Antonio Rivera

Cursillos de judo
(Hika 192zka, 2007ko urria)

            Decía Ibarretxe en su intervención del pasado 28 de septiembre que la página web konpondu, dedicada a publicitar sus propuestas de cambio del actual status político del país, sumaba ya un millón de visitas. Uno se imagina a media sociedad vasca ignorante de la existencia de tal web, mientras un trozo de la otra media se dedica con fruición adolescente a entrar en ella varias veces cada día. Puede ser una fotografía del país. Hay un problema vasco; es necio negarlo. Bastaría con señalar, aparte de razones de historia, .la existencia del nacionalismo vasco como fuerza política fundamental en el último siglo para suponer con rigor que éste expresa y representa la demanda nacional que una parte del país no encuentra satisfecha. La pregunta inmediata (y última) es cómo dar respuesta a esa reclamación de una parte de los vascos sin por ello imponerla, la que sea, al conjunto de ellos, preocupados o no de manera febril por este asunto.
            Es, efectivamente, un problema histórico. El nacionalismo vasco, en diferentes expresiones y estrategias, viene pugnando desde hace años por alterar sustancialmente el status político del país y, en concreto, nuestra relación con España –nuestra inserción en España, en realidad- y, con ello, no se olvide ni nos confundamos, nuestra relación interior entre todos los vascos y vascas. (Resolver el acertijo de relación con España tiene consecuencias de dominio político y social dentro de Euskadi que todos imaginamos). Es un anhelo legítimo, pero cambiar profunda y democráticamente lo existente obliga a mucha claridad y, sobre todo, a mucho consenso social. O, si no, a mucha mayoría. Sumar uno (y cien) más que los no partidarios ya lo hace el nacionalismo; pero eso no le da la llave para cambiar radicalmente nuestra realidad política y social actual. No le da la llave, ni la fuerza, ni la legitimidad suficientes. Hace falta una mayoría mucho más solvente de la que tiene hoy el nacionalismo vasco en torno a esa reivindicación (no Derecho, con mayúsculas). Aun más, falta claridad y riesgo, porque si todavía hoy el nacionalismo vasco es mayoritario en votos, su opción principal no ha explicitado nunca como oferta electoral una propuesta radical y precisa en ese sentido. Esto es, una parte mayoritaria de la ciudadanía vasca puede votarles como gobernantes, pero no tendría porqué suscribir con sus sufragios sus expectativas nacionales últimas. Eso lo saben, y de sobra, el PNV e Ibarretxe. De ahí su sinuosidad y ambigüedad históricas. También, de ahí la confrontación y el temor (más que entusiasmo) que hoy se percibe dentro de los batzokis.

LA SOLUCIÓN/ENEMIGO EXTERIOR.


            Así que, después de treinta años de gobierno casi total de las instituciones vascas, como no hay mayoría suficiente como para que la minoría interior y el gobierno español tengan que reconocer que es necio oponerse a ésta, se recurre a buscar fuera lo que ya se renuncia a tener dentro. De este modo, el problema de algunos o muchos vascos, su insatisfacción con el presente, no se presta a una solución intermedia con sus conciudadanos vascos que no lo sienten así, sino que se insta a Madrid a dar una solución, antes de que Madrid se constituya definitivamente (y una vez más) en el problema. Quizás el Estatuto actual –o una reforma futura del mismo- pueda ser ese intermedio factible –lo mejor es enemigo de lo bueno- para que quienes cada mañana madrugan pensando en lo que pueden hacer por su patria y quienes simplemente se levantan a trabajar, estudiar o vivir, puedan seguir compartiendo una sociedad, puedan seguir viviendo juntos.
            Lo contrario es lo que propone Ibarretxe, en el supuesto de que su hoja de ruta sea tal, vistas sus dificultades de aplicación y su alejamiento de la realidad. La opción de apurar las mayorías y minorías, de contarlas para imponer una sobre otra, suena más a la desesperación de un proyecto político partidario agotado –o a la visión sectaria, exclusivista y excluyente del viejo aranismo: su pecado original- que a la voluntad por afianzar una sociedad vasca integrada y nacional, que no necesariamente nacionalista. Suena también a iniciativa personalista y electoralista, de parte de Ibarretxe, cada vez más caudillo, y de parte de su partido, cada vez más débil en su condición de régimen declinante y gastado.
            La repetición de la eterna propuesta de Ibarretxe –esta vez en forma de consulta- solo puede esperar el éxito sobre dos patas. La primera la proporcionaría una parte de la sociedad vasca, o bien ciega y crudamente nacionalista (ajena a considerar que existe otra ciudadanía que no lo es), o bien ingenua y candorosa ante sus primarias proclamas del pelo derecho a decidir o “qué hay de malo en”. La segunda vendría de la mano de una inadecuada respuesta por parte de los no nacionalistas, tanto de los vascos y de sus opciones políticas y sociales como del gobierno y del Estado español. En puridad, la consulta de Ibarretxe es un disparate, argumental, teórico, práctico y como posibilidad política real, a corto y a largo plazo. Pero la salvaría una respuesta de enfrente que estimulara y animara una irracionalidad similar, una pasión desenfrenada contra otra. En definitiva, lo que pasó en los inicios de este siglo XXI, en los años de la sociedad vasca profundamente escindida por Lizarra y por el Plan de este Ibarretxe.
            Lo que tiene enfrente el lehendakari es la pluralidad de la sociedad vasca. Una pluralidad que no significa solo que haya maneras de pensar diversas, sino que se refiere a que los vascos pertenecemos a diferentes realidades culturales y étnicas y, sin embargo, coexistimos armónicamente sin fundirnos por ello en una cultura unitaria (Horace M. Kallen, 1915). Solo si esa pluralidad se conforma en dos facciones igualmente nacionalistas, sólo vascas” y vasco-españolistas, podrán prosperar Ibarretxe y su facción. Solo si, como en el judo, su fuerza radica en su capacidad para reconvertir la fuerza de respuesta del oponente en presión en su contra, solo así puede salir adelante.
            Así que, ni un solo motivo para que el nacionalismo se sienta acosado, perseguido por quien le da sentido de existencia: otro nacionalismo como el suyo. Solo reivindicando la ciudadanía, y la ciudadanía plural, y la política como constructora de espacios públicos vivibles y de libertad, y no de paraísos culminantes de una ideología (como obsesión) política, podrá quedar claro que lo de Ibarretxe no es, para los vascos y vascas de carne y hueso, sino un (nuevo y) solemne disparate. Ni una sola apariencia (mucho menos realidad) de acoso. Salvo que por tal tenga el nacionalismo la simple aplicación de la ley de todos. Entonces, volverá a ser su problema… aunque sigamos sufriéndolo también los demás.

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NOTA. Antonio Rivera es parlamentario independiente en el Parlamento vasco en el Grupo Socialistas Vascos – Euskal Sozialistak.