Daniel Soutullo
Eugenesia y “eutanasia” en la Alemania nazi
(Página Abierta, 237, marzo-abril de 2015).

La historia de la eugenesia (1) durante el nazismo es bastante bien conocida y la relación que existió entre esta y el programa de eutanasia (2) que le siguió ha sido considerada por la mayoría de los autores, yo incluido, como una extensión radical y extrema de aquella. Por ejemplo, en la Enciclopedia de Bioderecho y Bioética publicada por la Cátedra de Derecho y Genoma Humano de Bilbao, Érika Mendes de Carvalho afirma que «en la Alemania nacionalsocialista se aprobó el 14 de julio de 1933 la ley para la prevención de las enfermedades hereditarias en la descendencia (Gesetz zur Verhütung erbkranken Nachwuses), que autorizó la esterilización coactiva de decenas de miles de personas cuyos caracteres hereditarios eran estimados como indeseables (deficientes físicos y mentales, alcohólicos, etc.). En este clima se llevó a cabo el programa eutanásico de 1º de septiembre de 1939, −éste, inicialmente, tuvo como destinatarias las personas con deficiencias físicas o mentales− el cual causó también varias decenas de miles de víctimas».

Dado que los nazis abrazaron con entusiasmo las versiones más extremas y racistas de las doctrinas eugenésicas, que aplicaron con profusión a partir de 1933, y que a partir de 1939 comenzaron a aplicar un nuevo programa de “eutanasia” contra personas con “vidas indignas de ser vividas” (enfermos mentales, epilépticos, discapacitados psíquicos o físicos, etc.), parece razonable e, incluso, obvio extraer la conclusión de que la eutanasia fue una simple extensión radical de la eugenesia que le precedió en el tiempo. Sin embargo, esta relación de continuidad entre una y otra no resulta tan clara, al menos en algunos aspectos importantes, a raíz de la publicación de la excelente obra del historiador alemán Götz Aly sobre la historia de la eutanasia social en la Alemania nazi entre 1939 y 1945 (3). En su caracterización de la eutanasia nazi, Aly resta importancia, excepto en algunos casos, a la idea de que los motivos eugenésicos fuesen relevantes tanto en su puesta en práctica como en su aplicación y desarrollo.

En las líneas que siguen haré un breve resumen de la eugenesia nazi para, a continuación, exponer algunas características del programa de eutanasia, extraídas, en lo fundamental, de la obra de Aly referida. Estas características son en ocasiones sorprendentes (y, desgraciadamente, también dramáticas) y contrastan con las valoraciones más comúnmente aceptadas sobre las políticas del nazismo contra el pueblo alemán.

La aplicación de la ley para la prevención de las enfermedades hereditarias en la descendencia, promulgada en 1933, llevó a la esterilización de, aproximadamente, unas 350.000 personas, durante los siguientes siete años. Un hecho no suficientemente destacado es que la ley estaba inspirada en las leyes eugenésicas (de esterilización obligatoria) que, desde 1907, se promulgaron en muchos estados de Estados Unidos y que llevaron a la esterilización forzosa de casi 50.000 personas hasta 1949. Cuando se aprobó la ley alemana, sus autores reconocieron la deuda intelectual que tenían con la eugenesia norteamericana. Este reconocimiento adquirió carácter oficial cuando, en 1936, la Universidad de Heidelberg nombró doctor honoris causa a Harry Laughlin, redactor de varias leyes eugenésicas norteamericanas y director de la Oficina de Registro Eugenésico, en Cold Spring Harbor, que en su día fundara el padre de la eugenesia norteamericana, Charles Davenport. Al recibir el nombramiento, Laughlin afirmó que lo aceptaba no solo como un honor personal, sino también como «prueba de la comprensión coincidente de los científicos alemanes y estadounidenses de la naturaleza de la eugenesia».

La eugenesia alemana fue, en lo fundamental, una eugenesia negativa (4), de contenido racista, destinada a impedir la transmisión de caracteres considerados indeseables, tanto desde el punto de vista médico como social. Sin embargo, en medio de este programa a gran escala de eugenesia negativa, el jefe de las SS, Heinrich Himmler, puso en práctica un programa mucho más reducido de eugenesia positiva, llamado Lebensborn o Fuente de la vida, que pretendía mejorar la raza aria realizando una reproducción selectiva, con apareamientos entre los mejores oficiales de las SS y mujeres “arias”, seleccionadas por sus características raciales. «Los niños Lebensborn se educarían para ser obedientes, resueltos, patrióticos y convencidos de que su destino era dominar o destruir todas las razas o naciones ‘inferiores’».

A partir de 1939, y sin la aprobación de ninguna ley que le diese cobertura legal, comenzó a perpetrarse el asesinato sistemático de personas internadas en los establecimientos de curación y cuidados, bajo la dirección centralizada de la Acción T4 (así denominada porque su sede central estaba situada en el número 4 de la calle Tiergarten de Berlín). Su nombre oficial era Grupo de Trabajo del Reich para Establecimientos de Curación y Cuidados.

Antes de exponer las ideas que desarrolla Aly en su análisis del programa de eutanasia, es interesante comentar algo sobre este autor. Götz Aly, nacido en 1947 en Heidelberg, es licenciado en Ciencias Políticas e Historia. Se dio a conocer internacionalmente por la publicación en 2005 de la obra La utopía nazi (5),en la que argumentaba que los dirigentes del Tercer Reich compraron el silencio y la complicidad de la mayoría de los alemanes a cambio de seguridad y bienestar material. La tesis de Aly era que «el hambre, el pillaje y el expolio de la Europa ocupada, así como el exterminio de los judíos y el saqueo de sus bienes, sirvieron, sobre todo, para mantener y asegurar el nivel de vida del pueblo alemán, que, en su gran mayoría, aceptó una utopía cimentada en el robo, el racismo y el asesinato».

Estos puntos de vista, así como el desarrollo del antisemitismo y su apogeo en Alemania, fueron ampliados en otro libro suyo de gran interés, publicado en 2011, titulado ¿Por qué los alemanes? ¿Por qué los judíos? (6), en el que trata de responder a la pregunta fundamental de por qué un pueblo civilizado, culturalmente avanzado, como era el alemán, pudo hacerse responsable de semejante crimen. El tema de la responsabilidad o complicidad de la sociedad alemana con la política criminal nazi vuelve a ser discutido en el libro sobre la eutanasia que ahora nos ocupa. En él se analiza, en particular, la actitud de colaboración de la mayoría de las familias de las víctimas con la perpetración de los asesinatos que terminaron con sus vidas.

¿Qué alcance tuvo la eutanasia nazi que se desarrolló entre 1939 y 1945? Los datos que presenta Aly en su libro indican que unas doscientas mil personas fueron ejecutadas, con una media de edad de 45 años. Durante los dos primeros años de aplicación del programa, desde el 18 de agosto de 1939 hasta el 24 de agosto de 1941, los asesinatos se realizaron de forma centralizada en cámaras de gas de centros habilitados a tal efecto, los más más importantes de los cuales fueron los de Grafeneck, Brandeburgo, Bernburg, Hadamar, Hartheim y Sonnenstein. Las instalaciones de gaseamiento se denominaban, de puertas afuera, División de la Sociedad Limitada de Utilidad Pública para el Transporte de Enfermos. De este modo fueron ejecutadas 70.273 personas en ese período.

Después de la fecha indicada (agosto de 1941) y hasta 1945, los asesinatos se llevaron a cabo de forma descentralizada en los propios establecimientos de curación y cuidados, empleando métodos distintos, entre los que figuraban las inyecciones letales de Luminal (fenobarbital) y otras drogas, la muerte por inanición, pulmonía inducida o mediante trabajos forzados que, deliberadamente, perseguían el exterminio de las víctimas sometidas a ellos. Las inyecciones letales fueron empleadas sobre todo en caso de niños y enfermos de centros psiquiátricos a los que después se les extraía el cerebro para su estudio posterior.

La primera cuestión de la que nos ocuparemos es la de los objetivos que perseguía el programa de eutanasia nazi. Como he apuntado más arriba, resulta atractiva la idea de que las motivaciones eugenésicas, de limpieza étnica y racial, fueron fundamentales en su puesta en marcha y desarrollo. Pero, como demuestra claramente Aly, tales motivaciones estaban prácticamente ausentes. Citaré tres elementos que justifican esta valoración.

En primer lugar, la puesta en práctica del programa de eutanasia fue precedida por la elaboración de una memoria titulada “Exterminio de la vida indigna de ser vivida” (Vernichtung lebensunwerten Lebens), de la que se conserva el borrador, que Hitler encargó a su médico personal, Theo Morell, y que este redactó en el verano de 1939. En ella, el autor defiende la puesta en marcha del programa de eutanasia. Afirma que «la vida de los enfermos que, desde su nacimiento o, como mínimo, desde (una determinada) edad, están tan profundamente mal formados corporal y mentalmente que solo pueden seguir viviendo gracias a un cuidado constante […], puede ser acortada mediante intervención médica en conformidad con la ley de exterminio de la vida indigna de ser vivida». Pese a esta última afirmación, Morell recomienda que la eutanasia se lleve a cabo sin necesidad de promulgar una ley para ese fin. En lo tocante a las razones para poner en marcha el programa, los motivos eugenésicos estaban ausentes en su informe.

El principal argumento esgrimido era puramente utilitarista y se basaba en la insuficiente capacidad productiva de los enfermos y en los gastos sanitarios que ocasionaban. Hasta tal punto este era el motivo principal, que Morell incluyó en su informe un cálculo de los gastos aproximados que las personas discapacitadas ocasionaban al Estado. Estas eran sus previsiones: «5.000 idiotas con un coste anual de 2.000 marcos cada uno = 10 millones anuales. A un interés del 5 por 100 corresponde a un capital reservado de 200 millones». Como afirma Aly, según el modelo de cálculo de Morell, «el homicidio hasta 1945 de 200.000 alemanes enfermos y perjudicados dio como resultado un capital disponible adicional de 8.000 millones de marcos».

La valoración del informe de Morell por parte de Götz Aly no puede ser más concluyente: «En la memoria elaborada para Hitler en el verano de 1939, Theo Morell citó exclusivamente motivos utilitaristas y ninguna justificación relacionada con la higiene genética. Y si en alguna ocasión se adujeron argumentos eugenésicos, sirvieron únicamente de mascarada para tranquilizar las conciencias de los que no querían matar por puro materialismo, sino que aspiraban al fin más elevado de mejorar la salud de la raza nacional».

Un segundo elemento a tener presente a la hora de valorar los fines de la eutanasia lo aporta el diario de Goebbels. En él, el dirigente nazi se expresa sin cortapisas ni rodeos, como reflexionando para sí mismo. Refiriéndose al objetivo de la eutanasia escribe: «Es intolerable que, en plena guerra, tengamos que cargar con el peso de cientos de miles de personas completamente inadecuadas para la vida práctica, que están totalmente entontecidas y nunca podrán sanar, y que lastran el presupuesto social del país de tal manera que apenas quedan medios ni posibilidades para desarrollar una actividad social constructiva». Nada de degeneración de la raza ni de limpieza genética, lo fundamental era no detraer recursos para el esfuerzo bélico. En efecto, a partir de 1942, con la generalización de los bombardeos sobre ciudades alemanas, se hizo especialmente patente la necesidad de «hacer sitio para todas las contingencias estratégicamente importantes de la guerra; hospitales militares, civiles y auxiliares», lo que motivó un recrudecimiento de las ejecuciones para liberar camas y edificios donde albergar a los soldados y civiles heridos en la contienda.

Pero quizás el elemento más concluyente a la hora de enjuiciar la ausencia de las motivaciones eugenésicas en el desarrollo de la eutanasia lo aportan los cuestionarios que los establecimientos donde estaban recluidos los enfermos tenían que cubrir en respuesta a los requerimientos de la Acción T4. En estos cuestionarios, muy detallados, figuraban epígrafes para la recogida de datos de muy diverso tipo, pero, como afirma Aly, «la presencia de enfermedades hereditarias entre los pacientes no era motivo de interés».

«En los pliegos de inscripción de enfermos enviados había preguntas acerca de la duración de la estancia y la capacidad laboral de los pacientes. Con esta información se calculaban los costes originados por el enfermo inscrito en el registro […]. La información sobre eventuales enfermedades hereditarias no interesaba a los organizadores de la Acción T4. Los temas de higiene genética quedaron relegados al campo de investigación de científicos que, por motivos prácticos, solo combinaron sus investigaciones en algunos centenares de casos».

Por chocante que parezca, la eutanasia nazi no fue una forma extrema de eugenesia criminal. Fue el resultado de un cálculo utilitarista de costes y beneficios, en el que el valor de las vidas de las víctimas se reducía a cuántos marcos suponía su mantenimiento para el Estado nacionalsocialista. Únicamente en el caso de los asesinatos de niños puede vislumbrarse algún objetivo de corte eugenésico. «Entre 1939 y 1945 fueron asesinados más de diez mil niños y niñas física y psíquicamente discapacitados».

Según afirma Aly, «los hombres y mujeres que asesinaban en colaboración con el Comité del Reich no perseguían el objetivo de matar a todos los niños que se desviaran de la norma. Más bien querían separar a los niños educables de los no educables y a los adolescentes afectados principalmente por el entorno de aquellos a los que Heinze consideraba ‘de carácter constitucionalmente anormal’». Es en la eliminación de este ‘carácter constitucionalmente anormal’ donde se aprecia una finalidad eugenésica, ausente en el caso comentado de la inmensa mayoría de los adultos. Los responsables de salud pública «que enviaron a la muerte a miles de niños discapacitados o racialmente indeseados se comprometieron al mismo tiempo por una descendencia aria hereditariamente sana», lo que constituye la esencia de la eugenesia racista.

La otra cuestión, sin duda más relevante, que abordaremos en relación con la aplicación del programa de eutanasia es la de la actitud mantenida por la sociedad alemana y, en particular, por las familias de las víctimas. Dado que el régimen nazi constituía una dictadura fuertemente represiva, que eliminó sistemática y violentamente toda disidencia, tendemos a pensar que todas las políticas implantadas por el poder fueron impuestas coercitivamente contra la voluntad de la población. Pero, por dramático que resulte, no fue este el caso del programa de eutanasia. En palabras de Aly, «sobre todo durante la segunda guerra mundial, muchos alemanes aprobaron la muerte forzada de ‘bocas inútiles’. Unos pocos condenaron los asesinatos abiertamente, pero la mayoría guardó silencio porque tampoco quiso saber demasiados detalles».

Para entender las actitudes dominantes ante la eutanasia, sobre todo de buena parte del personal sanitario y de los familiares de las víctimas, hay que tener en cuenta que ya desde «la década de 1920, conceptos como ‘muerte asistida’, ‘muerte humanitaria’ o ‘liberación suave’ eran defendidos con frecuencia por los mismos personajes políticamente comprometidos que se declararon en contra de la pena de muerte y la prohibición del aborto, [y] que exigían igualdad de derechos para las mujeres». Es decir, en aquellos años, sectores laicos de ideas progresistas coqueteaban cada vez más con valores que acabaron sirviendo de justificación de la eutanasia.

A modo de ilustración de la afirmación precedente, sirva, como relata Aly, la del actor del Teatro Alemán de Praga Wolf Goette (1900-1995), que posteriormente se haría famoso en la República Democrática Alemana. «En las cartas dirigidas a su familia, Goette no dejó de repetir que la política alemana le provocaba ‘náuseas’ y que experimentaba un “sentimiento de terrible vergüenza” cuando veía a gente ‘marcada de amarillo’. Sin embargo, al hablar de la película Ich klage an (Yo acuso), estrenada en el otoño de 1941 para publicitar y legitimar los asesinatos por eutanasia, decía que era un documento “de unas ideas puras y decentes”, una obra de arte conmovedora donde la “necesidad” de la eutanasia “en caso de largas enfermedades sin remedio […] quedaba reflejada cinematográficamente de forma grandiosa”».

En 1920, trece años antes del ascenso de Hitler al poder, el alto consejero de Salud Pública Ewald Meltzer, en vista del cariz que, a su parecer, estaba tomando la opinión de muchos médicos sobre la eutanasia, realizó una encuesta entre los familiares de los doscientos niños que tenía a su cargo en el centro psiquiátrico. La pregunta principal que envió a las familias fue la siguiente: «¿Daría su consentimiento, en cualquier caso, para un acortamiento indoloro de la vida de su hijo después de que un especialista constatase que es incurablemente tonto?». Es importante aclarar que Meltzer «quería obtener con su encuesta argumentos contra las ideas eutanásicas tan en boga en la época», ya que suponía que la mayoría de las familias se mostrarían abiertamente contrarias a ellas. El resultado de la encuesta fue demoledor, pero no en el sentido esperado por su autor, ya que «únicamente el 10 por 100 de los encuestados se negaron de forma expresa y rotunda a consentir el “acortamiento indoloro de la vida” de su hijo bien atendido en el centro psiquiátrico».

Algunos de los encuestados manifestaron más detalladamente su punto de vista. Entre estos, los hay muy ilustrativos: «Lo pongo en sus manos, hagan lo que consideren mejor. Lo más correcto sería que no me dijeran nada y que hicieran dormir al niño». O estos otros dos: «Preferiríamos no vernos incomodados por esta pregunta. Nos conformaríamos con una inesperada carta de defunción»; «En principio estamos de acuerdo; solo que no habría que permitir consultar a los padres, ya que es muy difícil para ellos firmar la sentencia de muerte de alguien que es sangre de su sangre. Pero si se dijera que el niño ha muerto a causa de una enfermedad X cualquiera, todos se darían por satisfechos».

«El comentario de Meltzer –cuenta Aly– acerca de las respuestas fue el siguiente: “La gente prefiere quitarse el peso de encima, y quizás quitárselo también al niño, pero quieren tener la conciencia tranquila”». Paradójicamente, los resultados de la encuesta se volvieron contra los buenos propósitos de su autor, ya que fueron utilizados por Morell en su informe para Hitler, con la correspondiente aclaración: «Incluso entre los pocos que no habrían dado su consentimiento, la mayor parte de ellos no habría puesto reparos a la eliminación. ¡Solo quieren quitarse un peso de sus conciencias!» […] «Varios padres expresan lo siguiente: que hagan lo que tengan que hacer y que nos digan que nuestro hijo ha muerto de una enfermedad». 

Y Morell concluyó: «Podríamos tener esto en cuenta aquí» y así «no habría motivos para pensar que es imposible ejecutar una medida beneficiosa sin el beneplácito del pueblo soberano». Sobre ello, Aly apunta que «los organizadores de la eutanasia legitimarían repetidamente sus crímenes remitiéndose a la encuesta de Meltzer, como demuestran numerosos documentos».

Para Aly, «millones de alemanes pudieron aceptar una complicidad no reconocida, no documentada en ninguna parte y que tranquilizaba las conciencias. […] Palabras como ‘matar’ o ‘asesinar’ debían evitarse en nombre del encubrimiento mutuamente consentido. Los tabúes creados en común por el pueblo y los dirigentes, y respetados mayoritariamente, se mantuvieron en la mayoría de las familias alemanas durante muchas décadas». En efecto, la gran mayoría de las familias aceptó pasivamente la eliminación de sus familiares internados en los establecimientos de curación y cuidados. Pero ¿qué porcentaje representaba esa gran mayoría de las familias? Los datos más fiables indican que en torno al 80% de los casos estuvieron de acuerdo, un 10% manifestaron su desacuerdo mediante protestas y otro 10% se mostraron indiferentes.

En el caso de los niños eliminados, la situación no fue distinta de la de los adultos. La valoración de Aly es que «los informes médicos y las declaraciones testimoniales tomadas entre 1946 y 1948 dibujan un escenario que no se corresponde con el prototipo del médico nazi asesino sin escrúpulos, por un lado, y el familiar desesperado, acosado y embaucado, por otro. El escenario no era tan simple». «Los médicos intentaban averiguar de forma indirecta si los padres asumían, rechazaban rotundamente o, incluso, deseaban la muerte de sus hijos».

«En general, los médicos no decían a los padres que a sus hijos los iban a matar. […] Hablaban de ello a los padres de una manera indirecta, pero suficientemente clara». Una forma de hacerlo era realizar la pregunta sugestiva de si someterían a su hijo discapacitado a «una terapia con una elevada probabilidad de tener un desenlace mortal (de hasta un 95%), aunque quizá beneficiosa». Las respuestas eran afirmativas en los porcentajes antes indicados. En algunos casos, los porcentajes de rechazo a la eutanasia fueron incluso menores. «Para el establecimiento de Warstein, en Westfalia, el historiador de la psiquiatría Bernd Walter ha sido capaz de demostrar que las monjas vicentinas que trabajaron allí sugirieron a los familiares, de manera clara, inequívoca y por distintos cauces, que se llevaran del hospital a los enfermos amenazados de deportación. Sus avisos solo surtieron efecto en un escaso 4% de los casos».

Pero, ¿podían los familiares hacer otra cosa? ¿Era posible oponerse con éxito a los planes asesinos de la Acción T4? Esta es otra cuestión que resulta llamativa y chocante. Las directrices con las que trabajaban los responsables de la eutanasia eran muy claras a este respecto. Cuando las familias mostraban alguna oposición y exigían la devolución de sus familiares debían respetarse sus deseos. La orden establecía que los directores de los establecimientos intermedios estaban obligados a «satisfacer en todos los casos las solicitudes de alta presentadas por los familiares».

Según uno de los psiquiatras participantes en el programa, «si rechazaban el ‘tratamiento’ o bien dejaban entrever algún vínculo emocional fuerte con su hijo contrahecho, se sometía al mismo a una breve observación y, acto seguido, se le daba el alta». Por estos motivos, los cuestionarios que los centros tenían que cubrir, a los que antes hemos hecho referencia, preguntaban explícitamente si el enfermo tenía familia y, en caso afirmativo, si recibía visitas de los familiares. Llegaron a darse casos en los que algunos enfermos fueron devueltos cuando ya estaban a las puertas del centro de gaseamiento, después de una reclamación suficientemente enérgica de sus familias.

También se dieron casos de “exceso de celo” por parte de algunos directores de centros de internamiento. Sin duda los hubo que engañaron a cientos de madres y padres y mataron a cientos de niños y niñas en contra de la voluntad declarada de sus progenitores. Pero estos casos no representaban la pauta de actuación mayoritaria.

Otra cuestión interesante relacionada con la falta de rechazo de la eutanasia se refiere a las posibles represalias hacia los que se oponían a ella. Contra lo que pudiese esperarse, esas represalias no se produjeron. El interés de los dirigentes nazis por conseguir la aceptación de la población a sus medidas criminales de eutanasia se hizo extensivo a no adoptar medidas represivas contra los pocos médicos y directores de establecimientos que eran renuentes a acatar las órdenes de eliminación de los internos seleccionados.

El caso de Heinrich Hermann, responsable del hospital para sordomudos de Wilhelmsdorf bei Ravensburg, es muy ilustrativo a este respecto. Hermann devolvió sin cubrir los pliegos de inscripción previamente enviados y remitió, el 6 de agosto de 1940, un comunicado al Ministerio del Interior en el que manifestaba: «Simplemente, estoy convencido de que las autoridades cometen una injusticia con la matanza de determinados enfermos. […] Lo siento mucho, pero la obediencia hay que prestarla al Señor y no a las personas. Estoy dispuesto a asumir las consecuencias de mi desobediencia». Tal y como describe Aly, a Hermann no le sucedió absolutamente nada y siguió dirigiendo la red de hospitales y residencias Zieglersche Anstalten hasta 1947.

No hubo apenas manifestaciones públicas en contra de la eutanasia. La excepción más relevante fue la del obispo de Münster, Clemens August Graf von Galen, que en tres sermones públicos denunció abiertamente los asesinatos. Estas fueron algunas de sus palabras: «¡Planea en general la sospecha, casi certeza, de que muchas muertes inesperadas de enfermos mentales no son espontáneas, sino causadas intencionadamente; de que detrás está esa teoría que sostiene que se puede exterminar la llamada “vida indigna de ser vivida”, o sea, matar a personas inocentes pensando que sus vidas ya no sirven a la nación y al Estado, una teoría horrible que pretende justificar el asesinato de inocentes, que legaliza la matanza violenta de impedidos que ya no pueden trabajar, lisiados, enfermos incurables y ancianos caducos!».

Ninguna medida de represalia fue adoptada contra el obispo Von Galen, a pesar de que sus sermones no pasaron en absoluto inadvertidos. Von Galen pronunció el último y más importante el 3 de agosto. Dos días después, Goebbels maldijo en su diario la aparición de Galen «diciendo que era “un crimen sobre el que la fiscalía del Estado debe actuar”. Sin embargo, añadía, (que) había que esperar, porque tal escarmiento no sería soportable en este momento».

D. S.
El pueblo alemán ante la eutanasia nazi

Aly hace una serie de observaciones muy interesantes al respecto de las actitudes del pueblo alemán ante la eutanasia, que apuntaré de forma sucinta.

La primera es que la escasa resistencia demostrada «apenas se alimentaba de los principios de la legalidad moderna ni de las ideas de un humanismo secular, sino de la ya debilitada creencia de que el hombre había sido creado a imagen de Dios. […] La mayoría de los alemanes actuales comparte muy poco los fundamentos éticos de aquella resistencia». En sentido opuesto, «no pocos alemanes de orientación laicista que rechazaban rotundamente el nacionalsocialismo en otros aspectos, aprobaron los asesinatos por eutanasia».

Según Aly, «ni la ley de 1933 de esterilización de personas cuya descendencia se consideraba indeseada ni, después, el asesinato de Estado cometido sobre personas física y mentalmente discapacitadas debilitaron la base del Gobierno de Hitler en los ambientes de orientación laicista». En este sentido apunta que «a finales de 1934, cuando las inclinaciones terroristas del Tercer Reich hacía tiempo que eran notorias, apareció un artículo en el Internationales Ärztliches Bulletín (Boletín Médico Internacional), el órgano central de la Asociación Internacional de Médicos Socialistas, en el que se defendía con entusiasmo el “exterminio de la vida indigna de ser vivida”».

La redacción había tenido que exiliarse a Praga, pero su editor –cuenta Aly– se hacía eco de los mismos argumentos utilizados por los responsables de la Acción T4 y escribía que, aparte de los que desean activamente una muerte artificialmente acelerada porque ya no pueden o no quieren soportar más sus dolencias incurables, están «los imbéciles incurables, ya hayan nacido o se hayan vuelto así en el último estadio de su parálisis», los cuales conforman el segundo «gran grupo de personas incluidas en el objetivo de exterminar la vida indigna de ser vivida».

La segunda es que «la Acción T4 enseñó a sus iniciadores que semejante exterminio se podía perpetrar dentro de Alemania. Al aceptar los alemanes el asesinato de sus propios camaradas nacionales, los dirigentes políticos confiaron en que podrían cometer crímenes todavía peores sin que llovieran sobre ellos protestas significativas. Pensaron que si había gente que consentía que su tía esquizofrénica muriera en la cámara de gas o su hijo de cinco años con parálisis espástica recibiera una inyección letal, tampoco les preocuparía el destino de los judíos aislados por ser enemigos del mundo y la nación, ni les importaría que dos millones de presos soviéticos murieran de hambre en seis meses para que los soldados alemanes y sus familias tuvieran más comida».

El programa de eutanasia sirvió a los dirigentes nazis de gran sondeo acerca de las actitudes, y de los valores morales en las que estas se apoyaban, a la hora de emprender empresas criminales de mayor envergadura.

En tercer lugar, Aly establece un vínculo moral entre las actitudes de la sociedad alemana ante las esterilizaciones eugenésicas, la eutanasia y el holocausto: «Desde el principio, el programa biopolítico de higiene genética fue inherente a una inclinación por la automutilación, como demuestra la esterilización forzada de 350.000 alemanes durante los primeros años nacionalsocialistas y, sobre todo, el exterminio físico de los débiles corporales y mentales. Una sociedad que se autoinflige continuamente tales heridas y pérdidas acaba embruteciéndose y haciéndose cada vez más agresiva con el exterior. Una sociedad así deja de tener escrúpulos y encuentra incluso justificado que se haga lo mismo o peor a otras personas, especialmente las consideradas forasteras y hostiles».

La afirmación de que la Acción T4 fue exclusivamente un crimen “de los nacionalsocialistas” o “de los perpetradores” es simplemente falsa. La triste y horrible realidad es que, en palabras de Aly, «los alemanes, en su inmensa mayoría, aceptaron los crímenes. Se dejaron llevar por el influjo del mal y, por ello, siguieron callando después de 1945».
Solo me resta recomendar, a las personas que les haya interesado el contenido de este artículo, que lean el libro de Aly, del que, sin duda, podrán extraer valiosas enseñanzas de este episodio de la historia no tan lejana de Alemania.

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Daniel Soutullo es catedrático de Biología en el IES Monte da Vila de O Grove (Pontevedra).

(1) La eugenesia es una doctrina fundada en la mitad del siglo XIX por el científico británico Francis Galton. Según sus palabras, “la eugenesia es la ciencia que trata de todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza; también trata de aquellas que la pueden desarrollar hasta alcanzar la máxima superioridad”. La eugenesia galtoniana era marcadamente clasista y racista. Una definición actual de eugenesia, más neutra desde el punto de vista ideológico, sería el conjunto de métodos encaminados a mejorar la dotación genética de las poblaciones humanas o de los individuos, reduciendo la transmisión de los genes considerados perjudiciales (eugenesia negativa), o promoviendo la propagación de los genes considerados beneficiosos (eugenesia positiva).
(2) Según el diccionario de la RAE, el término eutanasia designa “la acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él”. No es este el contenido del programa aplicado por los nazis, sino el asesinato planificado y deliberado a gran escala de personas que los organizadores del programa consideraban que no tenían derecho a vivir. Llamarlo eutanasia es, obviamente, una perversión del contenido del concepto de eutanasia pero, como ha pasado a la historia con ese nombre y así sigue siendo nombrado, lo utilizaremos aquí a pesar de la evidente manipulación que su uso tuvo durante su aplicación en Alemania.
(3) Götz Aly, Los que sobraban. Historia de la eutanasia social en la Alemania nazi 1939-1945, Barcelona: Editorial Crítica, 2014.
(4) El médico eugenista británico Caleb W. Saleeby fue quien estableció la división en eugenesia negativa y eugenesia positiva, que se ha venido utilizando tradicionalmente desde principios del siglo XX.
(5) Götz Aly, La utopía nazi. Cómo Hitler compró a los alemanes, Barcelona: Editorial Crítica, 2006.
(6) Götz Aly, ¿Por qué los alemanes? ¿Por qué los judíos? Las causas del holocausto, Barcelona: Editorial Crítica, 2012.