Alejo Gutiérrez
Mi Cuba, mi izquierda y mi pena
Página Abierta, 208, mayo-junio de 2010.

            Me encanta Cuba. Tal vez sea por el calorcito rico que tanto desespera a los nativos pero que a mí me agrada, o será porque me gusta la diversidad y la mezcla que allí lo domina todo: su música, sus religiones, el color de la piel de sus habitantes..., pero, sobre todo, creo que es porque ellos se parecen a como éramos nosotros hace unos años, antes de que nos volviésemos más egoístas y más individualistas, y comparten con los vecinos tanto los chismes como lo poco que tienen, porque la cosa está mala y hay mucha necesidad.

            Y de que está mala, está mala. Pero muchas veces lo peor no es la escasez. Es que es muy duro siempre lo mismo y más de lo mismo, sin ninguna esperanza de que vaya a cambiar nada en el futuro, como no ha cambiado nada en tantos años. Bueno sí, cada vez la ciudad está más muerta, porque ¿adónde ir?, y además no hay muchos pesos. Y de los amigos de la esquina cada vez quedan menos, porque los que pueden se van para la Yuma.

            Y a  mí que no me vengan con cuentos. Ya está bien de echar la culpa al imperialismo yanqui. ¿Hasta cuándo? La culpa es del Caballo (para los que no hayan tenido la suerte de viajar a la perla del Caribe, así es como los cubanos nombran a Fidel, o mejor no lo nombran y hacen un gesto como de alisarse la barba porque ya se sabe que los soplones están en todos lados). Porque si no, ¿por qué te meten tres meses en la cárcel si te pillan la antena parabólica? Total, para lo que se ve en la televisión de Miami. O que te prohíban Internet y te tengas que conformar con Intranet, que es como si siguieras viendo las “mesas redondas” de la tele, o que te cierren tu negocito de maní a peso (cubano, por supuesto, no del otro) con el que puedes vivir, porque yo no conozco a nadie que viva de su salario. Es que el Caballo no quiere darte facilidades para que sea más llevadera la vida, lo que quieren es que sientas que lo tienen todo controlado y que ellos te permiten lo que quieren y por el tiempo que quieren.

            Y también me encanta ser de izquierdas, aunque esto suene más raro que lo de Cuba. Pienso que estar con los pobres de la Tierra (en palabras de José Martí) y con los explotados, luchar contra las opresiones y las injusticias y tratar de hacer un mundo mejor (por poco que consigas) es algo estupendo y que da parte del sentido de tu vida.

            Y eso que la historia de la izquierda es tremenda: Siberia, Tiananmen, Camboya... Mejor no sigo. Lo malo es que no sólo es la historia, que en el presente tampoco nos lucimos: ETA es de izquierdas, Toni Blair es de izquierda, los hermanos Castro son de izquierda... Y todavía peor es que buena parte de la izquierda no es nada crítica con todo esto. Para ser crítico tienes que empezar por criticarte a ti mismo. Y en eso somos igual que los de derecha y los de la mafia: «A uno de los nuestros no se le puede tocar, porque sería dar armas al enemigo». O como dice José Martí (le sigo citando para darle un aire más caribeño al artículo): «Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino». Hoy ya no hay vino en Cuba, ni siquiera amargo, pero la moraleja continúa: Aunque sean amargos, a los nuestros hay que apoyarles.

            Y eso me da mucha pena (no cito a Miguel Hernández, aunque vendría a cuento, porque era de Orihuela y no de Camagüey y perderíamos el aire). Por un lado, porque por nuestra parte, o aumentamos el sentido crítico y autocrítico, o el futuro de la izquierda no promete mucho.

            Y, por otro lado, y sobre todo, me da pena en el sentido cubano. Si a ti alguien de allá te dice que le da tremenda “pena”, no es que esté muy triste, es que le da mucha vergüenza. Como la que me da a mí cuando veo a buena parte de la izquierda apoyando tan contentos a Castro, y a otra buena parte que matiza que hay que tener en cuenta no sólo las cosas malas, sino también los logros de la revolución (¿Cuáles eran? Han pasado tantos huracanes desde entonces. Creo que eran el Sputnik y las medallas olímpicas), resaltando, eso sí, que no nos podemos olvidar del bloqueo y los cinco héroes. Sólo una pequeña parte critica sin ambigüedad al Gobierno. Y pienso en el ejemplo que le estamos dando y en la solidaridad que estamos mostrando a esos jóvenes cubanos que por primera vez, hartos de tanto totalitarismo, empiezan a no callarse, a ser críticos; cuando allá, como en cualquier dictadura, la crítica no es sólo un ejercicio necesario, sino algo que probablemente les traerá unas consecuencias nada buenas.

            A veces me encuentro con expresiones del estilo de que no se puede analizar Cuba en blanco y negro, que había que hacerlo en grises. Y entonces pienso: ¿Cómo no vamos a poder hablar en blanco y negro? Depende de lo que hablemos. La izquierda tenemos que avanzar mucho en ser menos dogmáticos y fundamentalistas, reconocer la complejidad de las cosas y ser más rigurosos. Pero no podemos dejar de oponernos sin ningún matiz a la falta de libertad. No podemos andar con grises a la hora de defender los derechos humanos. Y aunque a nosotros, los negros finos, no nos guste que se identifique lo negro con lo malo, no podemos dejar de pensar en las dictaduras como negras, muy negras, si por negras entendemos algo que da terror y causa un gran dolor a su pueblo. Sean de derechas o de izquierdas.