David Perejil
Mujeres, el daño “colateral” del ataque a Garissa
(ctxt, nº 16, 7 de Mayo de 2015).

 

El asalto de Al Shabab hace apenas dos semanas no sólo dejó 148 estudiantes muertos en la ciudad de Garissa, sino que dificulta aún más la ya complicada situación de refugiados, mujeres y la minoría somalí de Kenia.

“Cada vez que un somalí hace algo en Kenia, nos afecta a todos los somalíes que vivimos en el país”, afirma Asha Ismail, keniana de origen somalí y presidenta de la ONG Save a Girl, Save a Generation. Esta organización busca sensibilizar contra la mutilación genital femenina en España, país en el que Ismail reside desde hace años. No quiere mencionar el nombre de Al Shabab (“los jóvenes” en árabe), el grupo somalí autor del asalto a la Universidad de Garissa, donde fueron secuestrados centenares de estudiantes y asesinados 139 de ellos -89 mujeres- a principios de este mes de abril. “Solo con decir su nombre se les da publicidad”, afirma esta mujer para quien “esos asesinos no defienden a ninguna religión ni población”.

Es una mañana de domingo, Ismail presenta la charla de su compatriota Sophia Abdi Noor, primera diputada de origen somalí en Kenia entre 2007 y 2012. El público hoy es el grupo intercultural de mujeres de Acción en Red Madrid.

Originarias de Garissa, ambas pertenecen a la minoría somalí que quedó dentro de las fronteras de Kenia tras la independencia británica. Conocen y temen las consecuencias del asalto a la Universidad. Quizá por su visión política, Abdi Noor prefiere pensar que la unidad de Kenia es fuerte y la mayoría de la población somalí está bien integrada. En todo caso, según ella, el objetivo de al-Shabab es claro. Quiere lanzar su mensaje al 40% de musulmanes que viven en el país mediante la brutalidad de un asalto en el que cinco hombres enmascarados armados con rifles y explosivos buscaron y asesinaron a 143 personas en total, entre ellas dos policías, un militar y un guardia de seguridad. Cuatro de los atacantes murieron también en la operación.

Las primeras consecuencias han llegado rápido. La zona se encuentra bajo toque de queda. “Todo está cerrado: iglesias, mezquitas y negocios, lo que ha afectado a la economía”, cuenta Abdi Noor. “El gobierno ha emprendido una campaña para identificar simpatizantes, investigar su financiación y ha reclutado unos 10.000 nuevos soldados para la zona”. Una respuesta rápida frente a las críticas
que despertó su lenta reacción ante el atentado. Los efectivos gubernamentales tardaron en llegar 15 horas, según algunas fuentes, porque no había aviones disponibles.

No han sido los únicos reproches que ha recibido el Gobierno keniano. Además, se le ha criticado que no atendiera algunas informaciones previas que alertaban del peligro de acciones de al-Shabab en la provincia norte. Un riesgo recurrente tras los ataques a un centro comercial en Nairobi en 2013. También han levantado recelos los arrestos masivos de somalíes musulmanes que han provocado resentimiento en la zona, y han dado la posibilidad de que al-Shabab utilizara esa represión en su discurso.

Ambas mujeres comparten que los ataques pueden agravar la situación “especial” de la zona norte de Kenia provocada, según Abdi Noor, por su pasado más ligado al resto de poblaciones del Cuerno de Africa, que cristalizó en el movimiento en favor de su unión con Somalia en los sesenta. “Sufrimos leyes de restricción de movimiento en una zona muy pobre y nómada que dependía de encontrar agua y pastos para sobrevivir”. Ismail recuerda como ella y su familia fueron recluidas en 1980 por militares kenianos en un campo de fútbol tras el asesinato de un funcionario por parte de un somalí. “Guardo el recuerdo fresco en mi memoria. Ese día pasaron muchas cosas horribles. Mi madre me dijo que nos iban a exterminar como hicieron los alemanes con los judíos”.

El gobierno del presidente Uhuru Kenyatta ha comenzado a construir un muro en los 700 kilómetros que separa Kenia de ese país que hasta 1991 se llamó Somalia y hoy es un conjunto de zonas gobernadas por poderes locales, señores de la guerra y milicianos de todo tipo. No es la única medida. William Ruto, gobernador de esa región fronteriza ha amenazado a Acnur con cerrar el campo de refugiados de Daadab, si la organización internacional no lo hace en tres meses. Según el gobernador, los milicianos de al-Shabab planean y realizan ataques desde él. Se trata del mayor campo de personas desplazadas de todo el mundo. Viven en el 500.000 refugiados.

Abdi Noor no niega la existencia de problemas, pero defiende que estos han “nacido de la pobreza de la gente que vive en Daadab. ¿Qué van a hacer con ellos? Llevan 20 años allí y no pueden volver a Somalía”. Para Ismail, se trata de un órdago. “Saben que la ONU no permitiría algo así”.

Contra los derechos de las mujeres

El hogar para mujeres de Garissa de Womankind, organización que preside Sophia Abdi Noor, también fue atacado por al-Shabab. “Está muy cerca de la Universidad. Ninguna mujer fue herida en los tiroteos, pero todas huyeron. Ahora ninguna quiere volver por miedo a nuevos atentados. Hemos cerrado el centro por dos meses”, explica.

Este centro educativo tiene un papel muy importante en el proyecto de desarrollo comunitario y derechos de la mujer de la organización. Cerca del 60% de las mujeres de Garissa, y el 90% en las áreas rurales cercanas, han sufrido infibulación y ablación de su clítoris. Womankind trata de ofrecer oportunidades educativas y separar tradición de religión o cultura para ofrecer oportunidades a la comunidad. “La mutilación genital femenina (MGF) no tiene nada que ver con el islam, ni con el cristianismo. Es una práctica machista para dominar la sexualidad de las mujeres que no viene recogida en ningún texto sagrado. Los que la practican son ignorantes que no han leído el Corán”, se indigna Ismail.

Ese argumento lo utiliza la activista asentada en nuestro país para defenderse de las acusaciones que las sitúan como impuras, desviadas o prostitutas sólo por hablar en público de parar un rito considerado crucial para que las mujeres somalíes del norte de Kenia se casen. No sólo ellas. Actualmente se calcula que en el mundo 140 millones sufren este tipo de prácticas. Sobre todo, en África del Este y Egipto. Los talleres de Save a Girl, Save A Generation y Acción en Red Madrid van dirigidos a educar para evitar esa práctica en España. “Sin culpabilizar o encarcelar a los padres porque eso castiga a la niña dos veces. Hay que poner medios para evitarlo y explicar a los padres por qué es una mala práctica, no decirles que son retrógrados”, advierte Ismail.

Recogen el testigo del trabajo de Abdi Noor. Durante años, esta mujer se afanó en llevar agua a poblados desérticos para que las niñas pudieran ir a la escuela. Poco a poco, logró introducir el debate de la MGF en las comunidades somalíes. En 2011, presentó una iniciativa de ley contra la “malas tradiciones”: mutilación y matrimonios forzados entre niñas y adultos. Consiguió su aprobación en un debate parlamentario televisado. Los líderes tradicionales y religiosos hicieron campaña en su contra.

"Malas tradiciones"

Ahora, los atentados y la visión rigorista de al-Shabab complican mucho trabajos como este. “Pueden atentar contra personas como nosotras diciendo que les lavamos el cerebro a las chicas para que no se mutilen”, aclara Ismail. “Y sitios como el centro de mujeres son objetivos prioritarios porque difunden una visión distinta de la vida en Garissa”


Asha Ismail y Sophia Abdi Noor

En los últimos diez años, ha visto crecer el rigorismo en la zona. Lo compara con una infancia de pantalones vaqueros y sin obligación de velarse. “Nadie debería obligar a nadie a creer o taparse. Es una decisión personal”, señala Asha Ismail quien cree en una religión practicada a la manera de cada persona. “Nuevamente, no está escrito en ningún lugar del Corán que las mujeres deban taparse y menos si lo dice la versión retrógrada de esos asesinos. Ellos están en contra de cualquier progreso humano”.

Ismail echa en falta una reacción más fuerte y contundente en el resto de creyentes. “Siempre decimos que no representan nuestra religión, lo que es verdad, pero debemos hacer más. Lo volví a pensar cuando vi los problemas xenófobos en Sudáfrica. ¿Sabes que allí hay una campaña diciendo que son problemas causados sólo por el 5% de la población? Igual que allí debería moverse el 95% de población contra el racismo, todos los musulmanes deberíamos actuar contra estos bárbaros”.

Tras la matanza en Garissa, las redes sociales se llenaron de mensajes reclamando la misma solidaridad que con los atentados en Copenhague y París, ciudad que acogió una marcha con los principales jefes de estado del planeta. Algunos medios recogieron estadísticas que certificaban que las noticias publicadas habían sido publicado cinco veces menos. “Los muertos son muertos y siembran de dolor a sus familiares. Pero la reacción europea con Garissa ha sido penosa. ¿A quién le importan unos cuantos negros muertos si llevamos un año con 200 niñas secuestradas en Nigeria y nadie pone medios para devolverlas a casa? Los problemas de África sólo interesan cuando tocan la seguridad de Europa y EE.UU. Así pasó con el ébola”, concluye Ismail entre suspiros de preocupación.
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