Ángel Rodríguez Kauth

LA GUERRA EN IRAK: NUMEROS, ¡NADA MAS QUE NUMEROS!
¿Y LAS PERSONAS?
 

Cuando mandaron los números de la economía 

Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que la guerra de ocupación que está  teniendo lugar en Irak desde la primera mitad de 2003 tiene como eje principal a los números; en realidad, el eje del mal que justificó la invasión de la coalición a territorio irakí no fue la satanización de Saddam, sino que estuvo centrado en los fríos números con que los "apostadores" de la Casa Blanca -secundados por sus acólitos menores como Blair, Aznar, Berlusconi y otros sin mayor relevancia (1)- estuvo centrada en los cálculos con que se regodearon de manera anticipada los capitalistas invasores por sacar buenos dividendos económicos para sus empresas.
Qué‚ cuánto iban a ganar con la explotación de los recursos petrolíferos en una de las reservas más grandes del mundo!, pensaron los allegados a la Presidencia de Bush, entre ellos su vicepresidente que tiene fuertes inversiones en dicho rubro (2). Qué cuánto podrían ganar los que se asociaran internacionalmente con la aventura bélica los socios menores en lo que se denominó el "plan de reconstrucción" de Irak, fue lo que tuvieron en mente los que se asociaron a Bush, particularmente los tres Primeros Ministros citados anteriormente. Qué‚ cuánto irían a recibir en d divas lisonjeras y en algún apoyo económico y político!, fueron las elucubraciones hechas por los socios menores aún, que bien pueden ser calificados con el adjetivo despreciativo que usan los yanquis de "bananeros". como El Salvador, Nicaragua, Polonia, etc. y que los alentaron a sumarse a la "santa cruzada" norteamericana.
Números, nada más que números, fueron los que alentaron una invasión que -como cada día se va poniendo más en evidencia desde el riñón de los invasores- los que justificaron, más allá  de las palabras grandilocuentes de Bush en su intento por definir un "eje del mal" corporizado -esta vez- en la figura de Saddam, los que se manejaron ya no entre bambalinas, sino a la luz pública, tal como lo denunciaran inclusive intelectuales norteamericanos como N. Chomsky (2001; 2003), españoles como E. Del Río en diversas oportunidades en ésta misma publicación o italianos como Dal Lago (2003), además de otros muchos cuya lista sería un exceso de pedantería incluirla.
Más aún, ya mucho se ha escrito sobre la inutilidad, la injusticia y la inequidad de las guerras, cualquiera sea la laya de aquellas y los argumentos que pretendan justificarlas con las más descabelladas ideas. I. Kant (1799), J. B. Alberdi (1879), Einstein (1932 y 1949) fueron algunos de los tratadistas por demás elocuentes sobre la temática y no vale la pena insistir sobre algo en que las personalidades más lúcidas se han expresado.
Pero -siempre existe una conjunción adversativa que pone palos en la rueda en las previsiones económicas que no tienen en cuenta a las reacciones políticas subsecuentes- a lo largo de los diez meses que lleva la aventura guerrera por el Medio Oriente hubieron algunos números que se escaparon de las previsiones. Los soldados y el personal civil de las fuerzas invasoras y los propios iraquís también son personas al fin y al cabo (3), también entraron a formar parte de los números que se están barajando últimamente. Y es a ellos a quienes vamos a dedicar el resto del escrito, sobre lo anterior ya se han derramado chorros de tinta. En este caso nos interesan los chorros de sangre derramada sobre las arenas de los desiertos, como as¡ también entre las calles y las rutas de las ciudades y aldeas de Irak.

Las bajas humanas ¿no cuentan entre los números?

Parece ser -es un simple parecer mío- que en esta guerra a la que asistimos entre impotentes e impávidos no se ha producido el proceso de cosificación tan común y generalizado del capitalismo. Es fácil advertir que -irónicamente- las personas implicadas en el conflicto desatado por la furia bestial y cruel del imperialismo, encarnado en la figura satánica de Bush, las personas de carne y hueso no han sido cosificadas (Cosser, 1957 y 1967), por el contrario, ellas son preservadas de ser incluidas entre los fríos números que han lanzado a la guerra a los imperiocapitalistas.
Al contrario de lo ocurrido con las razones manejas en un secreto a voces de cómo se podía ganar mucho dinero con la destrucción y posterior reconstrucción de Irak, tanto en dólares como en euros, la situación de las personas que sufrirían las consecuencias de la guerra no fue tomada en consideración a la hora de hacer las previsiones pertinentes. ¡Y las personas también cuentan a la hora de hacer balances!, no solamente como potenciales trabajadores, sino también como consumidores de, por ejemplo, Coca Cola, petróleo extraído y refinado por los invasores y no por los nativos, procesadores, etc.
A casi un año de iniciada la invasión, nadie sabe a ciencia cierta cu l es el numero de bajas militares y civiles irakíes. Se me ocurre que no es porque se trate de un secreto militar que debe ser bien guardado, ya que lo habitual en las guerras convencionales ha sido exagerar el número de bajas del enemigo por parte de los encargados de distribuir la información del bando ofensor y -lo mismo ocurre- con los del otro bando. Obviamente que esta falta de datos no es casual, es que los irakíes no solamente son los enemigos que hay que destruir, sino que literalmente no se los considera como personas. ¡Al fin y al cabo son árabes y -para peor- musulmanes entonces, contra ellos, todo vale debido a que tienen poco de humano! (Rodriguez Kauth, 1998, en especial los capítulos "La Guerra en Bosnia: una nueva expresión hipócrita" y "La invasión a Chechenia y la hipocresía mundial").
Lo que acabo de reseñar puede aparecer como un argumento no tradicional -y hasta herético- desde una mirada humanitaria y cristiana, como es la que dicen que anima a la familia Bush (4), pero la realidad es que desde que el Medio Oriente fue ocupado por los occidentales, han sido tratados peor que lo que se lo hace con las bestias. Y, en los últimos años, los musulmanes han sido objeto de cuanta atrocidad pueda ser imaginada por mente alguna.
Por tal razón es que dejar‚ la nimiedad de ocuparme de muertos, heridos, huérfanos, de gente que ha perdido sus viviendas y sus trabajos como resultado de los bombardeos de protección que les han lanzado las fuerzas de la coalición para protegerlos del malvado Saddam que en cualquier momento podía haberlos hecho saltar por los aires con su armamento nuclear o convertirlos en lisiados con sus armas químicas y etc., etc. Obvio que en este listado caben ser tenidos en cuenta los irakíes "oportunistas" que se aliaron con el invasor para sacar réditos convenientes a sus intereses espurios. Ellos, aunque sean traidores, también son personas y, últimamente, se convirtieron en un blanco fácil para las operaciones de la resistencia local.
Pues entonces pasemos a ocuparnos de las personas que importan, es decir, los militares y civiles occidentales que han llevado consigo la paz a aquella inhóspita región del mundo. En los cálculos previos a la invasión se argumentó que la misma sería de corta duración y que las pérdidas humanas serían escasas, todo ello como consecuencia de dos variables: a) la inconmensurable capacidad de fuego de la coalición que le daría un respaldo psicológico enorme a sus miembros como para convertirse en una suerte de Rambo más allá  del celuloide; y b) el ferviente deseo de la población iraquí¡ por ver llegar a sus salvadores, lo cual convertiría a la invasión en una suerte de paseo militar, casi como un desfile con el gentío aplaudiendo enfervorizado.
Y, hete aquí, que si bien la capacidad de fuego de los invasores es incuestionable, ello no fue óbice para que ninguna de las otras alternativas se cumpliera. Ni las tropas se sienten lo suficientemente protegidas y cómodas, ya que se habla -sin tener cifras oficiales- de que aproximadamente unos 20 soldados norteamericanos se habrían suicidado en los últimos meses; ni los irakíes los han recibido con los brazos abiertos, salvo algunos que desean estrangular al invasor; como as¡ tampoco la operación militar fue tan rápida como se preveía ni tuvo las pocas víctimas esperadas entre sus filas.
Es que la invasión a Irak se ha convertido en la cuarta incursión bélica en que han participado sus tropas con mayor número de muertos, alcanzando al momento en que se escriben estas líneas a una cifra superior a los 500 (5), según informaciones oficiales del Departamento de Defensa y teniendo en cuenta que no se incluyen en tal listado a los que murieron luego de haber sido contabilizados como heridos en los enfrentamientos contra los nativos irakíes. Sólo esta incursión militar es superada en número de victimas fatales por la Primera Gran Guerra con cincuenta mil; la Segunda Guerra Mundial que se llevó a casi 300 mil combatientes a la tumba; la intromisión en Corea -a principios de la década de los '50- con 34 mil y la desastrosa Guerra en Vietnam con casi 60 mil cadáveres (6).
La participación de fuerzas militares norteamericanas recogió 241 cadáveres en El Líbano -1982 a 1983-; en Grenada -también en 1983- 15 muertos; la invasión a Panamá -1989- contabilizó a 21 muertos; la Guerra del Golfo -encabezada por el padre de G. Bush en 1991- alcanzó la quinta cifra con 315; la intervención en Somalia se llevó a 25 soldados a la tumba y la última aventura de Bush (h) en Afganistán, algo más de un centenar. Como se desprende de las cifras oficiales difundidas, Irak les está  costando en víctimas a los norteamericanos mucho más que lo planeado para una guerra de "mediana intensidad". A estos fríos números deben sumarse los de los otros miembros de la coalición, es decir, británicos, españoles, italianos y algunos de los socios menores, que no son pocos.
Y, lo peor -para los yanquis-, es que la resistencia iraquí no cesa en sus esfuerzos por alejar al invasor de su territorio, con lo cual día a día el número de muertos continúa aumentando. Esto está generando una baja de la popularidad al interior de los EE.UU. del Presidente, precisamente en un año en que se ha lanzado de lleno a su reelección presidencial. Con un poco de talento por parte de los electores norteamericanos y, sobre todo, sin la utilización del fraude electoral, las arenas del desierto iraquí¡ continuar n siendo la tumba política de la familia Bush.
De la "guerra relámpago" prevista en los papeles se ha pasado a una arena movediza en que a diario chorrea sangre norteamericana. Quien recuerde a aquella vieja película de F. Ford Coppola, Apocalipsis now, no puede dejar de comparar a aquel enloquecido coronel del film con el afiebrado Bush y sus cómplices, tanto internos como del exterior. Da la impresión que los servicios de espionaje -o de "inteligencia", como se les llama eufemísticamente- no han llevado información confiable (Alem, 1980) a sus mentores y de la guerra relámpago se ha pasado a un paseo campestre arruinado por los relámpagos constantes e intermitentes con que son atacadas las fuerzas de la coalición.

Los números de muertos ¿son reales?

Algo que todavía no se ha tomado en consideración -en cuanto a las informaciones oficiales dadas por el Pentágono y el Departamento de Defensa- es lo que se refiere al número de heridos en combate, o en atentados de la resistencia irakí ¡que han muerto en los hospitales a posteriori de los hechos.
Tampoco se cuentan con datos certeros acerca de la cantidad de heridos y, según estimaciones de expertos médicos en la materia, algo más de un tercio de aquellos mueren en menos de un mes de haber sufrido graves heridas. Vale decir, la cifra de quinientas víctimas fatales es mentirosa, ya que la misma debe ser incrementada en una cantidad por el momento desconocida para la opinión pública, aunque la sufran sus familiares cuando reciben la noticia del deceso junto con una condecoración que no sirve más que para el recuerdo del oprobio.
La estadística de las bajas ha sido relativizada hasta lo obsceno, recientemente, el 17 de enero, el subjefe de operaciones de las tropas -M. Kimmit- restó valor al dato llegando a afirmar, según un cable publicado por el periódico La Nación que "No creo que la tropa tenga dudas sobre cu l es su misión [...] No creo que una cifra arbitraria como el número de bajas dañe su voluntad". Llamar arbitraria a una cifra que se refiere a personas muertas es un dislate absoluto, el cual refleja la mentalidad perversa que ha hecho carne en el espíritu de los invasores.
Es que la censura -tan censurada ella por los norteamericanos cuando se la usa en otros lugares del planeta- no permite difundir el número de victimas fatales si no se trata de muertos frescos y filmados por la televisión. La lista de las bajas de heridos graves es un secreto celosamente guardado por la administración Bush ya que ellos representan la fase oculta de la guerra, partiendo de la premisa que lo que no se ve no se conoce.
Todo esto tiene una razón de ser, aunque ella sea bastante irracional. Es que los "halcones" que han usurpado su nido en la Casa Blanca desde el 2000 son tan fundamentalistas como aquellos terroristas a quienes dicen combatir y, cuyos argumentos para sus cruzadas militares, traen al recuerdo a una de las peores consignas del nazismo alemán: "O están con nosotros o contra nosotros". No caben medias tintas, para ellos el mundo está  divido solamente en mosaicos blancos y negros: maniqueísmo puro, la amplia gama de colores que van de un extremo a otro no existe. Y as¡ como la dispersión de los colores no existe para las relaciones con otros países, tampoco se permite el disenso interno, un bien muy caro a la tradición democrática del país. Quienes no los apoyan y aplauden en sus aventuras bélicas por el mundo son rápidamente definidos -y sin miramientos, adjudicándoles el calificativo de traidores- como tan enemigos a sus intereses como resultan ser los terroristas fundamentalistas a los que pretenden destruir con la razón de la fuerza, pero jamás usando la fuerza de la razón (Chomsky, 2001).
Y, lo anterior -a su vez- viene asociado con los intentos reeleccionistas de Bush y sus cómplices internos. No es buena propagando en un año electoral presentar un número de bajas de tropas propias ante un electorado aún sensible por los resultados catastróficos de la Guerra de Vietnam. Asimismo, los norteamericanos comienzan a interrogarse las causas de porqué‚ recogen tanto odio en todo el mundo, incluyendo a aquí‚l que ellos denominan "libre". La ola de protestas planetarias sembradas desde principios del año pasado contra la inminente invasión está  empezando a dar sus frutos (Rodriguez Kauth, 2003) en el orden interno norteamericano. Ya millones de ciudadanos electores se preguntan la causa de la resistencia iraquí¡ -la que se expresa bajo la forma de guerra de guerrillas (7)- y esto pone los pelos de punta a los ciudadanos norteamericanos que todavía tienen frescos los recuerdos de lo sucedido con la aventura en Vietnam, hace cuarenta años. Y la respuesta a aquello que eriza la pilosidad de los yanquis hay que encontrarla en el profundo odio que han sabido ganarse por parte de los habitantes del mundo entero con sus políticas imperialistas y capitalistas que no son más que una humillación a los pueblos que han caído bajo las garras de su  águila guerrera y que luego deben sufrir las consecuencias de las formas de capitalismo posmodernistas que los reducen a la servidumbre.
La conclusión a todo esto es sencilla. Para el capitalismo transnacional las personas existen solamente como instrumentos de producción y consumo, el resto es palabrerío sin sentido.

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(1) Aunque la relevancia de estos últimos es políticamente pobre.

(2) Ocurre que hay que amortizar rápidamente las inversiones hechas en ‚se rubro, ya que según informes fidedignos -citados por organismos especializados (Kindelán Gómez de Bonilla, 2001) para finales del siglo va a ser reemplazada en casi un 50% por otras fuentes de energía.

(3) Aunque estos últimos mayormente no sean tenidos en cuenta por las tropas invasoras que los tratan más como a animales que como a seres humanos.

(4) Y que G. Bush (h) ha reiterado que es el fundamento filosófico de su vida y gobierno en el Mensaje a la Nación -emitido el 20 de Enero de 2004- donde llegó a proponer la abstinencia sexual para evitar las enfermedades de transmisión sexual y la retomando la definición de la familia homofóbica, oponiéndose fuertemente a los matrimonios entre homosexuales que fueron aprobados en algunos Estados de la Unión. Sin dudas que lo sexual es algo que no lo deja dormir en paz.

(5) Téngase presente que 362 de ellos han caído luego de que Bush diera por formalmente por finalizadas -con bombos y platillos- las operaciones militares, el 1§ de mayo de 2003.

(6) Debe tenerse en cuenta que la Guerra Civil del Siglo XIX es la que más víctimas arrastró -620.000 bajas- pero ellos fueron combatientes y civiles norteamericanos que peleaban por cuestiones domésticas.

(7) Algo que no es novedoso y cuyos antecedentes históricos se remontan a la resistencia española a la invasión napoleónica en el siglo XIX, pero que posteriormente ha sido utilizada en todas las guerras de liberación emprendidas por los pueblos colonizados, en especial en Asia y Africa.

Bibliografia

ALEM, J. P.: (1980) L'espionnage et le contre-espionnage. P. U. F., París.

COSSER, L.: (1958) Las funciones del Conflicto Social. F. C. E., México, 1961.

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CHOMSKY, N.: (2001) "La nueva guerra contra el terror". MIT, 18 de octubre, transcripto por http://www.zmag.org/Magazine.

CHOMSKY, N.: (2003) "Las secuelas de una guerra". Diario La Nación, Bs. Aires, N° 1759.

DAL LAGO, A.: (2001) "Contro la guerra permanente". MicroMega, Roma, N° 5.

EINSTEIN, A. y FREUD, S.: (1932) ¿Porqué‚ la Guerra?. En Obras Completas de Freud, Vol. 22, Ed. Amorrortu, Bs. Aires, 1986.

EINSTEIN, A.: (1949): "Porqué‚ socialismo?". Monthly Review, Nueva York, marzo.

KINDELAN GOMEZ DE BONILLA: (2001) "Energía y Sociedad". La Aventura de la Historia, Madrid, N° 28.

RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1998) Aguafuertes de fin de siglo. Ed. Almagesto, Bs. Aires.

RODRIGUEZ KAUTH, A.: (2003) "Acerca del valor de las manifestaciones internacionales por la paz". Rev. Universidades, México, diciembre.