César Manzanos
Mediación en conflictos sociales
(Hika, 205zka. 2009ko otsaila)

            La Escuela Universitaria de Trabajo Social de Álava de la Universidad del País Vasco, en colaboración con diversas entidades asociativas e institucionales, han celebrado recientemente el Congreso sobre Mediación en conflictos sociales, con el fin de potenciar un debate crítico y articular propuestas de actuación en relación con las actuales políticas de respuesta que se dan a los diversos conflictos presentes en nuestra sociedad.

            Buscó aportar claves de análisis de los diversos tipos de conflictos presentes en nuestra sociedad y en el conocimiento de los mecanismos para afrontarlos, especialmente en la mediación en los diversos ámbitos donde se está comenzando a institucionalizar: familiar, intercultural, penal, educativo, comunitarios, menores y política. Trató así de aportar elementos para avanzar en la resolución de los conflictos eludiendo el recurso a la violencia y a la judicialización de los mismos, desde la aportación de los gestores de las políticas, los profesionales y académicos vinculados a diversas instituciones, es decir, surgidos de la preocupación social de las propias personas afectadas y solidarias, cuyas propuestas y servicios creados tienen un diverso grado posterior de institucionalización y una relación muy diversa con la administración.

            La aproximación integral al tema se hizo desde la idea de que la génesis del conflicto está en la esencia de las cosas. Dentro de las cosas, están las cosas vivas, los seres vivos, que nacemos, vivimos, nos reproducimos y morimos en permanente tensión y conflicto, porque la vida no sería, ni es vida si no es tensión y conflicto. Dentro de los seres vivos está el animal humano y para explicar su naturaleza y su historia, el sentido de la acción humana y social, hemos de considerar ineludiblemente que lo que es y será es fruto del conflicto permanente que mantiene con sus congéneres y con el resto de los seres.

            Esta idea, que a simple vista parece muy simple, es una idea “a la que no nos hacemos” y es más, nos negamos a reconocer. Como lo expresaba brillantemente el poeta Luis Cernuda “El hombre no tolera estar vivo sin más: como en un juego trágico necesita apostar su vida en algo, algo de lo que alza un ídolo, aunque con barro sea, y antes que confesar su engaño quiere muerte”.

            Los conflictos humanos interpersonales, de parentesco, familiares, en nuestras relaciones cotidianas en el ámbito educativo, vecinal, laboral, los conflictos sociales de tipo medio ambiental, en la convivencia ciudadana, en el ámbito penal o racial, en lo político o lo económico, son conflictos que jamás se solucionan. Ellos y lo que mal definimos como problemas sociales en términos matemáticos, es decir positivistas, son consustanciales a la realidad y no tienen solución. Es precisamente nuestra mentalidad, nuestro racionalismo instrumental, el que se empeña en solucionar aquello que no tiene solución, inhabilitándonos para aprender a convivir con todo aquello que nos crea conflicto por haber generado un mundo donde hemos elevado el conflicto y su génesis vital a la categoría de algo a evitar, neutralizar y eliminar. Este ha sido el germen de nuestras sociedades contemporáneas cada vez más muertas y represivas, y lo que es peor, sociedades que se retroalimentan de la muere, del canibalismo y de autodevoración de los seres vivos y de la naturaleza.

            Efectivamente, en el seno de las sociedades contemporáneas, todas ellas afectadas por multiplicidad de conflictos: domésticos, ecológicos, políticos, laborales, bélicos, etcétera., no existe una visión del conflicto como elemento imprescindible para la regeneración de las relaciones sociales, y lo que resulta más importante, una investigación y puesta en práctica de mecanismos destinados a afrontarlos, integrándolos en nuestras formas de vida; muy al contrario, cuando se habla de afrontarlos, inmediatamente se habla de resolución de los mismos, no de convivir con ellos como elementos necesarios para el cambio social.

            La falta de una capacidad social mayor para conocer, analizar y afrontar los conflictos ha venido impuesta por la visión irreal de las sociedades como conjuntos armónicos e integrados, sólo perturbados por exiguas y transitorias desviaciones, característica de las ideologías hegemonizantes como el funcionalismo con su identificación de la sociedad con un sistema social, y el marxismo que aún recurriendo a grandes teorías sobre el carácter estructural del conflicto social, ha olvidado el estudios específico e histórico de las diferentes expresiones de la lucha de clases y de las guerras internacionales, así como la profundización en los diversos mecanismos de transformación correspondientes a cada una de estas expresiones.

            A partir de los años cincuenta del pasado siglo, y ya tardíamente tras dos guerras mundiales, en medio de las diversas guerras que se están cobrando muchísimas más víctimas que las registradas en la Segunda Guerra Mundial, tras los procesos de liberación nacional en diversos países, en medio de la amenaza de la Guerra Nuclear, en el contexto de la actual fase del mercantilismo cuyo motor de desarrollo se basa en la guerra permanente, resurge la necesidad y el interés por el estudio de los conflictos sociales, ante la incapacidad humana para afrontarlos que procede precisamente del empeño en negarlos, empeño que a su vez provoca su regeneración por no comprender y enfrentarlos, es decir, por el empeño en negar el propio conflicto.

            La contribución de las diversas aportaciones si hizo desde la necesidad de acumulación de conocimientos y una visión transdisciplinar con métodos históricos, cualitativos y cuantitativos, etnográficos, etcétera, sobre los diversos conflictos sociales para poder prever y afrontar los diversos tipos de conflictos (cotidianos, económicos, étnico, nacional, etc.). Hasta ahora, al conflicto se le había considerado una forma pequeña y excepcional de relación social, y hemos de considerarlo una parte intrínseca de la vida social. El conflicto no es fruto de procesos de desviación, sino que las diversas formas de disentimiento, rebelión, represión, patologías sociales, etcétera, son expresiones de las formas de vida con las que estructuramos las relaciones humanas y con la naturaleza.

            Desde estas consideraciones sobre la cuestión de los mecanismos para la resolución de conflictos, se planteó que el término resolución de conflictos resulta inadecuado, puesto que sería más correcto hablar de mecanismos para afrontarlos, dado que esta expresión comporta la aplicación de dispositivos para regularlos, neutralizarlos, refuncionalizarlos, etcétera, y para comprender que las diversas herramientas para afrontar los conflictos, y particularmente la mediación, nos aportan elementos para poder visualizarlos, dotar de capacidad a los diversos agentes que los protagonizan para comunicarse, para llegar a acuerdos y cumplirlos, pero siempre teniendo en cuenta que los conflictos no se resuelven definitivamente; los conflictos humanos y los problemas que nos ocasionan no responden a la lógica aritmética (problema-solución), y por tanto la lógica emocional de partida para afrontar los conflictos ha de ser la de establecer mecanismos para aprender a convivir con ellos en términos de generar vínculos convivenciales acordados y no en términos de negación del conflicto o de imposición de soluciones por parte de quienes detentan el poder.

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NOTA

César Manzanos es doctor en Sociología y profesor en la Universidad del País Vasco. Ha coordinado el Congreso sobre Mediación en Conflictos. El libro con todas las aportaciones de los conferenciantes está publicado con su correspondiente registro ISBN, con el título Mediación en Conflictos Sociales. Familiar, Intercultural, Educativa. Comunitaria, Menores. Penal y Política.