Claes Lönegàrd
El ciberrevolucionario de la plaza Tahrir
(Fokus, Estocolmo, 6 de diciembre de 2011).

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Christopher Kullenberg

La noche del 27 al 28 de enero, justo después de medianoche, el presidente Hosni Mubarak ordenó a los proveedores de Internet que bloquearan el acceso a la red. Gracias a un único cable en el fondo del Mediterráneo, Egipto no quedó totalmente aislado del mundo y permitió que la Bolsa del Cairo se mantuviese conectada.

Incluso se desactivó la red de telefonía móvil. El objetivo era aislar a los egipcios y entorpecer la organización del "día de la ira", durante el cual cientos de miles de personas debían reunirse en la plaza Tahrir tras la oración del viernes para protestar contra la dictadura.
Christopher Kullenberg estaba sentado delante de su ordenador, en una residencia universitaria de Gotemburgo. Durante el día es un estudiante de doctorado de teoría de las ciencias en la Universidad de Gotemburgo y, por la noche, cibermilitante. Forma parte del núcleo duro de un colectivo de hackers y de activistas repartidos por toda Europa y agrupados bajo el nombre de Telecomix. En sus pantallas, vivieron en directo el bloqueo de las conexiones egipcias de Internet. Christopher Kullenberg estaba en pleno chat con un revolucionario egipcio cuando se cortó la comunicación. ¿Qué podía hacer?

Cincuenta egipcios informando al mundo

En el chat de Telecomix, comenzaron a intercambiar ideas sin parar. Se instaló una antena en Bélgica con la esperanza de ponerse en contacto con los radioaficionados egipcios, pero lo único que lograron captar los hackers fue la radio del ejército egipcio.
Entonces, a los miembros de Telecomix se les ocurrió la idea de recuperar los viejos stocks de módems que databan de la época en la que las cibercomunicaciones pasaban por líneas fijas e incluso lograron la ayuda de un proveedor de acceso francés, que les proporcionó sus stocks de módems olvidados y puso a su disposición conexiones gratuitas. Una vez que se puso el material en camino, enviaron por fax los números de teléfono y las instrucciones que debían seguir para conectarse.

De este modo, unos cincuenta egipcios, a lo sumo, pudieron conectarse a Internet cuando la red se suspendió oficialmente. Puede parecer poco con respecto a una población de 80 millones. Pero fue suficiente para que los militantes transmitieran la información fuera del país cuando las fuerzas de seguridad de Mubarak asaltaron la plaza Tahrir, unos días más tarde.

Cómo crear un cortocircuito político

Por aquel entonces, se puede decir que Christopher Kullenberg y sus amigos no pegaron ojo durante varios días. Telecomix se creó en abril de 2009 durante una fiesta que organizó en su casa. Al principio, sólo eran una decena de personas. Se conocieron durante el proceso de Pirate Bay y por entonces estaban preocupados por la aplicación del "Paquete de Telecomunicaciones" [la normativa europea sobre las empresas de telecomunicaciones] que se estaba debatiendo en Bruselas y ponía en peligro el derecho a disfrutar de una web libre y abierta a todos.

Las posibilidades de lograr movilizar a la opinión pública sobre una cuestión tan secundaria como la neutralidad de la red parecían escasas. Telecomix entonces se propuso ejercer presión directamente sobre los responsables de la toma de decisiones. El colectivo creó un sitio en el que facilitaba los números de teléfono de los eurodiputados e instaba a los internautas a llamarles. "Encontramos una forma de crear un cortocircuito en el proceso político", comenta con satisfacción Christopher Kullenberg.

Desconcertados, los parlamentarios comentaban entre ellos cómo los electores de repente habían empezado a llamarles a Bruselas para hablarles de Internet. Desde entonces, la UE se convirtió en el principal objetivo de Telecomix, que intenta llegar lo más alto posible en la jerarquía europea. El título universitario de Christopher Kullenberg legitima a la organización ante los principales actores políticos.

"El manifiesto ciberpolítico"

El activista comparte una pequeña oficina con otros dos estudiantes de doctorado en el antiguo tribunal de apelaciones de Gotemburgo, un viejo edificio de ladrillos. "El manifiesto ciberpolítico", su primera y de momento única obra, publicada seis meses antes del inicio de la primavera árabe, está en algún lugar entre las pilas de libros que cubren su oficina. Se supone que debe terminar los últimos capítulos de su tesis, pero en la pantalla del ordenador se puede ver el chat de Telecomix.

Christopher Kullenberg nació en 1980 en la pequeña ciudad de Bodafors, en el cinturón bíblico de la provincia de Småland [en el sur de Suecia], desde donde una vez pasada su adolescencia parte hacia la Universidad de Gotemburgo y hacia la libertad. Allí, pasa la mayoría del tiempo en la biblioteca de la universidad. Sigue un programa de estudios doble y obtiene la nota mas alta en los exámenes. Llega a ser estudiante de doctorado.
Y después le absorbe el agujero negro de la ciberpolítica. Es la época de las intervenciones policiales contra The Pirate Bay y de la creación del Partido Pirata. Lo que le interesa entonces a Christopher Kullenberg, no es la descarga de música gratuita, sino lo que estaba ocurriendo con Internet, la infraestructura común de nuestra libertad de expresión. Para los políticos (hace poco pronunció un discurso ante el Consejo de Europa en Viena), es el "ciberactivista del piercing". Para la cultura hacker, es un filósofo que, en el fondo, es más experto en letras que en técnica. Y recientemente acudió como especialista en teoría científica a la plaza Tahrir de El Cairo, entre los gases lacrimógenos, invitado por la embajada de Suecia, para hablar ante los blogueros.

Capaz de llegar a todos

Christopher Kullenberg recuerda mucho a un profesor chapado a la antigua, atrapado en una época digital, con una especial aptitud para traducir una tecnología compleja en una política que llega a todos. Telecomix tan sólo es un medio entre muchos otros. También es miembro activo del grupoJulia, un laboratorio de ideas que actúa a favor de una web libre y abierta a todos. Y ha publicado una revista científica sobre las teorías de la resistencia.

El mensaje es el mismo en todas partes: "Intento traducir en política una práctica existente". No forma parte de los fatalistas, ni de los tecnófilos. Ni tampoco de los que pretenden que tomemos inexorablemente el camino de una sociedad policial, ni de los que afirman que la generalización de la fibra óptica vendrá acompañada necesariamente de un refuerzo de la democracia en el mundo.

Internet no es democrática en sí misma. Christopher Kullenberg es el primero que reconoce que, en gran medida, la red está regida actualmente por un grupo de multinacionales cuyo objetivo principal es limitar las comunicaciones a sus servicios comerciales.
Lo que no impide ver en el progreso tecnológico un gran potencial para la democracia. Christopher Kullenberg concluye su "manifiesto ciberpolítico" con estas palabras: "Un Estado que no sea capaz de lograr que sus ciudadanos puedan comunicarse libremente no merece el nombre de democracia".