza a favor del no prometiendo conceder lo que hace dos años no han sido capaces de llevar a cabo en unas condiciones de mayor tranquilidad.

Continúa Basaguren su exposición dando paso a otros protagonistas, el mundo económico. El mundo de los negocios ha estado absolutamente callado hasta la aparición de la encuesta del 51% para el , ya comentada. A partir de ese momento «empezaron a salir en tromba». Por un lado, todos los presidentes de los bancos escoceses –con un gran peso en el sistema financiero británico– advirtiendo de que, si se producía un voto mayoritario a favor de la independencia, trasladarían inmediatamente su sede a Inglaterra o al resto del Reino Unido. A ellos se les sumaban empresas de distribución, grandes almacenes como John Lewis, etc., planteando que podría haber problemas muy serios –entre otros– de precios.

También se produjo un movimiento muy importante de apertura de cuentas bancarias desde Escocia en bancos con sede en el resto del Gran Bretaña. 

Este movimiento, para él, influyó en dos sectores de la ciudadanía escocesa en los que aumentaba la desconfianza ante el cambio hacia la independencia. Uno, los pensionistas, preocupados por la garantía de sus pensiones, por la sostenibilidad o no de ese sistema. El otro, las mujeres: «Se ha puesto de manifiesto que las mujeres, significativamente, con una diferencia de alrededor de 20 puntos sobre los hombres, no veían seguridad en eso de la independencia, veían demasiadas incertidumbres y, por lo tanto, iban a votar no». 

También es significativo e interesante el dato del resultado por tramos de edad. En un análisis publicado al día siguiente del referéndum, se ve que solo en un grupo de edad es mayoritario el , no en los más jóvenes (16),  sino en los de edad comprendida entre 30 y 45 años.

«Por tanto, el panorama que se abre es necesariamente el de la profunda reforma del sistema autonómico del Reino Unido. Pero no solo. El comportamiento del electorado escocés, y el propio referéndum, ha puesto encima de la mesa la profunda crisis –ya antes se hablaba de ello, había un consenso bastante mayoritario– de lo que allí se llama, bastante despectivamente, “Westminster system”, el sistema del Parlamento británico, de esa élite que controla la Unión…».

Y por fin, afirma que este es el punto al que ha llegado la Devolution –que es como se llama la autonomía en Gran Bretaña–, el tope; y, en consecuencia, es necesario afrontar la configuración federal del Reino Unido. Ahora bien, para ello hay que tener en cuenta la histórica y radical oposición unionista. Así sucedió en los debates de la Home Rule para Irlanda, en los que el unionismo –y en esto hay un paralelismo con España– rechazó visceralmente la palabra federalismo (17). «Todo el desarrollo de la Devolution ha estado marcado por el mismo problema».

Si no se da una solución coherente, concluye Basaguren, crecerá de modo importante el malestar escocés y difícilmente se va a retener a Escocia en el Reino Unido en el futuro (18).

En otras palabras, más allá del problema escocés, es probable que estemos ante una crisis del conjunto del sistema político de  Gran Bretaña.
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Alberto López Basaguren es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). También ha sido profesor visitante en las Universidades de Montreal (Canadá) y Edimburgo (Escocia).

(1) Es decir, una mayoría muy notable, sobre todo teniendo en cuenta que se había diseñado en el Scottland Act  (Estatuto de autonomía de Escocia) un sistema electoral muy peculiar, una novedad en el Reino Unido, precisamente, para impedir los Gobiernos mayoritarios, para obligar a coaliciones, cosa que rompe la estructura tradicional del Reino Unido.
(2) Devo Max, término que deviene de Devolution (autonomía, reclamación de poder propio).
(3) Parlamento del Reino Unido ubicado en el municipio de Westminster (Gran Londres).
(4) «Tras un análisis de los resultados de diversas consultas, la Comission reconoce, por una parte, que todas las personas consultadas entienden claramente qué se está preguntando, pero algunas consideran que preguntar “¿Está usted de acuerdo…?” incita al y, por tanto, propone que sea una pregunta mucho más neutra».
(5) James Crawford, de la Universidad de Cambridge, y Alan Boyle, de la Universidad de Edimburgo.
(6) Los dos partidos de la coalición de Gobierno (conservadores y liberales) y el Partido Laborista.
(7) Con muchos millones de libras en juego, siendo Gordon Brown primer ministro.
(8) «En relación con esto, se olvida aquí que Europa tiene, yo creo, casi marcado en los genes una experiencia de lapidación del principio de las nacionalidades en el periodo de entreguerras que acabó en un desastre mayúsculo».
(9) Otra de las cosas que no se creía buena parte del electorado escocés era los cálculos sobre reservas de gas y petróleo que hacía el Gobierno británico.
(10) En las Hébridas Exteriores, el resultado a favor del no ha sido importante pero no tan llamativo.
(11) «En Quebec, los independentistas que creyeron que por una diferencia de 55.000 votos sobre 4 millones de votantes, la independencia les esperaba a la vuelta de la esquina, enseguida vieron que no era así. Y, sobre todo, se dieron cuenta de que las condiciones que habían impuesto ellos y que el Tribunal Supremo de Canadá había aceptado en el dictamen sobre la secesión de Quebec, que obligaban al Estado federal canadiense a negociar con Quebec si la mayoría de Quebec votaba a favor de la independencia, se volvía en su contra en el proceso de negociación y acababa siendo un Quebec casi territorialmente inviable, por la concentración de los votos contrarios –en algunos casos hasta el 80 y el 90% en contra– en territorios muy concretos. Y algo similar se anunciaba en Escocia, aunque es un tema que se ha intentado eludir».
(12) «Los británicos –es lo yo que he percibido– no son nada racistas, les da lo mismo que uno sea amarillo, negro…; pero sí son profundamente clasistas».
(13) Dirigente laborista, diputado por Escocia en el Parlamento británico, fue ministro del Tesoro de 2007 a 2010.
(14) «Quizá pierdan los conservadores las próximas elecciones, pero no porque las gane el Partido Laborista».
(15) «En el caso irlandés, el Reino Unido ofrece la aprobación de la Home Rule cuando Irlanda ya estaba en el camino de la independencia sin vuelta atrás».
(16) Hay que recordar que en esta consulta podía votar también la población de 16 y 17 años.
(17) «Sobre ese periodo de Irlanda, un historiador canadiense considera que, aparte de la ceguera del unionismo tradicional británico, si fracasaron los sucesivos proyectos de Home Rule, y se le puso tan fácil el ataque a los unionistas, fue, en gran medida, por las incoherencias internas de las propuestas del Primer Ministro William E. Gladstone, precisamente por tratar de eludir un sistema federal».   
(18) Hablando de las incoherencias actuales cita la llamada “west lothian question”, algo que inquieta a la población inglesa (y que ya se discutió a finales del siglo XIX en relación con Irlanda). De los cuatro territorios que componen en Reino Unido, solo Inglaterra no tiene un poder autonómico propio. Sucede entonces que, por ejemplo, los diputados escoceses del Parlamento británico pueden debatir y votar sobre asuntos específicamente ingleses, pero los diputados ingleses no tienen esa opción en temas que se correspondan con las competencias del Parlamento escocés.

Diferencias constitucionales y eco político

«Aquí hay mucha gente, y en concreto en mi campo científico, en el ámbito del Derecho constitucional, que ha insistido, permanentemente o desde hace mucho tiempo, en que las diferencias constitucionales entre el Reino Unido y España son tales que la cuestión tratada en la RU había que separarla radicalmente y no se podía trasladar al caso español.

Ciertamente, la primera cuestión que hay que tener en cuenta, por tanto, es la enorme diferencia de sistema constitucional entre Gran Bretaña y España. El Reino Unido es una excepción en el mundo a la que ha seguido Nueva Zelanda. Es el único del entorno de las democracias liberales que no tiene una Constitución codificada que tenga supremacía jurídica sobre las leyes que aprueba el Parlamento. En el sistema británico tiene vigencia tradicional –aunque es un principio que está siendo objeto de una fortísima erosión– lo que tradicionalmente han llamado el principio de soberanía parlamentaria. Eso quiere decir que el Parlamento tiene en sus manos la Constitución. Lo que ocurre es que eso puede llevar a una mala interpretación, porque el sistema británico ha demostrado a lo largo del tiempo que tiene unos resortes internos que les impide caer en la tiranía parlamentaria de una mayoría coyuntural. Vinculado a este elemento, en el Reino Unido, por tanto, adquiere vigencia un concepto político y no jurídico de Constitución. Esto da una flexibilidad que en todos los demás países con Constitución es mucho más difícil.

Sin embargo, siempre he defendido que aun siendo conscientes de esas diferencias constitucionales, me parece ineludible en un mundo como el presente, en el que la intercomunicación es impresionante, la pretensión de que el proceso escocés pueda tener influencia política, no jurídica, en España. Otra cosa es que las situaciones sean trasladables, que sean» (A. L. B.)