Alfonso Bolado

Irak: los shiíes y la reconstrucción del Estado
24 de mayo de 2003.
(Página Abierta, nº 138, junio de 2003)

La agresión estadounidense a Irak y el fin del régimen de Sadam Husein ha producido un efecto que cuesta pensar que es inesperado: el vacío de poder. Los asaltos y saqueos que han seguido a la culminación de la ocupación de Irak son su manifestación más obvia.
Resulta en verdad pasmoso el desconocimiento y la improvisación con la que el Gobierno estadounidense ha encarado la reorganización política de Irak (1), a no ser que se trate de una maniobra dilatoria para prolongar su presencia en el país usando como razón “el caos político”.
Sea lo que sea –desconocimiento previo o cálculo–, lo cierto es que el panorama de la oposición iraquí es complejo. La reunión opositora de Londres de diciembre de 2002, que dio origen a un comité de 65 miembros, no ha tenido continuidad a causa de los recelos entre sus componentes, incluida la ausencia de algunos sectores trascendentales –las tribus– y el abandono de otros, las organizaciones shiíes.
El fracaso de la oposición era, por otra parte, previsible: los partidos kurdos PDK y UPK, muy divididos entre ellos, no pueden liderar la reconstrucción de un Estado iraquí por sus propias características; la oposición de carácter laico –Congreso Nacional Iraquí (CNI), Movimiento del Acuerdo Nacional, Movimiento por una Monarquía Constitucional, Partido Comunista (2)– es muy débil, por cuanto el frente laico fue ocupado por el Baaz, y resulta sospechosa, sea a los estadounidenses (los comunistas, que mantienen una enérgica actitud de oposición a la presencia de las tropas occidentales en el país), sea a los mismos iraquíes, que la acusan de estar excesivamente supeditada a los ocupantes, como en el caso del CNI, cuyo dirigente Ahmed Chalabi, por otra parte, fue acusado de desfalco en Jordania. El hecho de que el octogenario ex ministro de Asuntos Exteriores Adnan Pachachi sea uno de los “tapados” estadounidenses y que las personalidades iraquíes que deben organizar el nuevo Estado (Muhyi al-Katib, Jidir Hamza, Emad Dhia...) sean unos perfectos desconocidos que han hecho su carrera en Estados Unidos o Gran Bretaña, países de los cuales son nacionales algunos de ellos, pone de manifiesto la debilidad del proyecto estadounidense.
Quedan, por tanto, las organizaciones con mayor capacidad de convocatoria y de encuadramiento. Las primeras de ellas son las tribus, unas 150, algunas de las cuales remontan su existencia al siglo VII y tienen hasta centenares de miles de miembros. Las tribus iraquíes son uno de los más importantes poderes fácticos del país. Fueron uno de los apoyos esenciales del régimen de Sadam después de la sublevación shií de 1991, a cuya represión ayudaron. Por sí solas las tribus son incapaces de vertebrar un Estado (mucho menos un Estado moderno), pero sin ellas es imposible hacerlo.
La segunda son los shiíes. A ellos se dedicarán las siguientes líneas.

Los “trotskistas del Islam”

Así fueron llamados los shiíes por el mismo ayatolá Jomeini (3), seguramente por el carácter minoritario del shiísmo, así como su actitud crítica hacia la suficiencia, el formalismo y el burocratismo de la corriente mayoritaria.
La shía no es ni una herejía –aunque la consideren así algunos sectores sunníes– ni una secta, sino una rama de las tres en que se divide el Islam. Actualmente los shiíes suponen entre el 10% y el 15% de los musulmanes. Aunque su centro principal es Irán, también son mayoritarios en Irak, Azerbeiyán y casi en Líbano. Minorías shiíes hay en los Estados del Golfo (sobre todo el Bahrein, pero también en los Emiratos, Arabia Saudí y Kuwait, así como en Pakistán, India y Afganistán [entre los hazara]).
Shía quiere decir “partido”, y hace referencia a los partidarios de Alí, primo y yerno del Profeta, que fue el último de los cuatro califas llamados “ortodoxos” (rashidun). Éste, que se consideraba depositario natural del legado de Muhammad, resultó vencido en su enfrentamiento con Muawiya, gobernador de Siria y fundador de la dinastía omeya. Posteriormente sería asesinado (por un jariyí). Su hijo menor, Husayn, murió en Kerbala (10 de moharram de 61/10 de octubre de 680) en un enfrentamiento con sus rivales omeyas. La Ashura, que conmemora el martirio de Husayn, es la gran fiesta shií: la idea de “martirio” –el que sufrieron tanto Alí como su hijo, personas dotadas de la legitimidad de la sucesión del Profeta, así como de singulares cualidades humanas según la tradición– y de derrota es un rasgo muy importante de la mentalidad shií.
Alí inició una dinastía, la de los imames (5), herederos del Profeta, cuya mera existencia se convirtió en una referencia para los que se oponían al califato omeya. Por eso se adhirieron a ella muchos de los que, por razones étnicas (los persas), sociales (los beduinos de la Península Arábiga, así como sectores humildes de determinadas zonas) o políticas no se encontraban cómodos bajo el yugo califal. Esta condición explica otro rasgo característico de la shía: la sistemática deslegitimación de los poderes constituidos, todos los cuales tienen en el hecho de ser usurpadores un vicio de origen. Paradójicamente, eso explica, por una parte, el activismo shií y, por otra, las actitudes quietistas, favorecidas por una figura moral, la taqiya, o disimulo de las convicciones religiosas para evitar persecuciones.
La dinastía de Alí se prolongó por doce generaciones (6). En el 874 se produjo la ocultación del duodécimo imam, Muhammad al-Mahdi, cuya existencia no está del todo demostrada. La ocultación, que tenía razones políticas (la figura de una línea legitimista que por otra parte era impotente políticamente), no le servía a nadie. Esta ocultación –que no significaba desaparición– se prolongará hasta el fin de los tiempos, cuando el Imam Oculto, convertido en Mahdi (Mesías), se mostrará para traer el reino de la justicia (7).
Sentido del martirio, rechazo del poder constituido, visión mesiánica de la historia y esoterismo se encuentran en la base de las construcciones filosóficas shiíes. En realidad, el shiísmo propiamente dicho aparece tras la ocultación, y sus textos más importantes son posteriores: Lo que es suficiente en el conocimiento de la religión, de Muhammad Koleimi, es de 941; La rectificación de los dogmas, de Muhammad al-Tusi, es de 1067. A diferencia del sunnismo, en la shía siempre se ha mantenido una actividad intelectual creativa, con personalidades como Musa Sadr en el siglo XVI o Ali Shariati en el siglo XX, un pensador que realizó una fascinante síntesis de Islam y marxismo que influyó notablemente en la revolución iraní, aunque en última instancia resultó postergada a favor de los sectores clericales más moderados.
El gran éxito del shiísmo se produjo en el siglo XVI en Persia, cuando la recién implantada dinastía safaví impuso la shía como religión oficial. Ello favoreció una clericalización del shiísmo que actualmente constituye su elemento más característico. En efecto, en él existe una jerarquía clerical, en cuya base se encuentran los hoyatoleslam (“prueba del Islam”), ulemas formados en una escuela religiosa (las más prestigiosas son la de Nayaf, en Irak, y Qom, en Irán), los cuales cooptan entre los más prestigiosos de ellos a una serie de ayatolás (“signo milagroso de Dios”), quienes a su vez eligen a los “grandes ayatolás” (marya al-taqlid, “modelos que imitar”). Estos últimos no pasan de diez en la actualidad.
El clero shií, sin embargo, no puede asemejarse sin más a otros, como por ejemplo el católico. En primer lugar, su función no es de mediación entre los seres humanos y la divinidad; en segundo lugar, no existe una unidad de dirección, ni hay dentro de él más autoridad que la del prestigio personal.
El triunfo de la revolución islámica en Irán significó un cambio fundamental en el shiísmo: el abandono de la pasividad política y, como consecuencia, la creación de partidos confesionales en otros lugares del mundo islámico (fundamentalmente en Líbano e Irak). Este cambio de actitud –que sin duda responde a la necesidad de no dejar el campo de la protesta política a las organizaciones laicas– se plasmó en la tesis de que, al igual que la existencia de los imames se explicaba porque Dios no podía abandonar a los seres humanos después de la revelación, la ocultación no podía dejarlos huérfanos de una guía; esta guía se plasmaba en la figura, creada por Jomeini, del vilayat al-faqih (gobierno o dirección del jurista). Precisamente, ha sido la existencia de un clero autónomo del poder y con una voluntad de ocupar el escenario político con propuestas críticas lo que ha dado tanta fuerza a la movilización shií.
Con todo, no debe pensarse que todo el shiísmo tiene ese carácter comprometido. La diferencia entre tradicionalistas y “racionalistas” (usuli) sigue presente; incluso los marya más destacados han sido tradicionalmente partidarios del quietismo en materia política.
Actualmente, los shiíes suponen aproximadamente el 15% del islam. Son mayoritarios en Irán, Irak, Bahrein y seguramente el Líbano; en todos los países del Golfo forman una minoría importante y menos relevante en Afganistán (los hazara), Pakistán e India; los alauíes sirios y los alevíes turcos serían sólo parcialmente shiíes (en realidad, se limitan a otorgar un carácter casi sagrado a la figura de Alí).

El shiísmo en Irak

Los shiíes suponen el 60% de la población iraquí. Están concentrados en el sur del país y en el extrarradio depauperado de Bagdad (Madinat al Sadr, antes Madinat al Sadam).
En Irak ha habido shiíes desde la gran escisión. Dentro de su territorio se encuentran dos de los lugares más venerados de la shía: Nayaf, donde está enterrado Alí y se encuentra la más prestigiosa escuela religiosa shií (Hawza al-Ilmiya), y Kerbala, escenario de la derrota más trágica y lugar de sepultura de Husayn. La instalación de beduinos, acostumbrados a mantener unos lazos muy laxos con el poder califal, aumentó los contingentes shiíes en la zona.
Históricamente, los shiíes iraquíes han pertenecido a los sectores más pobres e incultos de la zona mesopotámica. En la zona de Basora y en los fértiles regadíos del sur es habitual que los patrones sean sunníes y los trabajadores shiíes. Esta situación de inferioridad económica ha provocado que los shiíes, siendo mayoría en la mitad meridional de la región, tuvieran en la práctica una posición de minoría.
Al acabar la Primera Guerra Mundial, la implantación del protectorado británico provocó una insurrección shií. Esta insurrección no tuvo motivaciones religiosas: se trató de una explosión social alentada por los jefes tribales. Su significación fue muy escasa desde el punto de vista confesional.
En realidad, el shiísmo iraquí siempre ha sido menos evolucionado que el iraní. Incluso en la Hawza de Nayaf siempre han sido mayoritarios los estudiantes iraníes (Jomeini residió en Nayaf en los primeros años de su exilio). Durante mucho tiempo, la expresión política de los shiíes han sido los partidos laicos. Ellos formaron el 38% de las bases del Partido Comunista iraquí (aunque la dirección estaba compuesta mayoritariamente por kurdos y árabes sunníes), e incluso en el Baaz constituían, hasta la toma del poder por este partido, el 50% de la dirección: a partir de entonces el porcentaje comenzó a decaer. La causa, con todo, parece deberse menos a razones confesionales, siendo el Baaz un partido laico, que a razones tribales o de asabiya, al comenzar a copar la dirección los procedentes de Takrit, lugar de origen de Sadam Husein.
En 1959, y para competir con el Partido Comunista, se fundó la Asociación de Ulemas, uno de cuyos dirigentes era Muhammad Bakr al-Sadr, hijo de un primer ministro (shií) de la monarquía. Al-Sadr es uno de los personajes más interesantes intelectualmente del shiísmo iraquí: formado en Nayaf, es autor de un interesante estudio sobre economía islámica y de un proyecto de Constitución para Irán en el que dio contenido político a la figura del vilayat al-faqih jomeinista; su actividad intelectual produjo la adhesión de sectores universitarios e intelectuales a la causa shií.
Al-Sadr fue el inspirador del primer partido shií, al-Daawa al-Islamiya, activo en la lucha contra Sadam Husein. Precisamente a raíz de un atentado de Daawa contra Tarik Aziz, al-Sadr –que estaba detenido como instigador de los disturbios de 1970– fue ejecutado. Todavía hoy la Daawa parece ser la organización shií de mayor arraigo.
La actividad de la Daawa no obsta para que las corrientes confesionales más relevantes siguieran fieles a la pasividad política, siguiendo en esto al gran ayatolá Abul Qasim al-Joi que, como buena parte del clero, es contrario a la teoría del vilayat. El régimen baazista siempre procuró evitar un enfrentamiento con los shiíes, incluyendo fuertes inversiones en Nayaf y Kerbala. Por eso, en el momento de la guerra contra Irán, los shiíes iraquíes permanecieron mayoritariamente fieles al Estado. Uno de los que se exiliaron a raíz de esta guerra fue el ayatolá Muhammad Bakr al-Hakim, posteriormente fundador del Consejo Supremo de la Revolución Islámica.
Tras la derrota en la guerra del Golfo en 1991, y seguramente con apoyo estadounidense, se produjo una insurrección shií que fue violentamente reprimida. La insurrección, favorecida por la debilidad del Estado, puso de manifiesto la importancia política del shiísmo iraquí y provocó entre otras cosas la alianza explícita de Sadam Husein con las grandes tribus, que, en parte (incluidas las tribus shiíes), participaron en la represión.
El golpe fue muy duro. Habría que esperar a 2003 y a la disolución del régimen del Baaz, tras la agresión estadounidense, para que los shiíes salieran a la luz de nuevo.

La hora de los shiíes

Es conocido el caos en que se sumió Irak tras la caída del régimen baazista. Sin embargo, con bastante rapidez, las zonas shiíes comenzaron a recuperar cierto orden. Primera mala noticia para los estadounidenses que, como dijo Wolfowitz, preferían los iraquíes a los saudíes, porque los primeros eran laicos.
Sin embargo, muy pronto, a partir de las celebraciones de la Ashura (22 de abril de 2003) en Kerbala, se puso de manifiesto la extraordinaria vitalidad del shiísmo. Una vitalidad que, sin duda, esconde las diferencias y tensiones dentro del movimiento y que se refleja en el asesinato en Nayaf de Abdul Mayid al-Joi, hijo de un gran ayatolá de los años setenta, poco después del regreso de su exilio; al-Joi era el favorito de los estadounidenses, por su moderación, entre los dirigentes religiosos. Aunque se culpó de su asesinato a Muqtada al-Sadr (hijo del ayatolá Muhammad Sadiq al-Sadr, asesinado en 1999 por Sadam Husein), joven dirigente de la Yamaat i-Sadr Zani, radical muy popular en Nayaf y en los suburbios de Bagdad, no está clara dicha imputación, que ha sido rechazada por el propio Muqtada.
Las tensiones se deben fundamentalmente a un hecho que suele olvidarse: las profundas diferencias en el seno del islam shií de Irak.
En primer lugar, no todos los sectores aceptan comprometerse en política. El gran ayatolá Ali Sistani (de origen iraní), director de la Hawza, la escuela religiosa, de Nayaf, es quizá el clérigo más respetado e influyente de Irak, y su posición es ambigua. Sin duda, rechaza la ocupación, pero no lo hace con una intención meramente declarativa: de hecho, durante las tensiones en Nayaf entre él y los seguidores de Muqtada al-Sadr, Sistani estaba protegido por miembros de las tribus.
Muqtada tiene relaciones estrechas con la Daawa, fundada por Bakr al-Sadr, su tío abuelo. Esta organización, la más antigua de la oposición islamista iraquí, se decanta con bastante claridad por un horizonte de Gobierno islámico, aunque no rechaza el constitucionalismo y el multipartidismo. Se encuentra muy próxima a los planteamientos de Muhammad Husayn Faldallah, guía del Hizbullah libanés.
De ella surgió el Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Irak (CSRII), creado en Irán por el recientemente designado gran ayatolá Muhammad Bakr al-Hakim. En teoría más moderado que la Daawa, está fuertemente influido por Irán, en concreto por la línea de Ali Jamenei.
El CSRII formó parte del Consejo Nacional Iraquí tras la reunión de Londres de 2002, aunque la abandonó posteriormente. Sus relaciones con los estadounidenses han sido difíciles a causa de su relación con Irán, aunque en su momento participaron en reuniones con Donald Rumsfeld, y no llegaron a la ruptura hasta que quedó clara la voluntad estadounidense de crear una Administración satélite. En ese momento (12 de mayo), al-Hakim llamó al yihad (pacífico; tampoco la Daawa llama al uso de la violencia). Posteriormente, el tono de al-Hakim se ha moderado, aunque a fines de mayo rechazó el acuerdo de la ONU sobre Irak, porque, a su entender, «perpetúa la ocupación». La fuerza del CSRII se debe sobre todo a contar con una milicia armada (de unos 10.000 miembros según sus propias fuentes).
Daawa reprocha al CSRII su excesiva dependencia de Irán, su personalismo –otro de sus dirigentes es hermano de al-Hakim– e incluso su hincapié en los aspectos religiosos; con todo, ambas organizaciones se encuentran ahora muy próximas. La retroalimentación entre ambas podría tener derivaciones insospechadas.
De todos modos, las grandes organizaciones shiíes (9) no apostarían, al menos a corto plazo, por un régimen islámico. En primer lugar, porque sería inaceptable para kurdos y árabes sunníes (o laicos); en segundo lugar, porque los estadounidenses no lo tolerarían («aunque fuera el deseo de la mayoría de los iraquíes»), no sólo por el antiamericanismo que suele existir en todos los movimientos islamistas, sino porque supondría un aumento de la influencia iraní (10).
El reflejo de esta falta de voluntad se aprecia no sólo en las declaraciones de los dirigentes (11), sino también en un “manifiesto de los shiíes de Irak”, que propone los siguientes puntos:
– Supresión de la dictadura e instauración de un régimen democrático.
– Descentralización.
– Supresión de la política de discriminación confesional.
– Libertades religiosas para los shiíes: garantía de libertad en el culto, garantía de libertad de enseñanza y –lo más polémico– «inclusión de elementos de teología shií en la enseñanza nacional».
El manifiesto, cuya autoría no es clara, sí que muestra una cosa: por una parte, que los grandes creadores de opinión shiíes pretenden hacer una política “nacional” (más allá del confesionalismo); en palabras de Muhammad al-Hakim: «Queremos fundar un Estado moderno... que respete las peculiaridades de quienes componen el pueblo iraquí: shiíes, sunníes kurdos, turcomanos y cristianos». Pero, al tiempo, no renuncian a erigirse en fuerza vertebradora del nuevo Estado.
El papel de la shía en la reconstrucción del Estado depende de varios factores. En primer lugar, de la capacidad de las organizaciones políticas de superar la visión estrictamente religiosa y de lograr que los fieles shiíes adopten un proyecto político que, por la complejidad étnica, religiosa e ideológica de Irak, sólo puede ser integrador y laico. En segundo lugar, en la disposición de la shía a superar sus diferencias; por ahora, el único acuerdo sólido es en la necesidad de que la ocupación se termine cuanto antes, algo que la resolución de la ONU del 22 de mayo de la ONU hace difícil.

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(1) “Washington se dispone a derrocar a Sadam Husein sin tener claro quién será su sucesor”, Europa Press, 18 de abril de 2003.
(2) Fundado en 1934, fue en su momento el partido comunista más importante del mundo árabe. Duramente reprimido por el Gobierno del Baaz, ha logrado, sin embargo, sobrevivir. Mantiene buenas relaciones con la izquierda shií de la Daawa, a pesar de que en su momento compitieron por captar al mismo sector social. Ya tienen en marcha un periódico, El poder del pueblo, y una página web, www.iraqcp.org.
(3) Recogido en Irak and the Myth of the Confrontation, de Fred Halliday, Tauris, Londres, 2003 (reed.).
(4) La otra y más minoritaria es la jariyí, presente sólo en Omán y en algunos puntos del Magrib (Túnes y Uargla, en Argelia), donde reciben el nombre de ibadíes.
(5) Imam significa en árabe “el que está delante”. Entre los shiíes es el título de los sucesores de Alí y guías de la comunidad. Es, sencillamente, el que dirige la oración de los viernes.
(6) En la época del cuarto imam hubo una escisión de los seguidores de Zaid (los zaidíes, dinastía yemení hasta fechas recientes). Otra escisión se produjo a la muerte del sexto imam; los que apoyaron el imamato de Ismail son conocidos como septimanos, ismailíes o nizaríes y su jefe actual recibe el título de Aga Jan.
(7) Esta figura mesiánica también aparece en el pensamiento religioso occidental (la segunda venida de Jesucristo) y se encuentra en aspiraciones populares, como sucede con el sebastianismo portugués y brasileño.
(8) Aunque en ellos también tuvo su papel la represión, la emigración de dirigentes y la expulsión de ciudadanos de origen iraní.
(9) Existe una de escasa entidad que representa a la minoría shií kurda. Hay también un partido islamista sunní, el Partido de Liberación Islámica, fundado en 1952, vinculado a los Hermanos Musulmanes jordanos.
(10) Las acusaciones estadounidenses de que Irán está interviniendo en Irak parecen falsas y más destinadas a acosar a la República Islámica, como miembro del “eje del mal”. Otra cosa es que los shiíes iraquíes más combativos vean la revolución iraní como un ejemplo.
(11) «Ni siquiera los grupos islámicos plantean ahora mismo que haya un Gobierno en manos de los clérigos... no hay nadie que quiera un Gobierno teocrático». Declaraciones de Akram al-Hakim, dirigente del CSRII, El País, 27 de abril de 2003.