Antonio Antón
Sindicatos y jóvenes: el reto de sus vínculos
(Mientras Tanto, nº 103, verano 2007, Barcelona, Icaria)
(Versión reelaborada de una sección del libro El devenir del sindicalismo y la cuestión juvenil, Madrid: Talasa, 2006)


            Este texto trata de las dificultades de los vínculos entre trabajadores y trabajadoras jóvenes y sindicalismo y del reto de mejorarlos. La fragilidad de sus relaciones está analizada en otra parte (Antón, 2007a). Existen vínculos significativos y una importante representatividad sindical. Sin embargo, aquí se exponen sus límites e insuficiencias. Se trata de explicar las causas de ese desencuentro para analizar cómo superarlo y, desde ese ángulo, abordar la renovación del sindicalismo. Existen causas externas de ese distanciamiento, particularmente el mayor poder empresarial en las relaciones laborales y la precariedad laboral. Igualmente, hay elementos internos que están condicionando su relativo desencuentro. Así, dentro de las políticas y dinámicas del sindicalismo, un aspecto fundamental que explica esa debilidad de los vínculos mutuos es la segmentación de la acción sindical y los diferentes efectos para las dos bases sociales de los sindicatos: una, central -estables sindicalizados-; otra, periférica -jóvenes y precarios-. En primer lugar y como introducción, sólo se va a hacer un resumen del diagnóstico sobre la relación entre sindicatos y jóvenes y una referencia a estos dos tipos de causas. En segundo lugar, se analizará un aspecto específico: el distanciamiento en el sentido de pertenencia o identificación de los jóvenes con el mundo sindical. En tercer lugar, se profundizará en las mentalidades y actitudes de los jóvenes. Y, finalmente, se expondrán las bases para un mayor acercamiento.

Vínculos débiles entre sindicatos y jóvenes trabajadores


            Existen contextos externos desfavorables para el acercamiento mutuo entre trabajadores y trabajadoras jóvenes y sindicatos, en particular la precariedad laboral (Antón, 2006a). Igualmente, hay dinámicas del sindicalismo que no permiten superar ese desencuentro (Antón, 2006b). El problema general, desde la influencia de la acción sindical, es el debilitamiento del poder contractual de los sindicatos, las dificultades de la intermediación sindical y del neocorporatismo ‘débil’ para hacer mejorar sustancialmente las condiciones sociolaborales y de empleo, transformar a gran escala la segmentación del mercado de trabajo y la precariedad laboral juvenil. Ello se debe, sobre todo, al aumento del poder empresarial en las relaciones laborales y a la menor compatibilidad entre las dinámicas y políticas económicas, productivas y sociolaborales dominantes y los intereses y objetivos del sindicalismo y de sus bases sociales.
            Por otra parte, existen otras insuficiencias internas de los sindicatos: la segmentación de la acción sindical y la relativa impotencia de las estrategias sindicales para transformar la precariedad laboral, y la inadecuación cultural y organizativa para conectar con los jóvenes trabajadores y la gente precaria. Los trabajadores y trabajadoras jóvenes ocupan un lugar secundario en las políticas efectivas de los sindicatos. Esas políticas dan prioridad y son más útiles para sus bases sociales centrales y sus propias estructuras sindicales. A su vez, el alejamiento y poca identificación e implicación de los jóvenes trabajadores expresa y se combina con esa posición secundaria con respecto a la acción sindical. Los dos aspectos se condicionan mutuamente.
            A ello hay que añadir los cambios de mentalidades en las dos partes de esas bases sociales. Por un lado, las mediaciones y cambios de la cultura obrera, la crisis de las identidades laborales de la etapa fordista / keynesiana y de las referencias simbólicas y alternativas de la clase obrera ‘sindicalizada’ (Alonso, 2007; Dubar, 2002). Por otro lado, las nuevas configuraciones subjetivas, nuevas relaciones sociales y vínculos con el empleo y las estratificaciones de estilos de vida y consumo. Así, aparece un nuevo problema desde el lado de la pertenencia: los cambios y la conformación de nuevas identidades laborales y de identificación social de los trabajadores y trabajadoras jóvenes. Son embrionarias y necesitan experiencias compartidas y prolongadas, junto con los procesos de interacción y transición con las antiguas tradiciones e identidades laborales de los núcleos obreros sindicalizados. No se sabe su evolución futura, pero constituye un elemento clave para configurar la densidad de los vínculos de los sindicatos con las nuevas generaciones.
            Se han producido grandes cambios en las relaciones de poder, tanto en las dinámicas socioeconómicas generales como en las relaciones laborales en las empresas, y la fragmentación de las clases trabajadoras. Todo ello genera un debilitamiento de la capacidad transformadora y de las identidades del movimiento obrero  -de su papel por reformas, de articulación de clase compleja y de influencia en la sociedad- y de su representación sindical y política (Hyman, 2004). Ante esto los intereses estratégicos de los sindicatos son conservar unas bases sociales centrales y estabilizar sus estructuras sindicales. Para mantenerse y cumplir su función de intermediación necesitan cierto poder representativo y de legitimación social basado en dos tipos de mecanismos. Primero, credibilidad de los resultados de su influencia, de su papel defensivo y de conseguir mejoras concretas. Segundo, obtener un aval explícito a su gestión y a sus representantes en los dos planos, de elecciones sindicales y de afiliación sindical.
            Según el análisis detallado en otra parte (Antón, 2007a), los sindicatos en el plano representativo han conseguido una extensión cuantitativa relevante entre la gente joven, con unos 43.000 delegados jóvenes, el 15% del total. Igualmente, en el plano de la afiliación, también es significativa entre los jóvenes –alrededor de 268.000, el 11% del total-, aunque es muy desigual con respecto a los adultos -una tasa respecto de los jóvenes asalariados del 6,5%, frente al 20,7% en el caso de los adultos, es decir, en una proporción de uno a tres-. Pero si se compara desde  la óptica de los objetivos y las funciones generales de los sindicatos de clase refleja esa debilidad de la implicación juvenil y del arraigo de los sindicatos entre los trabajadores y trabajadoras jóvenes. Además, existen otros dos elementos que expresan esa desvinculación: 1) La separación física y relacional de la gran mayoría de jóvenes ocupados –en pymes o centros grandes nuevos- de los núcleos más sindicalizados de los grandes centros de trabajo –como poca renovación y ampliación de plantillas-, y 2) la presencia muy marginal de la gente joven –todavía más en el caso de las mujeres jóvenes- en las estructuras sindicales, que son las que definen las orientaciones y la cultura de los sindicatos.
            En definitiva, existe un problema de desencuentro entre jóvenes trabajadores y sindicalismo en España, interpretado de forma no absoluta. Se producen unas dinámicas ambivalentes de unas significativas relaciones, dentro de un distanciamiento profundo y duradero. Existe una débil implicación juvenil en la acción sindical y las condiciones de precariedad laboral es un factor que las condiciona. Al mismo tiempo, los jóvenes ocupan un lugar secundario en las políticas sindicales. Los resultados de la acción sindical se han segmentado. Para los jóvenes trabajadores la influencia de la acción sindical es insuficiente con respecto a sus intereses fundamentales y los mecanismos organizativos y de pertenencia actuales no permiten superar las dificultades de los procesos de identificación con el sindicalismo. Todo ello está dificultando el fortalecimiento del sindicalismo. Por tanto, se requiere abordar los factores externos e internos que dificultan la necesaria renovación de los sindicatos y las bases para el acercamiento entre ellos y los sectores precarios, en particular, los trabajadores y trabajadoras jóvenes.
            La precariedad laboral, su percepción y la acción colectiva frente a ella tienen distinta importancia para cada una de esas dos bases sociales. Los intereses materiales y las dinámicas sindicales se segmentan. Los sindicatos dan prioridad a su base social central, por su mayor dependencia representativa y de afiliación y por la inercia de su acción sindical. La defensa de los intereses de su base social periférica es más difícil, y los sindicatos están menos condicionados por una composición juvenil y precaria  menor y, sobre todo, menos compacta. Así, los sindicatos buscan la delegación para su función representativa y de intermediación y consiguen unos mínimos en el plano cuantitativo del voto en las elecciones sindicales. Pero no llegan a tener una identificación, implicación y afiliación consistente, en particular de los sectores jóvenes y precarios. Esa débil influencia y pertenencia es una causa de las dificultades para la acción sindical con trabajadores y trabajadoras jóvenes y explica su pérdida de eficacia y la fragilidad y condicionalidad de los vínculos entre ambos. Así, es necesario realizar un diagnóstico completo y realista de esta cuestión para evaluar la profundidad del desencuentro, las dificultades para el acercamiento mutuo y las implicaciones para el devenir del sindicalismo.
            Por tanto, aquí sólo se alude a las dinámicas sindicales que dejan en un lugar secundario a los jóvenes trabajadores y condicionan esas mediaciones entre los tres componentes –precariedad, conciencia social y acción sindical-. Las conclusiones de la aplicación del modelo sociológico utilizado en ese texto –lógicas de la acción sindical, teoría de los incentivos y cambios estratégicos (Antón, 2006b)- a la relación de los sindicatos con los jóvenes trabajadores españoles, se pueden formular destacando tres aspectos fundamentales: la ausencia de avances sociolaborales sustantivos para los trabajadores y trabajadoras jóvenes, en los últimos años, derivados de la acción sindical; la segmentación de los resultados de la acción sindical, entre bases sociales centrales y periféricas, y el debilitamiento de los mecanismos de pertenencia que median en los procesos de identificación colectiva. Estos factores explican el relativo desencuentro entre jóvenes trabajadores y sindicalismo en España atendiendo a las dinámicas internas de los sindicatos y definen un escenario problemático para su regeneración. Este tercer aspecto es el que se va a explicar ahora para, más adelante, analizar cómo tratar de superar ese distanciamiento.

Debilitamiento de los mecanismos de pertenencia


            Existen dos aspectos acerca del debilitamiento de los mecanismos de pertenencia de los jóvenes trabajadores al mundo sindical, que son elementos complementarios que explican el diagnóstico de sus débiles vínculos.
            1) Según algunos discursos de los jóvenes trabajadores (Antón, 2007b), toda esa experiencia de la precariedad y la situación de subordinación en las relaciones laborales genera la percepción de que los sindicatos apoyan a una parte –segmento estable- y no es capaz de defender a la otra –segmento inferior y precario-. Para una parte, los sindicatos no se perciben dentro de un proyecto común, sino como instituciones que también ‘van a lo suyo’. Así, con la dinámica sindical de la prioridad de la negociación de los intereses e incentivos de un segmento, el intermedio –todavía representativo en las grandes empresas-, se resquebraja el sentido de clase de la acción sindical, en sus diferentes componentesde organización, solidaridad, intereses, objetivos, base social y sentido igualitario. Es decir, se debilita el componente de pertenencia a un campo común, se fragmentan las dinámicas de defensa reivindicativa, y los intereses de los segmentos precarios se quedan en un segundo plano de las políticas efectivas de los sindicatos.
            En las generaciones jóvenes es donde se agudiza la crisis de las identidades laborales y de la cultura obrera tradicional, como elementos que debilitan un sentido de pertenencia más global al mundo obrero y sindical. Al mismo tiempo, aumenta la auto-identificación en la población ocupada y, en menor medida, de la afiliación sindical, con las clases medias, aunque la mayoría tiene condiciones objetivas de clase media-baja o baja (Antón, 2007a). A su vez, la fragmentación de las nuevas experiencias laborales y profesionales no ha generado una densidad de relaciones interpersonales y dinámicas colectivas similares a las de la clase obrera fordista. Y las nuevas prácticas y relaciones sociales están configurando otros procesos más diversos de identificaciones y con una relación más compleja con las pertenencias colectivas y, específicamente, con el sindicalismo. Por tanto, junto con la segmentación de la influencia de la acción sindical, la inercia de la cultura sindical y de los mecanismos de pertenencia no facilita la comunicación con las nuevas realidades juveniles. Dentro de los mecanismos de pertenencia un elemento clave para la acción sindical ha sido la ‘identificación con el sindicato’, que ha perdido relevancia entre los jóvenes trabajadores y explica su mayor distanciamiento. Se trata a continuación.
            2) El segundo aspecto analizado es uno de los más complejos por su gran sentido simbólico y la importante división generacional: la fuerte identificación dentro del movimiento sindical. Históricamente, los sindicatos han sido concebidos por sus bases sociales como su representación inmediata, como un medio fundamental para conseguir esos fines sociolaborales y de transformación social. La identificación y la implicación con el ‘sindicato’ estaban íntimamente imbricadas con la idea de la defensa de los intereses de la clase obrera y de sus bases sociales y como el medio más efectivo para mejorarlos. Esa cultura, todavía vigente en las estructuras sindicales, se ha debilitado entre los jóvenes y es un factor que define un menor encuentro y pertenencia.
            El fortalecimiento del ‘sindicato’, como algo vital y propio, se torna, en la percepción juvenil, en un motivo poco relevante para su implicación. El reconocimiento y consolidación de los sindicatos ha sido un objetivo central para las clases trabajadoras en cuanto era un instrumento fundamental de defensa de sus intereses. En la transición a la etapa democrática y también en la segunda mitad de los años ochenta ha constituido un componente estratégico de unión entre sindicatos y bases sociales. Este factor ha cambiado y se relaciona con el desequilibrio entre los componentes de influencia externa y pertenencia interna. Los sindicatos como medio para conseguir beneficios sustantivos para sus bases sociales, a veces, tienen poca eficacia, y se valoran por su papel instrumental más defensivo. Sin embargo, también consiguen bienes organizacionales y estabilidad para sus estructuras sindicales, y buena parte de su acción sindical está determinada por esas prioridades de fortalecer el propio sindicato o su aparato organizativo. A veces, como un objetivo específico diferenciado de los objetivos generales de la defensa de los intereses de las clases trabajadoras o, incluso, como contrapartida por ello.
            Los sindicatos todavía son un medio fundamental de influencia positiva para la gente trabajadora, particularmente la estable de los medianos y grandes centros de trabajo. Son un freno ante las dinámicas laborales negativas para ella, facilitan un apoyo y asesoramiento básico y constituyen un mecanismo de representación. Pero, para jóvenes trabajadores y segmentos precarios, son un instrumento insuficiente y poco útil para avanzar sustancialmente en sus intereses. Además, a veces, el sindicalismo se asocia también a una burocracia sindical con estatus y privilegios propios, lo que provoca sus recelos. Dentro de la lógica de pertenencia, el sindicalismo español, ha conseguido en este cuarto de siglo un reconocimiento social e institucional, una ampliación de sus funciones de intermediación, representación y legitimación y una consolidación de sus aparatos organizativos. A pesar de sus puntos vulnerables y de diferentes aspectos problemáticos, es un avance histórico como instrumento de defensa colectiva. Sin embargo, en el plano reivindicativo, ha tenido un papel más defensivo -freno al deterioro-, que ofensivo -conseguir grandes avances-. Algunas mejoras derivadas de la acción sindical han sido significativas, especialmente en la segunda etapa sindical. Pero en su conjunto han afectado poco a esa base social precaria y joven constituida en los últimos quince años. Para esos jóvenes los sindicatos siguen siendo útiles, pero pierden valor en ese papel instrumental.
            El avance histórico del fortalecimiento del sindicalismo se ha materializado, sobre todo, en ventajas para la propia organización sindical, que ha ampliado y mejorado su estatus, estabilidad y reconocimiento. No obstante, no ha revertido proporcionalmente en ventajas significativas para la gente joven y los segmentos precarios. Por un lado, existen ventajas organizacionales; por otro lado, hay impotencia ante la precariedad de esa base social. Ello genera una débil legitimidad de los sindicatos ante esas nuevas bases emergentes. Así, el discurso sindical global –empleo estable y con derechos frente a la precariedad-, sin efectividad práctica, corre el riesgo de convertirse en una retórica que sirve para consolidar y confirmar esa dinámica: intentar legitimar a los sindicatos como fin en sí mismos, sin correspondencia de utilidad clara para esa otra base social juvenil y precaria. Es un motivo del recelo a los sindicatos y expresa las reticencias de los jóvenes a un apoyo incondicional a su papel representativo y de mediación.
            Además, los grandes sindicatos aparecen como un aparato organizativo complejo y jerarquizado, alejado de la experiencia organizacional más abierta de los jóvenes, en la escuela, el grupo de amigos o el asociacionismo de base. Por tanto, esa relación  intensa entre, por un lado, identificación, pertenencia y apoyo al sindicalismo y, por otro lado, influencia sustantiva o expectativa de mejoras laborales inmediatas, existente en el comienzo de la primera fase –transición democrática- y en la segunda fase –segunda transición-, todavía es una referencia para las bases sociales centrales en la actual etapa. No obstante, para los jóvenes trabajadores actuales ha cambiado el marco y el sentido de la interacción de los dos polos –influencia e identificación-, y ambos han perdido peso para su vinculación con el ‘sindicato’ o sindicalismo. En definitiva, son obstáculos de carácter organizacional que corresponden con un reequilibrio entre las prioridades de pertenencia y las de influencia.
            Por otro lado, la composición generacional de la estructura de los sindicatos ha envejecido y ha cambiado sustancialmente: los jóvenes sindicalistas actuales están en la periferia del sindicalismo mientras los dirigentes adultos monopolizan la dirección, las estrategias sindicales y los elementos simbólicos e identitarios. La burocracia sindical, que hoy controla y gestiona toda la acción sindical y organizativa es, básicamente, adulta y estable. 
            3) El tercer aspecto que debilita el sentido de pertenencia es la ruptura generacional de los sindicatos con los jóvenes. Desde los años noventa se han producido importantes cambios culturales y de mentalidades, que afectan especialmente a la socialización de los jóvenes y generan una mayor ruptura generacional con los sindicalistas adultos. Ello se conecta con la dimensión social del sindicalismo, con su identidad hacia la sociedad, ya que expresa las dificultades de conexión con las nuevas generaciones. Uno de los problemas es la inercia cultural de una generación de sindicalistas más envejecidos y las dificultades para la renovación de los vínculos con la propia sociedad y los movimientos sociales y, en particular, con las dinámicas de las generaciones jóvenes.
            Existen algunos ejes de la socialización laboral de los jóvenes basados en trayectorias precarias en un marco empresarial sujeto a la disciplina y la productividad. Eso choca con otras tendencias fuera del trabajo de mayor libertad e igualitarismo, en particular, en las relaciones interpersonales. Específicamente, choca con el gran avance igualitario y de autoafirmación de las mujeres jóvenes en las relaciones interpersonales y en la enseñanza, que se enfrentan a una mayor discriminación en el mercado de trabajo y en las condiciones laborales.
            Por otra parte, sectores significativos de jóvenes han desarrollado valores solidarios y de participación social. En el ámbito sindical, importantes sectores de nuevos –y futuros- trabajadores jóvenes han apoyado iniciativas sindicales, desde las movilizaciones de la huelga general del 20 de junio de 2002 hasta el apoyo en las elecciones sindicales a muchos sindicalistas, algunos también jóvenes. Expresa otra dinámica de confianza y credibilidad para esa función de defensa colectiva que realiza el sindicalismo. Sin embargo, ese apoyo y vinculación son condicionados y limitados y dentro de la lógica de cierta delegación coyuntural y por objetivos precisos. La tendencia dominante es la ausencia de un sentido de pertenencia al sindicalismo, el distanciamiento, reflejado en las pequeñas tasas de afiliación sindical juvenil. Por otro lado, los sindicatos están excesivamente especializados en lo laboral, y realiza una acción sociopolítica insuficiente, en particular, en tres áreas en las que jóvenes activos han aumentado su conciencia y su participación: feminismo; ecologismo, y pacifismo y solidaridad internacional. 
            Por tanto, existe una ruptura generacional entre los núcleos centrales del movimiento sindical y la nueva generación de jóvenes, en diversos planos. Una separación demográfica entre una base adulta, estable de medianas y grandes empresas –industriales, de la administración pública y de algunos servicios-, y una base joven, precaria de pymes y algunas nuevas grandes empresas –servicios o construcción-. Una ruptura cultural, con alejamiento juvenil de la cultura obrera tradicional, de las referencias ideológicas de la izquierda clásica. Al mismo tiempo, hay un desarrollo ambivalente de las actitudes en significativos segmentos de jóvenes. Por un lado, nuevos valores igualitarios y, por otro, dinámicas adaptativas y de individualización a los procesos de socialización laboral existentes. Igualmente, existe una experiencia vital juvenil en  ámbitos de socialización más libres, iguales y diversos y, al mismo tiempo, mayor dependencia y subordinación a las jerarquías estrictas en las empresas. O bien, un relativo ascenso cultural, de cualificación y una homogeneidad cultural en los estratos superiores de jóvenes autóctonos, junto con la persistencia de diferencias relevantes por el estatus socioeconómico y el origen familiar y étnico de los segmentos inferiores. En definitiva, se produce un proceso de individualización junto a nuevas subordinaciones y fragmentaciones. Ese proceso también es contradictorio. Refleja mayor libertad individual, autonomía moral y de autoafirmación en algunos campos y facetas y, al mismo tiempo, mayor indefensión, ausencia de apoyos y dependencias en otros momentos y aspectos, como el laboral.
            Esa cultura y relaciones sociales más libres e iguales en el ámbito extra-laboral choca con una dura socialización laboral de los jóvenes con un mayor disciplinamiento y subordinación. Se ponen en cuestión sus capacidades adaptativas, con la resistencia y el esfuerzo individualizado, o bien con el refuerzo relacional o familiar según su estatus socioeconómico. Es la tendencia dominante en la mayoría de jóvenes. Así mismo, en otros sectores juveniles más activos y vinculados a otras redes o movimientos, se producen formas de participación en la acción colectiva, según las expectativas de oportunidades y riesgos, con el doble componente, expresivo -de rechazo moral y actitud solidaria- e instrumental –de mejoras inmediatas-.
            Hace una generación, en los años setenta y ochenta, la acción de movilización social y resistencia laboral entre los núcleos sindicalizados de las grandes empresas eran una referencia en un doble sentido. El primero, como camino para alcanzar unas mejores condiciones laborales. El segundo, como avanzadilla de un proceso colectivo de transformación que podía beneficiar a toda la población trabajadora y con el que se identificaban los sectores intermedios y los más periféricos sindicalmente. Esa acción sindical, en la empresa, en la negociación colectiva –articulada-, en los conflictos locales, en la percepción global, permitía generar unas expectativas de avance colectivo, conseguían una mayor identificación de objetivos y constituían una fuerza más amplia y solidaria. Todavía constituye una referencia cultural y de identidad de aquella generación de sindicalistas, pero está cortada de la actual experiencia juvenil.
            Sin embargo, a los trabajadores y trabajadoras jóvenes actuales, mayoritariamente, les han sido impuestas unas condiciones laborales peores a las de los adultos desbordando la capacidad contractual del sindicalismo. La evolución de sus prologadas trayectorias laborales desde la precariedad depende más de sus estrategias adaptativas, sus apoyos familiares y relacionales y de su esfuerzo individual que de la capacidad de regulación de los sindicatos. Por ello, según su experiencia inmediata, se debilita la doble función del movimiento sindical, la capacidad expresiva o de pertenencia y la capacidad instrumental o de influencia. Se debe a que han quedado fuera de la esfera de influencia fundamental de esa acción sindical, que permanece más reducida y aislada en torno a sus bases sociales centrales. Por tanto, esos jóvenes se sienten externos a un ‘proyecto’ común, ya que esa acción sindical ordinaria alcanza y beneficia, sobre todo, a las capas  estables, y no es percibida por ellos dentro de una acción solidaria, para ellos y para el conjunto.
            En definitiva, las dos dinámicas de la acción sindical, la influencia y la pertenencia se interrelacionan. Los resultados segmentados de la influencia sindical debilitan los procesos de identificación de los jóvenes trabajadores con los sindicatos y, a su vez, la débil pertenencia e implicación de ellos conforman una base social periférica con poco peso en la definición de las políticas sindicales y los mecanismos organizativos de los sindicatos.
            Los puntos de encuentro entre jóvenes trabajadores y sindicatos son el resultado de la confluencia de los intereses mínimos de las diferentes partes y la correspondencia con sus esfuerzos respectivos. La zona de contacto se sitúa, sobre todo, en el campo del reconocimiento y extensión de la representatividad de los sindicatos, que favorece la función de intermediación de sus estructuras sindicales. Y por parte de los trabajadores y trabajadoras jóvenes, expresa un apoyo limitado a esas funciones representativas a través de una delegación condicionada a cambio de recibir unos mínimas resultados de las funciones de mediación, información y asesoramiento de los sindicatos. Para los sindicatos les permite cierta legitimidad social, más allá de la de sus bases sociales centrales, y para la gente joven comporta la existencia de algunos instrumentos defensivos. Sin embargo, esos vínculos son muy frágiles e instrumentales en los dos sentidos. Además, las tendencias en los porcentajes de participación juvenil más activa y en la afiliación sindical son insuficientes y descendentes. Ello lleva a tratar qué mentalidades y actitud tienen los jóvenes.

Cambio de mentalidades y pragmatismo en los jóvenes


            Se han analizado las causas y factores que explican el escaso encuentro entre sindicatos y trabajadores jóvenes, y se han puesto de relieve los vínculos y los puntos de conexión entre ellos. Ahora se tratan dos aspectos que afectan a las condiciones y posibilidades de su acercamiento. Primero, cómo se afrontan los cambios de mentalidades y la actitud pragmática de los jóvenes, particularmente de los más activos y vinculados con la representación sindical juvenil. Segundo, cuáles son los intereses mutuos, las bases comunes de jóvenes trabajadores y sindicatos que pueden facilitar una mayor vinculación.
            Existen algunas dinámicas de fondo en las clases trabajadoras, particularmente evidentes entre las nuevas generaciones jóvenes, que expresan una crisis de las identidades laborales anteriores (Dubar, 2002). Se produce una crisis de la cultura obrera, de las referencias al progreso colectivo, a sociedades alternativas de carácter socialista y a ideologías transformadoras como ha sido el marxismo. Al mismo tiempo, se desarrollan nuevas referencias e ideas alternativas en torno a otras formas de vivir, de producir o consumir y, particularmente, nuevos modos de vida y de relaciones interpersonales (Recio, 2006). Pero no existen corrientes sociales relevantes que sean estables, densas y globales. Hay una pérdida del sentido de pertenencia e identidad obrera y de izquierda y de la polarización de campos sociales, junto con un debilitamiento de la motivación cultural e identitaria tradicional para establecer vínculos de los jóvenes con el movimiento sindical. Igualmente, hay una pérdida de confianza en las potencialidades del movimiento sindical para transformar, sustancialmente, sus condiciones laborales, de empleo y sociales. Es una percepción realista de los trabajadores y trabajadoras jóvenes asociada al pragmatismo de su actitud. Está basada en los límites de la capacidad sindical para influir de forma sustantiva en el contexto socioeconómico y laboral, en los últimos años. Todo ello es especialmente relevante entre los jóvenes.
            Por otra parte, existen valores igualitarios y solidarios significativos en una parte de jóvenes, que se expresan en cierta participación asociativa y en iniciativas generales, aunque no termina de articularse bien en el ámbito sociolaboral. Además de otros factores estructurales, en ello influyen dos aspectos diferenciadores, ligados a la insuficiente capacidad de influencia externa del sindicalismo y al débil sentido de pertenencia de los jóvenes. El primero es la generalización de las estrategias laborales adaptativas e individuales como forma realista y sin riesgos añadidos para hacer frente a las demandas empresariales, sus condiciones de trabajo y a sus expectativas de movilidad profesional y laboral ascendentes. El segundo, las dificultades de conexión cultural y organizativa de los jóvenes trabajadores con los propios sindicatos.
            La participación juvenil en el ámbito sociolaboral se realiza en varios niveles. En movilizaciones amplias o generales –huelga general del 20 de junio de 2002-. A través de la delegación de voto en las elecciones sindicales con apoyo a una relativa representación y con una legitimidad de la delegación en los sindicatos y su función de intermediación. En acciones sindicales concretas según expectativas y riesgos en coyunturas con oportunidades expresivas y de influencia social. En la utilización de determinados servicios –asesoría, mediación, formación- de los sindicatos. Por último, constituyen otras relaciones y redes informales de colaboración y apoyo mutuo.
            En general, siguen el criterio de ‘utilidad para los incentivos’ de resultados inmediatos, en el plano individual y en el colectivo: evitar un mal mayor, minorando riesgos y generando nuevas oportunidades. Es decir, existe un criterio pragmático y se buscan beneficios inmediatos, pero no exclusivamente con un utilitarismo individual. Su implicación en acciones colectivas masivas o en el ámbito más general expresa también ese pragmatismo por conseguir unos resultados concretos, por ejemplo, echar abajo el decreto del desempleo con la huelga general del año 2002, o impedir la implicación de las tropas españolas en la guerra de Irak. Pero también coexiste un segundo criterio: se producen en unos contextos expresivos y de identificación con unos objetivos y responden también a nuevos valores solidarios. Es decir, se buscan dos tipos de objetivos o se reúnen dos tipos de condiciones: un resultado concreto que suponga una mejora o cambio inmediato del problema de referencia de la iniciativa, y un avance significativo en la presencia pública y en la visibilidad de los participantes y de su actividad, con un reconocimiento público. Los efectos de su implicación en la acción colectiva se valoran en los dos campos. Por un lado, en la influencia sustantiva –en la medida que se consigue un cambio, aunque sólo sea en el plano de la opinión pública-. Por otro lado, en la pertenencia e identificación, en el interior de los participantes y, sobretodo, en el exterior, en el reconocimiento de los demás agentes externos. Por tanto, su implicación es selectiva y discontinua, y no participan en otro tipo de convocatorias, ámbitos o  contextos que no reúnen esos dos tipos de condiciones.
            Existen tres planos de la actitud de la gente joven en el ámbito sociolaboral, en proporciones y combinaciones diversas: Estrategias adaptativas e individuales; participación limitada y condicionada en iniciativas individuales o colectivas según coyunturas, expectativas y riesgos, y cierta delegación representativa en los sindicatos, sin implicaciones personales, compromisos estables o sentido fuerte de pertenencia e identidad. Así, los sindicatos aparecen como agentes mediadores, de intermediación, y se juzgan según sus ‘resultados’, para ellos más bien escasos en sus problemas fundamentales. Sin embargo, les ofrecen cierta legitimidad para ejercer sus funciones de representación de intereses y son considerados ‘útiles’ como freno a dinámicas más duras y agresivas producidas en el caso de su inexistencia. Por tanto, existe una vinculación a los sindicatos y al sindicalismo, aunque poco profunda. Ello es un indicador de la baja afiliación sindical juvenil y de la permanencia transitoria en ella. Sólo una pequeña parte de jóvenes tiene una mayor implicación permanente que denota una mayor identificación con el sindicalismo y con la acción sindical.
            Además, existe una disociación y una combinación de ámbitos, laborales y extra-laboral, y planos, individuales y colectivos, entre los jóvenes más activos socialmente. Una dinámica fundamental en las nuevas élites representativas juveniles, que ejercen una función de mayor iniciativa o de cierto liderazgo, es la pretensión de combinar la utilidad de la acción colectiva con el desarrollo personal y relacional, con una nueva identidad ‘personal’. Junto con la valoración de la ausencia de riesgos para las trayectorias laborales y profesionales y la búsqueda de oportunidades y expectativas de mejora inmediata en el campo sociolaboral, son aspectos sustantivos dentro de sus proyectos vitales.
            Por otro lado, permanece una dinámica de fragilidad del movimiento sindical que dificulta la configuración de una ‘fuerza’ o movimiento social sólido, estable y a largo plazo, donde insertar esos nuevos sectores juveniles. Faltan también ‘movimientos’ sociales amplios con participación organizada y permanente, problema conectado con la dificultad de la formación de ideas-fuerza, sólidas, en ámbitos estables y con bases sociales duraderas. Además, el movimiento sindical no es suficientemente atractivo para muchos jóvenes. Ello dificulta la conformación de sindicalistas jóvenes estables y con compromiso a medio plazo con unas bases sociales concretas, como sucedió en la conformación del movimiento sindical español, mayoritariamente juvenil, en los años setenta, o a finales de los ochenta con un gran prestigio e influencia del sindicalismo. Supone una ruptura con el sentido de pertenencia y los valores simbólicos tal como fueron vividos por aquella generación fundacional y columna vertebral del sindicalismo posterior. Tampoco hay una conexión de acumulación de fuerzas, al estilo tradicional del movimiento obrero, que reviertan en una capacidad transformadora del movimiento sindical o de los movimientos sociales a medio plazo, tema cuestionado por la experiencia histórica.
            En las nuevas élites asociativas juveniles, el reequilibrio y la tensión se generan entre dos polos diferentes. Por un lado, posiciones éticas y deseos y aspiraciones genéricas –incluso utópicas-. Por otro lado, resultados inmediatos y tangibles, tanto en el aspecto material de condiciones, como en el aspecto relacional, experiencial o expresivo, en los dos planos, individual y colectivo. Al mismo tiempo, se produce una diferente experiencia organizacional y representativa. Muchos movimientos juveniles están sin estructurar, e incluso existe una resistencia a conformar élites, liderazgos o representantes estables. Entre los sindicalistas jóvenes el papel de representante sindical, elegido por una base social, tiene unas funciones específicas y duraderas –cuatro años-, en unas estructuras organizativas formalizadas y complejas. Las relaciones entre ambas experiencias son difíciles y, a su vez, complementarias.
            En particular, es difícil mantener el equilibrio entre dos dinámicas paralelas. La primera, la formación de una élite de jóvenes, basada en los valores solidarios e igualitarios, fuera del ámbito laboral, en el contexto de la diversidad de los nuevos movimientos y redes sociales y con heterogeneidad de ámbitos y bases sociales. La segunda, las características y necesidades de la acción sindical que exige una estabilidad relativa en el marco sociolaboral, cierta especialización reivindicativa y de liderazgo sindical y representativo. Son aspectos necesarios que condicionan la consolidación de élites sindicales jóvenes, especialmente, representantes sindicales en las empresas.
            Por último, se destacan tres aspectos apuntados. Primero, es la posibilidad del  acercamiento de las dinámicas sindicales a la actividad social o sociopolítica que permita ampliar lazos, experiencias y vínculos entre los jóvenes más activos. Permitiría la interacción y participación unitaria con otras organizaciones y movimientos, y la configuración de un conglomerado de dinámicas que en su conjunto favorezcan cierta estabilidad de las experiencias compartidas. Generaría vínculos y conciencia de un campo social diferenciado con unos objetivos globales más duraderos. No se trata de promover el protagonismo del movimiento sindical con respecto a otros movimientos o redes sociales, como en algunas tradiciones sindicales, sino de recoger las propias experiencias de representantes sindicales juveniles de ‘compartir’ diversos objetivos laborales y sociopolíticos y ‘pertenecer’ a variadas iniciativas, actividades, redes y ‘campañas’.
            Segundo, es la dinámica igualitaria de las trabajadoras jóvenes y hasta dónde va a penetrar en el campo sociolaboral. Se han producido avances significativos, en términos comparativos, de las mujeres jóvenes en el plano de la igualdad educativa, en las relaciones interpersonales y de ocio, en la incorporación al mercado de trabajo, en su estatus ciudadano, en su autoafirmación personal. Sin embargo, persiste el choque, según segmentos de mujeres, con sus dificultades en el ámbito laboral y con el uso del tiempo –en el empleo y en la actividad doméstica y familiar-. Se mantienen dinámicas discriminatorias para la estabilidad en su empleo, y para la igualdad de sus condiciones laborales y sus perspectivas de progreso en las carreras profesionales. Esas tendencias contradictorias tienen su reflejo en la mayor debilidad de los lazos identitarios y organizativos de las trabajadoras jóvenes con respecto a los sindicatos. Por tanto, permanece el reto específico para las mujeres jóvenes de ampliar y consolidar la dinámica por la igualdad sociolaboral. Así mismo, persiste la responsabilidad sindical en estimular ese avance y facilitar esa integración femenina en el sindicalismo.
            Tercero, otro rasgo para investigar es la diversidad étnica y cultural, dentro de la combinación de dinámicas en el ámbito laboral y extra-laboral. Ya se refleja la problemática de la integración laboral de los inmigrantes y los conflictos derivados de la segmentación y la competitividad en el mercado de trabajo, y en los próximos años se puede ampliar. Los problemas de la integración social y cultural y los conflictos interétnicos ya son significativos en la sociedad española -en particular, en algunas zonas,  en la escuela y en algunos barrios y pueblos-. Todo ello afecta al mercado de trabajo juvenil –hasta 35 años- condicionando las expectativas y proyectos vitales a medio plazo de autóctonos e inmigrantes. Los sindicatos han participado en los procesos de regularización y asistencia y existe una incipiente afiliación sindical de inmigrantes, en especial, en algunas ramas. Un aspecto relevante del futuro inmediato es la implicación del movimiento sindical con esa problemática. Eso lleva a señalar el vacío de representación sindical directa y la necesidad de que se configuren nuevas élites de inmigrantes jóvenes en el ámbito sociolaboral. Esos nuevos afiliados y representantes sindicales inmigrantes, más allá de su pequeño volumen cuantitativo, ya se enfrentan junto con sindicalistas jóvenes autóctonos y con el conjunto del sindicalismo a un problema sociopolítico cualitativo: la capacidad de liderazgo y gestión de los conflictos interétnicos, del diálogo intercultural y de la integración social y laboral de los inmigrantes ante la segmentación del mercado de trabajo.
            Estas consideraciones han tratado los problemas de la configuración y ampliación de los sindicalistas jóvenes, como puente de representación y liderazgo entre jóvenes trabajadores y sindicatos. Ahora se trata de explicar las bases comunes entre ambos que pueden facilitar su acercamiento.

El interés mutuo de jóvenes trabajadores y sindicatos


            Es pertinente el interrogante: ¿para qué sirve el sindicalismo desde el punto de vista de los jóvenes trabajadores? Existen límites en el movimiento sindical para la representación efectiva y la consecución de mejoras materiales sustanciales para los sectores jóvenes y precarios. Sin embargo, el movimiento sindical supone un freno al deterioro de las condiciones laborales y de empleo, especialmente, del segmento estable y sindicalizado de las grandes y medianas empresas, con gran inversión de esfuerzos en resistir y mantenerlas. El problema sigue siendo la eficacia en los resultados sobre esos objetivos básicos y el refuerzo de la pertenencia e identidad propia. Ello en el plano de las políticas sindicales generales y en la esfera de la acción sindical de base –empresas y negociación colectiva en sectores-. El sindicalismo todavía tiene cierta capacidad para evitar retrocesos significativos individuales y colectivos, todavía tiene cierto peso contractual, en esas bases sindicales centrales, y mecanismos de asesoramiento laboral y jurídico contra las medidas drásticas e ilegales de los empresarios.
            La pugna entre las diferentes estrategias sindicales se ha situado en los dos planos: expresivos o de identidad, e instrumental o de influencia. Los objetivos de los sindicatos eran avanzar en los dos aspectos: ganar en fuerza social y poder organizacional interno, y mejorar las condiciones materiales de las clases trabajadoras. Lo primero, garantizaba la capacidad más permanente y a medio plazo del sindicalismo. Lo segundo, debía reportar resultados inmediatos. Ante las dificultades de avances significativos en el plano reivindicativo ha sido prioritario para los sindicatos el fortalecer el componente expresivo de fuerza y cohesión de esa base social. Pero este componente también hay que valorarlo en su sentido pragmático inmediato, es decir, en su efectividad y avance sustantivo.
            No obstante, con respecto a los trabajadores y trabajadoras jóvenes, los criterios de valoración de la acción sindical son más complejos. No afectan sólo a aspectos cuantitativos como la representatividad y la afiliación sindical. Tienen que ver, fundamentalmente, con otros aspectos cualitativos que representa el sindicalismo y su acción o estrategia sindical: reconocimiento, sentido de pertenencia, identificación con un proyecto, apoyo, liderazgo y papel sociopolítico y transformador. La valoración del sentido de la acción sindical debería reflejar los resultados concretos e inmediatos y también los ‘subjetivos y materiales’ en ese campo. La dificultad no se halla sólo en el avance reivindicativo –influencia- sino en la pertenencia: en la ligazón entre el sindicalismo ‘viejo’ –sus bases, su acción sindical y su cultura-, convenientemente renovado, y las nuevas generaciones.
            El problema se sitúa en la insuficiente capacidad para la mejora y la transformación de las condiciones laborales básicas de los sectores precarios y frágiles, en particular, de las pequeñas empresas, en las subcontratas y en el sector servicios. Por tanto, esa impotencia en la negociación colectiva o en la concertación social se traduce en la fragilidad de los salarios, de la estabilidad del empleo y las condiciones laborales de la mayoría de las capas trabajadoras más vulnerables. Y, particularmente, ante la precariedad de las trayectorias laborales prolongadas de los jóvenes trabajadores.
            La acción sindical en los diferentes planos –de la empresa, de la negociación colectiva sectorial o de la concertación social- supone cierta defensa de lo que hay, pero genera pocas transformaciones positivas sustanciales. Sin embargo, los puntos de partida de jóvenes –precarios- y adultos –fijos y estables- son diferentes. Por ello, se conforma una adaptación de las dinámicas sindicales y de sus estrategias a esa segmentación, que produce resultados diferentes.
            Por un lado, la acción sindical por el mantenimiento de las condiciones laborales –de relativa estabilidad del empleo, salarios y condiciones de trabajo- de las bases centrales del sindicalismo consigue el objetivo de ir sobrellevando una situación relativamente cómoda. Se espera no mejorar y se aspira a no empeorar. Es suficiente una estrategia defensiva para sostener lo que se tiene. Sólo es algo más fuerte la resistencia cuando se ven peligrar esas condiciones –como en las reconversiones industriales-, y se ejerce en la medida que se conserva cierto poder representativo y contractual.
            Por otro lado, está la acción sindical sobre las condiciones laborales de la mayoría de las capas trabajadoras del mercado de trabajo secundario, con relativa inestabilidad, con gran composición de jóvenes, de las pequeñas empresas y del sector servicios con menor poder contractual y menos sindicalizadas. En esos sectores la continuidad de sus condiciones de trabajo supone la permanencia en una situación inestable y precaria, y la simple dinámica defensiva o de resistencia de la acción sindical tradicional es insuficiente.
            Las transformaciones socioeconómicas, tecnológicas y laborales ya han consolidado ese mercado de trabajo secundario y vulnerable. Los jóvenes, mayoritariamente, se han socializado y se incorporan a él como una realidad existente, naturalizada. El mantenimiento de esas condiciones no favorece la acción colectiva por la calidad del empleo. A su vez, ante la precariedad laboral es insuficiente una acción sindical defensiva de ‘mantener’ las condiciones laborales. Junto con las estrategias individuales adaptativas o defensivas permiten frenar su deterioro, pero no garantizan mejoras generalizadas. La acción sindical es una vía para generar posibilidades de avance sustantivo. Sin embargo, hay que señalar las dificultades para esa acción colectiva: la debilidad de los factores de pertenencia e identidad, la fuerte coacción empresarial con los riesgos percibidos de su participación y su escepticismo en la eficacia de la acción sindical y colectiva. La implicación juvenil en la acción sindical es pequeña y, al mismo tiempo, las expectativas de mejora a través de la acción colectiva son débiles. Por tanto, la acción sindical para los sectores precarios y jóvenes tiene componentes específicos y hay que adecuarla a sus condiciones concretas.
            Según el modelo sociológico propuesto, basado en las dos lógicas de la acción sindical, influencia y pertenencia (Antón, 2006b), habría que introducir cambios profundos en dos facetas para modificar la tendencia del escaso acercamiento de jóvenes trabajadores y sindicalismo.
            1) Por una parte, aumentar la capacidad de influencia externa del sindicalismo, con eficacia y resultados sustantivos y, por otra parte, impulsar la renovación y la conformación específica de una nueva identidad laboral, sindical y sociopolítica, ampliando y afianzando el sentido de pertenencia de sus bases sociales. En ello intervienen varios elementos. El primero, una valoración del sentido defensivo de la acción sindical de evitar males mayores reales, junto con el impulso de una dinámica y un horizonte de avance reivindicativo. El segundo, la reconstrucción de una identidad colectiva, de un proyecto e ideario común, con una nueva dimensión de los valores clásicos de libertad, igualdad y solidaridad. Para ello se precisa superar las inercias culturales y las dificultades organizativas. Supone una renovación de los componentes simbólicos, comunicativos y de participación democrática, más allá de la simple retórica o propaganda y de las tendencias burocráticas. Se trata de modificar los criterios y referencias del valor de lo que se entiende y se percibe como ‘resultados’ materiales y de la fuerza acumulada –identidad y pertenencia- en el ámbito sociolaboral.
            2) La segunda faceta es la importancia de la incorporación a la acción sindical de la actividad y la participación en aspectos no estrictamente laborales pero fundamentales y de especial sensibilidad para trabajadores y trabajadoras jóvenes. Primero, la defensa y mejora de las condiciones sociales básicas: enseñanza, sanidad, protección social o rentas sociales, calidad de vida, vivienda, medio ambiente. Segundo, la participación en problemas sociopolíticos fundamentales: igualdad de la mujer, inmigración y conflictos interétnicos o nacionales, la paz y la solidaridad internacional. Ello permitiría un complemento imprescindible en la vinculación con jóvenes de mayor conciencia solidaria para la acción colectiva y la identificación social del movimiento sindical. Además, ampliaría la posibilidad de crear cauces de participación en otras actividades y de forjar vínculos transversales con otras dinámicas asociativas. También ayudaría a la conformación de un campo social progresista, más allá del movimiento sindical pero con su participación, y más diverso y heterogéneo, en el que están insertos sectores relevantes de las nuevas generaciones.
            En definitiva, dadas las diferentes condiciones laborales, sociopolíticas y de la mentalidad de la mayoría de gente joven, superar el distanciamiento con el sindicalismo exige un nuevo tipo de acción sindical y nuevas referencias culturales y simbólicas adaptadas a las nuevas tendencias en las condiciones materiales y en la subjetividad de los jóvenes trabajadores. Afectan a la dimensión sustantiva y la dimensión social del sindicalismo. O bien, en términos de identidades de los sindicatos, supone la renovación y refuerzo de su identidad de clase, su identidad hacia la sociedad y su identidad como instrumento reivindicativo hacia fines sociolaborales. Se trata de recoger los puntos en común de las mejores tradiciones de la acción sindical y sociopolítica de los segmentos sindicalizados y estables de la generación anterior, y renovar, adaptar y conformar dos componentes y lógicas fundamentales de la acción sindical: capacidad de influencia y nuevas vinculaciones e identificaciones colectivas. Ello permitirá un mayor acercamiento entre jóvenes trabajadores y sindicalismo y condicionará favorablemente su futuro inmediato.


Bibliografía

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