Francisco Castejón
Las motivaciones para emigrar al campo
(Página Abierta, 226, mayo-junio de 2013).

 

Este texto está basado en la charla que su autor impartió en el Jovencuentro 2012 titulada “¿Quién quiere volver al campo? Motivaciones diversas para la búsqueda de una vida más natural en el campo”.

Estamos asistiendo estos días a un movimiento de muchas personas que emigran de la ciudad al campo. Se trata de un fenómeno poco significativo en cuanto a número total si lo comparamos con el flujo migratorio del campo a la ciudad, que sigue siendo mayoritario. Sin embargo merece la pena analizarlo por una serie de motivos que se van a desgranar aquí, especialmente por el impacto que este fenómeno tiene sobre el medio rural y por las motivaciones que lo impulsan. Requiere especial atención la emigración de la gente joven, por el dinamismo y por las capacidades demográficas de estas capas de la población.

La emigración de la ciudad al campo tiene un fuerte efecto en las zonas rurales donde se produce, tanto por las características de las personas que vuelven al campo como por el lento metabolismo de los procesos en el mundo rural. La llegada de gente joven, con nuevas ideas e inquietudes, puede dar vida a los pueblos, si bien hay que tener en cuenta que las razones para volver al pueblo y el estilo de vida de quien vuelve pueden limitar la integración de los nuevos emigrantes y dificultar el contacto de los nuevos habitantes del medio rural con los que ya lo habitaban.

La vuelta al campo se propone en algunos casos como una alternativa global al sistema capitalista. Se trata de poner en práctica una serie de ideas que, según sus impulsores, son el germen de la alternativa futura. La propuesta de las formas de vida del medio rural como alternativa global adolece de una idealización de ese mundo que desestima todos los inconvenientes y limitaciones que tiene.

En otros casos, se trata de una simple opción personal, bien por una búsqueda de empleo o por una búsqueda de formas de vida más próximas a la naturaleza.

La ciudad

Es necesario, primero, examinar lo que es la ciudad y lo que son los pueblos. Existe una diversidad entre los pueblos de nuestro país: no es lo mismo considerar pueblos de miles de habitantes que pequeñas aldeas de decenas de vecinos. Por ello, en algunos casos la distinción entre pueblo y ciudad no está demasiado clara.

No existe una definición de ciudad única y se recurre a elementos combinados como el número de habitantes, la elevada densidad de población, la organización compleja, las actividades económicas basadas en los servicios y la industria, la estructura urbana, la forma de ocio, etc. La ciudad constituye el exponente de la forma de vida moderna. De hecho, más de la mitad de la población del planeta vive en ciudades grandes.

La ciudad aporta las ventajas de la modernidad, pero acarrea una serie de inconvenientes que deberíamos esforzarnos en mitigar. Las grandes ciudades llevan consigo unas formas de vida a veces cargadas de estrés y soledad. Además, dadas sus características, generan una serie de impactos ambientales que deberíamos corregir. El programa ecologista que intenta compaginar desarrollo y medio ambiente obliga a analizar el metabolismo de las ciudades y reducir los insumos y que estos se consigan de forma sostenible, así como disminuir los residuos, intentando cerrar los ciclos de producción y consumo.

Las ciudades han atraído población debido a las ventajas que ofrecen. Entre otras, habría que valorar los servicios disponibles: un rápido acceso a todos los avances médicos, a la educación de todos los grados, una amplia oferta de comercio y de ocio. Asimismo, la ciudad ofrece una gran diversidad de empleos. Las principales inversiones públicas van a parar a las ciudades.

La ciudad es también un punto de encuentro de personas de diferentes culturas, y en ella se goza de más libertad que en el medio rural y de un mejor y mayor acceso al mundo. La ciudad es donde ocurren los acontecimientos más relevantes para la política, la economía y los movimientos sociales. 

A veces los habitantes de la ciudad tienen que pagar un precio por todas estas ventajas, puesto que la vida urbana puede acarrear una serie de inconvenientes. La vida en las ciudades va acompañada de cierto grado de estrés que provoca la “cronificación de nuestras vidas”. Estamos sometidos a horarios estrictos para ir a trabajar y no podemos prestar la debida atención a nuestros estados de ánimo diversos. En la ciudad vivimos alejados de los ritmos propios de la naturaleza y nuestra existencia cambia poco o nada con las estaciones, con el día y la noche. Incluso la forma de vida urbana nos permite vivir ignorando la muerte y la finitud de la vida humana.

Además de todo esto, el medio nos somete a algunas agresiones ambientales como el elevado ruido o la contaminación del aire.

El campo

El medio rural en España está formado por pequeños núcleos de población, con la salvedad de Andalucía, donde lo normal es encontrarse con grandes núcleos rurales. Se trata, además, de una población muy envejecida, con poco dinamismo social y demográfico. Las actividades económicas son mayoritariamente agrícolas y ganaderas, con pocas industrias. Se trata, a menudo, de poblaciones enclavadas en zonas deprimidas, con dificultades para sobrevivir. En casos extremos los pueblos han sido abandonados por sus habitantes.

Hablamos de zonas del territorio más pobres que, por estar menos pobladas, reciben, además, menos inversiones del Estado. Por si esto fuera poco, el medio rural sufre muchas veces los impactos del metabolismo urbano. En el medio rural se producen los alimentos y de ahí se extrae el agua, pero también la energía y el cemento. Además, a veces, el medio rural se convierte en el receptor de los desechos de las ciudades, puesto que se colocan en él vertederos o incineradoras.

¿Qué ofrece, entonces, el medio rural para que se produzca este movimiento de vuelta a él? Existen una serie de ventajas en la forma de vida rural que hacen que esta nos resulte apetecible. Aquí cada cual podría poner las suyas, pero las que siguen son algunos ejemplos. Es indudable que en el medio rural se vive más cerca de la naturaleza, lo que implica una vida más sana. En principio se disfruta de un aire más limpio y de un agua y unos alimentos de más calidad y menos contaminados.

En general se goza de una vida más tranquila, con menos ruidos, con menos prisas y estrés, donde los biorritmos se acomodan mejor. El medio rural nos ofrece una mayor calidad de vida, con acceso más fácil a la vivienda y menos necesidades cotidianas de transporte.

Las formas sociales de relación en el medio rural son de más cercanía y más comunitarias que en las ciudades. Esto es ambivalente, puesto que por un lado ofrece más solidaridad, menos soledad y más acompañamiento, pero por otro puede suponer una merma de la libertad individual.

La interrelación

La separación entre los mundos rural y urbano es hoy menos clara que antaño. Asistimos a una creciente influencia del medio urbano sobre el rural. Por un lado se produce una extensión física de las ciudades, que crecen absorbiendo los pueblos que las rodean o influyen en ellos poderosamente creando las áreas metropolitanas. Es frecuente que algunos pueblos se conviertan en dormitorios de las grandes ciudades. Pero además se produce una gran influencia de la ciudad sobre el campo gracias a las comunicaciones: los periódicos, las radios, la televisión se elaboran en el medio urbano. Por su parte, Internet permite un desigual intercambio de información entre los pueblos y las ciudades.

Además, ha aumentado el turismo interior, sobre todo en forma de turismo rural, que hace que los habitantes urbanos se mezclen, al menos durante unas semanas al año, con los habitantes del campo.

Numerosas actividades que se producen en las ciudades afectan a los pueblos. Las élites dirigentes económicas son de carácter urbano, la política se desarrolla casi toda en la ciudad y los movimientos sociales son a menudo de carácter urbano. Los hechos sociales que se producen en las ciudades tienen más influencia en el territorio que los que tienen lugar en el campo.

Las universidades y la educación son también urbanas, lo que hace que la mayor parte de la élite de la intelectualidad resida en la ciudad. Las comunicaciones, por otra parte, permiten residir en el campo, pero en contacto con el medio urbano.

Del campo a la ciudad

Para evaluar las diferencias entre ambos procesos, podemos comparar la actual emigración de la ciudad al campo con las migraciones a la ciudad enmarcadas en el proceso de modernización que vivió España en los años sesenta. Esta comparación muestra que el fenómeno actual, con ser interesante, está lejos de cambiar la faz social de nuestro país, tal como lo hicieron los procesos migratorios de los sesenta. Estos fueron acompañados de una serie de fenómenos que cambiaron radicalmente la vida en nuestro país, dando lugar a una modernización.

Esta modernización se percibe en algunos indicadores de forma clara: el consumo de electricidad se multiplica por 30 desde 1945 hasta 1966, alcanzando los 90 gigavatios/hora al año, lo que muestra una modernización de los procesos productivos y el comienzo de la electrificación del transporte. La economía del país crecía a un ritmo del 7% anual y el paro oficial bajó hasta los niveles del paro técnico, claro, que sin incluir a las mujeres y teniendo en cuenta que la emigración al extranjero redujo la población activa. España se convierte en la novena potencia industrial, basada en la industria pesada, y un gran porcentaje de la población emigra a las ciudades.

Todo este proceso se sustenta en unos bajos costes laborales, en la inexistencia de derechos sindicales y sociales y en las enormes jornadas laborales con bajos sueldos. Se impulsan nuevas políticas económicas por el Gobierno de los “tecnócratas” que conllevan una sustitución del sector agrícola por el industrial. Se produce también un mayor acceso de la población a los bienes de consumo, con el famoso utilitario como ejemplo y señal del nivel de vida: la industria del automóvil crece el 21,7% al año hasta 1973, cuando ocurre la primera crisis del petróleo. De hecho, se pasa de un parque de 72.000 coches en 1945 a un millón en 1969.

Los fondos para este crecimiento los aportan fuentes diversas. El turismo, que alcanzó los 16.500 millones de dólares en 1963, y que aportaba divisas para combatir el déficit, pero que sobre todo permitía la aparición de un sector terciario, e impulsaba la construcción y la hostelería. Otra fuente de divisas importantísima la constituyeron las remesas de los emigrantes: entre 1962 y 1973 emigraron un millón de personas que aportaron divisas suficientes para enjugar un 25% del déficit cada año. A pesar de los bajos costes salariales, las inversiones extranjeras fueron limitadas, del orden de 5.000 millones de dólares al año, por las pocas infraestructuras y la autarquía del régimen.

Este rápido crecimiento económico va acompañado de un gran crecimiento demográfico, fenómeno conocido como el baby boom. Las migraciones a las ciudades dan lugar al nacimiento de un proletariado urbano y a una gran urbanización, con la construcción de unos 10 millones de viviendas en 10 años, aunque muchas de ellas fueron de pésima calidad. Además, surge una gama de profesiones liberales que permiten la aparición de una clase media.

Este fue un fenómeno global que cambió drásticamente la cara de nuestro país. Los movimientos de la ciudad al campo que vemos ahora no son comparables ni en extensión ni en consecuencias a estos profundos cambios sociales.

De la ciudad al campo

En realidad, la vuelta al campo no es un fenómeno nuevo. Tras los procesos migratorios de los años sesenta hemos asistido a diferentes oleadas de vuelta al campo. Por ejemplo, tras la muerte de Franco, durante los años 1975-1980, aparece el fenómeno de la vida en comunas que basan su existencia en la agricultura y la ganadería. Durante los años noventa asistimos a un movimiento que busca nuevos valores no materiales, y grupos de artesanos, modernos agricultores, cocineros y personas que se dedican a la hostelería se refugian en los pueblos. Estos movimientos son fáciles, y se ocupan mayoritariamente pueblos abandonados o casi, lo que hace que resulte relativamente barato establecerse en el campo.
Hoy en día asistimos a una reedición de este fenómeno de la vuelta al campo con diferentes motivaciones. Podemos encontrar, por un lado, a personas que se instalan en el medio rural empujadas por la crisis y, por otro, a aquellas que quieren convertir su nueva forma de vida en una propuesta política.

Los nuevos profesionales del medio rural llegan a él con una visión más moderna de las explotaciones rurales y apuestan por la agricultura y ganadería ecológicas, así como por los productos de calidad. Estos jóvenes llevan consigo una formación y una visión del mundo que les ayuda a vivir de forma más libre. El uso de Internet y la mejora de las comunicaciones les permite vender sus productos en el medio urbano directamente, sin pasar por intermediarios, para beneficio de explotadores y de consumidores. También los hay que se dedican a impulsar el turismo rural y a menudo se agrupan en cooperativas y comercializan sus productos de forma organizada. Estas personas, unas 100.000 en toda España, consideran que la vida en el mundo rural les proporciona unas ventajas, más allá de las económicas, que mejoran su calidad de vida. Se trata de un ejercicio de libertad que otorga una visión del mundo amplia. Y, en general, estas personas se mantienen fuertemente conectadas con el mundo urbano.

Un segundo grupo es el de los que vuelven al campo por motivos políticos. Son los que quieren hacer de su forma de vida una alternativa global al sistema económico. Se trata de un grupo integrado por personas que se inscriben dentro del ecologismo y que cultivan el decrecentismo y la búsqueda de formas de vida que proponen como un punto de referencia para la construcción de una supuesta sociedad futura. Son de diversas procedencias sociales y culturales, pero tienen en común su militancia anticapitalista y ecologista, su apuesta por formas de vida autárquicas donde se busca la reducción de las necesidades de transporte al máximo. Este grupo preconiza una reducción del consumo –lo que resulta saludable–, pero hasta unos extremos más que discutibles. Sostienen que debemos vivir con el 10% de lo que consumimos hoy.

Un elemento clave de este punto de vista es que el sistema actual de vida en las ciudades es imposible de reformar para hacerlo ecológico. Impugna, por tanto, los esfuerzos del ecologismo para buscar formas de vida compatibles con el respeto al medio ambiente cuando las personas están inmersas en la sociedad moderna, urbana. Según estos puntos de vista, la búsqueda, por ejemplo, de soluciones energéticas basadas en tecnologías blandas estaría condenada al fracaso, porque la ciudad implica una serie de impactos ambientales que no pueden solucionarse.

La producción agrícola y ganadera iría encaminada a su subsistencia y los excedentes se comercializan en grupos de consumo de la ciudad, por lo que el contacto con el medio urbano no se pierde.

Efectos sobre el mundo rural

Ambos tipos de emigrantes al campo buscan nuevas formas de vida y, ciertamente, tienen un impacto nada desdeñable sobre el pequeño mundo donde estas personas han llegado. Supone una revitalización demográfica, ya que suele tratarse de gente más joven, y reducen el abandono al que se ha visto sometido el campo. Son también grupos de personas de mayor nivel cultural y con mayor interés por la cultura, lo que enriquece el mundo rural.
Por si todo esto fuera poco, aportan otras visiones del mundo, lo que viene a romper la estrechez de miras, aunque estas visiones sean a veces opresivas. Como he dicho, tenemos decrecentistas junto a personas que apuestan por la revitalización económica. Ambos grupos aportan también más conexión con lo urbano.

De forma llamativa, ambos grupos reformulan el papel secundario de la mujer. Según sus propuestas, esta deja de estar recluida en el hogar y asistir solo a tareas subsidiarias del campo, para ser protagonista en todos los planos de la vida, si bien todavía queda mucho por hacer. Un elemento muy importante de estos cambios fue la lucha por la titularidad de la tierra, con el importante logro de poner las escrituras de propiedad a nombre de los varones y las mujeres.

Los emigrantes urbanos en el campo tienen con frecuencia un interesante papel en el impulso del desarrollo local. A menudo constituyen asociaciones de desarrollo local que buscan estrategias para impulsarlo. En estos esfuerzos incluyen la creación de mancomunidades y cooperativas. Y son importantes las luchas para conseguir mejores servicios como educación, sanidad o bibliotecas e infraestructuras (que no sean necesariamente carreteras): ferrocarril, comunicaciones…

También hay que consignar las luchas impulsadas en estos colectivos para defender el territorio frente a las agresiones sobre zonas deprimidas. Entre estas habría que destacar la lucha contra las instalaciones que se usan para generar productos que se consumen en el medio urbano y que se construyen lejos de este: centrales térmicas, cementeras, embalses, agroindustria, ganadería intensiva… Estos pueblos pueden también ser destino de los desechos del metabolismo urbano: cementerios de residuos, vertederos e incineradoras. Así, en estos momentos se está produciendo una lucha intensa contra el cementerio nuclear que se quiere instalar en Villar de Cañas (Cuenca).

El medio rural no ha sido tampoco ajeno al urbanismo salvaje en forma de urbanizaciones y segundas viviendas. La resistencia a estas agresiones pasó por una lucha para impugnar los censamientos de las personas que no viven en los pueblos.

Conclusiones y reflexión final

Preferir vivir en el campo antes que en la ciudad es una opción personal sujeta a las preferencias de cada cual y quizá a las necesidades de búsqueda de empleo. Cosa diferente es proponer la vuelta al campo como opción política que debe, poco a poco, ser asumida por toda la sociedad. Tras este planteamiento existen algunas ideas problemáticas.

En primer lugar subyace la idea de la imposible reconversión ecológica de la ciudad. Por un lado, tenemos que la mitad de la población mundial vive en ciudades y este fenómeno de migración del campo a la ciudad es universal, creciente y, como en el caso español, unido a procesos de modernización. Con ese panorama, no parece sensato dejar de buscar formas de vida ecológica urbana. Por otro lado, se invalidan los intentos del ecologismo urbano para construir alternativas sostenibles en las ciudades.

En estos planteamientos a menudo se idealiza el mundo rural. Se le otorga una serie de virtudes inherentes que no siempre tiene. Como que sus habitantes son automáticamente respetuosos con el medio y felices con sus vidas. Se ignora que el medio rural está frecuentemente dominado por formas de vida comunitarias opresivas para quien se atreve a vivir de forma distinta a la comunidad.

La idea de decrecimiento está también entre los defensores de la vuelta al campo como modelo de sociedad futura. El abrazar el crecimiento como teoría política o económica tiene algunos inconvenientes. Uno de ellos, no menor, es dar por válida la contabilidad oficial basada en el PIB, en lugar de criticar cómo se calcula este y que sea el único indicador del progreso.

La crítica a la propuesta neorrural antiurbana no implica dar por válida la ciudad y su estructura actual. Al contrario, es imprescindible una reconversión de la ciudad y su evolución. El crecimiento de nuestras ciudades se ha considerado más una forma de ganar dinero que de acomodar a sus habitantes de un modo respetuoso con el medio y con los derechos humanos. En general, las ciudades han crecido sin planificación ni verdadera participación ciudadana, lo que no ha permitido adecuar el diseño de la ciudad a las necesidades de sus habitantes y a un menor impacto ambiental.

El resultado es que nuestras ciudades son hostiles para sus habitantes, con altos índices de contaminación atmosférica que minan la salud, con altos niveles de ruido dañinos para la salud física y mental. La estructura de los barrios, de las zonas de ocio y la zonificación dan lugar a deshumanización, a estrés y muchas veces a unas vidas solitarias. Una construcción de la ciudad más inteligente podría ofrecer excelentes resultados para las vidas de sus habitantes.

Las actuales ciudades suponen además fuertes impactos ambientales en la actualidad, puesto que el consumo que se produce en su seno no es sostenible. Las estructuras urbanas implican grandes necesidades de transporte, que se basa demasiado en el uso del automóvil privado. Se generan aún gran cantidad de basuras y se apuesta solo por el reciclaje, en lugar de por la reducción de residuos. Incluso el reciclaje no se realiza de forma eficaz.

Existen además un tipo de ciudades que apuestan por tener una poderosa influencia en amplias zonas del territorio: son las llamadas ciudades globales. No hablo de una rica influencia cultural, que también se da a veces, sino de poder económico. Se hacen negocios desde la ciudad en todos esos territorios dominados por su influencia, sea una conurbación, una comunidad autónoma, un país o una  eurorregión. Estas ciudades deben estar conectadas, por lo que requieren una serie de infraestructuras muy caras e impactantes: aeropuertos, autovías, trenes de alta velocidad…

Para caminar hacia una ciudad más humana y sostenible se hacen necesarias la planificación y ordenación del territorio, que no deben dejarse al albur de los que solo desean hacer negocio. Esta propuesta está reñida con la liberalización y con la idea de que el mercado puede regularlo todo. La participación ciudadana en el desarrollo es básica y, desde luego, qué menos que estas decisiones que tanto influyen sobre la calidad de vida de los ciudadanos se tomen de forma democrática.

Hoy en día existen ya abundantes experiencias de participación ciudadana: la planificación permite el establecimiento de alegaciones y periodos de información pública, así como la introducción de debates ciudadanos. Se han producido casos de presupuestos participativos, y las nuevas tecnologías habilitan nuevos instrumentos de participación. Todo esto está consagrado en el Convenio de Aarhus, del cual España es firmante desde 2005. Sin embargo, todas estas prácticas se han dejado de lado en las ciudades actuales.

Una ordenación del territorio armoniosa permitiría además organizar de forma equilibrada las relaciones del mundo rural y del mundo urbano, haciendo que la separación entre ellos sea menos abrupta.