Alfonso Bolado
Sinfonía pastoral
(Página Abierta, 226, mayo-junio de 2013).

  «Sed pastores con olor a ovejas» (papa Francisco)

Ese eximio escritor de genio adusto y talante medieval que se llamó Francisco de Quevedo escribió una obrita, titulada Execración contra judíos, poco conocida, primero porque es un peñazo; segundo, por el tonillo antisemita tan poco políticamente correcto que tiene. En ella, Quevedo, para atacar al conde-duque de Olivares, su bestia negra, afirma que la pérdida de una flota de Indias se debió al disgusto divino por la tolerancia del valido del rey hacia los judíos.

Algo así debía pensar el cardenal-manifestante Antonio Rouco en su discurso inaugural de la CI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Pero Rouco –facciones berroqueñas, gesto  grave, boca amplia de finos labios, de gran inquisidor travestido en cacique de aldea– no se atreve a expresar sus ideas con tanto desembarazo, a pesar de estar legitimado por su afán de que «podamos ser instrumentos aptos al evangelio de la misericordia a favor del pueblo de Dios y de todo el mundo». En realidad, uno piensa que ese evangelio deberían predicárselo a los amos de la finca y a los mayorales a pie de obra, pero cuando se unen las palabras “misericordia” e “Iglesia”, uno sufre un poco el vértigo de las alturas, así que mejor no meneallo.

Siguiendo ese imperativo, en la parte III de su inspirado discurso, el cardenal-manifestante habla de los problemas, algunos de los cuales, los menores, enumera con precisión de escriba: paro, desahucios  («falta de medios para hacer frente a los compromisos contraídos en la adquisición de viviendas») y debida atención a ancianos y emigrantes. Todo eso es culpa de la crisis económica, una especie de maldición divina que nadie provoca ni nadie puede solucionar, aunque sí puede ser paliada por  el ejercicio cristiano de la caridad, que se  manifiesta  en la «disposición a asumir sacrificios y a colaborar en la solución de los problemas que sufren las Administraciones públicas, las empresas y las familias». Eso sí, «nadie debería aprovechar las dificultades reales... para perseguir ningún fin particular, por legítimo que fuere, que perdiera de vista los mencionados bienes superiores», que según el ilustre ponente son «la reconciliación, la unidad y la primacía del derecho». Pues vaya.

Pero esos problemillas se citan a beneficio de inventario. Lo peor, a lo que dedica más tiempo y reflexión, es a tres cuestiones que, esas sí, son realmente graves: el aborto («el absurdo ético y jurídico de que existe un derecho de alguien a quitarles la vida a los seres humanos que van a nacer»), el matrimonio homosexual («se trata de proteger adecuadamente un derecho tan básico de los niños como es el de tener una clara relación de filiación con un padre y una madre, o el de ser educados con seguridad jurídica como futuros esposos y esposas») y por fin la cosa de la Educación para la Ciudadanía, anomalía, según Rouco, que es la causa principal de la falta de calidad en la enseñanza, ya que «la imposición de materias impregnadas de relativismo e ideología de género... constituye sin duda una de las razones básicas del deterioro de la enseñanza en general». En estos terrenos es donde pisa fuerte el príncipe de la Iglesia, tanto que sus dos monaguillos, Gallardón y Wert, ya han puesto manos a la obra con una sumisión que contrasta con la altanería con que tratan a las ovejas de Rouco. Será que todavía no han cogido el olor.

Ya solo le falta convencer al personal de que esos son los problemas fundamentales a los que se enfrenta. Para ello nos ha dado buenas noticias, como que «el próximo otoño... serán beatificados un buen número de mártires de casi toda España, previsiblemente unos quinientos», lo cual nos reconfortará y dará lustre a la marca España. Pero eso de convencer a la gente es algo más peliagudo, entre otras cosas, porque el cardenal-manifestante (¿cuándo le veremos de nuevo con su gorrilla de sindicalista por las calles madrileñas?) ha confiado su actividad en este campo a la Virgen («ponemos en manos de la Virgen María nuestro trabajo de estos días»); quizá, porque está sentado místicamente a la diestra de Dios Padre, no se ha enterado de  que la ministra Fátima Báñez ya puso en manos de la Virgen del Rocío la solución de problema del paro sin grandes resultados. ¿O es que cree que a él, por ser cardenal, le va a escuchar con mayor interés?
Eso es pecado de soberbia, eminencia...