Daniel Soutullo

El Proyecto Genoma Humano, sus aplicaciones
y los intereses de las empresas

(Página Abierta, nº 127, junio de 2002)

 

Aunque existen algunos acontecimientos que le precedieron, se suele situar el lanzamiento de la idea de secuenciar el genoma humano completo con la publicación en la revista Science, en marzo de 1986, de un artículo del premio Nobel Renato Dulbecco, en el que planteaba que la lucha por erradicar el cáncer sólo sería eficaz si se abordaba la secuenciación completa del genoma humano.

Entre 1986 y 1990 el Departamento de Energía (DOE) y los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos fueron organizando, primero por separado y posteriormente de forma conjunta, la puesta en marcha de lo que finalmente se conoció como Proyecto Genoma Humano (PGH), que oficialmente dio comienzo en octubre de 1990 con un plazo de realización inicialmente previsto de 15 años, es decir, para ser completado en 2005, aunque posteriormente este plazo fue adelantado al año 2003. La dirección del consorcio público del Proyecto Genoma Humano fue encomendada a James Watson, que la ejerció hasta 1993, siendo sustituido desde entonces por Francis Collins.

Aunque la mayor parte de su realización corrió a cargo de laboratorios estadounidenses, el proyecto tuvo desde el comienzo un carácter internacional, con participación en él de centros del Reino Unido, Francia, Alemania, Japón y China. En conjunto, veinte centros de investigación de estos seis países efectuaron el trabajo, repartiéndose los cromosomas que cada uno debía secuenciar. En el Reino Unido, el trabajo de secuenciación se llevó a cabo en el Sanger Centre, el principal laboratorio público de biología molecular del país, y su financiación corrió a cargo de la fundación Welcome, que es la fundación médica con más recursos económicos del mundo, con una activo que ascendía en 1992 a más de 20.000 millones de dólares.

En 1998, la empresa privada Celera Genomics, dependiente del PE Corporation, presidida por el biólogo molecular Craig Venter, que anteriormente había trabajado en el consorcio público de Proyecto Genoma Humano, anunció públicamente que iba a intentar la secuenciación completa del genoma humano utilizando una nueva estrategia de secuenciación, llamada shotgun, consistente en trocear el genoma en unos 50 millones de fragmentos, someterlos a secuenciación automática y recomponer el conjunto mediante un programa informático que aprovechase la potencia de nuevos ordenadores de gran capacidad de cómputo.

Después de una fuerte competencia, con intercambio de acusaciones mutuas entre el consorcio público y Celera Genomics, se llegó a un principio de acuerdo para hacer pública de forma conjunta la culminación del proyecto, hecho que tuvo lugar el 26 de junio de 2000 en la Casa Blanca, con la presencia, entre otros, de Francis Collins, Craig Venter y Bill Clinton, a la sazón presidente de  Estados Unidos.  

El alcance científico del proyecto

Para entender el alcance científico del proyecto, debe recordarse que la información genética de las células está contenida en las moléculas de ADN que forman parte de los cromosomas, que son estructuras filiformes alojadas en el núcleo de las células. Los cromosomas son visibles al microscopio durante la división celular. Cada cromosoma posee una sola molécula de ADN, que puede contener varios miles de genes. El ADN está constituido por dos largas cadenas lineales enrolladas en espiral. Esta espiral es popularmente conocida como la doble hélice. Los eslabones de las cadenas de ADN son unas moléculas relativamente pequeñas llamadas nucleótidos, de las que existen cuatro tipos distintos en el ADN. Las diferencias entre estos cuatro tipos residen en la única parte variable de los nucleótidos, llamada base nitrogenada. Como hay cuatro bases nitrogenadas diferentes, existen cuatro tipos de nucleótidos distintos en el ADN, dependiendo de la base nitrogenada particular que tenga cada uno de ellos. Los nombres de las bases nitrogenadas del ADN son adenina, guanina, citosina y timina. Estas cuatro bases se representan por las letras A, G, C y T, respectivamente, que también sirven para designar a los nucleótidos correspondientes.

La información genética está contenida en el orden en el que están colocados los nucleótidos a lo largo de la cadena de ADN. Esta ordenación se denomina secuencia. La secuencia de nucleótidos suministra el patrón de información para que la célula fabrique proteínas, las moléculas encargadas de la mayor parte de la actividad celular, incluida la realización de las reacciones metabólicas que permiten el funcionamiento normal de las células y, por extensión, de todo el organismo. Aunque hay algunas excepciones a esta definición, podemos considerar un gen como un fragmento de ADN que contiene la información para la fabricación de una proteína (o de parte de una proteína). Cada gen tiene entre unos pocos cientos hasta miles o cientos de miles de nucleótidos. Dado que cada cromosoma tiene miles de genes, la longitud total de un cromosoma humano es de varios millones de nucleótidos, siendo el cromosoma uno el más largo, con unos 263 millones de nucleótidos de longitud (aproximadamente el 8,3% del genoma).

El Proyecto Genoma Humano tenía como meta la secuenciación completa del genoma, es decir, la determinación de la secuencia de los aproximadamente 3.200 millones de nucleótidos que constituyen el ADN de los 23 cromosomas humanos (24 si consideramos separadamente los cromosomas sexuales x e y).

Aunque, como hemos apuntado más arriba, en junio de 2000 fue hecha pública oficialmente la culminación del proyecto, en realidad éste aún no se ha completado definitivamente. Lo que se ha presentado consiste en un borrador que abarca aproximadamente el 95% del genoma, con un nivel de errores de secuencia–ción todavía demasiado elevado como para poder ser considerado suficientemente fiable. La conclusión definitiva del proyecto en lo que hace a la secuenciación sigue estando prevista para el año 2003. Además, a día de hoy, casi dos años desde aquella presentación, la localización de muchos genes sigue siendo incierta, y ni tan siquiera sabemos cuántos genes humanos existen. Las últimas estimaciones varían entre 30.000 y 40.000 (31.000 en el caso del PGH y 39.000 en el de Celera Genomics), pero de momento no son más que estimaciones poco precisas.

Las Aplicaciones médicas

Un proyecto tan ambicioso científica y económicamente como el Proyecto Genoma Humano tenía que contar con buenas y poderosas razones que justificasen su puesta en marcha. Para que las asignaciones de fondos públicos necesarias (unos 3.000 millones de dólares en total, según la estimación inicial de Walter Gilbert) fuesen aprobadas por los organismos correspondientes, era muy importante que la utilidad social en forma de aplicaciones médicas fuese asumida no solamente por los responsables políticos, sino también por la opinión pública.

La primera justificación ofrecida por R. Dulbecco fue, como hemos señalado, la necesidad de una estrategia eficaz para la erradicación del cáncer. Sin embargo, este motivo resultó insuficiente a la vista de las críticas formuladas por algunos investiga–dores de prestigio y de las reticencias surgidas en algunos responsables políticos. Muy pronto, los objetivos proclamados del proyecto se extendieron no sólo a la posibilidad de combatir otras enfermedades de base genética, sino incluso el conjunto de enfermedades que aquejan a la humanidad. James Watson, refiriéndose a sus puntos de vista en 1985, escribiría de forma muy clara: «Durante los meses siguientes mis recelos iniciales se desvanecieron, y yo quería iniciar el proyecto tan pronto como fuera posible. Para entonces consideraba que éste tenía dos objetivos principales. Era evidente que la razón primera, y la más fácil del vender al público, sería su capacidad de acelerar enormemente el ritmo al que podrían encontrarse los genes causantes de enfermedades» (1).

Aunque, como trataré de argumentar a continuación, las razones de tipo médico no fueron, en mi opinión, las motivaciones principales para la puesta en marcha del proyecto, no debemos creer que éstas hayan sido empleadas como simple propaganda para facilitar su aceptación pública. Las aplicaciones terapéuticas, y aún más las diagnósticas, aunque no inminentes en lo que se refiere a las primeras, serán importantes en el futuro, y pueden ser fuente, a su vez, de importantes beneficios económicos. Además, la ideología del determinismo genético goza de gran aceptación en el seno de la comunidad científica, en particular entre los biólogos moleculares.

Esta ideología, que implica una tendencia a situar a los genes como los agentes causales principales del comportamiento humano, también se extiende al terreno biosanitario, hasta el punto de considerar que todas las dolencias humanas pueden ser reducidas a sus determinantes genéticos. En este sentido, el premio Nobel Paul Berg manifestó en una ocasión (y no ha sido el único en expresarse en este sentido): «Pueden estar sentados aquí durante una hora, y no me harán llegar a la conclusión de que cualquier enfermedad en que piensen no es genética» (2). Este punto de vista lleva implícita la aceptación de poner en un primer plano la secuenciación del genoma por las aplicaciones terapéuticas que puede permitir, aunque esas aplicaciones se sitúen en un horizonte un tanto lejano en el tiempo. El argumento implícito es que si todas las dolencias tienen una causa genética, su erradicación efectiva no puede venir sino del conocimiento de los genes y, en última instancia, de la terapia génica que este conocimiento puede llegar a permitir.

Las justificaciones de tipo sanitario fueron completadas con otras de orden científico, como la posibilidad de ampliar espectacularmente el conocimiento del funcionamiento de nuestro organismo a nivel genético y desentrañar muchas de las interacciones entre genes, hasta el día de hoy muy mal conocidas; un conocimiento detallado de la historia evolutiva de la humanidad o avanzar en la comprensión de la base genética de las diferencias fisiológicas o de conducta entre individuos.

Sin embargo, pese a la importancia que se pueda otorgar a la ideología del determinismo genético, es difícil de aceptar que fuese realmente la creencia en las posibilidades terapéuticas u otras de índole científica las principales motivaciones para la puesta en marcha del Proyecto Genoma Humano, toda vez que se asumía que las aplicaciones prácticas de tipo sanitario derivadas del conocimiento del genoma podrían demorarse en el tiempo bastantes años o tal vez décadas.

Las consideraciones económicas 

Más allá de las aplicaciones futuras, algunas de ellas potencialmente muy importantes, parece que han sido consideraciones de naturaleza económica las más relevantes en el lanzamiento y posterior desarrollo del proyecto. En primer lugar, desde los primeros años de su puesta en marcha se empezaron a realizar solicitudes de patentes de fragmentos de ADN, no solamente de genes, parcial o totalmente secuenciados.

En 1991, cuando trabajaba para el Proyecto Genoma Humano público, Craig Venter puso a punto la técnica de las etiquetas de secuencias expresadas (EST en su acrónimo inglés). Con esta técnica, Venter describió en pocos meses miles de EST obtenidas de distintos tejidos humanos. El 20 de junio de 1991, los NIH presentaron una solicitud de patente de un primer lote de 347 EST. El jefe de la Oficina de Transferencia de Tecnología de los NIH, Reid Adler, justificó esta iniciativa alegando: «Nuestro objetivo principal es conseguir el desarrollo de productos. El hecho de poseer la patente reforzará nuestra capacidad de transferir esta tecnología a las empresas. Sin la protección que otorga la patente, las empresas no gastarían el dinero necesario para desarrollarla» (3). A principios de 1992 se añadieron a la solicitud 2.421 nuevas EST. Después de una intensa batalla legal, la solicitud fue rechazada por tratarse de secuencias genéticas de función desconocida, y los NIH acabaron retirando la solicitud. Sin embargo, la política de patentar genes humanos ha seguido su curso no solamente en EE UU, sino también en Europa, tanto por parte de organismos públicos como privados.

Un segundo elemento importante en las motivaciones económicas del Proyecto Genoma Humano lo constituye la implicación de los propios investigadores como accionistas o directivos de empresas biotecnológicas. El genetista Richard Lewontin ha llegado a afirmar: «No conozco a ningún biólogo molecular prominente que no tenga participación económica en el negocio de la biotecnología» (4). La implicación económica en importantes compañías farmacéuticas y biotecnológicas fue uno de los motivos que llevó a James Watson a presentar su dimisión como primer director del Proyecto Genoma Humano, por los conflictos de intereses que esa implicación podía provocar.

En tercer lugar, hay que considerar los intereses de las empresas privadas de biotecnología. Aunque su implicación directa en la secuenciación a gran escala del genoma no se produjo hasta la constitución de Celera Genomics en 1998, desde 1992 ya existían empresas específicamente dedicadas a la secuenciación de ADN de distintos organismos, incluyendo ADN humano. La más importante de ellas era The Institute for Genomic Research (TIGR), fundada por Craig Venter en 1992, después de que éste dimitiese como investigador de los NIH. El aislamiento y secuenciación de genes humanos susceptibles de ser utilizados para la puesta a punto de pruebas diagnósticas o para la obtención de fármacos también fue objeto de interés por varias empresas desde principios de los años noventa, entre las que sobresalía Human Genome Sciences (HGS), asociada a TIGR para la explotación comercial de los datos de secuenciación obtenidos por este instituto.

Pero incluso mucho antes, desde los primeros pasos de la ingeniería genética en los años setenta, algunas empresas fueron conscientes del potencial económico de la biotecnología. Para hacerse una idea de la importancia económica creciente de la biotecnología en el conjunto de la economía, ténganse en cuenta los siguientes datos de EE UU recogidos por Emilio Muñoz: «Por el momento existen unas 1.100 compañías dedicadas a la fabricación de medicamentos por técnicas recombinantes, a las que hay que añadir cerca de 700 corporaciones con interés en el sector. En conjunto, estas empresas emplean a más de 100.000 personas y representan un valor bursátil cercano a los 50.000 millones de dólares» (5).

Si puede existir alguna duda sobre la importancia de los intereses económicos en las motivaciones iniciales para la puesta en marcha del Proyecto Genoma Humano, no existe, en cambio, ninguna sobre la importancia de estos intereses en su tramo final de realización y en las perspectivas de desarrollo en los próximos años. El caso más sobresaliente fue, evidentemente, la creación de Celera Genomics y su proyecto de secuenciación, en competencia con el consorcio público, que culminó oficialmente con un éxito compartido. Otros gigantes farmacéuticos están asociándose con empresas especializadas más pequeñas para utilizar sus datos genéticos con vistas a la puesta a punto y comercialización de nuevos fármacos. Entre otras, SmithKline Beecham se ha asociado con Human Genome Sciences, Eli Lilly con Millennium Pharmaceuticals y Pfizer con Incyte Genomics. Esta última se ha aprovechado de los datos públicos del PGH, de acceso libre en el GenBank, para completar un importante catálogo de genes y patentar sus posibles usos después. Hasta el momento ya ha conseguido más de 500 patentes y ha solicitado otras 7.000 más, aproximadamente.

Aplicaciones sanitarias y problemas asociados

Consideremos ahora las aplicaciones sanitarias, presentes y futuras, que se pueden derivar del conocimiento del genoma. Aunque una mirada crítica sobre los orígenes y desarrollo del Proyecto Genoma Humano nos lleve a aceptar como fundamental–mente correcta la valoración de que fueron las motivaciones económicas las principales causas que explican su puesta en marcha, eso no debería inducirnos a desconsiderar las posibles aplicaciones sanitarias que la culminación de la secuenciación del genoma va a aportar en el futuro. Incluso aunque creamos que esas aplicaciones hipotéticas hayan podido ser exageradas para facilitar una mayor aceptación social, por lo menos en cuanto a sus posibilidades terapéuticas a corto plazo, deben existir potencialidades reales para que ese tipo de argumentos puedan mantener su efectividad a medio plazo. Si algo que se pretende vender por su utilidad práctica carece en realidad de ella es difícil que semejante estrategia de mercado pueda funcionar eficazmente, por mucho que se vea arropada por toda una envoltura ideológica sobre la importancia de los genes sobre la salud.

En efecto, el Proyecto Genoma Humano tiene unas potencialidades sanitarias importantes que deben ser consideradas aunque, como veremos, contienen aspectos problemáticos. Estas aplicaciones pueden ser clasificadas en diagnósticas y terapéuticas, siendo estas últimas directas (como la terapia génica) e indirectas (obtención de nuevos fármacos).

Las aplicaciones diagnósticas son las que en la actualidad, y en un próximo futuro, más avances están experimentando. Ya se han catalogado más de 5.000 trastornos genéticos distintos. En más de 1.000 se conocen los genes y las mutaciones responsables de las enfermedades que ocasionan. El conocimiento del gen concreto que produce una enfermedad puede permitir el desarrollo de una prueba diagnóstica para saber si una determinada persona, o un embrión si se utiliza la técnica del diagnóstico preimplantatorio, es portador del gen causante de la enfermedad. Según datos de los NIH, ya se han desarrollado más de 740 pruebas genéticas. Antes incluso de que la secuenciación completa del genoma se abordase, ya se habían ido poniendo a punto pruebas diagnósticas para algunas enfermedades asociadas a genes concretos a medida que éstos iban siendo aislados y secuenciados.

La realización de diagnósticos de dolencias genéticas es un avance derivado del conocimiento del genoma que, en sí mismo, es muy positivo desde el punto de vista biosanitario. Sin embargo, existen una serie de problemas asociados al uso de estos diagnósticos genéticos que conviene tener presentes, problemas que se ven agravados por el hecho de que estas pruebas están siendo comercializadas por empresas privadas que, obviamente, esperan rentabilizar económicamente las inversiones realizadas.

Un problema de orden general es que en muchas de las enfermedades para las que existe un diagnóstico todavía no existe una cura eficaz, ni tan siquiera una terapia paliativa, lo que hace que su utilidad pueda ser puesta seriamente en cuestión. Incluso puede ocurrir que el diagnóstico pueda preceder en bastantes años a la aparición de la enfermedad, lo que hace aumentar las dudas sobre en qué casos debe ser realizado ese tipo de diagnóstico. El ejemplo más conocido es el de la enfermedad de Hungtinton, una dolencia dominante mortal que se manifiesta cuando la persona portadora tiene entre algo menos de 40 y poco más de 50 años, dependiendo del número de repeticiones de la secuencia CAG que posea el gen responsable, de tal modo que cuantas más repeticiones tenga mayor es la probabilidad de que la enfermedad se manifieste antes.

La distancia cada vez mayor entre la existencia de pruebas para realizar diagnósticos genéticos y la puesta a punto de terapias es debida a que el aislamiento del gen causante de una enfermedad no implica necesariamente un conocimiento del mecanismo fisiológico en el que la proteína codificada por dicho gen actúa en el organismo. En algunos casos la identificación del gen arroja pistas importantes sobre esa función, pero en otros muchos casos esto no es así. Además, los avances en terapia génica han encontrado de momento muchas más dificultades de las que se esperaba.

Esta distancia cada vez mayor entre diagnóstico y terapia tal vez pueda empezar a recortarse en los próximos años con el desarrollo de los biochips o micromatrices de ADN. Con esta tecnología no solamente se podrán analizar miles de genes de una sola vez con fines diagnósticos (búsqueda de alelos responsables de enfermedades), sino que también se podrá detectar la expresión o el nivel de actividad de los genes. Asimismo, podrían usarse para estudiar la respuesta diferencial de los perfiles genéticos de los individuos a ciertos fármacos, o incluso para discriminar el agente causal concreto de diferentes enfermedades infecciosas con los mismos síntomas. Estas dos últimas aplicaciones podrían tener consecuencias terapéuticas directas a corto plazo (algunas ya están siendo investigadas), ya que servirían para seleccionar aquellos fármacos más adecuados tanto para cada paciente individual como para cada agente patológico específico.

 Incidencia de las enfermedades monogénicas y multifactoriales

En las enfermedades monogénicas, que siguen un patrón de herencia mendeliano, el diagnóstico puede llegar a establecerse con plena certeza (si descontamos los falsos positivos). Aunque son muy numerosas (hay catalogadas más de 4.000), la incidencia de cada una de estas dolencias sobre la población es muy baja. Por ejemplo, la fibrosis quística, que es la enfermedad monogénica letal más común en las poblaciones blancas, tiene una frecuencia aproximada de 1 de cada 2.500 nacidos vivos en las poblaciones originarias del oeste de Europa. Otras son bastante más raras. La distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad mortal ligada al sexo, presenta una frecuencia en varones de 1 por cada 5.000 nacimientos en los países industrializados; y el síndrome del X frágil, otra enfermedad ligada al sexo, de 1 por cada 4.000 nacimientos en varones y 1 por cada 8.000 en mujeres. Mucho menos frecuentes aún son la fenilcetonuria (1 por cada 16.000 nacimientos) o la cistinosis (1 por cada 40.000).

En contraste, las enfermedades multifactoriales presentan una incidencia muchísimo mayor. Su frecuencia global es de entre 26 y 32 enfermos por cada 1.000 habitantes. Son multifactoriales la diabetes mellitus, la aterosclerosis, la epilepsia, la hipertensión o el cáncer. En estas dolencias la aparición de la enfermedad depende de la influencia conjunta de factores genéticos (normalmente varios genes, por lo que este modo de herencia también se conoce como herencia poligénica) y ambientales. En estos casos la presencia de genes asociados a la enfermedad no es suficiente para determinar si ésta se desarrollará o no. Lo único que puede establecer el diagnóstico es la predisposición a padecer la enfermedad, expresada como una probabilidad. El siguiente ejemplo, tomado de B. Jordan, ilustra claramente esta cuestión: «Existen numerosos ejemplos de predisposición genética al cáncer, a la diabetes, a la hipertensión..., que se traducen sólo en una elevación del riesgo de la enfermedad. Una persona “predispuesta” al cáncer de colon correrá, por ejemplo, un riesgo del 10% de sufrirlo durante su existencia, en vez del 0,5% para el conjunto de la población; diremos que el riesgo relativo asociado a su herencia es de 20. Riesgo elevado en valor relativo; no deja de ser cierto, sin embargo, que el 90% de los predispuestos nunca se verán afectados por este cáncer» (6).

Como se deduce de la cita precedente, un riesgo relativo alto o muy alto asociado a los genes no impide que la probabilidad de sufrir la enfermedad siga siendo baja. Este hecho limita de forma importante la utilidad de las pruebas diagnósticas de enfermedades multifactoriales. Este límite no viene determinado por deficiencias en el desarrollo tecnológico de las pruebas, sino por la propia naturaleza multifactorial de estas enfermedades. La asociación directa entre genes y enfermedades que se puede establecer para muchas afecciones monogénicas desaparece en las multifactoriales debido a que la presencia del gen objeto del diagnóstico no es suficiente para que la enfermedad llegue a desarrollarse. Inversamente, sucede también que esa presencia no es siempre necesaria para que la enfermedad aparezca, incluso en los casos de dolencias en las que ser portador de genes asociados a ellas se traduce en una probabilidad muy alta de enfermar. Las razones de este escaso poder predictivo de las pruebas genéticas de enfermedades multifactoriales estriban en que los factores ambientales pueden desempeñar un papel de primer orden en la aparición de la dolencia.

El caso del cáncer de mama es un buen ejemplo ilustrativo de esta cuestión. En relación con los genes brca-1 y brca-2, asociados al cáncer de mama hereditario, entre el 40% y el 50% de las mujeres portadoras de mutaciones para ambos genes llegan a desarrollar cáncer a lo largo de sus vidas, un porcentaje elevado en comparación con lo que ocurre con otros genes asociados a otros tipos de cáncer o a otras enfermedades multifactoriales. Sin embargo, pese a esa elevada probabilidad, esos casos suponen únicamente el 16% de los casos de cáncer de mama hereditario y solamente el 5% del total de casos de cáncer de mama o, lo que es lo mismo, el 95% de las mujeres que padecen cáncer de mama no poseen los genes brca mutados.

Estos datos hacen aconsejable que el empleo de las pruebas diagnósticas para estos genes se centre en mujeres con antecedentes familiares que puedan indicar la presencia de cáncer de mama hereditario. Además, ponen de manifiesto que una estrategia de lucha contra el cáncer de mama basado en la realización de un cribado genético sobre toda la población no sólo carece de sentido, ya que dejaría sin diagnosticar el 95% de los casos en los que se producirá la enfermedad, sino que podría llegar a tener efectos contraproducentes si, en los casos en que la prueba resultase negativa, las mujeres, confiadas por su resultado, ignoran los cuidados preventivos aconsejables para evitar la enfermedad.

Sin embargo, la estrategia de las empresas Myriad Genetics y Oncormed –la primera ha patentado el gen brca-1 y la segunda ha comercializado la prueba diagnóstica para este gen– es precisamente la de extender el uso de la prueba a toda la población femenina adulta, buscando el apoyo del colectivo de médicos. La razón para adoptar esta línea de actuación no es otra que la de conseguir un mercado potencial lo más amplio posible, cosa que es fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que el coste individual de la prueba es de 3.000 dólares. Tan sólo en el año 1997, más de 180.000 norteamericanas se sometieron a esta prueba.  

La presión de la industria biotecnológica  

El caso del cáncer es solamente un exponente de la presión creciente que ejerce la industria biotecnológica para efectuar un cribado masivo de un número cada vez mayor de  pruebas diagnósticas de enfermedades multifactoriales. Lo que en un principio estaba orientado al ámbito sanitario empezó a ser aplicado también en el laboral y de seguros; pero el objetivo último es su extensión al conjunto de la población, con el único móvil real, aunque no reconocido, de aumentar el volumen de usuarios potenciales de dichas pruebas, por los beneficios económicos que se derivarían de ello.

Se suele aducir por parte de las compañías con intereses en el sector que la generalización de las pruebas tendría efectos positivos, ya que si una persona conoce su susceptibilidad genética a padecer una enfermedad en combinación con otros factores ambientales, podría adoptar un estilo de vida más sano que evitase la exposición a esos factores, haciendo que las probabilidades de llegar a sufrir la enfermedad se reduzcan significativamente. Aunque este razonamiento podría tener cierto fundamento, en la realidad las cosas no funcionan así en absoluto.

Para que tales argumentos resulten verosímiles, tendría que ocurrir que, junto con la investigación destinada al conocimiento de los genes, se llevasen a cabo estudios epidemiológicos para conocer cuáles son los factores ambientales que aumentan la probabilidad de llegar a sufrir una determinada dolencia multifactorial. En ausencia de ese conocimiento, difícilmente las personas podrían adoptar los cambios pertinentes en su estilo de vida. Pero lo cierto es que apenas se financian este tipo de estudios, como claramente lo ha destacado Sánchez Monserrate: «Para hacernos una idea de la diferencia existente entre el dinero destinado a estudios epidemiológicos con respecto a los demás, baste decir, por ejemplo, que, en 1974, el índice de becas otorgadas por el NCI (National Cancer Institute) sólo contaba con una página de proyectos epidemiológicos de entre las 307 páginas de proyectos subvencionados sobre el cáncer» (7). En el caso del cáncer, estos datos son especialmente llamativos si tenemos en cuenta que los factores ambientales son responsables de entre el 70% y el 90% de todos los casos de cáncer. Entre estos factores se incluyen diversos agentes contaminantes, radiaciones, tabaco y sustancias presentes en la dieta.

La influencia combinada de los intereses comerciales y del determinismo genético dominante hace que, en la práctica, las enfermedades multifactoriales se consideren como si fuesen únicamente genéticas. Su diagnóstico tiende a recibir erróneamente la misma consideración que el de las enfermedades monogénicas. Los tratamientos de éstas se centran cada vez más en los aspectos moleculares relacionados con la acción de los genes, relegando a un segundo plano la actuación sobre los factores ambientales, que podría reducir significativamente la incidencia de tales enfermedades. La culminación del Proyecto Genoma Humano propiciará que esta tendencia se acentúe en el futuro, a medida que se vayan conociendo todos los genes humanos y sus variantes asociadas a las distintas enfermedades.

Conclusión

La realización del Proyecto Genoma Humano ha abierto las puertas a un conocimiento en profundidad del funcionamiento de los genes humanos y de su influencia en muchas enfermedades monogénicas y multifactoriales. Su culminación está permitiendo que se desarrollen cada vez más pruebas de diagnóstico genético y se puedan investigar terapias y nuevos fármacos para combatir más eficazmente muchas enfermedades.

Sin embargo, desde el comienzo de la puesta en marcha de la secuenciación del genoma, las empresas biotecnológicas han ido acentuado su presencia en todos los campos de investigación relacionados con el genoma. Sus intereses económicos están condicionando de forma creciente las aplicaciones prácticas de estas investigaciones. En el terreno sanitario estos intereses no siempre van en el mismo sentido de las necesidades del conjunto de la sociedad y están favoreciendo un uso problemático de las pruebas genéticas y de los tratamientos asociados a ellas. Desde este punto de vista, las pruebas de diagnóstico genético de enfermedades multifactoriales, que podrían desempeñar un papel de primer orden para su prevención y tratamiento, tienden a convertirse en la principal y casi única vía para el tratamiento de estas enfermedades, en detrimento de otras líneas de actuación sanitaria más acordes con su naturaleza multifactorial.  

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(1) James D. Watson, Pasión por el ADN. Genes, genomas y sociedad, Editorial Crítica, Barcelona, 2002, pág. 217.
(2) Citado por Michio Kaku, Visiones. Cómo la ciencia revolucionará la materia, la vida y la mente en el siglo XXI, Editorial Debate, Madrid, 1998, pág. 215.
(3) Kevin Davies, La conquista del genoma humano. Craig Venter, Francis Collins, James Watson y la historia del mayor descubrimiento científico de nuestra época, Ediciones Paidós, Barcelona, 2001, pág. 92.
(4) Richard Lewontin, El sueño del genoma humano y otras ilustraciones, Ediciones Paidós, Barcelona, 2001, pág. 148.
(5) Emilio Muñoz, Biotecnología y sociedad. Encuentros y desencuentros, Cambridge University Press, Madrid, 2001, pág. 71.
(6) Bertrand Jordan, Los impostores de la genética, Ediciones Península, Barcelona, 2001, pág. 56.
(7) M. Carmen Sánchez Monserrate, “Factores determinantes de las líneas de investigación clínicas. El caso del cáncer de mama”, Ludus Vitalis, vol. VII, nº 11, 1999, pág. 38.

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