Ángel Alfaro

Guerra civil en Costa de Marfil
(Hika, 161-162 zka 2004-2005ko abendua-urtarrilla)

Los quince países de Africa Occidental se extienden sobre un territorio de 6.340.000 Km2 (dos veces la UE de 15). Con sus 246 millones de habitantes, es la región subsahariana más poblada. Hace ya dos mil años el excedente de población provocó el acontecimiento más importante en la historia del continente: la emigración de pueblos Zande y Bantú que repoblaría toda Africa subsahariana.
En esta región, ya desde el siglo VIII, nacieron y desaparecieron ciudades, reinos e imperios con una pujanza extraordinaria y un notable nivel cultural y económico. El siglo XIX fue especialmente tempestuoso. A las luchas internas se sumó la llegada de los invasores europeos, a los que se opuso una dura resistencia.
Los colonizadores dividieron el territorio y sus habitantes conforme a sus intereses. No tuvieron en cuenta las unidades étnicas ni las dinámicas sociales de larga trayectoria en el pasado y se apoyaron en los pueblos más colaboracionistas. Pero la colonización duró sólo setenta años. La región se reencontró con sus antiguas identidades y dinámicas soterradas pero no olvidadas, ahora en el marco de fronteras y fracturas étnicas que habían instaurado los europeos.
Con este pasado, podemos decir que Africa Occidental es una región de placas inestables, con grave riesgo de terremotos sociales: Liberia, Sierra Leona, Guinea Bissau, ahora Costa de Marfil, son los ejemplos dramáticos más recientes

LA COLONIZACIÓN. Costa de Marfil fue para Francia una pieza capital de su imperio africano occidental. Por entonces la mayoría de la población estaba en el interior. La costa era importante por ser la salida al Atlántico y por su potencial agrícola. Pueblos del norte fueron llevados al sur y se emprendió la transformación del bosque virgen tropical en áreas de cacao, café, caucho y palmeras.
Surgió una burguesía media negra de plantadores. Entre ellos Houphouet Boigny, jefe de un clan de la etnia Baulé, con la que los franceses tenían interesantes relaciones. Su carrera fue meteórica: educado en San Luis de Senegal, la escuela para líderes africanos, llegó pronto a portavoz de la población en el diálogo con la administración colonial. Diputado en el parlamento francés, era el hombre ideal para dejar en sus manos, al servicio de Francia, la futura Costa de Marfil independiente.

LA ETAPA HOUPHOUET BOIGNY. El nuevo presidente, 1960, empezaba una etapa de euforia económica y armonía interétnica dentro de una economía capitalista. Llegó la inversión, bien protegida por la estabilidad que ofrecía la dictadura. Abrió el país a la mano de obra emigrante. Desde Burkina Faso, Malí y Guinea llegaban a un paraíso que les daba derecho a la tierra, a los empleos públicos y a participar en las elecciones. La población pasó, en sólo treinta años, de cuatro a quince millones, con un 30/40% de emigrantes.
La buena organización económica y los precios altos de los productos de exportación beneficiaban a la burguesía costera y a los agricultores africanos. Pero el milagro empezó a esfumarse en los 80: descenso brutal de los precios del cacao y el café, corrupción general del Estado, proyectos gigantescos no rentables, gastos de prestigio y fuga de capitales. La deuda externa inició una carrera sin freno, para cubrir los enormes agujeros de la economía. En 1992 suponía ya el doble de la riqueza que producía el país.

DE H.B. A LA GUERRA CIVIL. Con la muerte de Houphouet Boigny, en 1993, se destapaban todos los problemas que la prosperidad había ocultado: xenofobia, luchas por el poder, matanzas, guerra civil. Le sucedió Bedié, también cristiano y Baulé. No abrió caminos y se agravó aún más la difícil situación económica, social y de convivencia interétnica.
Los antagonismos se mantenían dentro del terreno político, pero en diciembre del 99 se produjo el primer golpe de Estado. El general Gueï proclamó que venía a “salvar al país del caos provocado por los políticos”. En octubre de 2000 se convocan elecciones a la presidencia. Gueï se presenta y elimina de un plumazo a 14 de los 19 candidatos, “por no reunir las condiciones exigidas por la ley”.
El caso Ouattara es interesante a este respecto. Economista, musulmán, ha ocupado cargos importantes en el FMI y en el Banco de Africa Occidental. Es líder del RDR, con respaldo total del Norte y amplio arraigo en todo el país. Primer ministro de Houphouet-Boigny, cuando éste murió, fue desplazado por Bedié, cristiano y del Sur. Comenzó una campaña anti-Ouattara, profundizando aún más la fosa Norte/Sur. “Es extranjero, su madre es de Burkina Faso”. Ouattara ha afirmado siempre que es marfilense por los cuatro costados. Se sometió a una prueba de pureza de sangre: su madre es marfilense de siempre. A pesar de todo, el general lo borró del mapa electoral: los candidatos deberán ser “…marfilenses de origen, nacidos de padre y madre también marfilenses de origen; que no hayan renunciado jamás a la nacionalidad, ni hayan tenido alguna otra nacionalidad”. En el momento actual de vacas flacas, con seis millones de emigrantes antiguos o recientes, el conflicto marfilenses de toda la vida / extranjeros renacía con mayor fuerza: sólo la limpieza de sangre da derecho a los recursos del país.
Se celebraron las elecciones y tras unos días de incertidumbre, la comisión electoral reconoció a Gbagbo, del FPI, como presidente. El jueves 26, los partidarios de Ouattara reclaman la repetición de las elecciones. Se desencadena el furor xenófobo antinordista. Arden las mezquitas en el Sur. Unos 500 norteños, musulmanes, son masacrados por militantes del FPI, apoyados por el ejército y la gendarmería. Ouattara y Gbagbo se reúnen para buscar una salida consensuada. Llaman a la pacificación. Pero el nuevo presidente no quiere saber nada de repetir las elecciones y acentúa entre sus seguidores la caza del nordista. La fractura Sur/Norte era cada vez más acusada. El Sur, cristiano/animista, de economía floreciente, ha tenido el poder político desde la independencia. El Norte, musulmán, con conciencia de haber sido centro de una grandeza histórica superior, se siente olvidado en el reparto de poder, recursos públicos y oportunidades.
Progresivamente los antagonismos fueron llevándose al camino de las armas. El 19 de septiembre de 2002 estallaba el golpe militar que consumaba la partición del país. Francia enviaba el primer contingente militar. En el Norte los rebeldes, el MPCI (Movimiento Patriótico de Costa de Marfil), se hacían fuertes, rechazaban los ataques gubernamentales, afirmaban querer derribar el régimen e invitaban a Francia a mantenerse neutral. El 17 de octubre se firma un acuerdo de cese de las hostilidades. El presidente Gbagbo pide a Francia que controle el alto el fuego. A finales de noviembre surgen otros dos movimientos rebeldes, el MJP y el MPIGO que ocupan una zona menor del Oeste, importante por su cercanía al puerto de San Pedro, salida del 60% del cacao del país. Se sucedían los enfrentamientos y las negociaciones para un acuerdo de paz.

LOS ACUERDOS DE MARCOUSSIS. En enero de 2003, Chirac convocó una reunión definitiva en Marcoussis (Francia) abierta a todos los grupos en presencia. Las reuniones fueron tensas y sólo la firme presión francesa logró que todos los grupos, muchos de ellos a regañadientes, en especial el presidente Gbagbo, firmasen el acuerdo.
Gbagbo mantendría el poder, se formaría un gobierno de reconciliación con presencia de todas las partes, incluidos los grupos rebeldes. El presidente nombró primer ministro a Saydou Diarra. Guillaume Soro, portavoz del Norte, afirmaba que su movimiento había obtenido las carteras de Defensa e Interior. En el Sur se producían violentas manifestaciones antifrancesas por parte de las organizaciones próximas a Gbagbo, denunciando los acuerdos. Los Jóvenes Patriotas tomaban las calles en Abidjan.
En julio, el ejército y los grupos rebeldes anuncian el fin de la guerra. Los actos aislados, pero repetidos, de violencia muestran que la hostilidad sigue viva. En marzo de 2004, la represión brutal de una manifestación no autorizada de la oposición, en la capital, Abidjan, deja un balance de 120 muertos. Los ministros del Norte y de la oposición se retiraron del gobierno de unidad.
El 30 de julio pasado se firmaba en Accra (Ghana) un acuerdo de reformas políticas, especialmente sobre las condiciones de elegibilidad a la presidencia, el punto candente de la marfileidad. Se acordaba también el comienzo del desarme para el 15 de octubre lo más tarde.

DE NUEVO LA GUERRA. El desarme no se inició el día señalado. En Abidjan los Jóvenes Patriotas se manifestaban delante de los cuarteles, exigiendo a los soldados que asumiesen su responsabilidad y acabasen con los rebeldes. Los grupos del Norte decretaron una alerta máxima. Gbagbo, en su línea sinuosa, jugaba la baza de la calle y aprovechaba el error del enemigo al no comenzar el desarme, clamando por la paz con la intención de ganar imagen y posibilidades ante la opinión internacional. Había rearmado al ejército a fondo, consideraba que ahora sí podía ganar y optó por la vía militar para acabar con el conflicto, a pesar de las divergencias dentro de sus generales y de las presiones de Francia. El 4 de noviembre aviones gubernamentales bombardeaban Bouaké y Korhogo, en el Norte. Los rebeldes consideraron acabados los acuerdos de paz. La ONU calificó el ataque como una violación mayor del alto el fuego.
La situación degeneraba el 6 de noviembre: durante un ataque aéreo gubernamental, un civil estadounidense y nueve soldados franceses mueren y treinta son heridos en un acantonamiento francés de Bouaké. París responde destruyendo dos aviones y cinco helicópteros de combate. En Abidjan se producen enfrentamientos del cuerpo expedicionario francés con el ejército gubernamental y violencias contra edificios franceses. Chirac refuerza la operación Licorne con nuevos contingentes venidos de Cerdeña y de su base permanente en Gabón. Un ministro de Gbagbo declaraba que Costa de Marfil sería un nuevo Vietnam para Francia.
En los días siguientes se instaura una calma tensa. Muchos extranjeros y miles de marfileños salen del país. Gbagbo ha cometido un error colosal. Hasta ese momento era respaldado por el Partido Socialista francés. El gobierno de Chirac, que durante largo tiempo apostó por una interpretación rígida de los acuerdos de Marcoussis, privilegiaba ahora una visión más pragmática del dossier Costa de Marfil: persuasión, paciencia, tomar en cuenta, como base, el deseo profundo de la mayoría de los marfilenses de abandonar definitivamente la guerra. Se iría hacia un desarme progresivo que dejase aislados a los extremistas de ambos lados.
Pero ahora las cosas cambiaban radicalmente. El Partido Socialista repudió a Gbagbo, el gobierno de Chirac rechazaba cualquier relación con el presidente y los legionarios franceses se enfrentaban con las fuerzas gubernamentales y los Jóvenes Patriotas. La ONU dio un mes de plazo para la paz, so pena de incurrir en graves sanciones. La Unión Africana convocaba una reunión urgente y delegaba en Mbeki, presidente de Sudáfrica, la negociación directa en Costa de Marfil.

¿GUERRA CIVIL O GUERRA REGIONAL? Guinea y Togo han apoyado a Gbagbo. Burkina Faso y Liberia se han posicionado contra él. Para Burkina Faso, la situación de Costa de Marfil es vital: el puerto de Abidjan es su pulmón comercial. Más de tres millones de burkinabeses viven en ese país y son una fuente de ingresos indispensables para buena parte de la población de Burkina. Si en tiempos pasados las relaciones entre los dos países fueron amistosas, en los 80, con el final del milagro marfilense, los emigrantes empezaron a ser considerados como extranjeros, sin derechos a los recursos del país y responsables de todos los problemas. De esta forma el presidente Bedié se sacudía la responsabilidad. Se produjo un enfriamiento de relaciones entre los gobiernos.
Los violentos incidentes de 1999 costaron la vida a muchos emigrantes, atacados por autóctonos marfilenses, y provocaron una oleada de retorno a Burkina Faso. Fue el punto de no retorno para el presidente Compaoré. Había que intervenir en la política del país vecino para mantener una situación favorable a Burkina.
Gbagbo volvió a la senda nacionalista marfilense y el presidente Compaoré llegó pronto a la certeza de que era nefasto para los intereses de su país. El previsible regreso de tres millones de emigrantes sería una catástrofe para Burkina. Había que derribar a Gbabgo.
En Ouagadou, capital de Burkina, se habían refugiado muchos oficiales marfilenses rebeldes. Les dieron entrenamiento y posibilidades de organizarse. Llegaron armas y material de comunicación sofisticado. Se dice que llegó dinero de Libia, pero no está probado. En 2002, muchos de estos oficiales están al frente del MPCI, la rebelión del Norte. El ejército de Burkina se acuartela en la frontera con Costa de Marfil, para evitar posibles infiltraciones de réplica. La frontera está abierta al paso de convoyes con armamento para el MPCI. Sus oficiales se acercan con frecuencia, para recibir información y asesoramiento de los generales burkinabeses. Pero no ha habido presencia directa de militares de Burkina, a pesar de la propaganda de Costa de Marfil, que afirmaba rotundamente que eran invadidos por el ejército burkinabés. Para el presidente Compaoré el conflicto y su apoyo a los rebeldes tienen un importante rendimiento político cara a su continuidad en la presidencia de Burkina Faso.
Charles Taylor, presidente de Liberia hasta agosto de 2003, no se ha andado con tapujos en su participación directa en la guerra de Costa de Marfil. Tiene una larga trayectoria de intervenciones en Sierra Leona, Guinea; y a su vez ha sido objeto de ataques de réplica desde esos países. Podemos definirle como un líder que aspira a un proyecto regional amplio bajo su mando. Siempre ha tenido buenas relaciones con Libia, como las tuvo, en sus comienzos, con Costa de Marfil. El presidente Houphouët Boigny le dio luz verde, en 1989, para su ofensiva que acabaría con la sangrienta dictadura de Doe en Liberia. Muchos oficiales marfilenses participaron en la guerra. Taylor conoció así a Gueï, de su misma etnia, jefe del estado mayor.
Gueï, tras su golpe de Estado en 1999, se proclamó presidente de Costa de Marfil. Le proporcionaba armas y material militar a Taylor. Este, a cambio, ponía bajo su mando a oficiales y soldados fieles y aguerridos, la guardia personal del general.
Cuando Gueï fracasó en las elecciones de 2000 y resultó elegido Gbagbo, Taylor empezó a preparar su derrocamiento. En Liberia, junto a la frontera con Costa de Marfil, comenzó a organizarse una guerrilla con vistas a futuras acciones. Gbagbo le pagaba con la misma moneda, impulsando grupos armados contra Taylor.
Gueï murió trágicamente en el levantamiento que provocó la división del país, en septiembre de 2002. Dos meses más tarde Taylor lanzaba en el Oeste de Costa de Marfil dos nuevos grupos contra Gbagbo. Se distinguieron por su mayor capacidad combativa. Son Mosquito y sus fogueados muchachos, con el estilo violento y anárquico de las guerras de Liberia y Sierra Leona: cientos de civiles masacrados, pueblos enteros destruidos y saqueados. Toda la zona Oeste pasaba de ser el corazón del milagro marfilense a ser su más terrible pesadilla.
Taylor desaparecía de la escena política en 2003, hoy está desterrado en Nigeria, pero su sombra permanece viva. Los dos grupos que formó, participan en las negociaciones de paz y tienen ya su puesto en el gobierno de reconciliación. Ahora de nuevo vuelven a sonar las armas.

FRANCIA, GENDARME EN COSTA DE MARFIL. Francia es la única ex-potencia colonial que mantiene una importante red de bases militares en África. Ha intervenido en distintos países subsaharianos, alegando pactos bilaterales con esos países. Ha mostrado con esto su defensa de intereses coloniales aún vigentes y el deseo de seguir siendo la referencia y el apoyo para los gobiernos amigos.
En Costa de Marfil trata de llevar a la normalidad al país que es la piedra angular de su proyecto regional. Representa un tercio de la inversión en Africa Occidental, el 40% de los presupuestos y el 57% de las exportaciones de la región. Francia es su principal cliente y suministrador. La crisis está afectando gravemente a todos los países limítrofes.
Desde el principio del conflicto, las autoridades francesas explicaron los principios de su acción: protección a los residentes franceses, defensa de la integridad territorial de Costa de Marfil, apoyo a las autoridades legítimas y a las organizaciones africanas, defensa de los derechos humanos.
La intervención fue solicitada por el presidente Gbagbo, pero el pacto de asistencia armada es para el caso de un ataque exterior. Y París no ha reconocido que se tratase de una agresión desde Burkina Faso, aunque sabía lo que se estaba cociendo en el Norte y el apoyo dado por Burkina Faso. Jugaba a dos barajas y en su momento utilizó esta vía para contactar con los rebeldes y convocar la reunión de Marcoussis.
Cuando comienza la operación Licorne, septiembre de 2002, las fuerzas rebeldes avanzaban arrolladoramente hacia el Sur. El gobierno había estado comprando armas durante los dos últimos años. Pero ni las armas, ni las municiones aparecieron por ningún lado y el ejército estaba a punto de derrumbarse. Interponiendo sus tropas en el medio del país y dando apoyo logístico a los gubernamentales, Francia evitó un final rápido y victorioso para la rebelión. Pero, paradójicamente, su interposición contribuyó a fijar la partición del país, aunque sea de modo temporal.
Chirac se está moviendo en el filo de la navaja, oscilando según cambia la situación. En Francia piensan que su respaldo a Gbagbo debería ser más crítico y que tendría que haber dado una respuesta contundente el 4 de noviembre, tras el primer bombardeo contra el Norte. Era la ruptura del alto el fuego acordado, pero tuvo que producirse la muerte de los soldados franceses para que se replicase con mano dura.
Los últimos acontecimientos han dejado a Chirac frente al Sur y no muy bien con el Norte. La realidad es que ninguno de los dos bandos confía en los franceses. Si no se consigue pronto la paz, Francia se encontrará en una posición que ha tratado de evitar a toda costa: estar en el centro de una operación de policía con el uniforme de gendarme colonial.
La diplomacia francesa ha optado por la multilateralidad, pero en Costa de Marfil se ha movido en un vacío jurídico peligroso hasta febrero de 2003, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó por unanimidad la resolución que sitúa a Costa de Marfil bajo tutela internacional. Autorizaba, por un período de seis meses renovable, a las fuerzas de paz oeste-africanas (400 soldados) y a las fuerzas francesas (entonces 2.750 militares) para asegurar, sin perjuicio de las responsabilidades del gobierno de reconciliación nacional, la protección de civiles en las zonas de operaciones. Esta resolución se adoptó después de firmado el acuerdo de Marcoussis. ¿Hasta entonces qué cobertura legal tenía la intervención, puesto que ya hemos visto que no encajaba en el pacto bilateral Francia – Costa de Marfil?
Por las mismas fechas, Tony Blair y Chirac adoptaron una declaración sobre África, en la que el premier daba respaldo total a la política francesa en Costa de Marfil. EEUU aplaudía los esfuerzos de Chirac para llevar a las partes a una solución pacífica. Washington rehusaba sin embargo todo despliegue de cascos azules de la ONU en Costa de Marfil. Dado el total desacuerdo Francia-EEUU sobre los medios adecuados para solucionar la crisis de Irak, el mensaje dirigido a París tiene su punto de ironía: cara a los pequeños estados gamberros de su patio de atrás africano, Francia tendrá las manos libres e incluso, si lo pide, un mandato santificador de la ONU. Pero se le pide que solucione el problema ella misma, eventualmente con la ayuda –poco costosa– de los servicios de la CEDEAO. ¿Bush, a partir de Costa de Marfil, espera encontrar un Chirac más comprensivo con su actuación en Irak?
París ha intentado activar la Unión Africana y la CEDEAO, para que actuasen de mediadores. Pero ambas organizaciones carecen de momento de capacidad de respuesta. Mbeki, presidente sudafricano, reconocía en enero 2003: ”Como africanos debemos admitir abiertamente que no hemos podido ayudar a los marfilenses a poner fin a su crisis … Por este fracaso africano Francia ha intervenido … Pero esta crisis es precisamente el tipo de desafío que requiere soluciones africanas”.
La Unión Africana se va a reunir en estos días. Chirac confirma que Francia seguirá en Costa de Marfil hasta su vuelta a la normalidad. La ONU ha dado un mes de plazo para llegar a la paz dentro de los acuerdos de Marcoussis. En caso contrario aplicaría fuertes sanciones. Está en juego el futuro de la región, la creación de una Unión de África Occidental que permita un proyecto integrador de los países. Es su única posibilidad de entrar en la globalización con peso para negociar con fuerza.