Ángel Alfaro

¿Paz en el Congo?
(Hika, 150 zka. 2003ko abendua)

Kinshasa, 16 de enero 2001, una de la tarde. El presidente Laurent Kabila recibe en su despacho al doctor Mota, profesor universitario. La puerta del fondo está entreabierta, a Kabila no le gusta el aire acondicionado y quiere respirar el aire del jardín. Entra Rachidi, uno de los kadogo que forman su guardia personal. Kabila se vuelve hacia él, sin interrumpir la conversación con Mota. Rachidi le dispara tres veces a quemarropa, hiriéndole mortalmente. Huye por el jardín entre las ráfagas de los soldados de guardia. Kapend, el ayuda de campo y hombre de confianza del presidente, lo encuentra escondido bajo unas matas y acaba con él de un disparo en la sien. Más tarde dirá que el kadogo, herido, se había suicidado.

¿Por qué este asesinato? El presidente tenía demasiados enemigos para un hombre solo. Todo indica que muchos contactos, todos ellos hostiles, habían sido activados para acabar rápidamente con un hombre que se había salido del guión. La clave para entender la situación está en los distintos proyectos de futuro que pretendían poner en marcha los agentes intervinientes, visibles o encubiertos.

EL PROYECTO INICIAL (OCTUBRE 1996). Para acabar con Mobutu y su nefasto régimen, se juntaron intereses africanos y extraafricanos, básicamente coincidentes, pero con matices que el tiempo decantaría en líneas claramente divergentes.

EEUU quería estabilizar y reestructurar el Africa Media, con poderes firmes a nivel de estados y de región, para posibilitar la explotación de sus inmensos recursos naturales. Por estas fechas, quería además tener un bloque (Etiopía, Eritrea, Uganda y Rwanda) de contención frente al Sudán islamista, considerado una grave amenaza de violencia y expansión de ideas. La política de EEUU en Africa, a partir del humillante y trágico episodio somalí del 93, tratará de buscar soluciones africanas a los problemas africanos, una especie de subcontrata que evita la presencia directa de sus tropas y se manifiesta en apoyos económicos, logísticos y diplomáticos.

Francia coincidía con EEUU en acabar con Mobutu, aspiraba a tener una presencia mayor en esta región francófona. Ya lo hizo ver en Rwanda, durante el genocidio del 94, con su operación Esmeralda. Es un claro competidor de EEUU en el mando a distancia sobre el territorio y riquezas de la República Democrática del Congo (en adelante, Congo).

Rwanda quiere conseguir la seguridad de su territorio, atacado permanentemente desde el Congo por los restos del ejército hutu y sobre todo por los Interahamwe, principales responsables del genocidio. Para ello, había que acabar con los campos de refugiados instalados junto a la frontera rwandesa (ver hika nº 96 (1999), p. 34-36. Angel Alfaro, ¿Hacia una guerra continental africana?

Menos a la vista estaba su aspiración a ganar territorio, volver a las fronteras míticas de la Gran Rwanda de los monarcas tutsi. Sería una expansión natural para la sobrecarga de población del país y un refuerzo vital para su economía, polarizada en la agricultura. El proyecto de Kigali apuntaba a un Congo dividido en cuatro partes, bajo tutela y supervisión de sus vecinos. Esta meta era bien vista e incluso sustentada por algunos países africanos y poderes exteriores.

Hemos hablado de subcontrata de conflictos. El ejército tutsi, el FPR, era el mejor armado y preparado de toda la región. Fogueado en la guerra recién ganada, con pleno conocimiento de las tácticas a emplear, totalmente disciplinado a las órdenes de un gran jefe militar, Kagame. Años atrás, Museveni lo recomendó a EEUU. Había sido su segundo en la guerra que le llevó a la presidencia de Uganda. Al comenzar la guerra en Rwanda, en 1990, Kagame tiene una beca en una selecta academia militar americana para seguir cursos especializados en táctica militar e información. Este Kagame que vuelve precipitadamente para encarrilar el desastre militar inicial, ¿es el brillante estratega que su país necesita o es nuestro hombre, de EEUU, en el Africa Media? No son dos términos excluyentes. Con una visión realista y muy africana de utilizar el viento a favor, serían más bien complementarios para el proyecto y los medios que utilizará Kagame: conquistar el poder en Rwanda, todo el poder para los tutsi, mediante una guerra implacable llevada hasta los últimos confines donde se refugie el enemigo hutu.

Kagame aspira, además, a colocar en el futuro poder de Kinshasa a sus hombres, tutsis bien preparados para una gestión correcta del Estado y siempre dispuestos a favorecer el proyecto de Rwanda en el Este del Congo.

Uganda completa el tandem que llevará adelante el proyecto. Museveni es para EEUU el presidente favorito de la región. Murallón firme frente al Sudán islamista, político avezado en la compleja tarea de un país con muchas etnias, entre las cuales la de Museveni es minoritaria. Ha sabido construir un Estado con un sistema político de buen gobierno sin partidos, pero con un curioso sistema de participación directa-dirigida. Ha sabido plantar cara al SIDA, reconociendo la dura realidad y deteniendo la expansión galopante con medidas muy acertadas. Con Kagame tiene una amistad afianzada en la guerra y mantenida luego, aunque con cierto sentido de hermano mayor que se siente superior. Al entrar en el proyecto anti-Mobutu, comparte con Rwanda la necesidad de seguridad frente a los grupos de oposición armada que han encontrado en el Congo su cómodo santuario y base de operaciones. No muestra deseos de ampliar territorio, aunque no le haga ascos a beneficiarse de los recursos naturales del país vecino. Museveni parece fijar su meta personal en el liderazgo de la región.

Angola está enzarzada en la larga guerra contra la Unita de Savimbi, que recibe de Mobutu apoyo, campos de entrenamiento y de refugio, armas y facilidades para el comercio de diamantes y esmeraldas, indispensable para mantener su lucha. Aspira a acabar con Mobutu y segarle a Savimbi la hierba bajo sus pies. Están también preocupados con el movimiento armado independentista de Cabinda, un enclave angoleño al otro lado del río Congo, una verdadera esponja de petróleo. Finalmente, quiere ocupar el mercado petrolero del gran país vecino.

KABILA, UN PRESIDENTE SIN PODER QUE SE SALIÓ DEL GUIÓN MARCADO. Para dar al proyecto una imagen más cercana a los congoleños, los patrocinadores necesitaban un hombre de paja, que siguiese al pie de la letra el trayecto diseñado. Nyerere, presidente de Tanzania, les habló de Kabila y pensaron que daba el perfil adecuado: un guerrillero de la época romántica de Lumumba y la independencia, un viejo luchador contra Mobutu, y un don nadie en poder y contactos. Les fue muy útil como mascarón de proa, lo tenían completamente a su merced: era un presidente sin equipo propio, sin ejército ni medios económicos. No habría ningún problema para cumplir la agenda aparente y secreta del proyecto.

A fines de mayo del 97 Kabila juró su cargo de presidente de la RD del Congo. Los jefes de Estado de los países aliados sopesaban las ventajas que iban a obtener de su tutela sobre el inmenso país: Rwanda y Uganda habían situado ya sus peones en el Este, había comenzado el expolio del oro, los bosques, las cosechas. Las compañías mineras se disponían a ultimar los contratos propuestos durante la breve guerra. La Bechtel había comprado a la NASA estudios por satélite sobre el potencial minero del Congo.

Pero Kabila tenía su propio proyecto y preveía emanciparse de los que le habían llevado al poder. Deseoso de situar a su país en una soberanía plena e independiente, fue paulatinamente sacudiéndose la tutela y el control de sus aliados. En un coloquio sobre las prioridades del desarrollo subrayó que él quería instaurar una economía social de mercado. Concretó: ”Los inversores extranjeros son bienvenidos, pero deben compartir sus beneficios con la población, dejar algo al pueblo. En Mbuyi-Mayi, los diamantes extraídos durante decenios han sido uno de los principales recursos del país. Pero la ciudad no tiene electricidad, ni agua potable, ni carreteras, está comida por la erosión. Yo acogeré a los inversores, a condición de que contribuyan al desarrollo del país”.

Su idea era descentralizar las actividades de producción y consumo, crear un mercado interior, acabar con el paro, instaurar comités locales de desarrollo, que tomasen iniciativas locales y encuadraran a la población. La idea fracasa, los antiguos cuadros mobutistas toman la estructura, que será denunciada como la refundación de un nuevo partido único. Algunos pasajes del plan quinquenal hicieron temblar a los que habían invertido en la guerra y se aprestaban a recoger los dividendos: ”El gobierno no podrá dejar en las manos de agentes exclusivamente privados sectores enteros de nuestra economía. El hombre congolés liberado de la servidumbre neocolonial hará su propia historia, dueño de su propio destino, y será el centro de su desarrollo y de su realización... El Congo deberá tomar la cabeza del desarrollo económico en Africa central, lo que nos permitirá crear nuevos impulsos para redinamizar el panafricanismo... Antes que orientar hacia fuera los flujos económicos, hay que rehabilitar las carreteras, la red ferroviaria, el tráfico fluvial, llevar la electricidad a las zonas rurales antes de enviarla al Africa austral, dotar de agua potable las ciudades antes de regar Namibia o Libia”.

Este ambicioso proyecto tenía graves problemas: el primero, la debilidad del equipo encargado de llevarlo a la práctica; el segundo, la necesidad de recurrir a la financiación exterior. En diciembre del 97 se celebró en Bruselas una Conferencia de Amigos del Congo. El coste se evaluó en 1.600 millones de dólares, financiados por el gobierno, la comunidad internacional y el sector privado. Unas sumas irrisorias comparadas con la ayuda prestada durante treinta años a Mobutu sin condiciones ni resultados. Meses más tarde sólo podían contar con 20 millones de Bélgica y 55 de un fondo fiduciario abierto en Suecia. Los 10 millones prometidos por EEUU nunca llegaron. El nacionalismo profesado por Kabila y la inexperiencia de su equipo asustaron a los financieros occidentales. Bajo manga, Rwanda y Uganda criticaron y sabotearon el proyecto.

En los casi cuatro años que duró su presidencia, Kabila tuvo que gestionar un país destrozado y esquilmado por Mobutu y por las dos guerras, con un 50% del territorio, desde agosto 98, en poder del enemigo. A la falta de inversión y ayuda económica, se añadía el pago de la cuantiosa deuda externa contraída por el régimen anterior. Rwanda y Uganda le acusaron de no cumplir su compromiso de acabar con las bandas armadas que atacaban sus territorios. Era una evidente manipulación de la realidad: Kabila no tenía ejército, y las tropas de ambos países controlaban el territorio donde operaban dichas bandas. Las matanzas de muchos miles de congoleños y refugiados hutu, de las que también culparon a Kabila, fueron una operación de limpieza de fronteras y ocupación por las tropas de Rwanda y Uganda.

Evidentemente, Kabila y su equipo cometieron serios errores en su labor de gobierno, por voluntarismo, inexperiencia, prepotencia o ingenuidad utópica. No es posible ya saber si habría sido un presidente adecuado. Se le acusó de ser un obstáculo para la paz y de no cumplir los acuerdos de Lusaka, un camino de pacificación que le despojaba de su poder presidencial y abría la puerta al proyecto de los poderosos. Kabila frenó todo lo que pudo su cumplimiento. No mantuvo los contratos firmados apresuradamente, para lograr fondos, en la primera fase de la rebelión. Al establecerse en Kinshasa, cambió de rumbo y en ocasiones los concedió a empresas de países mal vistos por Occidente. Dos episodios ilustran esta conducta políticamente incorrecta que le acarreó nefastas consecuencias.

Madeleine Albright vino a Kinshasa. Al día siguiente de la visita, Kabila, sin haber dicho ni palabra a la secretaria de Estado americana, vuela a China con diez de sus ministros; en el curso de esta visita, confía la explotación del cobalto del Congo a una compañía china, que se instalará en el yacimiento de Kolwezi junto a la Anglo American. Ceder el cobalto, material estratégico por excelencia, a los chinos, potencia emergente y rival potencial de Occidente, fue sin duda una falta imperdonable. Kabila se explicará: “He cerrado todos los grifos. Antes, los franceses y los americanos estaban autorizados a llevarse toneladas de cobalto sin someterse a ningún control ni pagar la menor tasa. No pueden admitir que la situación haya cambiado”.

El 28 de julio del 98, un año de presidencia, Kabila despedía con agradecimiento y honores a los consejeros de gobierno y militares tutsi en Kinshasa y les exigía que sus tropas abandonasen el Congo. Estos hechos escenifican el choque frontal de dos proyectos para el Congo. Cinco días después, Rwanda y Uganda declaraban la guerra a Kabila, que salvaría in extremis su presidencia gracias a la intervención a su favor de Angola y Zimbabwe.

El pueblo congoleño, incluso en las zonas ocupadas por los rebeldes, estaba con Kabila, pese a sus muchos fallos, sobre todo porque representaba el sentir nacional unitario, frente a la ocupación y partición del país por Rwanda y Uganda: “Kabila estaba a punto de preparar el fu fu (papilla de mandioca), íbamos a sentarnos a la mesa y vosotros había echado agua sobre el fuego”, decían algunos congoleños del Este a sus nuevos dueños. Muchos lamentaban que Kabila no hubiese tenido tiempo de poner en práctica sus ideas, mientras que, a Mobutu, Occidente le había consentido absolutamente todo durante treinta y dos años.

Comenzaba una curiosa guerra sin guerra: salvo algunas operaciones en agosto del 98, los diferentes ejércitos mantuvieron las posiciones que ya ocupaban desde la primera guerra, -cada bando, un 50% del Congo-, con una franja intermedia, una especie de tierra de nadie en pleno bosque ecuatorial. Había por hacer cosas más importantes que combatir.

EL SAQUEO DEL CONGO. Los tres informes de la ONU (2001–2002), a petición de Francia, sacaron a la luz lo que era un secreto a voces: en los cuatro años de conflicto, éste se había convertido en uno de los negocios más lucrativos del Africa central.

En una primera etapa (1997-98), hubo un pillaje masivo y compulsivo; Rwanda y Uganda fueron colocando sobre el terreno sus peones. En la segunda etapa (1998-2003), se produce una instalación duradera de los dos bandos; Uganda y Rwanda se convierten en explotadores y exportadores de las materias primas, en beneficio propio: agricultura (café, tabaco, aceite de palma), madera, minas (oro, cobalto, diamantes, cobre, coltan, utilizado en electrónica, informática y aeronáutica); firman acuerdos con operadores privados; también participan soldados o buscadores individuales; controlan las minas de oro y coltan.

Imposición de monopolios y control de precios: importación y comercio de artículos de consumo; importan tejidos desde Asia, aunque los del país eran buenos y abundantes. Cobro de primas por seguridad: el ejército ofrece protección a empresas u oficinas de comercialización de oro, diamantes, banca; cuatro millones de ventas al mes dejan 200.000 dólares a los protectores. Desmantelan industrias para trasladarlas a su país. En todas estas operaciones, colaboran compañías de transporte aéreo locales, belgas, francesas. Socios financieros con base en Kinshasa, Kigali... limpian y respaldan estas operaciones. Una serie de testaferros ocultan a los verdaderos capos: familiares del poder, altos funcionarios o militares que controlan las redes de explotación y exportación. Con los beneficios se amasan poderosas fortunas, se autofinancia la guerra y se nivela la balanza de pagos. Así se consigue una buena imagen ante los proveedores de fondos: la ayuda continúa afluyendo y se puede lograr una reducción de la deuda externa.

El gobierno de Kabila, y sus aliados, también participa en el saqueo: atribuye monopolios, sangra a las empresas parapúblicas, se crean asociaciones con Zimbabwe.

La víctima es el pueblo congoleño. La comunidad internacional no puede o no quiere imponer sanciones: supresión de la ayuda internacional, embargo de materias que salen del Congo, actuación judicial contra los autores de crímenes económicos. Hay nombres: 54 personas y 85 empresas son mencionados en el informe de la Comisión de la ONU encargada de la investigación. Sólo se han producido algunas dimisiones y despidos de ministros y altos dirigentes gubernamentales o empresariales del Congo, más por lavar la imagen que por lograr un cambio profundo de la situación.

En junio de 2000 estalla la guerra entre Rwanda y Uganda en Kisangani, capital del Este del país, llave del bosque ecuatorial con sus inmensos recursos en madera y de las comunicaciones hacia Ecuador y Kinshasa por la única vía transitable, el río Congo. Las relaciones entre los dos presidentes se han ido deteriorando, por razones políticas, personales y económicas. Uganda considera Kisangani vital para su proyecto económico de la región, con un ferrocarril hasta la capital de Uganda. Para Rwanda, la ciudad es el límite natural de su zona de expansión en el Congo.

Tanto Uganda como Rwanda han promovido, además, otros grupos armados con una doble finalidad: “Ya se ve que este territorio es ingobernable; necesita nuestra tutela permanente. Y si nos tenemos que ir, estos grupos asegurarán la continuidad de nuestro control sobre el territorio y sus recursos”.

En Bunia, más al Este, han manipulado el odio étnico. Los lendu, agricultores, y los hema, pastores, mantienen desde tiempos inmemoriales enfrentamientos constantes. Uganda apoya y se apoya en los hema, Rwanda en los lendu. Ha habido ya más de 50.000 muertos, en una larga secuencia de incidentes. A pesar de las promesas de Rwanda y Uganda de retirarse del Congo, han montado ya un traspaso de poderes y funciones a estos grupos del país.

Y así, en la zona Este, hay en estos momentos hasta 18 grupos armados que se cruzan, se alían y se combaten alternativamente. Cálculos independientes afirman que, en el Congo, en estos siete años, han muerto tres millones de personas a causa de las matanzas, la actividad bélica, las carencias de alimentos y cuidados médicos. Dos millones de desplazados completan el trágico cuadro de una catástrofe humanitaria ocultada cuidadosamente a la opinión internacional o simplemente olvidada.

JOSEPH KABILA NUEVO PRESIDENTE. Desde el 19 enero 2001, por designación paterna y aceptación por los poderes del Congo. Forma un gobierno recomendado por los occidentales, el FMI y BM, a salvo de corrupción. Hombre de un hermetismo total, no deja traslucir sus emociones ni sus planes. Joseph Kabila ha aprendido pronto y en lo esencial ha vuelto al camino neoliberal: liberaliza los precios, admite el cambio de la moneda, un plan de ajuste. Restablece la confianza de EEUU y de la UE, que ha desbloqueado la ayuda al país. Mantiene la línea de su padre en cuanto a la liberación total del país y la reconstrucción del Estado..

Mantiene sus aliados: Angola y Zimbabwe, pero ha ampliado amistades: Congo Brazaville, Gabón, República Centroafricana. Está personalmente muy bien considerado por la opinión pública congoleña, no así su gobierno. Su programa de reformas 2003 ha recibido el apoyo del FMI y BM, aunque por el momento su balance económico y social es desastroso.

En su contra: ha cedido a la presión de los halcones que exigían la dimisión de un buen ministro de finanzas, incómodo para sus negocios. Ha despachado el pillaje de recursos, denunciado por la comisión de la ONU, sin profundizar en el tema, trasladando de cargos a algunos de los implicados. El poder judicial le está sometido y los derechos humanos no son respetados.

Ha desatascado la situación militar y, por fin en 2002, tras treinta meses de negociaciones, hay acuerdo de paz, aceptado por todas las partes. J. Kabila sigue de presidente, será el auténtico poder y árbitro de la transición. Hay cuatro vicepresidentes: por el gobierno, la oposición política, el MLC (Uganda) y el RCD (Rwanda). Los 36 ministerios son repartidos entre el gobierno, los rebeldes, los Mai-Mai, la oposición política y la sociedad civil. Con tal cantidad y diversidad de tendencias, es poco probable una gestión rápida y eficiente. Pero se ha conseguido algo muy importante: que todos abandonen el camino de la guerra y tomen el de la acción política para construir el futuro Congo. La transición durará dos años, luego se celebrarán elecciones generales.

DESPUÉS DEL 11-S ¿NUEVOS TIEMPOS, NUEVO PROYECTO? EEUU ejerce de única potencia mundial, da prioridad a la lucha contra el terrorismo y exige que se cierren los frentes secundarios. Hay que eliminar las zonas grises, de recursos naturales al margen de la ley, verdaderos viveros de financiación y organización para grupos violentos. Esto afecta directamente al Africa central, con sus redes de explotación y comercio de oro, diamantes, coltan, armas. Los satélites americanos indican al gobierno de Angola la ubicación de Savimbi, líder de Unita; una operación relámpago acaba con su vida y con una guerra de treinta años.

Hay que estabilizar el Congo: Rwanda y Uganda son convencidas de la necesidad de llegar a un acuerdo de paz. Rwanda, la más ambiciosa y cerrada a abandonar el territorio, recibe compensaciones: EEUU pagará el coste del ejército retirado del Congo; fuerzas especiales actuarán en el caso de que la seguridad del país se vea amenazada. El FMI y el BM advierten con toda rotundidad que no habrá dinero si no hay retirada.

El largo enfrentamiento con Sudán, el eje del mal en Africa, se cierra también. El gobierno sudanés ha abandonado sus veleidades extremistas y tiene importantes reservas de petróleo. EEUU recalifica a Sudán como país amigo.

Es el nuevo proyecto americano para Africa. Ante las obscuras perspectivas de Irak, Arabia Saudita y del Oriente Medio en general, EEUU quiere diversificar sus fuentes de abastecimiento de petróleo. El Africa atlántica le ofrece la mejor alternativa: abundantes reservas y una producción en alza, que llegará en los próximos años al 12% mundial. Su extracción se realiza, casi en su totalidad, en los fondos cercanos a la costa, a salvo de posibles conflictos en tierra. Y los mercados americanos esperan al otro lado del Atlántico, sin países hostiles intermedios. Las inversiones y las ayudas de los últimos años apuntaban ya en esta dirección.

Hoy en día la política americana para Africa subsahariana se apoya en estos pilares: Nigeria, Angola y Sudáfrica. El Congo se sumará con ciertas garantías. EEUU quiere establecer dos importantes bases militares en Kitona y, sobre todo, en Kamina (Katanga), en el corazón de la zona minera más importante de Africa: diamantes, cobre, cobalto. Tendría bajo su control los recursos de toda la región: Congo, Angola, Zambia. Estas bases se unirían a la ya establecida en Djibuti, en el Cuerno de Africa, junto a Oriente Medio, y a la proyectada en Santo Tomé y Príncipe, dos islitas en pleno corazón del golfo de Guinea.

Está por ver qué papel van a tener, en este diseño americano para la región, países que han tenido un papel relevante en los acontecimientos de los últimos años. No creo que Rwanda vaya a aceptar una renuncia a sus ambiciones iniciales. La nueva presencia de sus tropas, bajo diversas formas, atestiguada recientemente por la fuerza de paz de la ONU en la región, y las ya narradas estrategias de suplencia, utilizadas también por Uganda, nos hacen prever dificultades serias para la estabilidad del Congo.

El plan de crear una región que integrase a Uganda y Rwanda con el Congo, no es ningún absurdo. Es una salida para la zona, en la línea africana de potenciar regiones para entrar en la mundialización con más fuerza. Pero se han elegido muy mal los medios: la guerra y la imposición. Sólo se puede integrar cuando hay una voluntad civil y política, y cuando se ofrece un proyecto que va a beneficiar a todas las partes con equidad. Y éste no ha sido el camino seguido por Uganda y, especialmente, Rwanda, que no han logrado avances y además han provocado animadversión hacia ellos y un aumento de las tensiones étnicas del Este del Congo.

Ha pasado el tiempo en que se veía a Museveni como líder de la región, su posición se ha debilitado por el enfrentamiento con Rwanda; no parece posible que Kagame pueda ser ese líder regional. Los dos países pueden haber pasado a segundo plano en el interés de EEUU. Recientemente Kagame ha dicho a los rwandeses: ”Ha llegado el tiempo de apretarse el cinturón. Ya no podemos esperar la ayuda desde fuera”. Resulta difícil tomarlo al pie de la letra. EEUU sabe que el ejército de Kagame es el mejor del Africa negra, junto con el de Angola; no se le puede dejar de lado como posible gendarme o apoyo en la zona.

En cambio, Angola ha ganado prestigio y aceptación para llegar a ser el país cabeza del Africa Media, por recursos económicos, por capacidad militar y por el modo como están conduciendo la reconciliación gobierno/Unita. Claro que Angola tiene antes que reconstruir un país destrozado en todos los aspectos y establecer un sistema político que haga posible la alternancia en el poder y que destierre la corrupción en la cumbre. El éxito en esta larga y difícil tarea será la mejor prueba de su capacidad de liderazgo.

Está por ver el lugar que ocupará el Congo en la región. Sus bazas: extensión, población, recursos, avalarían una posición de cabeza, pero primero deberá superar el enorme déficit de la época Mobutu, sumado a las secuelas de la guerra y la transición que aún están por encarrilar.

Sudáfrica es, hoy por hoy, la esperanza más consistente por su capacidad económica y su saber hacer empresarial, además de tener un proyecto muy claro de región y de africanización como camino a la inserción de Africa en la economía mundial. Sus empresas están realizando importantes proyectos: en Mozambique, el corredor y puerto de Maputo funcionan ya para dar salida al mar a la región más industrial y minera de Sudáfrica; en el Congo, esperan la ampliación y puesta en servicio de todo el potencial hidroeléctrico de la presa de Inga, en el río Congo, con capacidad para electrificar el Africa subsahariana. Como una muestra de nuevos tiempos: el gobierno sudafricano ha instaurado en su territorio una novedosa tarifa del agua. Será gratuita la cantidad precisa, según la OMS, para las necesidades diarias del hogar; si se gasta más pagarán progresivamente una cantidad que en el límite será igual a la tarifa empresarial.