Eugenio del Río
Medio siglo después: de una indignación a otra
(Epílogo del libro De la indignación de ayer a la de hoy. Transformaciones ideológicas en la izquierda alternativa en el último medio siglo en Europa occidental, Madrid: Talasa, 2012).

Libro Eugenio del Río http://www.talasaediciones.com
 
Lo más difícil de aprender en la vida es
qué  puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar.

Bertrand Russell

La movilización de miles de jóvenes que acudieron a limpiar las playas gallegas tras el naufragio del Prestige, en el año 2002, puso de manifiesto que seguía existiendo, y constituyendo una fuerza social viva, un tipo de jóvenes solidarios que habían irrumpido en los años noventa.

Con motivo de aquella movilización frente al desastre del Prestige escribí lo que sigue en un artículo:

  «Los jóvenes de los noventa no se han desvanecido en el aire. La cuestión ahora reside en saber si, además de la generosidad mostrada, suficientes jóvenes han sacado las lecciones de la trayectoria de los noventa y si, entre estos jóvenes, se irá abriendo paso una conciencia más crítica y autocrítica, capaz de alumbrar una fuerza social más consistente que la que surgió en la década anterior» (2005, p. 52).

En el año 2003 tuvieron lugar las importantes manifestaciones contra la guerra en Irak y después vino un período de letargo que ha durado hasta 2011, año en el que se han producido las grandes movilizaciones de los indignados o del 15-M, que han acabado con ese período de hibernación. Los jóvenes de los noventa ya no son jóvenes, pero quienes les han sucedido, en generaciones sucesivas, tienen un aire parecido al de aquellos y han irrumpido con fuerza en la escena pública.

Dimensiones ideológicas del 15-M

Las movilizaciones que englobamos bajo el nombre de 15 de Mayo (15-M) representan un episodio mayor en la historia de la resistencia social a los abusos e injusticias de las últimas décadas.

No analizaré aquí en sus variados aspectos esta destacada experiencia. Sí, en cambio, las novedades que ha traído consigo en el ámbito de las ideas, que es el objeto de este libro. Para ello me han resultado de especial interés los lúcidos e incisivos trabajos de Fernando Fernández-Llebrez (2011) y de Xabel Vegas (2011), partícipes ambos en el 15-M y, a la vez, alejados de cualquier autocomplacencia.

En esta ocasión tomaré como referencia principal las ideas manifestadas en el “laboratorio” madrileño, aunque su gestación ha desbordado pronto ese marco y ha venido a ser el resultado de una intensa comu­nicación entre lugares diferentes.

El 15-M, al menos durante su primer año, ha sido bastante plural en el orden ideológico. Lo que ha aparecido como común, en todo caso, no ha sido una ideología extensa, compacta, del estilo de las anteriores sino un conglomerado de ideas, un cuerpo de fronteras difusas en el que se han yuxtapuesto fragmentos ideológicos variados. Sin duda, ha habido sectores que se sentían identificados con alguna de las grandes ideologías de izquierda anteriores. Algunas ideas relacionadas con ellas han dejado su huella en el universo ideológico del 15-M, pero esas ideologías como tales no han formado la identidad ideológica más extendida.

«Unos nos consideramos más progresistas, otros más conservadores. Unos creyentes, otros no. Unos tenemos ideologías bien definidas, otros nos consideramos apolíticos… Pero todos estamos preocupados e indignados por el panorama político, económico y social que vemos a nuestro alrededor. Por la corrupción de los políticos, empresarios, banqueros… Por la indefensión del ciudadano de a pie.
(…)

»Las prioridades de toda sociedad avanzada han de ser la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas».

Manifiesto de ¡Democracia Real Ya! (marzo de 2011).


Hay que destacar la actitud pluralista, que ha dado al 15-M un apreciable sello distintivo y que ha hecho posible la inclusión de sectores extremadamente variados. La existencia de una comisión de respeto es síntomática de la impor­tancia acordada a la convivencia entre personas de ideas diversas, a la libertad de expresión, a la capacidad para escuchar, a la participación, a la transparencia. Uno de los mayores éxitos del 15-M ha estado precisamente en la creación de foros amables y respetuosos, en los que han podido desplegarse iniciativas múltiples y de gran creatividad. Esta encomiable actitud ha estado unida, no obstante, a un problemático relativismo bastante implantado en las redes del 15-M.
Especialmente loable ha sido la defensa de los procedimientos pacíficos, el rechazo del uso de la violencia para alcanzar sus objetivos, lo que dice mucho a favor de los miles y miles de personas movilizadas, al tiempo que explica la buena acogida del 15-M en los más diversos medios sociales.

El 15-M ha supuesto una reacción frente a la resignación fatalista, frente al “no hay nada que hacer” ante enemigos muy poderosos y ha contribuido a reactivar la conciencia crítica en la sociedad española.

Ha sido un clamor de una parte importante de las generaciones jóvenes –a la que se han sumado muchas personas de mayor edad–. Estas generaciones, pese al alto nivel de su formación, están condenadas a aceptar trabajos precarios que no corresponden a su cualificación o a percibir unos salarios especialmente bajos. También a independizarse muy tarde y a no encontrar una vivienda accesible y digna. El lema No somos mercancías encontró una rápida y vasta aceptación.

La crisis en la que se halla sumida Europa ha venido a dar un mayor sentido a la protesta. La demanda de una intervención popular más activa y de unas políticas más acordes con las necesidades de la población se ven reforzadas ante la incapacidad de los Gobiernos europeos, prisioneros de los mercados financieros, para poner fin a la aberración que representa el sometimiento de las políticas públicas a la codicia del mundo de las finanzas.

Las denuncias han encontrado un campo abonado en el malestar acumulado durante años. Quienes han impulsado el 15-M han tenido el mérito de acertar a comunicar sus mensajes –por medio de lemas claros y contundentes, aunque no siempre exentos de problemas, como luego señalaré– a buena parte de la población, sintonizando con los sentimientos de sectores relativamente amplios de la juventud y de las restantes generaciones, lo que se ha traducido en grandes movilizaciones, capaces de condicionar a las instituciones políticas.

El 15-M, en efecto, al conseguir un respaldo masivo ha podido influir en las instituciones y en las decisiones políticas, lo que me parece un logro de particular importancia en el marco español de las últimas décadas, en el que el campo de las reivindicaciones sociales ha dependido exclusivamente de los sindicatos. Con el 15-M, la protesta social, la reivindicación, la presión sobre las instituciones se han expandido y han recibido un nuevo impulso.

Las movilizaciones han permitido comprobar que era posible resistir frente a una situación social inaceptable. Los éxitos alcanzados en las movilizaciones han propiciado, a su vez, un desarrollo de las fuerzas dispuestas a reaccionar. Ha venido a ser una demostración práctica de que se podía producir un impacto considerable en la sociedad, e incluso a escala internacional.

La inteligente y masiva utilización de las redes sociales ha hecho posible activar miles de interfaces útiles para comunicarse a gran escala.

Un gran acierto ha sido también la constitución de espacios urbanos propios, que sirvieron como lugar de encuentro, y para dar vida a nuevas prácticas de diálogo. También como plasmación material de la movilización. Los espacios han servido de aglutinante y de referencia. Han sido igualmente amplificadores de los mensajes dirigidos a toda la sociedad.
Las plazas ocupadas en muy distintos lugares del mundo han contribuido a impulsar una nueva conciencia internacional, una conciencia de padecer problemas similares, una conciencia de la necesidad de articular respuestas comunes.

Cuando el 15-M dio sus primeros pasos se pudo observar una relativa concentración temática: cierta cantidad de ideas-fuerza que expresaban un descontento extendido no sólo entre jóvenes, como se encargarían de desvelar posteriormente las sucesivas encuestas.

En la segunda mitad de mayo de 2011 hubo algunos intentos de traducir la insatisfacción de la que se nutría la movilización en objetivos programáticos o en reivindicaciones concretas.

Se diría que para que la movilización pudiera llegar a consolidarse como un movimiento necesitaba algo parecido a un programa. Pero, paralelamente, eran patentes las dificultades para elaborar algo parecido y que, además, cuadrara con la pluralidad de voces que se hacían oír.

En poco tiempo se sucedieron varias listas de objetivos.
Después de algunas más sucintas, en la asamblea de la Puerta del Sol del 20 de mayo, se alcanzó un acuerdo sobre los puntos que reproduzco literalmente.

1. Cambio de la Ley Electoral para que las listas sean abiertas y con circunscripción única. La obtención de escaños debe ser proporcional al número de votos.

2. Atención a los derechos básicos y fundamentales recogidos en la Constitución, como son: derecho a una vivienda digna, articulando una reforma de la Ley Hipotecaria para que la entrega de la vivienda en caso de impago cancele la deuda; sanidad pública, gratuita y universal; libre circulación de personas y refuerzo de una educación pública y laica.

3. Abolición de las leyes y medidas discriminatorias e injustas como han calificado la Ley del Plan Bolonia y el Espacio Europeo de Educación Superior, la Ley de Extranjería y la conocida como Ley Sinde.

4. Reforma fiscal favorable para las rentas más bajas, una reforma de los impuestos de patrimonio y sucesiones. Implantación de la Tasa Tobin, que grava las transferencias financieras internacionales y supresión de los paraísos fiscales.

5. Reforma de las condiciones laborales de la clase política para la abolición de sus sueldos vitalicios, así como que los programas y las propuestas políticas tengan carácter vinculante.

6. Rechazo y condena de la corrupción. Que sea obligatorio por la Ley Electoral presentar unas listas libres de imputados o condenados por corrupción.

7. Medidas plurales con respecto a la banca y los mercados financieros en cumplimiento del artículo 128 de la Constitución, que determina que «toda la riqueza del país en sus diferentes formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general». Reducción del poder del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo. Nacionalización inmediata de todas aquellas entidades bancarias que hayan tenido que ser rescatadas por el Estado. Endurecimiento de los controles sobre entidades y operaciones financieras para evitar posibles abusos en cualquiera de sus formas.

8. Desvinculación verdadera entre la Iglesia y el Estado, como establece el artículo 16 de la Constitución.

9. Democracia participativa y directa en la que la ciudadanía tome parte activa. Acceso popular a los medios de comunicación, que deberán ser éticos y veraces.

10. Verdadera regularización de las condiciones laborales y que se vigile su cumplimiento por parte de los poderes del Estado.

11. Cierre de todas las centrales nucleares y la promoción de energías renovables y gratuitas.

12. Recuperación de las empresas públicas privatizadas.

13. Efectiva separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

14. Reducción del gasto militar, cierre inmediato de las fábricas de armas y un mayor control de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

15. Recuperación de la Memoria Histórica y de los principios fundadores de la lucha por la Democracia en el Estado.

16. Total transparencia de las cuentas y de la financiación de los partidos políticos como medida de contención de la corrupción política.

La elaboración programática por agregación de retazos más o menos inconexos pronto se reveló tan laboriosa como poco útil. Además forzaba la naturaleza del 15-M.
Este tuvo desde el comienzo un carácter fundamentalmente expresivo: su empeño principal iba dirigido a mostrar un descontento, criticar, denunciar, tirar de la señal de alarma, ser un aldabonazo en la conciencia cívica.

Se refirió a esta cuestión muy atinadamente Jesús Casquete:

 

«La indefinición programática –escribió– puede ser un activo fundamental para movimientos que intentan dar cauce a sentimientos como la indignación, la impotencia, el miedo o la desesperanza. Estos sentimientos son susceptibles de concitar el apoyo de energías plurales cuando lo que prevalece es el plano difuso de la negatividad. La concreción propositiva resulta, por el contrario, potencialmente divisoria. (…) Ahí radica la fortaleza mostrada desde su irrupción por el movimiento, al mismo tiempo que es un factor de su vulnerabilidad a medio plazo» (Casquete, 2011).

Las tentativas de proyectar la fuerza movilizadora hacia un programa amplio de múltiples objetivos contrariaban el carácter plural y expresivo inicial del 15-M y lo empujaban hacia un terreno plagado de obstáculos. Lo colocaban ante la enorme dificultad de aunar puntos de vista, propósitos y aspiraciones plurales. La fidelidad al pluralismo, que ha sido uno de los valores más relevantes del 15-M, obligaba a renunciar a concretar los objetivos políticos en un programa multifacético, a circunscribir a unos pocos puntos su dimensión programática y a seguir dando peso a lemas e imágenes, y a acciones con vigor propagandístico, que hicieran valer sus ideas-fuerza.

Pero, a la vez, concretar algunos propósitos en forma de objetivos políticos y económicos es también necesario para que la energía del 15-M pueda desem­bocar eficazmente en el plano político y presionar a quienes finalmente toman las decisiones políticas.

Es preciso, al propio tiempo, para tratar de evitar que la exasperación y las frustraciones que han alimentado las movilizaciones, a falta de la debida con­creción, se queden en vagas y airadas condenas de “los políticos”, “el sistema”, “el régimen”, “el bipartidismo” y beneficien a fuerzas populistas que nada tienen que ver con el 15-M.

El 26 de mayo se adoptaron unos puntos reducidos. Una nueva asamblea general acordó un consenso de mínimos, dejando para mejor ocasión el desa­rrollo de las facetas económicas, sobre las que se constató que la pluralidad de puntos de vista hacía imposible un acuerdo.

1. Reforma electoral, encaminada a una democracia más representativa y de proporcionalidad real, y con el objetivo adicional de desarrollar mecanismos efectivos de participación ciudadana.

2. Lucha contra la corrupción, mediante normas orientadas a una total transparencia política.

3. Separación efectiva de los poderes públicos.

4. Creación de mecanismos de control ciudadano, para la exigencia efectiva de responsabilidad política.

El 15-M es un gesto de protesta frente al mundo político oficial y contra la banca.

Al primero le reprocha estar encastillado y gobernar a distancia de la población y de sus problemas. También la falta de transparencia de su labor y el clientelismo, así como los casos de corrupción y la insuficiente respuesta ante ellos.

Ha hecho hincapié en las deficiencias de la representación política; en la eliminación de los privilegios de los políticos; en el cambio de la Ley Electoral para hacerla proporcional; en las consultas en referendos.

Su denuncia ha tomado como blanco también a los poderes financieros, puestos en la picota por el control que ejercen sobre las políticas públicas.

El 15-M manifiesta un extendido malestar, sobre todo de las generaciones jóvenes, especialmente perjudicadas por el curso tomado por las políticas económicas y sociales. De ahí buena parte del éxito alcanzado.

«Nosotros, los desempleados, los mal remunerados, los subcontratados, los precarios, los jóvenes… queremos un cambio y un futuro digno. Estamos hartos de reformas antisociales, de que nos dejen en el paro, de que los bancos que han provocado la crisis nos suban las hipotecas o se queden con nuestras viviendas, de que nos impongan leyes que limitan nuestra libertad en beneficio de los poderosos. Acusamos a los poderes políticos y económicos de nuestra precaria situación y exigimos un cambio de rumbo».

Comunicado de prensa de ¡Democracia Real Ya! (17 de mayo de 2011)

¿La calle frente a las urnas?

 

La dinámica de la autoorganización social no diluye
los dilemas de la lucha por el poder estatal, de la formación conflictiva de la voluntad general, de la institucionalización de las reglas de la convivencia social y de deliberación pública, de la admi­nistración equitativa de los recursos, de la representación de los ciudadanos y de su participación activa en los asuntos públicos.

Marc Saint-Upéry

Entre las facetas más controvertidas del 15-M figura su actitud hacia la política.

¡Democracia Real Ya!, que desempeñó un papel muy destacado en la formación de las ideas del 15-M, subrayó en sus primeros textos su independencia de partidos y sindicatos, pero mostrando, al mismo tiempo, su distancia ante el apoliticismo.

 

«La plataforma ¡Democracia Real Ya! es un movimiento social de España que se autodefine como apartidista, asindical, pacífico, contrario a formar parte de cualquier ideología pero no apolítico. (…) La plataforma considera que los ciudadanos no están representados ni son escuchados por los políticos actuales, y exige un cambio de rumbo en la política social y económica que ha llevado a numerosas personas al paro y a la precariedad, dentro del contexto de la crisis económica de 2008-2011. Denuncia ade­más las prácticas de las grandes corporaciones y plantea una serie de reivindicaciones» (¡Democracia Real Ya! en Wikipedia).

El 15-M es una respuesta a las lacras de una economía especialmente injusta y antiigualitaria, que creció sobre bases insostenibles y que, bajo el impacto de la crisis, está causando un destrozo social de primera magnitud.

Responde también a los males profundos y persistentes del sistema político español: la influencia que sobre él ejercen los poderes económicos españoles y transnacionales; la corrupción; el trato desigual a los distintos electorados; el distanciamiento del mundo político oficial respecto a la población y, en particular, a sus sectores más frágiles.

El 15-M ha venido demandando más y más fluidas vías para la participación popular, ha denunciado la corrupción y criticado la deficiente comunicación de los políticos con quienes les han elegido, el abuso del secreto para proteger la actividad de las élites políticas, las carencias en las prácticas de la representación y de la rendición de cuentas, las listas cerradas y los hábitos oligárquicos que se ven favorecidos por las listas cerradas, el corporativismo de los partidos políticos.

La ausencia de proporcionalidad en el sistema electoral ha merecido severas críticas. No es admisible, en efecto, la injusta desigualdad del voto, con el consiguiente perjuicio para los ciudadanos y para las opciones políticas que se ven subrepresentadas por la falta de proporcionalidad. La imprescindible corrección de la Ley Electoral nunca se ha planteado por los grandes partidos y por sus principales socios ocasionales, el Partido Nacionalista Vasco, Convergència i Unió o Coalición Canaria. Bien está que el 15-M haya denunciado esta lacra duraderamente tolerada.

El 15-M ha puesto el dedo en llagas bien visibles del sistema político español. A ellas se añade el problema que supone la existencia de una estructura institucional particularmente distante, cual es la Unión Europea, cada vez más influyente sobre las decisiones políticas del Estado español.

Pero en los mensajes emitidos en el ámbito del 15-M hallamos aspectos más problemáticos. Esto ocurre con ciertas generalizaciones que han ido ganando fuerza –aunque no se puede presumir que son compartidas por todas las personas identificadas con el 15-M–, muchas veces en forma de lemas o consignas, como: “No nos representan”, “PSOE y PP la misma mierda es. PPSOE”, “Le llaman democracia y no lo es”, “No es democracia; es partitocracia”.

Quienes han sido elegidos para puestos de representación deberían tomar nota de las insatisfacciones existentes respecto a su forma de representar a su electorado. En los sondeos realizados por el centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), las personas interrogadas sobre los principales problemas de España vienen situando a “La clase política, los partidos políticos” en tercer lugar (en la encuesta hecha pública en marzo de 2012, figuraba, con un 19,4%, detrás del paro, con un 84,0%, y de la situación económica, con un 52,3%). Lo cierto es que una parte de la población está preocupada por “los políticos”, y decepcionada. Se ve deficientemente representada en las instituciones y no está contenta con la suerte que le reservan esas instituciones con sus políticas.

Así y todo, la descalificación absoluta de todos cuantos han sido elegidos para representar a la sociedad en las instituciones plantea algunos problemas. Aunque nos irriten los parecidos entre muchos de los políticos, no es realista ni justo afirmar que todos son iguales.

Sin duda, algunos comportamientos y ciertas decisiones contribuyen a nutrir esta percepción. Las medidas políticas tomadas por el Gobierno del PSOE en mayo de 2010, bajo la presión de una Unión Europea inmersa en el dogmatismo neoliberal, han podido ser determinantes de la extensión de una conciencia crítica en la juventud frente al Gobierno de Zapatero y a equipararlo con el PP.

Las políticas puestas en práctica por el PP desde su llegada al Gobierno, en noviembre de 2011, muestran, con todo, que PP y PSOE no son idénticos.

La democracia española es deficiente en diversos aspectos y sus males se han puesto de manifiesto en los últimos años de forma especialmente llamativa al quedar patentes sus servidumbres hacia los poderes financieros interiores e internacionales. Pero quien ha conocido una dictadura sabe que ambas cosas no son iguales; resulta excesivo aquello de le llaman democracia y no lo es.

El nombre mismo de ¡Democracia real, Ya! sugiere que la democracia actual es irreal. No que sea defectuosa, sino que no es realmente democracia y que se precisa otra que sea real. Esto va más lejos que las concreciones programáticas (defensa de la proporcionalidad electoral, acción contra los desahucios, o contra los recortes en la enseñanza…) que han venido apareciendo, y que están dirigidas a complementar o a enmendar la democracia liberal actual en algunos aspectos, pero no a acabar con el régimen político actual para instaurar uno radicalmente diferente que no se sabe en qué podría consistir.

El rechazo indiscriminado de los políticos, los partidos (con frecuencia, con especial énfasis, también de los sindicatos), no conduce a realizar las correcciones necesarias del régimen político sino a facilitar el desembarco de nuevas fuerzas demagógicas, poco fiables desde un punto de vista democrático, los partidos que se ha dado en llamar populistas, que tratan de conectar con la exasperación social halagando los sentimientos primarios y las actitudes irracionales, y que amenazan con conseguir que una parte del electorado de izquierda se desgaje a favor de opciones que se presentan como alternativas a los políticos.

Llama la atención, en los ambientes del 15-M, la subestimación del ámbito de las mediaciones –cuando no la aversión hacia ellas– en la organización política estatal. Las mediaciones políticas, sin embargo, son inexcusablemente necesarias, más aún en las sociedades modernas y de gran escala, como la nuestra, altamente tecnificadas y con unos problemas de gestión sumamente complejos.

No hay democracia sin intermediarios.

Las características de las mediaciones (partidos, representantes electos…) dependen del nivel cultural de la sociedad, de la implicación de la población en las redes asociativas, de su voluntad de intervenir en la vida pública, de las vías de participa­ción abiertas por el desarrollo de las técnicas de la información y de la comunicación. Y también, obviamente, de los cauces establecidos para hacer posible la participación y para estimularla.

Los cambios de la sociedad demandan, y hacen posibles, transformaciones en la esfera de las mediaciones. Pero estas son siempre necesarias. Lo que hace falta es que la población esté suficientemente informada de los asuntos más importantes, que pueda participar en la toma de decisiones o en la elección de quienes las toman, que sus opiniones sean tenidas en cuenta.

Las mediaciones son imprescindibles no sólo para gestionar los asuntos públicos, sino también para permitir la formación de voluntades políticas en la sociedad y para la toma de decisiones. Ambas cosas son el resultado, o deben serlo, de sucesivos movimientos de ida y vuelta en los que se opera un diálogo entre instituciones y sociedad.

Es ineludible que haya personas y organismos mediadores, encargados de la esfera política institucional. Las personas que están al frente de esos organismos no son elegidas en las dictaduras; en las democracias liberales, sí. No es una diferencia insignificante.

Bien es cierto que la existencia de una esfera de políticos profesionales, más o menos permanentes, abre un margen de posibilidades –un espacio autónomo– en el que pueden menudear los abusos y las desviaciones de la función de representar.

Oponer, por lo demás, la democracia representativa a la democracia directa, como se escucha con frecuencia, carece de sentido. Dado que una democracia estrictamente directa es un ente ni siquiera imaginable (toda la gente no puede estar todo el tiempo resolviendo todos los problemas.), de lo que se está hablando es de procedimientos democráticos directos o semidirectos (los referendos, especialmente), que, por su propia naturaleza, no son aplicables de manera muy continuada ni pueden abarcar el conjunto de las decisiones políticas. Ciertamente, las trabas para recurrir al referéndum en el sistema político español son demasiado grandes. Sería deseable un mayor recurso a las vías de democracia directa o semidirecta para contribuir a impulsar la participación popular y para vivificar un régimen político necesitado de una mayor apertura a la sociedad. Pero reclamar un cambio sobre el particular no nos hace ignorar que el uso intensivo de los referendos, como ocurre en Suiza, tampoco ofrece unos resultados irreprochables.

Por otro lado, en los lemas que han proliferado se advierte una contraposición extrema entre la política oficial y la sociedad, entre la democracia de las urnas y la democracia de la calle.

En las izquierdas alternativas se ha oscilado usualmente entre dos concepciones diferentes, aunque muchas veces ambas cosas han coexistido sin mayores dificultades.

De una parte, una visión exageradamente crítica con la sociedad, así, en su conjunto, quizá porque las mayorías sociales no se suman a tales o cuales afanes de esas izquierdas o porque, según sus preferencias, votan mal.

De otra parte, una mitificación de la sociedad, o del pueblo, y de lo social frente a la política y los políticos. Es como si política y sociedad fueran dos universos enteramente separados e independientes, siendo los políticos responsables de unas situaciones desgraciadas en las que la sociedad no tiene ninguna responsabilidad. La sociedad se convierte en una entidad ilusoria, etérea, en la que no es posible percibir lastres importantes.

Como ha sucedido muchas veces, diversos grupos y movimientos muestran una extrema incomodidad ante la política concreta. Si bien es cierto que la apología del sistema político se sostiene sobre un sinfín de ilusiones y ficciones, la defensa de la calle y de sus movimientos como una entidad no contaminada vive de sus propios espejismos.

De acuerdo con ese punto de vista, los problemas no están en la sociedad sino en los políticos, hasta el punto de rescatar una consigna que se ha solido emplear para combatir a las dictaduras: Abajo el régimen, arriba el pueblo, como si los políticos fueran una categoría homogénea y plenamente rechazable y como si la calle fuera la encarnación, también homogénea, de los mejores valores.

Además, cuando se invoca la democracia de la calle frente a la democracia de las urnas se está pretendiendo que tienen más valor las opiniones y exigencias de las minorías que se manifiestan (aunque sea masivamente), una especie de voto de calidad, que las opiniones de las mayorías sociales cuando votan.

En Europa, hace mucho que los grandes partidos de izquierda han desertado de la calle y se han refugiado en las urnas. Pero harían bien, tanto ellos como las instituciones salidas de las urnas, en prestar mayor atención a las manifestaciones masivas. El ejercicio del sufragio no es la única forma de hacer valer las demandas sociales. El voto es necesario, pero también lo es que la política no permanezca encerrada entre las paredes de los Parlamentos y de los Gobiernos.

Es chocante la hostilidad que el mundo político oficial muestra hacia los sectores antisistema cuando son ellos los que, desde su torre de marfil, están expulsando a mucha gente todos los días.

Los partidos y las instituciones políticas tienen el deber de escuchar. Deberían tener en cuenta las voces que suben de la calle y esforzarse por dialogar con quienes expresan sus críticas y su descontento fuera del Parlamento.

Además, los Gobiernos han de recordar que lo son gracias a los votos de una minoría, la mayor de las minorías pero solo una minoría. El actual Gobierno español consiguió la mayoría absoluta de los escaños parlamentarios con el 44,62% de los votos en unas elecciones en las que se abstuvo el 28,31% del electorado. Es un respaldo social significativo pero no justifica que ignore a cuantos no aprueban sus iniciativas. Debería atender a las voces de la calle y a las restantes minorías políticas.

La calle, a su vez, está interesada en hacer llegar su voz a las mayorías que no se movilizan, lo mismo que están interesadas en que sus demandas acaben desembocando en la política, en las decisiones gubernamentales, en las leyes.

Las actitudes aparentemente predominantes en el 15-M respecto a la política, a los políticos y a los partidos políticos, le han descolocado ante las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, en las que resultaba de especial importancia reforzar la oposición al Partido Popular. No era indiferente que el Partido Popular pudiera formar un Gobierno apoyado por una mayoría absoluta en el Parlamento, como así ha ocurrido.

Ese Gobierno, nada más constituirse, ha lanzado los más duros ataques contra el principio de solidaridad tratando de reducir su presencia en la vida pública, en particular en su aplicación a la sanidad, la enseñanza y la seguridad social. Igualmente, la ha emprendido contra los derechos laborales adquiridos, interviniendo descaradamente a favor del poder de los empresarios y en contra de los trabajadores. La conjunción de fuerzas sociales y políticas para dar respuesta a estos hechos es una de las necesidades más apremiantes en el momento actual.

De momento es una incógnita cuáles podrán ser las aportaciones del 15-M a esos debates y cómo actuará respecto a lo que va a ser una creciente necesidad: la confluencia de las fuerzas que se oponen a la política gubernamental.

No abordaré aquí, en fin, otras cuestiones, como las referentes a la cultura asociativa, al concepto de las asambleas, a las prácticas para la toma de decisiones, a la noción de liderazgo y a otros muchos aspectos sobre los que se pueden hallar observaciones muy acertadas en los mencionados textos de Xabel Vegas y de Fernando Fernández-Llebrez.

Tampoco me detendré en una faceta tan interesante como es la de las transformaciones de las estructuras organizadas o la de su capacidad de convocatoria, hasta ahora muy importante, como se ha podido comprobar en las grandes manifestaciones posteriores al 15-M (19 de junio y 15 de octubre de ese mismo año, y 12 de mayo de 2012).

Lo dicho en estas páginas concierne a los aspectos ideológicos propios del primer año de existencia del 15-M y, de manera especial, al período en el que se mantuvieron las acampadas. En los últimos tiempos se han verificado ciertos desplazamientos ideológicos en los grupos organizados y en las asambleas territoriales. Es difícil saber qué rumbo irán tomando en el período venidero.

Las inclinaciones ideológicas de las últimas generaciones

La consideración de las ideas del 15-M nos conduce al terreno, más amplio y peor delimitado, de las tendencias ideológicas de las últimas generaciones, las mismas que han impulsado esta singular experiencia.

Estoy pensando en los jóvenes que, a pesar de la imprecisión de los términos que me veo obligado a emplear, podemos designar como socialmente avanzados, solidarios, inconformistas, lo que excluye, ciertamente, a los jóvenes de derecha o a los que se mantienen a buena distancia de las movilizaciones sociales.

El sector de la juventud al que me refiero lleva a cabo su labor en diversas organizaciones no gubernamentales y, también, en distintos movimientos sociales y, en ocasiones, en plataformas culturales, o, simplemente, no realiza una labor social de manera permanente. Representan un porcentaje muy pequeño quienes, dentro de este sector, pertenecen a partidos políticos.

Desde los años noventa han contado con expresiones propias, algunas de ellas antes mencionadas, como la plataforma en favor de la entrega del 0,7% del Producto Interior Bruto para la Ayuda Oficial al Desarrollo, el movimiento por la abolición de la deuda externa, las movilizaciones en relación con el naufragio del Prestige o, poco después, contra la guerra de Irak, el movimiento antiglobalización o alterglobalizador. Pese a la diversidad ideológica que encontramos en este campo, advertimos en él unos rasgos extendidos que afectan en cierta medida a la esfera de las ideas, que es la materia de este libro.

Antes que nada hay que subrayar el carácter fragmentario y un tanto disperso del mundo ideológico de las generaciones que se suceden desde comienzos de los noventa del siglo XX. No obstante, llama la atención la continuidad de ciertos rasgos ideológicos en esas hornadas de jóvenes.

Como he reiterado, la mayor parte del sector más activo y comprometido de la juventud ya no se interesa por las ideologías a la vieja usanza (marxismo, anarquismo), ni se identifica con ellas, ni apoya otras nuevas que pudieran tener una función equivalente. Tampoco se implica en la mayoría de los casos en redes religiosas. Ni cree en grandes proyectos de transformación social a largo plazo.

Le mueven más los objetivos cercanos en el tiempo. No posee una conciencia obrera o de clase, como sus padres de izquierda. En ocasiones se orienta hacia uno u otro nacionalismo, pero en muchos casos se desenvuelve en un horizonte cosmopolita.

En lugar de una gran ideología, lo que impulsa y guía su actividad social son más un puñado de buenos valores y de buenos sentimientos, al igual que el rechazo de ciertas realidades políticas, económicas y sociales. Tampoco son determinantes en su forma de pensar unos principios explicitados. Descubrimos algunas aspiraciones de transformación social, ya sea generales y no muy concretas, ya sea de alcance más limitado y, en este caso, en muchas ocasiones muy concretas. También pesan lo suyo algunos fragmentos de ideologías, preferentemente de las ideologías especializadas o moleculares, al igual que la identificación con causas y movimientos diversos.

En lo tocante al estilo de conocimiento cabe resaltar una tendencia a percibir la realidad con fuertes interferencias ideológicas, de ideas y deseos que condicionan su visión del mundo real. Este conocimiento bastante ideologizado produce, con frecuencia, representaciones deformadas del pasado y del presente, así como de sus propias capacidades para cambiar las cosas. Curiosamente, se combinan de mil formas un realismo indudable al abordar muchos asuntos prácticos e inmediatos con unas concepciones fantasiosas, no exentas de ingenuidad.

En las últimas décadas, la relativa democratización de la enseñanza superior ha modificado sensiblemente la cualificación profesional y el nivel cultural de quienes participan en la vida asociativa y en las movilizaciones actuales. Pero se echan en falta unos hábitos intelectuales más rigurosos y exigentes. La educación en valores, a la que se ha venido concediendo atención en las últimas décadas, no incluye, como debería, los valores característicos del pensamiento científico.

A cada paso encontramos un loable interés por comprender los hechos y por actuar de manera realista, pero ese propósito, a menudo, no se ve debidamente acompañado por un mayor rigor en el plano intelectual.

Se puede constatar, en cualquier caso, un aumento de las capacidades para informarse, para comunicarse y para actuar. Las vías abiertas en la Red proporcionan unos útiles importantes, que están siendo usados intensamente.

En todo esto influyen sobremanera las actuales actitudes juveniles hacia el mundo teórico; hacia los saberes no inmediatamente conectados con las realidades prácticas sobre las que se opera ni inmediatamente orientados a la acción; hacia el caudal de instrumentos (conceptos, teorías explicativas, métodos, capacidades lógicas…) que, cuando existen, producen una mirada más exigente sobre las distintas realidades y sobre la propia actuación.
Sería provechoso que estas generaciones de activistas pudieran contar con más y mejores recursos en este campo, lo que les permitiría ser más autoexigentes al pensar el mundo real, al razonar, al considerar los hechos y analizarlos.

Podrían, con más fundamento, clasificar, comparar, buscar regularidades y analogías, formular hipótesis y comprobarlas, establecer proposiciones generales que incorporasen proposiciones particulares, disponer de teorías que ensancharan y enriquecieran el campo explicativo.

Las últimas generaciones se han librado de servidumbres ideológicas anteriores, lo que, a mi juicio, venía siendo una apremiante necesidad. Pero ese alejamiento de los lastres del pasado no ha sido fruto de un esfuerzo adecuado de reflexión crítica. El modo superficial, espontáneo, escasamente reflexivo, de desembarazarse de las anteriores ideologías hace que, con frecuencia, resuciten algunos de sus componentes, que son acogidos favorablemente por muchos jóvenes, a falta de una perspectiva crítica para enjuiciarlos, pensando que se hallan ante algo nuevo.

Los cambios en la formación y en las capacidades de las gentes jóvenes que dan vida a las experiencias asociativas y de movilización más recientes no han traído consigo una superación de uno de los límites más afianzados en estas generaciones. Me refiero a su débil cultura histórica. Se trata de generaciones poco enraizadas históricamente. El escaso conocimiento histórico, lo que incluye las trayectorias anteriores de la izquierda social, política e ideológica es una deficiencia muy visible.

El actual cuadro ideológico alternativo comparado con el de hace medio siglo

En las últimas décadas del siglo XX, como hemos visto, se registró una desestabilización ideológica importante en la izquierda social europea. En ese período de crisis se produjo la desintegración de la anterior conciencia sobre la existencia de un sujeto social transformador, papel que venía siendo atribuido a la clase obrera. Han perdido entidad las grandes representaciones que concebían el curso histórico orientado hacia un fin (los metarrelatos o grandes narrativas de las ideologías de la izquierda, en el lenguaje posmoderno). Hemos asistido al crepúsculo de la gran ideología de la izquierda europea, el marxismo, por más que en algunos países de Europa su influencia nunca llegó a ser tan fuerte como en el Sur europeo. Han aumentado las dificultades en la defensa de las conquistas sociales del Estado del bienestar en el nivel alcanzado hasta comienzos de los años setenta. La credibilidad de los proyectos colectivistas se ha visto reducida a escombros, en especial tras el hundimiento de la Unión Soviética. Una vez desaparecido el régimen soviético, perdió entidad, como no podía ser menos, el mecanismo de identificación colectiva que había supuesto para millones de personas la adhesión a ese régimen.

A través de los caminos que hemos ido recorriendo en las páginas de este libro hemos observado cambios de gran envergadura en los marcos ideológicos de los movimientos de oposición alternativa.

El vacío ideológico dejado por las grandes ideologías anteriores ha sido colmado, o bien por ideologías a las que algunos autores han llamado moleculares, que no tienen aspiraciones tan extensas como las del marxismo y que abarcan ámbitos más o menos especializados, o bien por ideas, aspiraciones y valores que no pretenden constituir una ideología integral.

Se observan mutaciones relevantes, asimismo, en cuanto a la estanqueidad entre los campos ideológicos. Las rígidas fronteras ideológicas anteriores han sido sustituidas por unas relaciones más abiertas y fluidas.

La intensidad misma de las ideas (la importancia que se les atribuye, el lugar que ocupan en las biografías personales, lo que cada cual está dispuesto a hacer para defenderlas…) se ha reducido sensiblemente.

Las necesidades de identificación ideológica se atienden hoy con procedimientos distintos a los anteriores. En el período al que he dedicado los primeros capítulos del presente volumen se advirtieron cinco elementos ideológicos con una vigorosa función identificadora:

1) La ideología, en sentido fuerte –principalmente el marxismo–, como un creador destacado de la identidad colectiva.

2) La referencia a la clase obrera, supuestamente portadora de una dinámica orientada hacia el socialismo.

3) Los proyectos o programas de transformación global; en suma: una idea de la sociedad ideal.

4) La identificación con regímenes (Unión Soviética, China, Cuba...) a los que se consideraba como la encarnación de los propios ideales.

5) Algunos movimientos o causas ubicados en otras latitudes (Vietnam, los movimientos anticoloniales, las guerrillas latinoamericanas, Palestina, el Sáhara...).

No es que todos estos factores de identidad ideológica hayan dejado de actuar. Algunos de ellos han decaído (el marxismo). Otros han desaparecido (la Unión Soviética) o han cambiado de carácter y ya no pueden suscitar adhesiones como las anteriores (el régimen chino) o son demasiado débiles (el régimen cubano).

Con estos últimos cambios han perdido credibilidad y se han visto desprovistos de referencias atractivas los proyectos relacionados con el denominado socialismo real.

Aunque siguen manifestándose anhelos de transformación social profunda y a gran escala, las ideas alternativas en este plano, como he subrayado en un capítulo anterior, están encontrando notables dificultades para abrirse paso. La efervescencia revolucionaria que se registró en otra época ha desaparecido del panorama contemporáneo. Los procesos revolucionarios son bastante más infrecuentes.

El paso de los procedimientos identificadores basados en los pilares que acabo de señalar a un conglomerado de ideas relativamente dispersas como el que hoy contemplamos es un hecho mayor en la historia de las ideas de las izquierdas y de los movimientos alternativos.

Por otro lado, las diferencias ideológicas intergeneracionales dentro de los movimientos alternativos son claramente perceptibles en la actualidad. Las discontinuidades en el aspecto ideológico vienen siendo particularmente acusadas desde los últimos años del siglo XX.

Todo ello nos permite constatar las grandes diferencias que hay entre el espacio ideológico común de los actuales movimientos alternativos y el marco ideológico de los años sesenta del siglo pasado. Las diferencias entre ambas son mayúsculas.

La necesaria confrontación ideológica

No hay progreso de las causas más avanzadas sin que ganen terreno ciertas ideas. Las fuerzas de izquierda que aspiran a que sus propuestas puedan llevarse a la práctica necesitan promover una cultura alternativa a la de la derecha. Nada puede sustituir a la acción ideológica.

Hoy padecemos en toda Europa un ambiente de intenso adoctrinamiento ideológico por parte de las derechas que, con el pretexto de hacer frente a la crisis económica, han emprendido un ataque en regla contra las conquistas sociales de varias décadas. Es inexcusable una acción ideológica contra los dogmas conservadores, contra la propaganda de la derecha, que parece ser muy consciente de la trascendencia que tienen las victorias ideológicas.

Se requiere una acción ideológica de izquierda que se proyecte en distintas direcciones, una acción contra el menosprecio de la opinión pública, del que hace gala la derecha, y contra las tentaciones autoritarias y la agresividad de los populismos en Europa. Hace falta una izquierda firme en la defensa sin fisuras de los derechos humanos, de los mejores aspectos de la democracia liberal, de las libertades, de los derechos de las mujeres, del pluralismo, de la convivencia intercultural y de los derechos de las poblaciones inmigradas.
En este empeño, hoy como en el pasado, la izquierda europea afronta el conocido conflicto entre la libertad y los derechos individuales, de un lado, y, de otro lado, la intervención estatal para encauzar las iniciativas individuales y contenerlas o impedirlas cuando lesionan el bien común de la colectividad.

Desde hace tres décadas estamos sufriendo una intensa ofensiva ideológica, a favor de la primacía del mercado “liberado de la intervención estatal”. El fundamentalismo del mercado, atiborrado de dogmas y de supuestos carentes de fundamento, con su cohorte de prescripciones pretendidamente racionales y científicas, está haciendo estragos. Uno de los grandes problemas de la socialdemocracia europea es que no ha sabido responder a esa ofensiva y, con frecuencia, ha hecho suyas las ideas emanadas de los partidos conservadores minando la función redistribuidora del Estado.

Urge avanzar hacia unas instituciones políticas democráticas, inicialmente europeas, que puedan llevar a cabo las políticas necesarias en la esfera inter­nacional, en primer lugar para controlar y regular los flujos financieros y hacer frente a los movimientos especulativos.
Cobra hoy una importancia extrema la defensa de las conquistas sociales encarnadas por los Estados del bienestar como organizadores de la solidaridad colectiva y como factores activos contra las desigualdades. Bajo este ángulo, es primordial hacer valer el papel redistribuidor del Estado y sus sistemas de protección social.

Entiendo que la oposición a las fuerzas conservadoras conlleva la denuncia permanente de las prácticas de dominación de unos países sobre otros y una cooperación internacional solidaria y eficaz para hacer frente a las desigualdades y a la pobreza en el mundo.

Las fuerzas de izquierda deberían, asimismo, apoyar las iniciativas que se registran en los distintos países en favor de la igualdad de las mujeres, de su libertad y de su autonomía, sin inhibirse escudándose, como se suele hacer, en las peculiaridades culturales o religiosas.

Las últimas décadas han mostrado la fuerza que pueden llegar a tener los fundamentalismos religiosos (cristianos, islámicos, judío) y la necesidad de contrarrestar su influencia.

Otro tanto cabe decir de las xenofobias, tan extendidas en todos los continentes.

Durante mucho tiempo, en el siglo XX, una parte de la izquierda ha renunciado a criticar a las dictaduras autoproclamadas socialistas. Me parece indispensable denunciar a los regímenes dictatoriales o autoritarios, aunque se declaren “de izquierda”, solidarizándose con quienes los padecen.

Es también imperioso oponerse al empleo de medios violentos para hacer valer las propias ideas o para alcanzar objetivos políticos. Por mi parte, como he podido precisar en páginas anteriores, opino que el uso de la violencia solo es lícito frente a una tiranía o en actos de legítima defensa.

En el seno de las izquierdas, de las tradicionales o de las que han surgido más recientemente, de los movimientos sociales, de las redes de asociaciones solidarias, de los medios culturales inconformistas necesitamos propiciar el debate, el diálogo, el intercambio racional de ideas. El presente libro ha sido concebido con ese propósito.

Es de desear que acertemos a convertir la conciencia de los errores pasados y de las limitaciones actuales en voluntad de superación, y que pueda llegar a cuajar un ámbito ideológico de izquierda inconformista, riguroso, exigente y eficaz.

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Referencias bibliográficas

RÍO, Eugenio del, Izquierda e ideología. De un siglo a otro, Madrid: Talasa, 2005.

FERNÁNDEZ-LLEBREZ, Fernando, “Reflexiones sobre el Movimiento 15 de mayo. 30 días en la calle”, www.pensamientocritico.org, 20 de junio de 2011.

VEGAS, Xabel, diversos trabajos sobre el 15-M en batura: blog de Xabel Vegas, 2011.

CASQUETE, Jesús, “Indignación y política de influencia”, El País, 19 de agosto de 2011.