César Rendueles
El cambio político en la era digital
(Entrevista realizada por Chema Castiello y Miguel Rodríguez Muñoz).
(Página Abierta, 229, noviembre-diciembre de 2013).

El profesor de Sociología de la Universidad Complutense César Rendueles publicó al final del verano en la editorial Capitán Swing el ensayo titulado Sociofobia. El cambio político en la era digital, que por su gran interés ha sido objeto de reseñas y debates en diversos medios. Con una manera de razonar nada dogmática, las reflexiones del libro se sitúan en el ámbito del pensamiento emancipatorio y centran buena parte de sus críticas en las ideologías contemporáneas que fían a las redes digitales y a las tecnologías de la comunicación la construcción de nuevas formas de sociabilidad alternativas a la destrucción de los vínculos sociales provocada por el capitalismo.

La obra descansa en una concepción del ser humano como sujeto no solo racional sino también dependiente, necesitado de la cooperación y el compromiso con los demás. De ese presupuesto antropológico, extrae diversas consecuencias sociales y políticas, al tiempo que reivindica una «ética del cuidado». El hilo del discurso si, de un lado, arranca con una visión general del capitalismo actual, de otro, culmina con la exposición de algunos rasgos que habrían de caracterizar a una sociedad poscapitalista, bastante alejados del pensamiento convencional al uso. Estos son, pues, los temas que ocupan nuestra conversación con César.

– Una de las premisas de tu discurso es la necesidad de hacer compatibles el compromiso con los demás y la autonomía individual. Afrontar juntas ambas cuestiones plantea problemas que calificas como «callejón sin salida sociológico de la izquierda». ¿Podrías abundar un poco más en esa relación conflictiva?

– Por un lado, la izquierda histórica fue muy crítica con las comunidades tradicionales, con sus sometimientos y supersticiones de todo tipo. Por eso cierto individualismo ético, la comprensión de la propia vida como un proyecto que cada cual debe construir y dotar de sentido, me parece totalmente coherente con los movimientos antagonistas modernos. Por otro lado, siempre ha existido una aguda conciencia de lo difícil que resulta desarrollar un proyecto de emancipación política en un contexto social fragmentado. Las relaciones sociales débiles o puramente formales, como la ciudadanía, no son suficientes para llevar a cabo los cambios que consideramos necesarios: la transformación política tiene condiciones sociales. Eso significa también que la finalidad de los procesos de democratización radical no puede ser sencillamente establecer un marco social abstracto para que cada cual desarrolle su ideal privado de vida. La emancipación política entraña un compromiso con un espectro de concepciones de la vida buena que, al mismo tiempo, y ahí está la paradoja, necesitan pensarse en términos de libertad y autonomía. Creo que a eso alude la noción de fraternidad, a una forma de vínculo social y de compromiso ético fuerte compatible con la emancipación.

– ¿Qué balance haces de estos dos decenios de desarrollo imparable de las nuevas tecnologías y de la sociedad en red? ¿Puedes hacer un resumen de tu crítica del «ciberfetichismo»?

– Las tecnologías de la comunicación no son tan importantes. Sus efectos hasta la fecha han sido muchísimo más modestos que los del alcantarillado, el telégrafo o los electrodomésticos. Al menos de momento, es sencillamente falso que se haya producido una segunda revolución productiva vinculada a la economía del conocimiento. Quienes defienden esa tesis lo hacen por motivos ideológicos. Tampoco existe ninguna sociedad en red. De hecho, seguramente vivamos en las sociedades más fragmentadas de la historia. Creo que la razón de esa atomización social es básicamente política, es un efecto de la contrarreforma neoliberal. La precarización del mercado de trabajo ha dinamitado los restos de los compromisos sociales tradicionales, mientras que la destrucción activa de las instituciones públicas nos ha incapacitado para resistir el nihilismo capitalista. El entusiasmo por las redes sociales tiene que ver con una búsqueda extrapolítica de salidas a esta situación insoportable. Los ciberutopistas nos dicen que la solución a la vulnerabilidad social extrema inducida por el mercado es un “relájate y disfruta”… conectado.

– Wikileaks y el caso Snowden ponen de manifiesto que el panóptico funciona actualmente en red. Pero, al mismo tiempo, las redes vienen siendo usadas como instrumentos de movilización social. ¿Qué opinas del ciberactivismo? ¿Inaugura el ciberactivismo un nuevo tiempo en el ámbito de las luchas sociales?

– Las redes tecnológicas, como cualquier otro medio de comunicación, pueden servir para informar y coordinar a la gente. Pero como ya deberíamos saber, los caminos de la movilización son muy oscuros. La exaltación política en los foros virtuales no tiene por qué conducir al activismo; de hecho, puede tener el efecto contrario. La movilización tiene que ver con el compromiso, con saber que tienes compañeros que darán la cara por ti y tú lo harás por ellos. Y para eso Internet funciona muy mal, porque reposa en una lógica electiva. Mi identidad como internauta es mi historial de navegación, aquello que he preferido hacer en cada momento. Mi identidad como activista es mucho más compleja y a menudo implica actividades que no puedo describir como algo que prefiera hacer, como madrugar para ir a un piquete o asistir a asambleas interminables. De hecho, yo creo que estamos asistiendo a un resurgir de las antípodas del ciberactivismo, a una reaparición de los movimientos de apoyo mutuo: asambleas de parados, oficinas precarias, la PAH, Yo Sí Sanidad Universal…

Por lo que toca a las cuestiones más estrictamente relacionadas con la libertad informativa, aprecio la labor de Wikileaks, pero me parece importante recordar que la principal amenaza a la libertad de expresión en este país no es la NSA sino la Audiencia Nacional. No fue la CIA la que torturó a Martxelo Otamendi ni la que cerró Egin. Tendemos a entender en términos de ruptura procesos que seguramente es más sensato describir como continuidades. Por ejemplo, la recopilación masiva de datos biométricos con fines policiales no es una posibilidad de ciencia ficción, se llama carnet de identidad.

– Desde tu punto de vista, el capitalismo es un proyecto de destrucción de los vínculos sociales. Se requiere reconstruirlos para aspirar al ideal de la vida buena. Una reflexión muy interesante de tu libro es la idea del ser humano como un sujeto dependiente. ¿Qué lecciones políticas y sociales cabe extraer de esa concepción antropológica?

– La dependencia mutua y la necesidad de cuidados es una realidad consustancial a nuestra especie. Todos los seres humanos son completamente dependientes durante muchos años de infancia, muchos lo vuelven a ser de forma temporal o permanente en algún momento. El resto de nuestra vida solemos cuidar y ser cuidados simultáneamente. Cocinamos, limpiamos, acompañamos, vigilamos, curamos, educamos, consolamos y también recibimos todas esas atenciones. A veces esa realidad es una fuente de opresión, o una carga insoportable, o una fuente de grandes sufrimientos. Pero no tiene por qué ser así, y de hecho, muchas veces no lo es en absoluto. El cuidado mutuo también puede ser una fuente de realización personal en común. Las comunidades tradicionales ya no existen, se han ido y tal vez no sea una mala noticia. Los cuidados perseveran porque no podemos subsistir sin ellos.

En ese sentido creo que pueden ser una buena base para imaginar formas de vínculo social compatibles con la liberación política. Necesitamos construir sociedades donde podamos cuidar y ser cuidados sin someternos mutuamente. Es un programa político muy modesto… que requiere la destrucción del capitalismo y buena parte de las estructuras sociales que conocemos. Porque nuestro mundo está construido exactamente al revés. Los políticos hablan de nuestras cargas familiares y de cómo conciliarlas con el trabajo. Para la mayor parte de la gente eso es un mal chiste. Lo que padecemos son cargas laborales que tratamos desesperadamente de conciliar con el cuidado mutuo.

– El mundo que nos ha tocado en suerte se asienta sobre un sistema económico desigualitario y depredador que amontona desechos humanos sin parar y encarna una forma de barbarie. Con Walter Benjamin, acudes al «pasado frustrado que es un clamor de esperanza», cuestionas la idea de la revolución como «progreso» y actualizas la vocación emancipatoria presente en los orígenes de la izquierda. ¿Qué merece ser salvado de la tradición de la izquierda? ¿Hay esperanzas tras el éxito político del neoliberalismo y el paisaje desolado que está dejando a su paso? ¿Puedes darnos algunas notas sobre tu concepción de la sociedad poscapitalista.

– Me pasa una cosa curiosa. Cada vez soy más refractario a cualquier clase de negociación con el capitalismo y su declinación cultural, el consumismo. Pero al mismo tiempo detesto la épica revolucionaria. Me parece que concede demasiado al capitalismo. Una parte de la sociología académica reciente se ha dedicado a explicarnos las ventajas de procesos sociales que intuitivamente parecen catastróficos. La precariedad laboral es en realidad una posibilidad de reinvención profesional, el colapso de las familias en el infierno laboral constituye una puerta abierta al fin del patriarcado, la destrucción de los servicios públicos supone la derrota del poder burocrático… A mí todo esto me resulta obsceno. Y lo peor es que ha contaminado a una parte de la izquierda que ha querido ver en la desolación capitalista una oportunidad de construcción desde cero. Un poco como aquella paloma de la que hablaba Kant, que al volar siente la resistencia del viento y se imagina que lo haría mejor en el vacío. Creo que el anticapitalismo no es un programa heroico, sino el discurso de la normalidad, de la gente común. No es una solución para todo sino más bien lo contrario: una inmensa fuente de conflictos y problemas, pero de un tipo que deberíamos querer (y tal vez poder) solucionar.

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César Rendueles (Girona, 1975) es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado con la revista de pensamiento Minerva y en libros, exposiciones y DVD, entre los que destacan los dedicados al poeta Antonio Gamoneda –Escritura y alquimia, 2008– y al músico Luis de Pablos –A contratiempo, 2009–. Es autor de una tesis sobre Carlos Marx y ha publicado dos recopilaciones de textos del pensador alemán: una Antología de El Capital (Alianza, 2010) y Escritos sobre materialismo histórico (Alianza, 2012). También se ha encargado de la edición de ensayos de autores como Walter Benjamin o Karl Polanyi. Mantiene el blog Espejismos Digitales: http://espejismosdigitales.wordpress.com/.