Angel Rodríguez Kauth

El poder omnímodo de EE UU
(Página Abierta, nº 135, marzo de 2003)

Hace menos de tres años, tuve la mala ocurrencia de publicar una nota sobre el fenómeno político y social –desde una lectura psicopolítica– del populismo chavista en Venezuela (1). Digo que ésta fue una pésima ocurrencia por mi parte en virtud de que despertó el enojo de muchos amigos y compañeros izquierdistas latinoamericanos, aunque, por desgracia, mi diagnóstico y pronóstico sobre la evolución política del chavismo fueron acertados.
No podía menos que terminar de otra forma –en medio del descontento de una parte de la población para con aquella gestión, mientras otra parte lo apoya sin titubeos, es decir, la fórmula clásica de los populismos latinoamericanos que dividen a sus pueblos en lugar de unificarlos (2) para el logro de un propósito independentista– esta experiencia política venezolana basada en la demagogia ramplona y que se expresaba con un discurso político cargado de elementos emocionales por parte de un ex militar con afanes megalómanos y, consecuentemente, con una alta dosis de autoritarismo gubernamental pero, que mal que les pese a muchos, en su momento fue electo por la voluntad popular de los venezolanos.
Para justificar la afirmación de autoritarismo –considerada por algunos colegas como exagerada– de los primeros tres años de gobierno de Chávez, no es necesario más que focalizar tres aspectos claves: a) la militarización gubernativa, en donde pareciera que solamente hubiese confiado en sus ex camaradas de armas para concluir con éxito su revolución bolivariana que tenía por objetivo sacar a su pueblo –especialmente el de los sectores excluidos y marginados– de la hambruna crónica en que viven; b) la violación de los derechos humanos contra los opositores a su régimen –llevada adelante por la puesta en vigor de una policía política, al mejor estilo nazifascista o estalinista–, denunciada sistemáticamente por organismos internacionales que, a diferencia de los “oficiales”, como son las Naciones Unidas o la Organización de Estados Americanos, que están digitados por EE UU, permanecen ajenos a tales influencias; y c) las constantes persecuciones a la libertad de expresión, como si los medios de prensa fuesen los responsables del descontento de vastos sectores de la población que le han retirado su apoyo a Chávez.
Mas el tema de esta breve nota no ha de tratar sobre la bondad o maldad del Gobierno de Chávez y de quienes lo secundan, sobre el autoritarismo que le adjudican sectores interesados, más que en la vigencia de la democracia representativa, en el respeto a sus espurios intereses personales, especialmente los económicos que, en el caso que nos ocupa, están relacionados con el abastecimiento de petróleo al mundo “occidental y cristiano”.
El eje temático que pretendo atravesar es otro, el que apunta a quienes desde el campo popular pretendieron cargar las culpas de las ofensivas contra la pretendida revolución bolivariana encabezada por Chávez en la capacidad omnímoda de EE UU para poner y sacar Gobiernos a su antojo en función de sus intereses económicos y políticos. Que no quepan dudas de que Chávez resultaba –y resulta desde que fue repuesto en el poder por el protagonismo popular– un incordio sumamente doloroso para quienes protegen aquellos intereses; pero de ahí a afirmar de modo taxativo que los que se movilizaron en la revuelta cívico-militar contra el Gobierno de Chávez lo hacen a instancias del mandato del Gobierno estadounidense, hay un paso muy grande y peligroso para los propios intereses latinoamericanistas de quienes vemos en el imperio-capitalismo de EE UU a nuestro principal enemigo para la liberación social, política y económica de los pueblos subyugados y expoliados por aquél.
Pero no nos llamemos a engaño; tampoco es cuestión de restarle importancia a la participación que pudieron haber tenido en la fracasada intentona de golpe de Estado. Aunque debemos tener en cuenta que su influencia no fue tan poderosa y notable como se la quiere hacer aparecer desde algunos sectores progresistas de la izquierda internacional, esto es, porque sencillamente no la tienen cuando operan tras bambalinas, como en este episodio. Solamente cuentan con ella cuando intervienen de manera abierta y desembozadamente con las tradicionales invasiones, ocupaciones y matanzas de habitantes vernáculas que se oponen a sus designios imperiales. Cuando EE UU se esfuerza por voltear a gobernantes no adictos a sus políticas con gestiones ocultas, suelen fracasar, ya que no es precisamente la diplomacia lo que los caracteriza como “buenos” administradores de sus negocios.
Retornando al tema de la ingerencia norteamericana durante los cruentos episodios vividos en Venezuela durante el derrocamiento y la recuperación del poder por parte de Chávez, piénsese solamente que si EE UU hubiera tenido un papel protagonista en ellos, el gobernante no hubiera podido ser repuesto en su cargo en menos de 48 horas, ya que rápidamente lo habrían hecho matar –o hecho desaparecer– los sicarios nativos de los norteamericanos.
Asimismo, considero que la adjudicación alegre y rápida de que EE UU es el responsable inmediato y único de todos los males que nos ocurren a los pueblos latinoamericanos –como asimismo a los de todo el mundo que vive bajo el signo de la dependencia– es desenfocar la atención sobre los graves problemas que nos aquejan desde antaño, en tanto y cuanto toda la responsabilidad de aquellos males es puesta exclusivamente en el afuera, y así evitamos hacernos cargo de la cuota de culpas que tenemos en la ocurrencia de ellos. Ésta puede ser una buena estrategia psicológica para resolver el estado de disonancia cognitiva –o para racionalizar– la parte de responsabilidad que como pueblo nos atañe, pero no para resolver los problemas que nos aquejan.
Si los estadounidenses nos mantienen sometidos tanto política, económica, como socialmente a los pueblos dependientes del Tercer Mundo, en buena medida debemos asumir que es nuestra responsabilidad política, debido a dos variables: a) que no hemos sabido advertir el enorme potencial revolucionario que tenemos en nuestro interior y al cual podemos recurrir para desembarazarnos de quienes históricamente han venido agrediéndonos; y b) que no sabemos elegir a quienes nos han de gobernar, dejándonos engañar por las “luces de colores” que nos venden candidatos que aparecen como defensores del pueblo y luego lo traicionan. Hay que advertir de que en este punto nos falta una enorme madurez política como para saber diferenciar la paja del trigo. Por eso, resulta más cómodo aceptar la vejación como forma de vivir la “ilusión” –dicho esto en los términos en que lo hace Castoriadis– de que somos miembros del Primer Mundo, aunque las condiciones de vida de nuestros pueblos correspondan a los de un devaluado Quinto Mundo que no figura en los libros de texto con tal nombre, aunque existir, existe, al igual que las brujas de las que nos hablaba el dramaturgo irlandés Bernard Shaw.
Pero lo que advierto como lo más trágico y peligroso para los afanes liberadores de “nuestra” América en esta adjudicación de capacidades omnipotentes a los yanquis, es que con ello se está alentando el desarrollo y crecimiento del desacreditado sentimiento de impotencia popular –que ya está instalada por otros medios en los sectores excluidos de la población– de que no contamos con la fuerza, capacidad ni habilidad suficientes como para enfrentarnos a los norteamericanos de manera abierta y desembozada.
Si los hacemos aparecer en todos los episodios de expresión popular como los “malos de la película” que tienen la fuerza necesaria como para manejar cual titiriteros a los pueblos subyugados que son sus títeres, entonces jamás seremos capaces de ponernos de pie, sino que seguiremos viviendo de rodillas para mendigar una limosna que nos deje caer en las faltriqueras de los gobernantes de turno, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial –para salvar coyunturalmente una situación económica comprometida para los gobernantes circunstanciales (3)–, aunque con esa estrategia nunca se nos permitirá emprender planes efectivos de desarrollo sociales y económicos autónomos y sin enojosas ingerencias. De tal suerte, nunca aprenderemos a “vivir con lo nuestro”, siempre lo haremos de prestado, y cada vez lo nuestro será menos, ya que la oprobiosa deuda externa –la que debiera considerarse legalmente como “odiosa”– se la están cobrando con los bienes patrimoniales del pueblo y hasta quedándose con buenas porciones de los mismos territorios.
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(1) Rodríguez Kauth, Iniciativa Socialista, Madrid, nº 55, 1999.
(2) Algunos hitos históricos podemos mencionar al respecto, tales como los del varguismo y antivarguismo en Brasil; peronismo y antiperonismo en Argentina –lo cual aún continúa, pese a que el “peronismo de Perón” se terminó hace medio siglo–; estroerneristas frente a antiestroerneristas en Paraguay, etc.
(3) Como ocurre en la actualidad en que se escriben estas líneas con el Gobierno de Argentina, que está desesperado por una “ayuda” de aquellos para no caer también en el pozo de la desgracia ante su pueblo, el cual está viviendo entre la marginación y la hambruna crónica, esto último dicho sin eufemismo alguno.