Angel Rodriguez Kauth

El muro levantado por Israel:
los riesgos del antisemitismo

A ninguno de los lectores se les ha de escapar que el mundo está atravesando horas de horror, la crueldad se está haciendo carne tanto de los gobiernos como de quienes se oponen a sus caprichos y veleidades que no son meramente circunstanciales. El mundo no termina en los estrechos límites del “occidente democrático y cristiano”, por ello también es necesario tener en cuenta lo que ocurre en –hoy por hoy- el Medio Oriente, que no solamente está viviendo la agresión imperiocapitalista con la invasión de una “coalición” preparada ad hoc sobre Irak, sino también en cuanto a lo que ocurre entre dos clásicos rivales –como en el fútbol- cuales son los pueblos palestinos y los gobernantes de  Israel.
Más, el tema que pretendo desarrollar aquí no apunta a reiterar las viejas mañas y tretas del “occidente democrático y cristiano”, sino a advertir acerca de un peligro que –al igual que el Ave Fénix- renace de entre sus cenizas. Y ese peligro es el del antisemitismo que se está generalizando por el orbe. Esto es un resultado esperable como reacción a los políticas nazifascistas del gobierno israelí, pero es en este punto que debemos hacer un alto en las críticas y poner la suficiente distancia para evitar el resurgimiento de algo que nadie que milite en el campo progresista desea, es decir, el antisemitismo que se llevó a la tumba -para mediados del siglo pasado- a seis millones y medio de judíos.
Sin duda que el tema del muro que Israel está levantando entre "su" territorio y el de Palestina trae mucha tela para cortar. Sin embargo, no es mi intención ocuparme acerca de si 100 kilómetros más o menos en la construcción de la pared de la vergüenza -como lo están proponiendo las Naciones Unidas- es relevante o no. Lo que importa es que se haya empezado a construir un muro. Los muros separan, dividen a las personas y son el más claro ejemplo de la economía capitalista como una forma de apartar a los que dicen ser los "propietarios" de algo, de aquellos a quienes se les niega el derecho a reclamar por lo que también consideran suyo.
Los puentes unen a los pueblos y a las personas, en cambio, los muros los alejan. Curiosamente, aquí también se da una relación dialéctica, no solamente los que quedan del lado de afuera están aislados, sino que también los que se quedan con la "propiedad" también se aíslan de sus vecinos. Las decisiones políticas de gobernantes sentados sobre una cúpula de cristal afectan más a sus pueblos que a ellos mismos. Si tales decisiones son destinadas, los gobernantes tendrán que irse o escapar, a los pueblos y a las personas les queda la capacidad de rebelarse, no sólo a los que fueron segregados, sino también a los que se quedaron "adentro", que son tan segregados como los primeros.
Pese a lo expuesto me veo obligado a aclarar -tanto moral como políticamente- que mis no tienen -ni remotamente- por objeto alentar las olas de antisemitismo que han comenzado a rodar -nuevamente- por el orbe. Quizás, uno de los grandes problemas que no advertimos aquellos que creemos y decimos estar en posiciones políticas y sociales progresistas, en especial los que transitamos por el lado izquierdo de la política, es que en nuestros denuestos contra la política israelí -que bien puede ser considerada como de tipo nazi- del actual gobierno del Premier A. Sharon le estamos haciendo "el caldo gordo" a los antisemitas (Rodriguez Kauth, 2002) que renacen como hongos luego de una tormenta. Estos siniestros personajes siempre están prestos a sacar tajada de cuanto argumento se les ofrezca para su ideología, si es que a tal forma de pensar y actuar se la puede llamar así.
Taguieff (2002), con buen tino, advierte del renacimiento de lo que él denomina judeofobia (1), en particular en una Europa que desde antaño ha mostrado tal vocación persecutoria hacia los judíos. En su texto Taguieff acierta al señalar que tal estado de situación es propia no solamente de los árabes o mahometanos, sino también de grupos de políticos e intelectuales europeos que se definen a sí mismos como progresistas; pero que en última instancia no hacen otra cosa que alimentar al enano (2) fascista y nazi que se encuentra oculto entre los pliegues de una sociedad aparentemente abierta -y que al menos así se encarga de expresarlo en sus grandilocuentes discursos- a los grupos culturales del más variado origen. Asimismo, aquel autor observa atinadamente de qué manera se están transitando los peligrosos carriles que van desde el antisionismo -el cual puede justificarse en función de las políticas imperialistas del sionismo- hasta el antisemitismo que no tiene justificación alguna y el cual no es más que una expresión xenófoba perversa.
Lo que aquí expreso seguramente no ha de ser de buen gusto para los fundamentalistas que militan en uno y otro bando. Por principio (Alberdi, 1879) en las guerras no existen ni los "buenos" ni los "malos" y, particularmente en la que nos ocupa, no se le ha de escapar al lector que ambos contendientes entran en la segunda categoría axiológica. Que a los ojos de algún lector uno de los contendientes pueda ser mejor que el otro, no es más que una cuestión de sensibilidad ideológica; pero, en realidad -y analizados los episodios con frialdad científica- tanto israelíes como palestinos son responsables de actos criminales que deben ser repudiados desde una lectura crítica de la guerra en que están inmersos, como así también quienes los apoyan directa o indirectamente -de un modo u otro- alentando que continúen adelante con sus aventuras belicosas.
Es por ello que no me preocupan las críticas bien o malintencionadas que se me hagan de lo que vengo exponiendo, en especial cuando se enfocan cuestiones políticas, religiosas o ideológicas; es por demás sabido que ellas suelen llevar a nublar la razón crítica en la lectura de los hechos.
Que el actual Estado de Israel está gobernado por "halcones" duros y vengativos que han aprendido muy bien las lecciones sufridas en carne propia durante el Holocausto de hace más de medio siglo, no han de caberle dudas hasta para el más pro-judío que lo piense. Y que dicho aprendizaje lo aplican con idéntica falta de conmiseración y de respeto a los más elementales derechos humanos (Parisi, 2003) a la que fueron sometidos sus antepasados directos sobre los vecinos palestinos -como asimismo a otros pueblos árabes- también es una verdad incontrastable. Pero, de igual modo es verdadero que los ataques terroristas y guerrilleros al Estado de Israel merecen ser condenados como un acto criminal más. Aún cuando ellos puedan ser comprendidos desde una lectura ideológica y política de la realidad que se atraviesa por Medio Oriente.
Por todo esto es que me preocupa que el tema del conflicto palestino-israelí haya de ser tratado con la suficiente discreción como para no dar lugar a malos entendidos y, sobre todo, para no tirarle fruta fresca a los chanchos, que siempre están ávidos de alimentar sus entrañas con el material que generosamente le ofrecen servidos en bandeja sus adversarios ideológicos que -en este caso- estamos haciendo el trabajo de "idiotas útiles", como tanto les gustaba llamarnos el imperiocapitalismo a quienes simpatizábamos con sus enemigos comunistas.



BIBLIOGRAFIA

ALBERDI, J. B. (1879): El crimen de la guerra. Jackson, Bs. Aires.
PARISI, E. R.: (2003) Lecturas psicopolíticas de los derechos humanos en Latinoamérica. E-libro.net, Bs. Aires.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (2002) "La política de Sharon: ¿Causa y consecuencia de antisemitismo?". Anthropos, Barcelona, Nº 195.
TAGUIEFF, P. A.: (2002) La nueva judeofobia. Gedisa, Barcelona, 2003.



(1) Término acuñado por Taguieff para diferenciarlo del antisemitismo, ya que también los árabes son de origen semítico; pero, pese a sus explicaciones prefiero seguir manejando el último de los vocablos, ya que el mismo tiene suficiente arraigo en el imaginario popular para saber a qué hace referencia.

(2) Un extraño caso de estudio para los biólogos, ya que se trata del único enano que crece sin necesidad de un tratamiento hormonal o de suplementación para que lo haga.