Elena Adrián

El olor del dinero. Rafael Sánchez Ferlosio;
Non olet; Destino, Barcelona, 2003
(Hika, 148 zka. 2003ko urria)

 

La originalidad de los títulos de los libros del escritor hace que nos preguntemos por qué Rafael Sánchez Ferlosio llama a su último ensayo Non olet. El emperador Vespasiano hacía pagar a sus súbditos un impuesto por la utilización de las letrinas públicas. Su hijo Tito le recriminó tal cobro y el emperador le acercó unas monedas y le dijo, en latín, “non olet”, no huele y, sin embargo, es producto de la orina.

Varias son las cuestiones tratadas por el escritor: la producción, el trabajo y el consumo. El denominador común es el dinero en esta sociedad; sociedad que ha perdido el olfato, según dice un crítico que se ha ocupado de reseñar esta obra (José Luis Pardo, Sobre la pérdida de olfato, El País 31/05/2003 ).

Leyendo a un teórico, Paul M. Sweezy, en su Teoría del desarrollo capitalista (FCE, México, 1969), vemos que, para él, las crisis del subconsumo son las que pueden poner en peligro el sistema capitalista. Estas observaciones de Paul M. Sweezy se pueden descartar con lo que apunta Rafael Sánchez Ferlosio, que lo contrapone a un teórico norteamericano, Jeremy Rifkin, y su libro El fin del trabajo, obra de los años 20. Este alertaba de la precariedad del consumo en los trabajadores norteamericanos que, en esa década, poseían hábitos ahorrativos, probable residuo de las culturas europeas de las que procedían. Así Rifkin advierte de la necesidad de revisión de lo que Rafael Sánchez Ferlosio llama la sociedad de productores, frente a la denominación, más generalizada, de sociedad de consumo.

Pero no sólo Rifkin y los empresarios norteamericanos han conseguido que los trabajadores yankees consuman. En una sociedad tan poco desarrollada como la española de posguerra, los trabajadores, que habían venido de medios rurales a los míseros cinturones de las capitales, como Madrid, querían emular a los ricos y organizaban grandes festejos con motivo de acontecimientos como bodas o bautizos.

Y, más adelante, vienen la publicidad y el marketing y la incorporación de nuevos sectores al consumo, como, en primer lugar, las mujeres y su salir de compras, en intransitivo, diferente del ir a la compra de las mujeres de las clases más desfavorecidas de la sociedad. El capitalismo, y por consiguiente la sociedad de producción, ha sabido capturar a nuevos consumidores con la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo. El acceso de la mujeres al mercado de trabajo y, en consecuencia, al consumo, ha hecho plantearse, como lo han reseñado tres diarios españoles, la apertura de grandes superficies en días de fiesta.

Como la belleza cotiza en el consumo, el escritor describe en inteligentes páginas los cánones de belleza, por ejemplo, para niños: rubios y de ojos azules; en el cine, bellas actrices junto a actores que no hace falta que sean guapos; y la diferenciación entre un mal actor, como Sir Laurence Olivier, que no representaba, cada vez, un papel, sino que siempre representaba a Sir Laurence Olivier, frente a un actor guapo, como Marlon Brando, un buen actor, porque representaba el papel que se le encomendaba, fuera el que fuere.

Siguiendo con las disquisiciones de Rafael Sánchez Ferlosio respecto a los cánones de belleza, en el ensayo Nigra sum sed formosa, el escritor distingue entre los diferentes cánones, según las épocas, cánones que las mujeres aceptan religiosamente. Tez blanca en las mujeres del Ancien Régime, bronceado en la actualidad. Nuestro escritor es capaz de criticar a Simone de Beauvoir, cuando la escritora francesa, en su ensayo El segundo sexo, defiende el bronceado femenino como homenaje al torso desnudo del trabajador. Son varios los ejemplos que cita Rafael Sánchez Ferlosio tanto para, en unas épocas, analizar los sacrificios que han hecho las mujeres para mantener la piel blanca o, en otras, bronceada. Aunque son escasos los textos de Rafael Sánchez Ferlosio en los que se refiere al género femenino, no debemos olvidar aquel pecio, publicado en una columna del diario El País, donde concluía: “¡Oh la reina portadora de vestidos! ¿Qué se hizo de la emancipación?”.

El caso es que nace, ha nacido una nueva enfermedad, para la que Rafael Sánchez Ferlosio inventa un término, como parejo a la ludopatía, la emopatía o adicción a las compras. Interesa en su vertiente femenina, que ya hemos catalogado en las mujeres, como el salir de compras o acceder, por medio del sueldo, debido a la incorporación al trabajo, a las grandes superficies en la rentable industria del ocio.

El escritor nos recuerda la visita del Papa a Puebla (México) y su alocución a los trabajadores mexicanos, diciendo que el trabajo es una bendición, lo cual fue recibido por los trabajadores con una ovación; por lo que el trabajo ya ha perdido su carácter de maldición bíblica para convertirse en bendición, según el representante de Dios en la tierra.

Non olet es un ensayo, nos dicen los críticos; pero es un ensayo fuera de los cánones genéricos. El texto de Rafael Sánchez Ferlosio está formado, como es característico en él, por extensos parágrafos sin punto y aparte, ni siquiera para reproducir locuciones, diálogos o citas. En estos parágrafos el escritor argumenta y, sobre todo, y es una de sus grandes cualidades, narra, relata con su prosa arcaica aquello que quiere proponer o, sobre todo, destruir. Las referencias son varias: desde experiencias de fino observador a citas de cronistas de Indias, ilustrados como Jovellanos, teóricos de la economía, el Papa, la televisión, la prensa, esa prensa que, todos los días, tiene que tener las mismas páginas, que son hojas en blanco, que hay que rellenar.

¿Por qué? Porque el dinero huele, y por “la infecta ideología de la solemne tachunda pedagógica del trabajo exaltado al rango de virtud” (pág. 307)

Rafael Sánchez Ferlosio ya nos advirtió en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993): “La represión ha proscrito el descanso y la alegría como cosas malas, caídas en pecado, que tienen que pedir perdón y hacer penitencia. El descanso tiene que presentar la tarjeta perforada que demuestre que ha fichado en el reloj de control de su centro de trabajo, o, más propiamente, centro de cansancio...” (pág. 55).