Carles Dolç
Urbanismo para náufragos
(Página Abierta, 217, noviembre-diciembre de 2011).

Así se titula un libro de los arquitectos vallisoletanos Pablo Gigosos y Manuel Saravia que, editado por la Fundación César Manrique (2010), propone un urbanismo con justicia, un urbanismo que contribuya a hacer de los náufragos personas con dignidad. Se trata de un texto que desarrolla otro anterior que publicaron hace unos años, compartiendo autoría con Rosario del Caz, en la editorial Talasa (La ciudad y los derechos humanos, 2002). Urbanismo para náufragos da cuerpo a esa primera reflexión y constituye un conjunto de propuestas para que las ciudades tomen otro rumbo. Pero quizá convenga comenzar por aclarar su título.
Es más fácil, aunque pueda parecer lo contrario, definir su segunda parte. Náufragos: los pobres que habitan la ciudad, los que sufren sus defectos, los perdedores en el marasmo urbano, quienes ocupan los últimos escalones por una u otra condición. El objetivo sería poner la ciudad a su servicio, lo que no significa actuar en contra del resto.

Es más difícil definir qué es el urbanismo. Con un evidente abuso del concepto, algunos han hablado de la ciencia urbanística. Con más modestia, en otros casos se la considera una disciplina, aunque más allá de cuál es su objeto de estudio –la ciudad y su ordenación–, a menudo resulta improbable poner de acuerdo a los que se dedican al planeamiento urbano. Por su parte, Fernando Ramón, hace ya bastantes años, habló de las ideologías urbanísticas (Miseria de la ideología urbanística, 1967), por los contenidos y connotaciones de tantas teorías urbanas. En fin, hay teorías, o más bien tendencias, pero lo más sencillo es ver lo que significa el urbanismo en la práctica.

Como nos recuerdan Gigosos y Saravia, lo que tenemos a la vista es «el urbanismo feroz de los insaciables», un «puro desatino». Y muy reciente está la burbuja inmobiliaria, que se sustentaba, entre otras cosas, en planes urbanísticos hechos a la medida de promotores y financieros, para los que el personal de a pie poco o nada cuenta. Si en otras épocas el planeamiento ha servido para, digámoslo prosaicamente, hacer funcional el espacio urbano, en la última década ha sido caldo de cultivo para la versión española de la crisis, en provecho de los malhechores que se dedicaban a malbaratar el territorio y el paisaje.

En fin, ya antes estaba claro que el urbanismo no es una actividad inocua, aunque se presente como una cuestión técnica. Precisamente el libro se detiene ampliamente en analizar y explicar los grandes déficits de justicia e igualdad que comportan el crecimiento de las ciudades, el urbanismo y su gestión. Sin embargo, muchos de quienes se dedican al planeamiento pasan de esas cuestiones y, por lo visto, hasta les resulta difícil captar la especulación y la indisciplina urbanísticas, tan vivas ellas.
Urbanismo para náufragos nos propone lo contrario: un urbanismo social. Frente a un urbanismo que incumple los derechos humanos, otro que se base en ellos, que persiga su plasmación práctica. Esta es su propuesta.

Hay varios enfoques posibles a la hora de analizar la ciudad, necesarios y bien intencionados (la sostenibilidad, la morfología urbana, la economía urbana...), pero el de Urbanismo para náufragos es, rotundamente, el de los derechos humanos. Se trata no de un texto de intenciones volátiles al hilo de la Declaración de 1948, sino de propuestas urbanísticas, propuestas prácticas para la dignidad y la justicia en la vida urbana. Tampoco se trata de un enfoque particularista, en el sentido de limitado a un aspecto, sino de una concepción que integraría las diversas aportaciones necesarias para la buena ciudad bajo el prisma del cumplimiento de los derechos humanos. No tengo duda de que se trata de un planteamiento con pocos posibles seguidores en las escuelas de arquitectura o ingeniería, o en los másteres al uso, donde se enseña urbanística.

Gigosos y Saravia no lo presentan como una concepción acabada; hablan de un primer tanteo, del que establecen unas pautas y unas propuestas prácticas. Lo dice con modestia el subtitulo del libro: Recomendaciones sobre planeamiento y diseño urbano.
Las pautas: un urbanismo cuya referencia sea el último ciudadano, basado en derechos frente a intereses, que busque el bienestar del más débil como condición del bienestar común, que se enfrente con acciones urbanísticas a los insaciables y que persiga la belleza poética de la ciudad. Y siendo el urbanismo un conjunto de saberes orientados a la práctica, las propuestas son concretas, tratan de acciones para crear y materializar mecanismos urbanísticos de protección social.

Partiendo de derechos que implican directamente al urbanismo (la vivienda, la seguridad, el trabajo, la educación o la salud, entre otros), formulan actuaciones para la ciudad que permitan ejercer o consolidar esos derechos humanos. Así, nos hacen propuestas sobre las distintas facetas del derecho a la vivienda, el diseño de los centros asistenciales, el urbanismo escolar o una ciudad plagada de microparques.

Para ejercer el derecho de participación de los ciudadanos sin medios, Gigosos y Saravia proponen, por ejemplo, crear un turno de arquitectos de oficio que asesoren a quienes necesitan hacer frente a agresiones urbanisticas. La complejidad de estos temas coloca habitualmente al ciudadano en inferioridad ante la Administración o los promotores inmobiliarios, entre otras cosas al no poder redactar sin ayuda técnica determinadas alegaciones a planes urbanísticos, produciéndose la consiguiente impotencia.

El libro hace también una defensa de los estándares urbanísticos, normas o parámetros que han de cumplirse para garantizar la calidad urbana, habitualmente recogidos por la legislación, que se deben aplicar en el planeamiento (por ejemplo, en lo relativo a las zonas verdes, que cada municipio tenga 10 metros cuadrados por habitante dentro del llamado suelo urbano, no en el territorio rural). Los estándares cuentan con ciertos recelos, por un lado, de planificadores que los sienten como un engorro que coarta su libertad creativa; y, por otro, de promotores inmobiliarios que, por cumplirlos, piensan que su negocio se ve más o menos cercenado. Sin embargo, toda concepción nueva, como es el caso del planeamiento de un municipio, siempre parte de condicionantes, que no son un obstáculo sino la condición de un trabajo bien hecho. Por lo demás, sí es cierto que lo estándares ponen coto a posibles desmanes de algunos agentes urbanos.

Gigosos y Saravia proponen nuevos estándares para una política urbanística, recogiendo numerosos ejemplos para demostrar que son factibles por contar con antecedentes o con aplicaciones actuales en distintas ciudades del mundo. Nos hacen propuestas para una política de control del suelo, un urbanismo que favorezca la consolidación del empleo, el diseño de múltiples centros urbanos, las condiciones mínimas para la vida en la ciudad, las infraestructuras adecuadas a los ecosistemas o el objetivo de rehabilitar las ciudades y no impulsar su expansión, etc. Son propuestas, habrá que debatirlas y experimentarlas, extenderse en sus detalles y en las resistencias que encontrará la implantación de cada una en particular.

Un botón de muestra de lo que nos proponen. Uno de los factores que han empeorado considerablemente las ciudades es el crecimiento del número de automóviles, con unos perdedores claros: quienes caminan a pie. En el libro se hace la propuesta, en parte provocativa, de que las ciudades cuenten con autopistas para caminantes. ¿Y por qué no? ¿Es acaso el coche sujeto de derechos? ¿El peatón ha de estar en posición subsidiaria? La ciudad del bienestar no puede ser otra que la que llegue a contar con la red civil de vías peatonales que se propone en el libro. Más un estándar que se debe cumplir: la ocupación de la calle por el automóvil no deberá sobrepasar el 50% de su superfície, incluyendo en ello calzada y aparcamientos.

Urbanismo para náufragos no es un libro solamente para profesionales. Los ciudadanos interesados en los problemas del urbanismo tienen en él, sin tecnicismos, una fuente de ideas. Es de interés para quienes con Hobsbawm, a quien citan los autores, los consideran «de las pocas cosas que se interponen entre nosotros y las tinieblas». Es muy necesario que estas ideas entren en las escuelas de arquitectura e ingeniería, donde se enseña un urbanismo desconectado de una ética para los derechos humanos, incluso, en cierto sentido, de cualquier ética o, en algunos casos, se explica sin reparos cómo hacer negocio con la ciudad. Y sería muy útil que pasaran a formar parte de los debates y las luchas ciudadanas.