Daniel Soutullo
El fenómeno de la gripe A
(Página Abierta, 205, noviembre-diciembre de 2009)

          Cuando se anunció la aparición de la hoy llamada gripe A y de las posibilidades de que, según las previsiones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se llegase a convertir en una pandemia, algunos creímos que un fenómeno como ése podría servir para reflexionar sobre ciertas cuestiones importantes de índole biomédico y social, pero también sobre las consecuencias negativas de un cierto tipo de industrialización, en particular sobre el desaforado desarrollo de la ganadería intensiva, asociado al crecimiento demográfico, en especial en las grandes concentraciones urbanas de los países del Tercer Mundo.

          Lo que no sospechábamos, tal vez ingenuamente, era que una parte importantísima de los foros de debate sobre la pandemia de gripe A estuviesen polarizados en torno a una postura muy extendida consistente en negar su misma existencia (de la pandemia, me refiero), basada en la consideración de que ésta no es otra cosa que un gran montaje de las multinacionales farmacéuticas para acrecentar sus ganancias en varios órdenes de magnitud.

          En los discursos de una buena parte de las personas que sustentan este punto de vista, probablemente la mayoría de las que se expresan públicamente a través de Internet, no aparecen argumentos biológicos que apoyen la inexistencia de la pandemia o de la inocuidad presente y futura del virus de la gripe A. Resulta un tanto sorprendente el enorme éxito cosechado por esta “teoría de la conspiración”, no por la postura en sí, perfectamente respetable y hasta atractiva por su actitud crítica, sino por la forma de argumentarla, casi me atrevería a decir de no argumentarla, amparada principalmente en la firme creencia de que la denuncia de las multinacionales y de sus intereses económicos es más que suficiente como argumento de valor para acreditar ese punto de vista. Más aún, da la impresión de que sus defensores pretenden transmitir implícitamente que el hecho de ser manifiestamente crítico con las multinacionales y con sus intereses es lo que lo convierte en necesariamente correcto.

          Creo que en cualquier debate sobre el fenómeno de la gripe A resulta ineludible un mínimo conocimiento fundamentado de lo que es el virus de la gripe, de su comportamiento real y potencial, basado en su naturaleza biológica, y de las condiciones que podrían permitir su desarrollo hacia formas más graves y peligrosas en el presente o en el futuro. Ninguna discusión seria debería prescindir de este aspecto biológico de la cuestión. Por tanto, la información básica sobre la biología de los virus de la gripe y las valoraciones y estimaciones que los virólogos realizan sobre este problema no deberían ser ignoradas. Sin embargo, como he apuntado más arriba, en la mayoría de los foros de discusión que sobre este tema hay abiertos en Internet simplemente se suele ignorar esta dimensión del problema. Conviene, pues, que nos detengamos en algunas nociones básicas de virología acerca de la gripe.

El virus de la gripe

          Los virus son microorganismos extremadamente simples, dotados únicamente de una (o de unas pocas) molécula(s) de ácido nucleico (ADN o ARN, pero no los dos) [1], rodeada(s) de una cápsula de proteínas que tiene una función protectora y, en algunos tipos de virus como el de la gripe, de una envoltura externa lipídica. El ácido nucleico contiene la información hereditaria del virus, es decir, las instrucciones para fabricar nuevos virus hijos cuando se reproducen en el interior de las células. Sobre la superficie de las partículas virales hay una serie de espículas (formadas también por proteínas) que varían de unas cepas a otras y que sirven para identificar la cepa viral específica de que se trate. Estas espículas de superficie interaccionan con moléculas superficiales de la membrana de la célula atacada por el virus durante una infección y son las que permiten su entrada en la célula y la salida posterior de los virus hijos para, después, colonizar nuevas células y extender la infección viral.

          El de la gripe es un virus de ARN (2), cuyas proteínas de superficie reciben los nombres de hemaglutinina (HA) y neuraminidasa (NA), respectivamente (3). Las siglas H1N1 del virus de la gripe A o H5N1 de la gripe aviaria de hace unos años (también perteneciente al tipo A) identifican las clases de moléculas de superficie características de cada una de estas cepas virales del tipo A.

          Una de las características a las que más se hace mención cuando se habla de la gripe es la capacidad que tiene el virus para mutar. Conviene aclarar el significado de esta afirmación. Una mutación es un cambio en la información genética contenida en el ácido nucleico de un organismo, que origina una característica nueva que, según los casos, puede resultar beneficiosa, perjudicial o neutra para el organismo en cuestión; pero lo que resulte es una cuestión probabilística, de puro azar. Las mutaciones se dan en todos los seres vivos cuando se sintetizan nuevas moléculas de ácido nucleico durante el proceso previo a la división celular por la que se forman nuevas células.

          Cuando las mutaciones se originan en las células reproductoras pueden transmitirse a la descendencia y pasar así de una generación a otra. Por otro lado, las mutaciones pueden producirse espontáneamente, por un simple error de copia o, también, inducidas por agentes mutagénicos, como los rayos X, o los rayos ultravioleta, o ciertos agentes químicos. Suelen ser mucho más frecuentes en el ARN que en el ADN. A diferencia de lo que le ocurre al primero, las células poseen mecanismos de corrección para el ADN que reducen la frecuencia de las mutaciones, aunque no las hacen desaparecer por completo.

          Como en el resto de los organismos, el ácido nucleico de los virus también puede presentar mutaciones y, en el caso del virus de la gripe, por las características propias de su ARN, éstas suelen aparecer en una frecuencia mayor que en otros microorganismos, incluidos otros virus.

          Los cambios que se producen en las espículas de superficie de los virus de la gripe (hemaglutinina y neuraminidasa), y que dan lugar a la aparición de nuevas cepas gripales, reciben el nombre de variación antigénica. Estos cambios son de dos tipos: variaciones mayores o saltos antigénicos y variaciones menores o deriva antigénica.

          Las primeras (saltos antigénicos) son las de mayor entidad. Se originan cuando una célula es infectada por dos cepas gripales distintas, lo que permite la redistribución de los segmentos de ARN de ambas cepas, dando lugar a combinaciones novedosas que determinarán las características de las nuevas cepas virales resultantes. También puede ocurrir que segmentos homólogos (equivalentes) de ARN de las dos cepas se fragmenten e intercambien, en un proceso llamado recombinación. Los saltos antigénicos son los responsables de la aparición de cepas virales con un grado de variación alto, lo que ocasionalmente puede motivar que se formen cepas nuevas con capacidad de infectar a especies distintas de las que originalmente infectaban las cepas progenitoras como, por ejemplo, la aparición de un virus humano a partir de uno porcino o aviario.

          La variaciones menores (deriva antigénica) se producen por mutaciones en el ARN viral. Su principal consecuencia es la aparición de cepas de gripe con variaciones menores, responsables de los cambios que suelen presentarse en las gripes estacionales.

          Como resultado de estos dos procesos, existe una variación significativa en las espículas de superficie, hemaglutinina y neuraminidasa, y es la primera de ellas la que presenta más variantes de las dos. Se conocen 16 variantes de la hemaglutinina y 9 de la neuraminidasa, lo que da lugar a la existencia de 144 cepas gripales distintas. Algunas infectan a humanos mientras que otras infectan a distintas especies animales.

          Es muy importante comprender que las variaciones antigénicas de la gripe se producen de forma completamente aleatoria, con una probabilidad estadística muy baja. Pensemos que el hecho de que una célula sea infectada simultáneamente por dos virus gripales distintos es un suceso raro. De ocurrir y, como consecuencia, producirse redistribuciones y recombinaciones entre segmentos de ARN en el interior de la célula, muchas de las nuevas combinaciones pueden no ser viables o, aunque lo sean, pueden resultar inocuas y no tener trascendencia práctica. Lo mismo ocurre con las variaciones menores producidas por mutación. Al originarse como de errores de copia en la síntesis del nuevo ARN viral, suelen presentar una frecuencia del orden de una mutación por cada millón de copias, lo que constituye un suceso muy raro.

          Pese a esta baja probabilidad, la aparición de nuevas cepas gripales, algunas de ellas de una cierta gravedad, suele ocurrir cada pocos años. Para entender esto pensemos en lo que sucede con la probabilidad de acertar los seis números en una apuesta de la lotería primitiva. Para cada apuesta individual esa probabilidad es ciertamente muy baja, aproximadamente de 1 entre 14 millones. Sin embargo, como cada semana se realizan muchos millones de apuestas (cada una de ellas extremadamente improbable), suele ocurrir que casi todas las semanas aparece algún acertante de los seis números.

          A nivel probabilístico sucede algo análogo con los virus de la gripe. Aunque cada una de las variaciones concretas resulta extremadamente improbable, cuando hay varias cepas circulando que infectan a millones de individuos (y esto valdría igualmente para animales que para humanos) la probabilidad de que aparezcan cepas nuevas con características graves o peligrosas se multiplica, bien sea debido a redistribuciones y recombinaciones fruto de contagios simultáneos, bien sea por la aparición espontánea de nuevas mutaciones. Estas consideraciones son muy importantes a la hora de definir una estrategia preventiva frente a la aparición de nuevos brotes gripales.

          Una de las consecuencias bien conocida de esta capacidad de variación propia del virus de la gripe es la aparición de nuevas cepas virales con poder de infección renovada prácticamente cada año. Por eso, a diferencia de lo que ocurre con otros agentes infecciosos, la inmunización de las personas ante la gripe es pasajera y debe ser renovada mediante la administración anual de nuevas vacunas o padeciendo la enfermedad de forma recurrente. Bien es sabido que las personas pueden desarrollar la gripe muchas veces, mientras que el sarampión o las paperas solamente se sufren una vez en la vida. Esta diferencia es debida a esta capacidad de variación antigénica del virus de la gripe que estamos comentando.

          Cada año circulan varias cepas virales causantes de las gripes estacionales; algunas provienen de años anteriores, pero otras son recientes, originadas por la acumulación de nuevas mutaciones o por mecanismos de recombinación del ARN entre cepas virales preexistentes. Las gripes estacionales son consideradas enfermedades leves, excepto en los casos de sujetos con el sistema inmunitario muy debilitado, como las personas ancianas o aquellas otras que padecen dolencias crónicas que pueden agravarse con la infección gripal. De este modo, se cuentan cada año varios miles de fallecimientos causados por los virus de la gripe estacional.

          Existen tres tipos de virus de la gripe: A, B y C. Los dos últimos son bastante benignos (especialmente el tipo C, con síntomas semejantes a los de un constipado común) y exclusivos de la especie humana y nunca han dado lugar a pandemias. Por el contrario, los virus de la gripe del tipo A (que son los más abundantes y los que pueden presentar una mayor virulencia o gravedad) tienen como reservorios naturales a diversas especies de aves acuáticas salvajes. Para ellas, los virus gripales son normalmente inocuos aunque, debido a los procesos de mutación y recombinación citados anteriormente, cada cierto tempo pueden aparecer cepas especialmente virulentas que producen enormes mortalidades de aves. La gripe aviaria (H5N1) aparecida hace unos años en el sureste asiático pertenece a esta categoría.

          Las mutaciones en el ARN viral que alteran las moléculas de HA y NA de la superficie del virión (partícula viral) pueden afectar tanto a la virulencia como al nivel de infectividad del virus. La virulencia hace referencia al grado de patogenicidad, es decir, a la gravedad del daño orgánico que la infección ocasiona en el enfermo, mientras que la infectividad se refiere a la capacidad del virus para transmitirse eficazmente de unos individuos a otros provocando una epidemia. Cuando a partir de cepas del virus de la gripe aviaria se originan otras nuevas muy infecciosas, con capacidad no solamente de pasar de las aves a los humanos (en ocasiones a través de una especie intermedia, como el cerdo), sino también de transmitirse fácilmente de persona a persona, podemos estar en presencia de una cepa pandémica.

          El término pandemia se refiere únicamente a la capacidad de transmisión de la infección a escala mundial por la gran infectividad de la cepa viral en cuestión, independientemente del nivel de virulencia que el virus presente. Los problemas graves se originan cuando se combina una infectividad muy alta (potencial virus pandémico) con una virulencia elevada, que pueda ocasionar un nivel de mortalidad grande en las poblaciones, mucho mayor de lo que se puede esperar de cualquier gripe estacional.

          La llamada, de forma bastante inexacta, gripe “española” de los años 1918-1919 (una variedad del virus A H1N1 especialmente letal), que se extendió por todo el mundo y provocó la muerte de unos 40 millones de personas en varios meses, es el ejemplo más claro de virus de la gripe pandémico con virulencia e infectividad elevadas. Además de su enorme poder infeccioso y de la virulencia responsable de su gravedad, la característica más sobresaliente de esta gripe fue que la mayoría de los fallecidos eran adultos jóvenes de entre 15 y 35 años, un grupo poblacional que rara vez muere de gripe (4). Otras pandemias posteriores, como la “asiática” de 1957 (H2N2) y la “de Hong-Kong” de 1968 (H3N2), ocasionaron mortalidades mucho menores, con 3 millones y 1 millón de muertos en todo el mundo, respectivamente.

          Los principales virólogos vienen alertando desde hace años sobre el peligro de que vuelva a aparecer una cepa de gripe pandémica grave. Cuanto más se conoce acerca de los virus de la gripe aviaria y de su relación con los que originan las gripes porcinas y humanas, mayor es la alerta que los virólogos reclaman. Un factor que hace aumentar ese peligro es la existencia de enormes granjas de ganadería intensiva (porcinas y avícolas) que pueden actuar como grandes factorías para la síntesis de nuevas cepas gripales.

          En algunos países asiáticos, el contacto entre las aves salvajes y las domésticas (tanto las de corral como las de granja) es habitual y el contagio de la gripe entre ellas ha sido tradicionalmente muy común. Es un problema que no se circunscribe únicamente a estos países y puede darse también entre los animales estabulados en las enormes granjas-factorías existentes en los países industrializados. Pero en el sureste asiático esa probabilidad es mucho mayor. Son países con una densidad de población (sobre todo urbana) muy alta, con una tradición arraigada de convivencia entre humanos y aves, con condiciones higiénicas y sanitarias deficientes y con una producción avícola muy importante y en constante expansión, derivada de la fuerte demanda que ocasiona el crecimiento demográfico. No es casual que, debido a estos factores, casi todas las pandemias y epidemias de gripe importantes ocurridas durante los últimos cien años se hayan originado en el sur de China e Indochina.

          En una perspectiva de futuro, algunos de estos factores pueden agravarse, ya que la principal fuente de proteínas (más bien escasas) de las poblaciones de los países pobres, que anteriormente provenía de la pesca, se está desplazando a marchas forzadas hacia el consumo de cerdos y especialmente gallináceas, que resultan baratas y que se producen industrialmente a gran escala con métodos de producción típicos de un capitalismo desaforado y productivista extremo (véase la tabla adjunta), debido a que los caladeros están desapareciendo, sobre todo por la presión pesquera de los países ricos.


          Resulta curioso constatar que este aspecto de la responsabilidad de las grandes corporaciones agrocapitalistas en el desarrollo de las condiciones propicias para la aparición de una nueva pandemia grave de gripe apenas suele ser citado por los defensores de la “teoría de la conspiración”, tan críticos como son de las multinacionales y de sus intereses económicos.

          La actual cepa de gripe A (oficialmente denominada A/California/04/2009) presenta una infectividad muy alta, lo que motiva su carácter pandémico, pero una virulencia en general baja o muy baja (5). Las muertes producidas en la inmensa mayoría de los casos fueron en personas que ya padecían otras enfermedades que las situaban en algún grupo de riesgo. No parece probable, además, que después de varios meses de desarrollo de la pandemia (incluido el invierno en el hemisferio austral), ésta vaya a evolucionar hacia formas de mayor gravedad.

Las multinacionales farmacéuticas y la gripe A

          Basándose en estas últimas consideraciones y, sobre todo, en las posibilidades de negocio que para las multinacionales farmacéuticas tendría una distribución masiva de vacunas y fármacos (como el Tamiflu), se ha desarrollado la corriente crítica que considera todo esto un gran montaje que es necesario denunciar.

          Una cuestión que no está en discusión, por lo menos para quien esto escribe, es que para las multinacionales farmacéuticas la producción de medicamentos constituye un enorme negocio. Eso es un hecho constatable que no resulta novedoso. Pero de ahí no se deriva que toda la demanda de medicamentos existente sea una necesidad inducida por la industria para aumentar sus beneficios. ¿Hay alguien que a estas alturas pueda poner en duda que el suministro de insulina humana, producida mediante las técnicas del ADN recombinante, es una necesidad imperiosa para los diabéticos insulinodependientes? ¿Sería razonable oponerse a su producción industrial porque se realiza mediante ingeniería genética o porque está en manos de una gran multinacional farmacéutica? Recordemos que antes de que se pudiese obtener insulina humana mediante este método, la alternativa tradicional a la demanda de insulina era el consumo de insulina de origen porcino. Obviamente, se puede discutir acerca de la conveniencia de que la producción de insulina deje de ser un monopolio de la industria privada y que su suministro a los enfermos sea gratuito, pero esa consideración económico-social no resta un ápice a la necesidad de producir insulina humana para cubrir la demanda existente por parte de los enfermos.

          Las grandes empresas intentan hacer negocio con todo o casi todo, sea respondiendo a necesidades básicas o creando artificialmente una demanda inducida. Eso ocurre con los fármacos, con los ordenadores, los pantalones vaqueros, la música o cualquier otro producto potencialmente comercializable. Podemos adoptar una actitud crítica y anticonsumista ante ello, pero no podemos sustraernos totalmente al consumo de muchos de estos productos, que engordan el bolsillo de los poderosos. Por eso, limitarse a manifestar que la gripe A es un invento de las multinacionales no es aportar gran cosa al debate, porque la cuestión relevante no es si las medidas adoptadas frente a la gripe A van a suponer un gran negocio para las multinacionales, sino si en función de consideraciones biológicas, epidemiológicas y sanitarias son razonables. Es necesario argumentar sobre estas medidas y demostrar, si ése es el caso, que no responden a una necesidad real.

La adopción de medidas preventivas

          Por lo que hemos explicado a lo largo de este artículo, hay elementos más que suficientes para apoyar la adopción de medidas preventivas frente a posibles virus graves de la gripe con potencialidad pandémica. Los principales son los siguientes:

          1. El conocimiento científico desarrollado en los últimos 20 años sobre las distintas cepas de gripe, tanto las estacionales como las pandémicas. La virología ha experimentado un salto espectacular en las últimas décadas merced al desarrollo de la microscopía electrónica y la biología molecular. Entre los logros conseguidos en relación con la gripe se incluye el haber reconstruido completamente el virus de la pandemia de gripe española de 1918 (6).

          2. Los estudios realizados en los últimos años acerca de las gripes aviares, en especial la mortífera H5N1, y sobre los mecanismos que pueden propiciar la capacidad de dar el salto de especie e infectar a poblaciones humanas, propiciado por las concentraciones masivas de aves en gigantescas granjas que pueden hacer que se acrecienten enormemente las probabilidades de aparición de nuevas cepas con capacidad de infectar a otras especies, incluida la humana.

          3. La experiencia de anteriores pandemias graves de gripe. Como ya se ha indicado, la pandemia de gripe española de 1918 produjo la mayor mortalidad que una epidemia o pandemia haya producido a lo largo de toda la historia de la humanidad, bastante superior a las de peste bubónica en Europa durante la Edad Media. Se desarrolló en tres oleadas sucesivas (primavera de 1918, otoño del mismo año e invierno de 1919). El primer brote de la enfermedad se observó por vez primera en Fort Riley (Kansas, Estados Unidos), el 11 de marzo de 1918, y no resultó especialmente virulento, mientras que los otros dos sí lo fueron en un grado muy elevado (muchas de las personas infectadas fallecieron a las 24-48 horas que siguieron a la aparición de los primeros síntomas). Se trataba de una cepa de tipo A (H1N1), semejante a la de la actual gripe A, aunque de una virulencia muy grande, que ésta no posee. Sabemos que su origen era aviario, aunque probablemente pasó a través de un huésped intermedio, todavía sin identificar.


          De estas similitudes no se deduce que en el momento de su aparición fuese obligado pensar que la actual cepa de gripe A tuviese que comportarse como la de 1918, ni que de volver a aparecer una cepa de aquel tipo se fuese a producir el mismo nivel de mortalidad. Sin embargo, aquellos precedentes, unidos a los de gripe aviaria de hace unos años, hacían necesario adoptar medidas preventivas serias, entre ellas, además de las de carácter profiláctico, hacer acopio de vacunas y fármacos antigripales, por más que esta última medida favoreciese a las industrias que se dedican a producirlos.

          No cabe duda de que la situación ha cambiado bastante desde 1918 y que en muchos sentidos estamos mejor preparados para afrontar una pandemia grave de gripe que en aquel tiempo. Sin ir más lejos, en 1918 ni tan siquiera se sabía que era un virus su agente infeccioso causal. Éste no fue identificado hasta 1933. En 1918 se creía que la gripe estaba ocasionada por una bacteria (Haemophilus influenzae), debido a que más del 50% de las muertes por neumonías asociadas a la infección gripal eran provocadas por infecciones oportunistas de origen bacteriano. Además de un conocimiento preciso de la etiología de la gripe, hoy contamos con vacunas y fármacos antigripales, como los inhibidores de la neuraminidasa oseltamivir (Tamiflu) y zanamivir (Relenza), y con una mejora general de los sistemas sanitarios, por lo menos en el mundo industrializado (7).


          Sin embargo, hoy en día existen algunos factores que operan en el sentido de aumentar las probabilidades para la aparición de nuevas cepas pandémicas y de favorecer su diseminación. En primer lugar, hemos hecho referencia anteriormente a las grandes concentraciones pecuarias típicas de la ganadería intensiva, que se han venido multiplicando en las últimas décadas. En segundo lugar, el gran desarrollo de las comunicaciones y de los transportes también actúa en el mismo sentido. Ahora una persona puede infectarse en Hong-Kong y al día siguiente extender el contagio a Nueva York, Londres o Montevideo. No cabe duda de que la mejora de las comunicaciones también lo es para los agentes infecciosos. En tercer lugar, el gran crecimiento demográfico ocurrido en el último siglo (véase la gráfica) y su secuela de desarrollo de grandes concentraciones urbanas (con enormes densidades de población), en especial en los países del Tercer Mundo (véase la tabla adjunta), supone un caldo de cultivo idóneo para la expansión de brotes infecciosos, sobre todo si tenemos en cuenta la pobreza reinante y las deplorables condiciones higiénicas y sanitarias de estas grandes concentraciones urbanas.

          Por estas razones, la confianza en el desarrollo tecnológico y sanitario como garantía para afrontar los peligros derivados de las nuevas enfermedades emergentes debe ser atemperado en función de las nuevas condiciones reinantes.


La declaración de pandemia de la gripe A

          El argumento de que la escasa virulencia de la gripe A hacía innecesaria la declaración de pandemia de la OMS y todas las medidas que le siguieron, no resulta aceptable, por varias razones: en primer lugar, porque la declaración de pandemia se realiza, como hemos explicado anteriormente, en función de la infectividad y expansión del brote y no de su grado de virulencia; en segundo lugar, porque cuando aparecieron los primeros contagios no había suficientes datos para concluir que su evolución posterior fuese a ser benigna, como está resultando ser; en tercer lugar, porque aunque el primer brote se mostrase poco virulento, eso no excluía que pudiesen aparecer posteriormente brotes con una virulencia mucho mayor, como de hecho sucedió con la pandemia de gripe española; en cuarto lugar, porque, a diferencia de lo que ocurre con la gripe estacional, que solamente presenta síntomas graves en personas muy mayores o que tienen el sistema inmunitario deprimido por alguna otra enfermedad, se produjeron unos cuantos fallecimientos de personas sanas sin patologías previas, factor este que exigía realizar un seguimiento mayor que en las gripes anuales a las que estamos acostumbrados; en quinto lugar, porque la diseminación incontrolada del brote podía hacer aumentar las probabilidades de recombinación con otras cepas gripales, bien en humanos, bien en contagios cruzados con otras especies (en varias ocasiones se ha constatado que el contagio de la gripe humano-porcina se ha producido en los dos sentidos); en sexto lugar, porque una política basada en el principio de precaución exigía adoptar el tipo de medidas preventivas que se han ido poniendo en práctica.

          Resulta sorprendente constatar que los defensores de la “teoría de la conspiración” son en su mayoría militantes de la lucha contra las plantas transgénicas, que invocan el principio de precaución en sentido fuerte como uno de sus argumentos más importantes para oponerse a ellas, por los hipotéticos peligros que su diseminación pudiera tener para el medio ambiente. Cabría esperar que, en coherencia con esta postura, ensalzasen las medidas preventivas adoptadas contra la gripe A. Sin embargo, no ha sido así, lo que induce a pensar que utilizan el principio de precaución selectivamente en función de prejuicios ideológicos, según perjudique o no a los intereses de las multinacionales.


          Hay, cuando menos, un par de elementos más que encajan mal en la postura que estamos criticando. Se ha publicado que uno de los leitmotiv principales en el lanzamiento de la campaña contra la gripe A era inducir a la producción y venta del fármaco antigripal oseltamivir (Tamiflu). Ciertamente, es más que probable que a sus fabricantes les interese darle una salida masiva a su producto. Pero de ahí no se deduce que para hacerlo vayan a recurrir a una campaña internacional, con la complicidad de la OMS y de los Gobiernos de medio mundo. Si así fuera, ¿por qué tanto esfuerzo en hacer acopio de vacunas acompañado de campañas masivas de vacunación, que van encaminadas precisamente en sentido contrario, por no citar los esfuerzos realizados en adoptar medidas profilácticas generalizadas? El Tamiflu no es una vacuna y su uso únicamente tiene sentido cuando se desarrollan síntomas graves de la enfermedad, cosa que, de resultar eficaces las campañas preventivas, dejaría de producirse.

          Por otro lado, existen dudas acerca del interés de las compañías farmacéuticas en la producción masiva de vacunas antigripales por el gran negocio que esto supondría. Incluso autores muy escépticos y críticos con las políticas gubernamentales frente a la gripe aviaria han puesto de manifiesto que la fabricación de vacunas antigripales es considerada un negocio poco rentable para la industria farmacéutica, que suele ser muy remisa a aumentar la producción, por miedo a que a posteriori las vacunas no tengan la salida esperada, cosa que ya ha ocurrido en varias ocasiones con la producción de vacunas contra la gripe estacional.

          Las habituales incertidumbres acerca del comportamiento esperable de las cepas de gripe motivan que la producción de vacunas no sea un negocio suficientemente seguro a la hora de aceptar grandes aumentos en la producción. Marc Siegel, que ha defendido con énfasis que las voces de alarma frente a la gripe aviaria H5N1 eran exageradas y que algunas de las medidas adoptadas frente a ella no estaban suficientemente justificadas, ha manifestado: «Los fabricantes de fármacos no están entusiasmados en producir vacunas. Las vacunas son caras […] Olvidémonos del altruismo o de la preocupación por los pacientes, ya que no son una parte esencial de la ecuación de los fabricantes de fármacos. Los laboratorios farmacéuticos no son propensos a fabricar un producto con el que no puedan conseguir mucho dinero» (8).

          Sea como fuere, hemos de insistir en que son las consideraciones biológicas, epidemiológicas y sanitarias las que deben presidir la toma de decisiones en esta cuestión, al margen del negocio que alrededor de ellas eventualmente se pueda originar.

Críticas a las posturas oficiales

          Dado que una parte importante de este artículo se ha centrado en la crítica de las posiciones que hemos etiquetado como la “teoría de la conspiración”, no quisiera terminar sin hacer dos breves consideraciones críticas acerca de las posturas oficiales en relación con la pandemia de gripe A.

          La primera se refiere a la definición de pandemia que emplea la OMS, que resulta muy laxa, de lo que se deriva un uso excesivamente discrecional a la hora de realizar la declaración de una pandemia.

          La segunda está centrada en la línea seguida por el Ministerio de Sanidad español que, desde mi punto de vista, resulta criticable por lo menos en dos aspectos importantes.

          El primero es la falta de coherencia en los criterios seguidos en relación con las vacunas a la hora de definir los grupos de riesgo. La asignación restrictiva que se ha realizado resulta contradictoria con la decisión de adquirir dosis para cubrir al 60% de la población. Si tenemos en cuenta que la principal función de la vacuna es la inmunización preventiva, no tiene excesivo sentido almacenar millones de dosis de vacunas sin usar mientras se está desarrollando la enfermedad.

          El segundo aspecto se refiere a la política informativa. Las declaraciones públicas de la ministra de Sanidad se han venido caracterizando por la falta de claridad y por las contradicciones. Sin pretenderlo, ha contribuido a generar una alarma innecesaria que, de haberse extendido, podría haber resultado peligrosa. En más de una ocasión ha dado la impresión de haberse aprendido un guión de memoria, que reproducía sin tener unos criterios claros.

          Por otro lado, la información ofrecida en los informes de situación de la página web del Ministerio de Sanidad es escasa y confusa en cuanto a los criterios para determinar el número de afectados por la gripe A semanalmente. La transparencia y la claridad de las informaciones y la coherencia en las actuaciones, tan importantes para que la población tenga confianza en la política que se lleva a cabo, pese a los esfuerzos desplegados, no ha sido siempre la nota predominante.

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Daniel Soutullo es catedrático de Biología en el IES Monte da Vila de O Grove (Pontevedra).

(1) Las siglas ADN y ARN se corresponden, respectivamente, con ácido desoxirribonucleico y ácido ribonucleico, biomoléculas orgánicas implicadas en el almacenamiento, transmisión y expresión de los caracteres hereditarios de los seres vivos.
(2) El virus de la gripe tienen 8 segmentos de ARN. Cada uno de ellos almacena la información para sintetizar una de las 8 moléculas de proteínas distintas que contiene el virus. Esta característica de tener dividido el ARN en 8 segmentos tiene mucha importancia en su comportamiento, como después tendremos oportunidad de comentar.
(3) La hemaglutinina y la neuraminidasa son consideradas antígenos de superficie. La palabra antígeno designa a cualquier molécula capaz de provocar una respuesta inmunitaria en el receptor, entendiendo por respuesta inmunitaria la producción de anticuerpos (inmunoglobulinas) que se unen a los antígenos, los neutralizan y colaboran en su destrucción. El término antígeno significa literalmente “generador de anticuerpos” (anti-gen).
 (4) Se cree que esta mayor mortalidad entre las personas jóvenes fue debida a dos factores. El primero sería el desarrollo de una mayor inmunidad parcial frente al virus en las personas mayores, que ya habían estado expuestas anteriormente a otras cepas virales que compartían parte de sus antígenos con la cepa letal de 1918. El segundo factor sería una reacción inmunitaria muy potente provocada por el virus en las personas jóvenes, debido a la mayor reactividad de su sistema inmunitario, de un modo análogo a como en las personas alérgicas se desencadena una reacción inmunitaria excesiva en presencia del alérgeno que puede incluso provocar la muerte del individuo.
(5) Según los datos que maneja el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC), a día de hoy (5 de noviembre), las muertes producidas por la gripe A han sido 73 en España, 352 en Europa y 6.304 en el mundo.
(6) A partir de muestras de tejido pulmonar de cadáveres de víctimas de la gripe de 1918, conservados en el permafrost (suelo de la tundra ártica que se mantiene congelado durante todo el año) de Alaska, Taubenberger, Reid y Fanning consiguieron reconstruir el virus, aplicando técnicas de genética inversa.
(7) Las condiciones reinantes durante la Primera Guerra Mundial también resultaban muy propicias para la extensión de la pandemia. Las concentraciones de grandes cantidades de soldados, las malas condiciones higiénicas en el frente y las carencias nutricionales derivadas de las dificultades para el suministro de alimentos a la población son algunas de ellas. En conjunto, estas condiciones probablemente favorecieron la elevada mortalidad derivada de la excepcional virulencia de la cepa gripal causante de la pandemia.
(8) Marc SIEGEL (2006), Gripe Aviar. Todo lo que necesita saber sobre la próxima pandemia, Barcelona, Amat Editorial, S. L., pp. 131-132.

Nota bibliográfica

Con independencia de la bibliografía especializada en libros técnicos de consulta y en revistas científicas, para las personas que deseen profundizar e informarse más sobre el tema de la gripe a un nivel divulgativo, desde unos parámetros de rigor conceptual, son recomendables los libros que se citan seguidamente, centrados dos de ellos en la gripe aviaria, y, sobre todo, la serie de artículos aparecidos en los últimos años en la revista Investigación y Ciencia, quizás lo mejor que se ha publicado sobre la gripe, que abarcan sus problemas científicos desde diversos ángulos.

Libros:

· CRAWFORD, Dorothy H. (2000), El enemigo invisible. La historia secreta de los virus, Barcelona, Ediciones Península, S. A., 2002.
· DAVIS, Mike (2005), El monstruo llama a nuestra puerta. La amenaza global de la gripe aviar, Barcelona, Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo, 2006.
· SIEGEL, Marc (2006), Gripe aviar. Todo lo que necesita saber sobre la próxima pandemia, Barcelona, Amat Editorial, S. L.

Artículos de Investigación y Ciencia:

· CABEZAS, José A. y HAUNOUN, Claude, “La gripe y sus virus”, Investigación y Ciencia, nº 160 (enero, 1990), 62-69.
· DOMINGO, Esteban, “Nueva gripe humana de origen porcino”, Investigación y Ciencia, nº 393 (junio, 2009), 10-12.
· GIBBS, W. Wayt y SOARES, Christine, “Preparados para una pandemia”, Investigación y Ciencia, nº 352 (enero, 2006), 6-15.
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