Antonio Antón 

Jóvenes y acción colectiva en el marco sociolaboral

(Página Abierta, 151, septiembre de 2004)

(Parte del prólogo del libro Jóvenes y acción colectiva. Experiencias en el marco sociolaboral, Se trata de un estudio cualitativo realizado por un equipo de investigación de la Universidad Complutense de Madrid, en colaboración con el sindicato CC OO).
Con respecto a la cultura obrera e identidad colectiva en los jóvenes, hay que señalar dos rasgos distintivos: una mayor individualización de las relaciones interpersonales y una experiencia organizativa más abierta entre los jóvenes trabajadores; eso supone un distanciamiento con los intereses, prácticas asociativas y pautas culturales de la base adulta sindical y, específicamente, de la estructura sindical, muy institucionalizada.
Pero los cambios más profundos derivan de la pérdida de fuerza del trabajo como factor de identidad y de cohesión social, aunque sigue constituyendo un problema central. Los problemas derivados de las transformaciones del trabajo y del mercado laboral son más amplios y graves. La dificultad viene de la falta de sintonía entre esa realidad de precariedad e indefensión y la expresión colectiva de una población trabajadora segmentada y diversa, de las dificultades para una identificación, una capacidad articuladora y una acción colectiva de cierto alcance transformador, con especial relevancia para las generaciones jóvenes.
Veamos el reflejo en la identidad de los jóvenes. En relación con la palabra identidad colectiva hay que precisar que nos podemos referir a elementos de identificación fuerte como ¿qué o quiénes somos?, o bien, qué mentalidad tenemos: ¿qué ideas, objetivos, sentidos o representaciones tenemos de nuestra vida y de la sociedad? La discusión sobre la identidad colectiva ha adquirido un nuevo vigor por la convergencia de tres dinámicas que necesariamente se deben tener en cuenta. La primera, por el debilitamiento de las grandes identidades de clase, en particular, la de la clase obrera. La segunda, por el desarrollo de diversas identidades colectivas parciales –culturales, de género, locales, ecologistas, etc.– que además son transversales y afectan a todas las clases sociales. La tercera, por la fuerte tendencia de individualización que vacía los contenidos y relaciones de una identidad colectiva y pone el acento en la identidad individual, aunque enfrentada a ella se dé una reacción de signo contrario, de tipo comunitarista o de cohesión grupal, y que en algunos grupos aparece como conciencia de “precarios”.
Las dinámicas sociales y culturales de esa modernidad “tardía” o “reflexiva” estarían dando lugar a una doble tendencia. Por una parte, a un nuevo proceso de individualización. Por otra, estaría otra tendencia hacia una nueva institucionalización de las formas de vida, personales y colectivas. Es una doble tendencia de acceso a nuevas formas y expresiones de libertad y, al mismo tiempo, aunque en capas y proporciones diferentes, a nuevas relaciones de dependencia y subordinación. Esas dinámicas producen resistencias, acomodaciones diversas y formas mixtas y asimétricas de relación entre la identidad individual y la colectiva, y afectan especialmente a las nuevas generaciones.
Lo nuevo y significativo es el cambio cultural y de las mentalidades modernas de la sociedad (post) industrial y la conformación de nuevos estilos de vida e identidades frágiles, heterogéneas y diversas, en particular en algunos sectores sociales y juveniles, precarios e ilustrados. Hay una pérdida de peso del componente laboral y de “clase” –estatus socioeconómico– en la identidad personal y colectiva y un mayor peso de las “formas de vida”; aunque una parte de ese estilo de vida está condicionada por el nivel personal y familiar de propiedad de bienes y rentas monetarias y de la capacidad relacional, experiencial y cultural, y en una capa importante por la incertidumbre de la precariedad.
Existe una paradoja: se mantienen o incluso se amplían las grandes desigualdades sociales y económicas, sobre todo en el ámbito internacional, pero pierden peso en la conformación de la identidad y en la acción colectiva estable, aunque se conformen amplios movimientos de protesta, como contra la guerra. La mediación entre los dos planos, la economía y la cultura, se segmenta, diversifica y exige una nueva interpretación. La capacidad expresiva, individual y colectiva, dependería más de la propia subjetividad –de su cultura, personalidad, voluntad– contingente, de la incorporación de los cambios culturales, de cómo se vive la fragilidad y la inseguridad proporcionada por las incertidumbres, derivadas de la inestabilidad y los riesgos de las condiciones materiales de vida, presente o futura.
En consecuencia, para comprender a las nuevas generaciones jóvenes hay que valorar esas nuevas tendencias sociales; pero es fundamental dar importancia a una nueva cultura, a una acción y debate en el plano específicamente cultural, resaltando los nuevos valores e identidades: autonomía y solidaridad, nuevos acuerdos sociales, igualitarismo; y, también, a la resistencia cultural y práctica contra las desigualdades, jerarquías y opresiones diversas en un mundo que aparece como formalmente libre e igual, y que, aunque normalmente aparecen en otros campos sociales, se pueden trasvasar al campo laboral.
La socialización laboral de los jóvenes y los valores de la solidaridad
El último aspecto es la relación de la socialización laboral de los jóvenes y los valores de solidaridad. Existe un evidente deterioro de la cultura obrera tradicional, del mundo del trabajo como factor de identidad, en especial entre los jóvenes. Dos elementos fundamentales estaban en el sustrato cultural de la clase obrera: uno, el equilibrio entre su aportación de trabajo y la garantía de derechos, es decir, la cultura contractualista del keynesianismo entre el pleno empleo y el Estado de bienestar; el otro, los valores de solidaridad, relacionados con el sentido de pertenencia e identidad colectiva. Voy a tratar estos dos aspectos relacionados con las nuevas generaciones y el cambio de condiciones y mentalidades con respecto a ellos.
Los jóvenes, ahora, permanecen más tiempo en otros campos de socialización –escuela, familia, relaciones interpersonales– que son más tolerantes y abiertos. Con esa experiencia se resisten a una socialización mucho más jerárquica y disciplinada en las empresas. La primera etapa refleja más libertad y derechos con pocas contrapartidas. El ámbito de la escuela tiene dificultades añadidas para la educación y el aprendizaje en los deberes, tanto cívicos como formativos. En la segunda etapa, en el ámbito laboral, los empresarios redoblan sus esfuerzos para garantizar la eficiencia, la productividad y la subordinación, utilizando la precariedad como presión para la “adaptabilidad” y “disponibilidad” a las necesidades productivas y de la competitividad.
Las políticas laborales, la situación del mercado de trabajo y las condiciones de los empleos precarios fuerzan un sistema de autoridad, de obligaciones y rendimientos concretos, con contrapartidas salariales y de expectativas laborales y profesionales limitadas e inciertas; es la presión dominante de los “deberes” con la renuncia a los “derechos” laborales, a un empleo digno y a unas oportunidades vitales claras.
Por lo que se refiere a los derechos sociales, los jóvenes con poca participación en el empleo reciben unos bienes básicos del Estado de bienestar –enseñanza, sanidad–, con la percepción de su poca “contribución”; pero esos derechos están enmarcados en un pacto intergeneracional y en la perspectiva de su mantenimiento. Sin embargo, cuando se emplean y cotizan, en condiciones inferiores a la población laboral adulta, la percepción es que se les limitan algunos derechos laborales y la protección social, las prestaciones de desempleo o las futuras pensiones.
Por tanto, hay un desequilibrio entre las socializaciones, la cultura contractualista y los valores de la reciprocidad y la solidaridad. Además, hay una fuerte mentalidad individualista y de corto plazo y, ante la incertidumbre y desconfianza en los compromisos “públicos”, junto al deterioro de los sistemas de seguridad y pactos colectivos e intergeneracionales, se tiende hacia el aseguramiento privado y la correspondencia con la contribución individual. En definitiva, es necesario una reformulación de la exigencia de los derechos sociales y de los deberes de la contribución pública, el empleo y el trabajo, para afianzar la cultura de la solidaridad pública entre los jóvenes y las garantías de protección social.
El Libro:  Jóvenes y acción Colectiva. Experiencias en el marco sociolaboral
El libro Jóvenes y acción colectiva. Experiencias en el marco sociolaboral, coordinado por Antonio Antón y editado por la Fundación Sindical de Estudios de CC OO, contiene un trabajo de investigación cualitativa sobre las experiencias de acción colectiva en el marco laboral de varios grupos de jóvenes trabajadores y sindicalistas. Los objetivos iniciales de este estudio perseguían una profundización sobre el comportamiento, las opiniones y las actitudes de los jóvenes trabajadores y trabajadoras en la Comunidad de Madrid con respecto al movimiento sindical. En él se ha investigado la participación de los  jóvenes trabajadores en los procesos adaptativos y conflictivos en el ámbito laboral, y en relación con el mundo de las personas adultas en las empresas, y su percepción de ellos. La intención del estudio era averiguar la vinculación de estos jóvenes trabajadores con las dinámicas y estructuras sindicales y las dificultades que éstas ofrecen para su mayor participación. Para ello, era esencial aplicar una metodología participativa a fin de partir de los propios discursos de los jóvenes.
Tras el análisis de esos discursos se llega a unas conclusiones donde se profundiza en varios aspectos que inciden en la acción colectiva: el marco global y de las empresas analizadas; el papel de la precariedad y la inestabilidad laboral; el significado del trabajo; las diferencias generacionales, y la representación social de los sindicatos. A partir de ahí se ofrecen unas ideas y propuestas para orientar mejor la actividad en relación con los jóvenes, en cuatro campos: en los canales de información y comunicación; en los espacios y relaciones intergeneracionales; en la formación laboral y sindical, y en la socialización y traspaso de experiencias.
Las conclusiones son ilustrativas y sugerentes para avanzar en la comprensión de las características específicas de los jóvenes, para superar las dificultades en su participación en el sindicalismo y su vinculación a él, y, al mismo tiempo, para regenerar la acción sindical y sociopolítica y la vida organizativa de los sindicatos.