Arundhati Roy

Un arma que hay que afilar
(Disenso, 43, abril de 2004)

Las manifestaciones, aunque sean en todo el mundo y participen millones de personas en ellas, no bastan. Arundhati Roy, una de las voces más conocidas del movimiento altermundialista, ve el riesgo de que ese movimiento se convierta en un teatro político inefectivo. Para ella, es preciso afilar y reimaginar el arma preciosa de la resistencia no violenta, centrarse en blancos reales, librar batallas reales e infligir un daño real. En otras palabras, realizar acciones que afecten de verdad a los intereses del poder económico y político global, porque a George W. Bush las marchas de fin de semana le traen sin cuidado. En estos términos se expresó la escritora india en la jornada inaugural del IV Foro Social Mundial, celebrado en enero pasado en Mumbai, India.

En enero de 2003, miles de nosotros y nosotras venidos de todo el mundo nos reunimos en Porto Alegre, Brasil, y declaramos —reiteramos— que “otro mundo es posible”. A unos miles de kilómetros al norte, en Washington, George W. Bush y sus asesores pensaban lo mismo. Nuestro proyecto era el Foro Social Mundial. El suyo, continuar lo que muchos llaman “El Proyecto por un Nuevo Siglo Estadounidense”.
En las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos, donde hace unos años estas cosas sólo podrían haber sido pronunciadas en voz baja, la gente habla ahora abiertamente sobre el lado bueno del imperialismo y la necesidad de un imperio fuerte que patrulle un mundo indócil. Los nuevos misioneros quieren orden a costa de la justicia; disciplina a costa de la dignidad, y superioridad a cualquier precio. Ocasionalmente invitan a algunos de nosotros a “debatir” el asunto en plataformas neutrales provistas por los medios corporativos. Debatir el imperialismo es un poco como debatir los pros y los contras de la violación. ¿Qué podemos decir? ¿Que realmente la extrañamos? En cualquier caso, el nuevo imperialismo ya está aquí. Es una versión remodelada, aerodinámica, de lo que alguna vez conocimos. Por primera vez en la historia un solo imperio, con un arsenal de armas que podía arrasar con el mundo en una tarde, tiene una absoluta hegemonía unipolar económica y militar. Usa diferentes armas para abrir a la fuerza diferentes mercados. No existe país en la tierra de Dios que no esté en la mira del misil crucero estadounidense y el talonario de cheques del Fondo Monetario Internacional. Argentina es el modelo a seguir si quieres ser el chico predilecto del capitalismo neoliberal; Iraq, si quieres ser la oveja negra.
Los países pobres que son de valor estratégico geopolítico para el Imperio, o que tienen un mercado, de cualquier tamaño que sea, o infraestructura que pueda ser privatizada o, ni lo quiera Dios, recursos naturales de valor —petróleo, oro, diamantes, cobalto, carbón— deben hacer lo que se les diga o se convertirán en blancos militares. Aquellos con las mayores reservas de riqueza natural son los que más están en riesgo. A menos que voluntariamente entreguen sus recursos a la maquinaria corporativa, la agitación civil será fomentada o habrá guerra. En esta nueva era del Imperio, en la que nada es lo que aparenta ser, se permite que los ejecutivos de empresas interesadas influyan en las decisiones de la política exterior. El Center for Public Integrity, en Washington, encontró que nueve de los treinta miembros de la Junta de Política de Defensa del Gobierno de EE UU estaban relacionados con compañías a las que se dieron contratos de defensa de 76.000 millones de dólares entre 2001 y 2002. George Schulz, ex secretario de Estado norteamericano, fue presidente del Comité para la Liberación de Iraq. También formó parte de la junta de directores de Bechtel Group. Cuando se le preguntó si existiría un conflicto de intereses en el caso de una guerra contra Iraq, contestó: “No sé si Bechtel se beneficiaría en particular de una [guerra], pero si hay trabajo que hacer, Bechtel es el tipo de compañía que podría hacerlo, y nadie lo ve como algo de lo cual uno se beneficia”. Tras la guerra, Bechtel obtuvo un contrato por 680 millones de dólares para la reconstrucción de Iraq.

EL NUEVO RACISMO. Este esquema brutal ha sido usado una y otra vez en América Latina, África, Asia Central y Sudeste Asiático, a costa de millones de vidas. Sobra decir que cada guerra emprendida por el Imperio se convierte en una “guerra justa”, lo cual se debe en gran medida al papel que juegan los medios corporativos. Es importante entender que los medios corporativos no sólo apoyan el proyecto neoliberal, sino que forman parte de él. No se trata de una posición moral que escogieron asumir, sino de algo estructural, intrínseco a los intereses económicos de los medios masivos de comunicación. La mayoría de las naciones tiene secretos familiares adecuadamente atroces. Así que los medios no necesitan mentir a menudo. El punto está en qué se enfatiza y qué se ignora. Digamos, por ejemplo, que escogen a la India como blanco de una “guerra justa”. El hecho de que unas 80 mil personas hayan sido asesinadas en Cachemira desde 1989, la mayoría de ellas musulmanas, la mayoría a manos de las fuerzas de seguridad indias; el hecho de que en febrero y marzo de 2002 más de 2 mil musulmanes fueran asesinados en las calles de Gujarat, las mujeres sufrieran violaciones tumultuarias, quemaran a niños vivos y 150 mil personas fueran arrojadas de sus hogares, mientras la policía y la administración miraban —y a veces participaban activamente—; el hecho de que nadie haya sido castigado por estos crímenes y que el Gobierno que los supervisó fuera reelegido… todo esto daría titulares perfectos en los periódicos internacionales en el preámbulo de la guerra.
Lo siguiente que sabríamos es que los misiles de crucero apuntarían a nuestras ciudades, nuestros pueblos serían cercados con alambre de espino, los soldados estadounidenses patrullarían nuestras calles, y Narendra Modi, Pravin Togadia o cualquier de nuestros populares fanáticos intolerantes, estarían, como Saddam Hussein, bajo custodia estadounidense, revisándoles el cabello en busca de piojos y examinándoles los empastes de sus dientes en horario triple A.
Pero mientras nuestros mercados estén abiertos, mientras a corporaciones como Enron, Bechtel, Halliburton, Arthur Andersen se les dé manga ancha, nuestro líderes elegidos democráticamente pueden, sin temor alguno, borrar las líneas divisorias entre la democracia, el autoritarismo y el fascismo.
La cobarde disposición de nuestro Gobierno a abandonar la orgullosa tradición no alineada de la India, su apresuramiento por ser el primero en la fila de los completamente alineados —la frase de moda es “aliado natural”: la India, Israel y EE UU son “aliados naturales”— le ha dado el espacio para convertirse en un régimen represor sin comprometer su legitimidad.
Las víctimas de un Gobierno no son sólo aquellos a quienes mata y aprisiona; aquellos que son desplazados, desposeídos y sentenciados a una vida de inanición y privaciones deben ser incluidos entre las víctimas. Millones de personas han sido desposeídas por proyectos de desarrollo. En los pasados 55 años, sólo las grandes presas han desplazado entre 33 millones y 55 millones de personas en la India. No tienen acceso a la justicia.
En los últimos dos años ha habido una serie de incidentes en los que la policía ha abierto fuego sobre manifestantes pacíficos, la mayoría adivasi y dalia. Cuando se trata de los pobres, y en particular de las comunidades dalia y adivasi, los matan por invadir tierras forestales y los matan también cuando tratan de defender las tierras forestales de invasiones —presas, minas, plantas siderúrgicas y otros proyectos de desarrollo—. En casi todas las ocasiones en las que la policía ha abierto fuego el argumento gubernamental ha sido que el tiroteo fue provocado por actos de violencia. Las personas contra las que abrieron fuego son llamados inmediatamente “militantes”.
En todo el país miles de personas inocentes, incluso menores de edad, han sido arrestadas bajo la Ley de Prevención del Terrorismo y se les mantiene en la cárcel indefinidamente y sin juicio. En la era de la guerra contra el terror, la pobreza es astutamente mezclada con el terrorismo. En la era de la gobalización empresarial, la pobreza es un crimen. Criticar a los Tribunales es, claro, también un crimen. Están sellando las salidas.
Como el viejo imperialismo, el éxito del nuevo también depende de una red de agentes, élites locales corruptas que sirven al Imperio. Todos conocemos la sórdida historia de Enron en la India. El entonces Gobierno Maharastra firmó un acuerdo de adquisición de energía que le dio a Enron ganancias que ascendieron al 60% de todo el presupuesto de desarrollo rural de la India. ¡Se le garantizó a una sola compañía estadounidense una ganancia equivalente a los fondos para el desarrollo de infraestructura para unos 500 millones de personas!
A diferencia de los tiempos pasados, el nuevo imperialismo no necesita caminar penosamente por el trópico, arriesgándose a contraer malaria o diarrea, y a una muerte temprana. El nuevo imperialismo puede ser conducido a través del correo electrónico. El vulgar racismo del viejo imperialismo, que se aplicaba abiertamente, ya pasó de moda. La piedra angular del nuevo imperialismo es un racismo también nuevo.

PERDONAR AL PAVO. En EE UU, la tradición de “otorgar el perdón al pavo” es una maravillosa alegoría del nuevo racismo. Todos los años, desde 1947, la Federación Nacional del Pavo entrega al presidente estadounidense un pavo para el Día de Acción de Gracias. Cada año, en un show de ceremonial magnanimidad, el presidente perdona la vida al pájaro —y se come otro, claro—. Tras recibir el indulto presidencial, el pavo es enviado a Frying Pan Park, en Virginia, para acabar de vivir su vida natural. El resto de los 50 millones de pavos que se criaron para el Día de Acción de Gracias es sacrificado y comido. ConAgra Foods, la compañía que ganó el contrato del pavo presidencial, dice que entrena a los afortunados pájaros para que sean sociales y convivan con los dignatarios, los escolares y la prensa. (¡Pronto hasta hablarán inglés!)
Así funciona el nuevo racismo en la era empresarial. A unos pocos pavos cuidadosamente criados —las élites locales de varios países, una comunidad de adinerados inmigrantes, banqueros de inversión, uno que otro Colin Powell o Condolezza Rice, algunos cantantes, algunos escritores (como yo)— se les da la absolución y un pase a Frying Pan Park. Los millones restantes pierden el empleo, son desalojados de sus hogares, les cortan sus conexiones de electricidad y agua, y mueren de sida. Básicamente, son para la cazuela. Pero las afortunadas aves en Frying Pan Park lo pasan bien. Algunas de ellas hasta trabajan para el FMI y la Organización Común del Mercado. Así que ¿quién puede acusar a estas organizaciones de estar en contra de los pavos? Algunos son miembros de la Junta de Comisión que Elige los Pavos, así que ¿quién puede decir que los pavos están contra del Día de Accion de Gracias? Todo lo contrario, ¡participan en él! ¿Quién puede decir que los pobres están en contra de la globalización empresarial? Hay una estampida por entrar en Frying Pan Park. ¿Y qué, si la mayoría muere en el camino?

EL NUEVO GENOCIDIO. Parte del proyecto del nuevo racismo es el nuevo genocidio. En esta nueva era de interdependencia económica, el nuevo genocidio puede ser facilitado a través de sanciones económicas, lo que significa crear las condiciones que lleven a una muerte masiva sin tener que, efectivamente, salir a matar gente. Denis Halliday, el coordinador humanitario de Naciones Unidas en Iraq entre 1997 y 1998 (disgustado, renunció a partir de esa fecha), usó el término “genocidio” para describir las sanciones a Iraq, que rebasaron los mejores esfuerzos de Sadam Hussein y se cobraron la vida de más de medio millón de niños.
En la nueva era, el apartheid como política formal está anticuado y es innecesario. Los instrumentos comerciales y financieros internacionales supervisan un complejo sistema de leyes comerciales multilaterales y acuerdos financieros que mantienen a los pobres en sus bantustanes. Su propósito es institucionalizar la inequidad. ¿Por qué otra razón una prenda hecha por un manufacturero de Bangladesh paga, para entrar en EE UU, una tasa 20 veces mayor que la que paga una prenda hecha en Gran Bretaña? ¿Por qué los países que cultivan el 90% del cacao del mundo sólo producen el 5% de chocolate? ¿Por qué los países que cultivan el cacao, como Costa de Marfil y Ghana, son expulsados del mercado, a través de impuestos abusivos, sin intentan convertirlo en chocolate? ¿Por qué los países ricos, que gastan más de mil millones al dólares en subsidios a los agricultores, demandan que los países pobres, como la India, retiren todos los subsidios agrícolas, incluyendo la electricidad subsidiada? ¿Por qué, después de ser saqueados por los regímenes colonizadores durante más de medio siglo, las ex colonias están hasta el cuello de deudas contraídas con esos mismos regímenes, y les pagan unos 382 mil millones de dólares al año?
Por todas estas razones, el descarrilamiento de los acuerdos comerciales en Cancún, México, fue tan crucial para nosotros. Aunque nuestros Gobiernos intentan atribuirse el éxito, sabemos que fue el resultado de años de lucha de muchos millones de personas en muchos, muchos países. Lo que Cancún nos enseñó es que para poder infligir daño real y forzar un cambio radical, es vital que los movimientos de resistencia locales hagan alianzas internacionales. De Cancún aprendimos la importancia de globalizar la resistencia.

LOS HÉROES SE EMPEQUEÑECEN. Ninguna nación individualmente puede enfrentarse sola al proyecto de globalización empresarial. Una y otra vez hemos visto que cuando se trata del proyecto neoliberal, los héroes de nuestro tiempo de pronto de hacen chiquitos. Cuando los extraordinarios y carismáticos hombres, gigantes de la oposición, toman el poder y se convierten en cabezas del Estado, se vuelven impotentes en el escenario global. Estoy pensando en el presidente Lula de Brasil. Lula fue el héroe del Foro Social Mundial el año pasado. Este año está atareado poniendo en práctica los alineamientos del FMI, reduciendo los beneficios de jubilación y purgando a los radicales del Partido de los Trabajadores. También pienso en el ex presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela. A los dos años de su toma de posesión, en 1994, su Gobierno se arrodilló, sin que mediara advertencia, ante el dios del mercado, e instituyó un programa de privatización y ajuste estructural que ha dejado a millones de personas sin hogar, sin trabajo, sin agua y sin electricidad.
¿Por qué sucede esto? No viene al caso golpearnos el pecho y sentirnos traicionados. Lula y Mandela son, a todas luces, hombres magníficos, pero en el momento en que cruzan el umbral entre oposición y gobierno se vuelven rehenes de un espectro de amenazas —la más malévola, la amenaza de la fuga de capitales, que puede destruir a cualquier Gobierno de la noche a la mañana—. Imaginar que el carisma de un líder y un curricuculum de lucha harán mella en el cartel empresarial, es no tener la más mínima comprensión de cómo funciona el poder. Un cambio radical no puede ser negociado por los Gobiernos, sólo puede ser realizado por el pueblo.

MARAVILLOSO, PERO INSUFICIENTE. En el Foro Social Mundial, algunas de las mejores mentes del mundo se juntan para intercambiar ideas sobre lo que pasa a nuestro alrededor. Estos debates afinan nuestra visión del tipo de mundo por el que estamos luchando. Es un proceso vital que no debe ser socavado. Sin embargo, si todas nuestras energías son desviadas hacia este proceso a costa de una acción política real, entonces el Foro Social Mundial, que ha jugado un papel tan crucial en el Movimiento por una Justicia Global, corre el riesgo de convertirse en un activo para nuestros enemigos. Necesitamos urgentemente discutir las estrategias de resistencia. Necesitamos enfocarnos en blancos reales, librar batallas reales e infligir un daño real. La “Marcha de la Sal”, de Ghandi, no fue sólo teatro político. Cuando, en un simple desafío, miles de indios marcharon hacia el mar e hicieron su propia sal, rompieron las leyes de impuestos sobre la sal. Fue un golpe directo al sostén económico del Imperio Británico. Fue real. Si bien nuestro movimiento ha ganado algunas victorias importantes, no debemos permitir que la resistencia no violenta se atrofie y se convierta en un teatro político inefectivo, de buenas intenciones. Es un arma preciosa que constantemente necesita ser afilada y reimaginada. No podemos permitir que se vuelva mero espectáculo, una oportunidad de fotos para los medios.
Fue maravilloso que el 15 de febrero del año pasado, en una espectacular demostración de moralidad pública, 10 millones de personas en cinco continentes marcharan contra la guerra. Fue maravilloso, pero no fue suficiente. El 15 de febrero cayó en fin de semana. Nadie tuvo que perder un día de trabajo. Las protestas de vacaciones no paran las guerras. George Bush lo sabe. La confianza con la que desairó a la arrolladora opinión pública debería ser una lección para todos nosotros. Bush cree que Iraq puede ser ocupado y colonizado —como se hizo con Afganistán, como se hizo en el Tibet, como se está haciendo en Chechenia, como antes se hizo en Timor del Este, como aún se hace en Palestina—. Piensa que lo único que tiene que hacer es mantenerse agachado y esperar a que los medios, obsesionados con las crisis y habiéndose comido esta crisis hasta el hueso, la tiren y continúen su camino. Pronto, el cadáver cae en la lista de popularidad de los best-sellers, y todos nosotros, los indignados, perderemos interés. O eso esperan que suceda.
Este movimiento nuestro necesita una gran victoria global. No es suficiente tener la razón. A veces, aunque sólo sea para probar nuestra determinación, es importante ganar algo. Para ganar algo necesitamos estar de acuerdo en algo. Ese algo no necesita una predestinada ideología suprema en la cual hagamos que quepan a la fuerza nuestro seres encantadoramente facciosos y argumentativos. No necesitamos ser una lealtad incondicional a una u otra forma de resistencia que excluya todo lo demás. Podría ser una agenda mínima.
Si todos nosotros, efectivamente, estamos en contra del imperialismo y en contra del neoliberalismo, miremos hacia Iraq, que es la inevitable culminación de ambos. Bastantes activistas contra la guerra han retrocedido confundidos desde la captura de Sadam Hussein. ¿No está mejor el mundo sin Sadam Hussein?, preguntan con timidez. De una vez por todas, miremos cara a cara la situación: aplaudir la captura de Sadam Hussein y, por lo tanto, justificar la ocupación de Iraq, es como deificar a Jack el Destripador por destripar al Estrangulador de Boston. Y eso, después de un cuarto de siglo de ser socios, tiempo durante el cual destripar y estrangular era una empresa común. Se trata de un altercado doméstico. Son compañeros de negocios que disputaron por un negocio sucio. Jack es el ejecutivo en jefe. Así que, si estamos en contra del imperialismo, ¿estaremos de acuerdo en que estamos en contra de la ocupación de Iraq y que creemos que EE UU debe retirarse de allí y pagar indemnizaciones al pueblo iraquí por los daños ocasionados por la guerra?
¿Cómo comenzamos a armar nuestra resistencia? Comencemos por algo realmente pequeño. El asunto no es apoyar a la resistencia iraquí contra la ocupación o discutir quién constituye exactamente la resistencia (¿son antiguos asesinos baasistas, son fundamentalistas islámicos?). Tenemos que convertirnos en la resistencia global a la ocupación. Nuestra resistencia debe comenzar por negarnos a aceptar la legitimidad de la ocupación estadounidense de Iraq, lo cual significa actuar para hacer que sea materialmente imposible que el Imperio logre sus metas. Significa que los soldados deberían negarse a combatir, la reserva debería negarse a servir, los trabajadores deberían negarse a cargar los barcos y aviones de armas. Definitivamente, significa que en países como la India y Pakistán debemos bloquear los planes del Gobierno estadounidense de enviar soldados indios y paquistaníes a Iraq a limpiar tras ellos.
Sugiero que escojamos, de alguna manera, dos de las principales empresas que se están lucrando con la destrucción de Iraq. Podríamos localizar sus oficinas en todas las ciudades y todos los países en todo el mundo. Podríamos ir tras ellos. Podríamos hacer que cierren sus oficinas. Se trata de juntar nuestra sabiduría colectiva y experiencia de luchas pasadas y aplicarlas hacia un solo blanco. Se trata de desear el triunfo.
El Proyecto del Nuevo Siglo Estadounidense busca perpetuar la injusticia y establecer la hegemonía estadounidense al precio que sea, aunque sea apocalíptico. El Foro Social Mundial demanda justicia y supervivencia.
Por estas razones, debemos considerarnos en guerra.