Andrés Ortega
Estado Islámico: terrorismo e insurgencia
(El Espectador Global / Instituto Elcano)


(Daily Chart: State of Terror / The Economist)

La organización Estado Islámico (EI) es terrorista, y de un terrorismo aún más terrible que el de al-Qaeda. Lo está demostrando ampliamente. Pero eso no explica todo. También es un movimiento, un ejército insurgente y si, no se entiende, la estrategia que en su contra está diseñando EEUU fallará. Es un movimiento que ha surgido en pleno conflicto sectario, que vive del sunismo despreciado y castigado en el nuevo Irak y en rebelión en Siria, frente a los chíes. Es asimismo expansivo, pues no se limita a un territorio en la antigua Mesopotamia sino que aspira a estar presente, como califato, como Estado, en Libia y otros lugares, y se ha convertido en polo de atracción para los yihadistas de todo el mundo.

Un gran error de EEUU en Vietnam fue no entender que estaba luchando contra una insurgencia más nacional que comunista. ¿Qué significa insurgente? Sublevado contra un orden establecido para poner otro. Significa una reivindicación territorial e identitaria, en este caso suní además de yihadista. Si no fuera por este carácter, el Estado Islámico no habría contado con el apoyo claro en algunos casos, o con la no oposición en otros, de tribus o grupos suníes que se vieron desplazados del poder en Irak (o que lo quieren conquistar en Siria) tras la caída del régimen de Saddam Hussein y su sustitución por otro dominado por los mayoritarios chiíes. Muchos de los cuadros del EI son antiguos militares suníes de Saddam Hussein. Y el EI ha logrado sus conquistas territoriales basándose en estos apoyos.

Muchos líderes tribales suníes están apoyando al EI que, pese a su terror, aporta un atisbo de orden y de servicios. Los mismos que, por ejemplo, en Anbar sí lucharon para desalojar a al-Qaeda hace algunos años con apoyo de EEUU, posteriormente se han sentido alienados con el régimen predominantemente chií en Bagdad. Ello explica también que el EI se quiera constituir en eso, como Estado, borrando o cambiando las fronteras impuestas por el colonialismo europeo.

Washington, en una estrategia que está en proceso de construcción, parece entenderlo. De ahí su insistencia en desalojar como primer ministro iraquí a Al-Maliki para reemplazarlo por Al-Abadi y un gabinete más plural. Pero no es seguro de que este paso tranquilice a los suníes. Y como señala el experto Ramzy Mardini, EEUU no puede pretender atacar a los que ve como terroristas y mantenerse al margen de un conflicto sectario.

No es un conflicto que se pueda resolver sólo con bombardeos. Muy pocos lo han conseguido. Si EEUU no quiere poner sus propias “botas sobre el terreno”, sino que sean los propios iraquíes –chiíes, suníes y kurdos– y los rebeldes sirios los que se encarguen de ese aspecto, el conflicto se alargará y se complicará más allá de los tres años, que no es poco (las guerras en nuestros días tienden a alargarse), que contempla la Administración del presidente Obama. Éste aspira a “degradar” al Estado Islámico –ha empezado diezmando sus fuentes de ingreso petrolero (8 millones de dólares diarios, ¿cómo circula este dinero y el petróleo que lo sustenta?)–, reducir el territorio bajo su control y, en último término, derrotarlo.

Siria no es lo mismo que Irak. Son dos guerras civiles similares pero no idénticas que requieren enfoques diferentes, como bien señala Sídney Pollack, un gran experto aunque se equivocara en 2003 apoyando la invasión. Para empezar, en Irak hay una cobertura legal –ha sido el gobierno legítimo el que ha solicitado la intervención– que no se da en Siria. En ésta, además, durante los tres años de guerra civil, la oposición y los rebeldes locales sólo han sembrado caos, sin apariencia de administración o servicios públicos en las áreas que controlaban. El EI aporta algo de orden, junto con una terrible represión. Pero por lo que se deduce de algunos reportajes e informaciones, la gente está cansada de tanta guerra y muchos preferirían una solución política.

Pero no la hay a corto y medio plazo. Ante una insurgencia, muy amenazadora, hay que ganarse los “corazones y mentes” de la población local. Está por ver si los bombardeos, con sus “daños colaterales” a los civiles, no alienarán aún más a las poblaciones locales. De momento, no parece que éstas se vuelvan contra el Estado Islámico. Algunas sí lo han hecho. Los que han ayudado, por ejemplo, a reconquistar las ciudades de Barwana y Haditha.

Obama reconoció en agosto que una intervención militar que no reconstruyera un Estado llevaría al caos y a nuevas amenazas como estamos viendo en Libia. En el fondo, tras esta operación late un deseo de reconstruir a largo plazo la política en Irak, con un sistema muy descentralizado y un poder para los suníes similar al que tienen los kurdos. En Siria, donde además Al-Assad puede aprovechar la situación, es mucho más difícil. Pero todo, en Irak y en Siria, vuelve al intento de apoyarse en los moderados. ¿Será viable?

La estrategia tiene que pasar por consideraciones más políticas. Si no se cambian las condiciones que han hecho posible el surgimiento del Estado Islámico, de poco servirá incluso derrotarlo pues vendrán nuevos grupos que los reemplazarán.

Hay, además, otras organizaciones contra los que se dirigen los ataques, como Jorasan y al-Nusra, esta última apoyada por muchos millares de jordanos y libaneses, y ambas vinculadas a al-Qaeda. La otra gran cuestión, no resuelta, es si el terrorismo del EI, con sus degollamientos de occidentales difundidos en You Tube, buscaban o no provocar una intervención estadounidense y de una coalición internacional. En todo caso, sí saben que con estas imágenes ganan apoyo ante los suyos y frente a sus competidores en radicalismo.