Eugenio del Río
¿Es actual la ideología marxista?

Antes de tratar de responder a esta pregunta, he de observar que caminamos sobre un campo minado.
Primero, porque la idea misma de la actualidad de una corriente de pensamiento con cierta cantidad de años a sus espaldas es en sí misma problemática y dista mucho de ser clara. ¿Actualidad es sinónimo de presencia en el mundo de hoy? O, en otro sentido, ¿equivale a utilidad para afrontar los problemas actuales? Todo esto debería merecer una consideración detenida que aquí no puede tener cabida.
Segundo, porque suele llamarse marxismo indistintamente a la obra de Marx y a la de sus seguidores, a pesar de que ambas cosas no son idénticas. Los discípulos nunca alcanzaron la talla del maestro ni en talento para interrogar al mundo, ni en voluntad y capacidad de conocer, de todo lo cual testimonia eficazmente su brillante obra El capital.
Por mi parte, llamo marxismo al cuerpo de ideas que fue bautizado con ese nombre tras la muerte de Marx. Este conjunto de ideas, impulsado sobre todo en Alemania, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, incorpora las ideas de Marx de forma selectiva, simplificando, exagerando y deformando en parte esas ideas. El marxismo tiene bastante de Marx, sin duda, pero no es enteramente igual a lo que él dejó escrito.
En tercer lugar, marchamos sobre un terreno minado porque el marxismo encierra una realidad plural, tanto por la multitud de escuelas y corrientes que se proclaman fieles al legado de Marx, como por la diversidad de esferas en las que se desenvuelve, desde el campo de las ciencias sociales hasta el de las ideologías de movimientos populares e incluso de algunos Estados.
En esta ocasión me referiré al marxismo en su vertiente de ideología formadora de identidades colectivas.
El marxismo está marcado por la pasión de un tiempo que quiso fundir en un todo filosofía, ciencia, ideología popular y política. En el intento causó bastantes desperfectos en cada uno de estos campos. Dado que ideología y teoría están bastante entrelazadas en el marxismo, no podré evitar hacer alguna referencia a la dimensión teórica cuando hable de la ideología marxista, pero, en todo caso, mi propósito no es considerar la teoría marxista sino la ideología marxista. Haré referencia a la primera sólo cuando convenga al tratamiento de la segunda o cuando esté inserta en ella.

1. El objeto de mi exposición

Para no encallar en estas cuestiones preliminares, en las que podría quemar el tiempo del que dispongo, voy a ir directamente al grano, seleccionando sin más el objeto de mi exposición.
Este objeto se puede resumir así: ¿es deseable hacer del marxismo el núcleo ideológico de los movimientos que sumariamente podemos considerar como contrarios al capitalismo? ¿Es aconsejable que quienes luchamos contra el capitalismo adoptemos la ideología marxista?
Por supuesto, no dudo que es conveniente asimilar todos aquellos elementos parciales procedentes del marxismo, del anarquismo o de otras corrientes que puedan resultar útiles para nutrir ese núcleo ideológico.
Pero aquí estamos hablando de algo distinto; estamos hablando de constituir una de esas ideologías, en este caso el marxismo, como base ideológica de un movimiento social, tal como sucedió con los partidos de la II o de la III Internacional. Esa y no otra es la cuestión que deseo abordar. Y afirmo por adelantado que, a mi juicio, no es recomendable tomar como base la ideología marxista.
Aduciré algunas razones en favor de esta opinión.

2. La ideología marxista presenta los inconvenientes
de las grandes ideologías sociales del siglo XIX

A mi parecer, no vendría mal a los movimientos sociales más interesantes del mundo actual una mayor consistencia ideológica, unas ideas más claras, un fondo de valores más exigente y más resistente. Creo que es preciso un suelo ideológico más firme.
Pero formar identidades colectivas sobre la ideología marxista o sobre otra de las grandes ideologías socialistas del siglo XIX tiene serios inconvenientes.
Esas ideologías, en efecto, son artefactos mentales demasiado pretenciosos: intentan responder a demasiadas preguntas, aspiran a poseer una concepción filosófica propia, una visión de la historia, un programa de transformaciones sociales, una política.
Pueden conseguir agrupar a quienes integran un movimiento, darles un sentido de pertenencia, de unidad, de cohesión, pero el precio a pagar es demasiado alto. Ese precio se llama ambiente uniformizador: una ideología como las que nacieron en los movimientos socialistas del siglo XIX es crudamente colectivista: ha dado por zanjados demasiados problemas, ha acumulado las respuestas y concede poco espacio a las preguntas; no deja mucho oxígeno para respirar. Lo políticamente correcto impone su ley. Es una escuela de conformismo en la que desfallece el espíritu revolucionario.
La ideología marxista es un medio identificador y diferenciador de alta intensidad. No se dice: «Tengo opiniones parecidas a las de Marx», o «En esto coincido con Marx y en aquello con Proudhon»; se dice: «soy marxista». Y no soy marxista como quien afirma soy rubio o moreno, o alto o bajo, sino como un rasgo que me define de manera muy importante.
Tales ideologías conllevan una acentuada y no siempre saludable ansia de distinguirse del resto de la sociedad, un atrincherarse defensivamente para asegurar la propia existencia y no dejarse contaminar por lo que viene de fuera. Las organizaciones levantadas sobre una ideología de este tipo se comunican difícilmente con el resto de la sociedad y acaban por acostumbrarse a vivir enclaustradas.
Una ideología de estas características, en tanto que agente de identidad colectiva, tiende necesariamente a la ortodoxia, una ortodoxia que sacraliza la autoridad de los líderes y los escritos fundacionales. Igualmente, propende al inmovilismo. Los cambios ideológicos demasiado rápidos o demasiado importantes pueden desequilibrar al grupo y hasta hacerlo estallar. De ahí que, aun cuando haya gestos de adaptación a los cambios sociales, estos gestos sean en general lentos y exageradamente cautelosos. Por esta misma razón, el impulso crítico se dirige mucho más hacia fuera que hacia dentro. La autocrítica se percibe como un peligro, a no ser que sea muy comedida y controlada de arriba a abajo.
En general, quien se instala en una de estas ideologías se inclina más hacia la repetición que hacia la creación.
Las ideologías de las que hablo están saturadas de imágenes preconcebidas de la realidad. Partiendo de ellas se mira a la realidad con un exceso de prejuicios: las ideas previas sobre cómo son las cosas operan como una lente deformante.
Dentro de estos campos ideológicos inflexibles y cerrados encontramos una acusada capacidad de autoengaño. Engaño sobre las virtudes del propio grupo, sobre su influencia y sus posibilidades futuras; engaño sobre unas realidades sociales que se desean ver como favorables para la propia causa.
Estas constataciones no me llevan a ser partidario de un vaciado ideológico; considero necesario que los actuales movimientos críticos, solidarios, anticapitalistas dispongan de un fuerte cuerpo de ideas, pero no bajo la forma de una ideología rígida, hermética y pretendidamente completa.

3. Insuficiencias de la ideología marxista

La ideología marxista, además de las desventajas comunes a esas grandes ideologías socialistas del siglo XIX, carga con algunos defectos particulares.
Se ha solido decir que es preciso leer a Marx porque ayuda a entender la sociedad y el mundo. Esta afirmación, a mi modo de ver, tiene algún fundamento. Por ejemplo, la concepción de la historia de Marx, en especial su noción del papel desempeñado por el desarrollo tecnológico, me parece muy inteligente y rica. Es una de las facetas más originales de su pensamiento, y puede resultar valiosa a condición de que no se tome como un principio interpretativo único capaz de explicar todo tipo de hechos en todo tipo de circunstancias. Si se adopta ese punto de vista como una fuente de sugerencias, como una vía entre otras para aproximarse a las realidades históricas y sociales puede resultar provechoso. Acaso un día, cuando Marx esté menos abrumado por la compañía de la ideología marxista, su concepción de la historia encuentre la consideración que merece.
Este enfoque, denominado por los seguidores de Marx materialismo histórico o materialismo económico, se convirtió pronto en una mala copia del original y fue esta caricatura, que descifraba todo a partir de la acción de factores económicos, la que tuvo más éxito en el universo marxista.
Si he de reseñar algunas deficiencias de la ideología marxista, indicaré que con frecuencia no son exclusivas de él sino que guardan relación con tendencias de pensamiento muy vivas en el siglo XIX.
Así, la inclinación a poner en pie teorías extremadamente generales, que pretenden ser aplicables a realidades demasiado variadas y cuyo valor es difícil de comprobar.
O esa aspiración de remitir la explicación de hechos complejos no a una pluralidad de factores sino a un factor central. Tal sucedía ya en Marx cuando se afanaba por hallar una fuerza propulsora de la historia.
O la costumbre de operar con las mismas o parecidas categorías en la esfera de las ciencias sociales y en la de las ciencias naturales.
O un anhelo poco precavido de predecir el futuro hasta extremos que no tienen debidamente en cuenta ni los límites de la razón ni la extremada complejidad del curso histórico.
Estas deficiencias del marxismo, como se ve, conciernen al estilo de pensamiento; pero hay otras que tienen más que ver con sus contenidos sustantivos.
Entre ellas se puede destacar esa imagen simplista de la sociedad en la que la dimensión de clase intenta dar cuenta del grueso de los problemas sociales, lo que propicia la conceptuación de los demás grupos como secundarios o subordinados, al tiempo que sumerge la diversidad de los problemas sociales en los problemas de clase.
Esa sociología simplificadora y binaria -que reduce la conflictividad social a la lucha entre clase obrera y burguesía- ha entorpecido la comprensión cabal de realidades sociales como la opresión de las mujeres o la del mundo indígena en América latina.

4. La ideología marxista no volverá a ser lo que fue

No se me escapa que el marxismo siempre tuvo una influencia menor de lo que los propios marxistas han solido afirmar. Durante décadas apareció como la ideología de los grandes partidos socialistas y comunistas. En realidad, fue más bien la ideología de minorías de miembros de esos partidos: aquellos que por su nivel de instrucción y por el vigor de su implicación en esas organizaciones estaban en condiciones de leer con provecho unos textos bastante arduos.
Con todo, es cierto que, en la época en la que el marxismo arraigó, ocupó un lugar de primer orden en la formación del moderno movimiento obrero en Europa continental. Pues bien, hay que constatar que ya no va a poder recuperar esa posición que tuvo en el pasado.
Primero, porque el marxismo se consagró en la sociedad europea occidental de comienzos del siglo XX, en una sociedad en proceso de industrialización y de urbanización, una sociedad que dejaba atrás el universo agrario comunitario, creador de una cultura peculiar, de disciplina social, de creencias y de comportamientos. El marxismo se hizo fuerte al calor del nuevo movimiento obrero, urbano e industrial, entonces en pleno ascenso.
Se puede decir que, en cierto modo, en aquel período el marxismo fue actual. Mejor o peor, hizo cuerpo con la época y fue útil respecto a las necesidades de representación del mundo y de acción política y social del movimiento en el cual se alojó y al cual sirvió.
Hoy vivimos en un mundo más complejo, la sociedad está lejos de aquella estructura bipolar y el movimiento obrero no es lo que fue. El marxismo ha ido cediendo terreno a medida que envejecían las generaciones y el movimiento que lo encarnaron.
En segundo término, para el marxismo ha supuesto un severo golpe el hecho de haber estado vinculado a experiencias estatales como la de la Unión Soviética. La función que se le hizo cumplir en tanto que ideología de Estado de aquellos regímenes policiales le ha ocasionado un descrédito del que no se puede liberar.
Tercero. Hace demasiado tiempo que las ideas marxistas inciden poco en la sociedad. Los jóvenes, exceptuado minorías muy pequeñas, no se interesan por el marxismo y prácticamente no leen nada que tenga que ver con él. Desde hace dos décadas o más casi ningún joven ha leído casi nada relacionado con el marxismo.
Existe el curioso fenómeno de algunos jóvenes que se declaran marxistas, que son partidarios de algún marxismo, pero que las más de las veces no conocen aquello a lo que se declaran fieles. Esto muestra hasta qué punto estamos ante un camino sin retorno. La referencia al marxismo, en esos casos, se ha convertido en un dispositivo identificador, más cercano al mundo de las imágenes y de los símbolos imprecisos, que al de los conceptos. Es una marca identificadora, como lo es la imagen de Che Guevara o determinadas formas de vestir.
Pero esto que ocurre con muchos jóvenes marxistas no es tan diferente de lo que sucede con bastantes marxistas mayores. No es raro que el entusiasmo y la energía con los que defienden el marxismo esté en proporción directa con su desconocimiento de la obra de Marx. En realidad, durante mucho tiempo ser marxista se ha asociado con cosas tan poco específicas como oponerse a las desigualdades sociales, estar a favor de la lucha de clases o explicar los hechos históricos invocando causas económicas.

5. Conclusión

Por todas estas razones que acabo de resumir cabe pensar que el marxismo ya no va a volver a ser lo que fue. Mi conclusión es que el marxismo, en su faceta de ideología de movimientos sociales, pertenece al pasado, y que si alguna existencia tiene todavía, ello se debe más que a sus méritos a una suerte de inercia que está prolongando su agonía.
La tarea hoy no consiste en la misión imposible de mantener viva la ideología marxista, sino en poner en pie marcos ideológicos más adecuados.
Estoy pensando en un conjunto ideológico no tan sobrecargado con grandes verdades y más abierto a la sociedad, mejor preparado para comprender nuestra época y para captar lo nuevo, con ideas fuertes pero no tan tiesas y pretenciosas como las que menudearon en las grandes ideologías del siglo XIX.
En el presente habría que hablar menos de doctrina y más de estilo de pensamiento; menos de previsiones científicas y más de valores morales. Habría que restar espacio a la autosatisfacción cegadora y creadora de conformismo, en beneficio de la crítica y la autocrítica.
Necesitamos comprender mejor un mundo tan enmarañado como dinámico y el marxismo poco puede contribuir a avanzar en esa dirección.
La sociedad carece de proyectos y el marxismo apenas puede dárselos.
Esta humanidad plural necesita comunicación y nuevos espacios de entendimiento y el marxismo no es capaz de ayudar en ese empeño.
Hace falta que la gente de mi generación, la que irrumpió en los años sesenta y setenta, y que tanto aportó a la lucha contra el franquismo, pase la prueba de la autotransformación y ponga su reloj en hora con lo mejor de la juventud actual.
Digo yo que es tiempo de aplicar nuestra inteligencia a abrir caminos más satisfactorios, de promover un pensamiento más fértil y más exigente para unos sujetos sociales más conscientes, más autónomos y más combativos.


(Página Abierta, nº 123, febrero de 2002)

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