Francisco Castejón

Se reabre el debate nuclear
(Página Abierta, 152, octubre de 2004)

Los combustibles fósiles, petróleo y sus derivados, gas natural y carbón, son la principal fuente de energía que se consume en la civilización occidental. En particular, el transporte por carretera, la aviación y el transporte marítimo se basan en su totalidad en el consumo de estos combustibles. El transporte es clave en nuestra civilización, especialmente en la época actual de globalización, que conlleva un aumento de las comunicaciones.
El uso masivo de combustibles fósiles durante el siglo XX y los años transcurridos del XXI lleva asociados dos tipos de problemas. Por un lado, están los severos impactos ambientales que causan su producción y su uso: impactos de la minería y la extracción, mareas negras, lluvias ácidas, y el más grave y con efectos más globales, el cambio climático. Sólo por estos impactos se hace recomendable la sustitución progresiva de estas fuentes de energía por otras más limpias.
El Protocolo de Kioto, que limita las emisiones de dióxido de carbono, gas que se genera en la quema de los combustibles fósiles y que produce el efecto invernadero, forzará a los países que lo suscriban a reducir su consumo. La Unión Europea, y en particular España, está poniendo en marcha varias iniciativas para limitar ese consumo. Se ha elaborado un Plan de Fomento de las Energías Renovables cuyo objetivo es que tales fuentes contribuyan con un 12% del consumo para el año 2012, aunque algunos países manifiestan objetivos más ambiciosos. Y se va a poner en marcha un mercado de emisiones donde se podrán comprar y vender derechos de emisión.
Además de los impactos ambientales, los combustibles fósiles presentan el problema de su agotamiento en un plazo de décadas. Al actual ritmo de consumo sólo queda petróleo para 40 o 50 años. Según se acerque el fin del petróleo asistiremos a una disminución de su producción y, por tanto, a un aumento de su precio, con los consiguientes efectos sobre la economía, especialmente de aquellos países fuertemente dependientes de las importaciones.
Este panorama se va a agravar por el aumento de la demanda que se está produciendo en los países emergentes como China, donde vive la quinta parte de la humanidad. Debemos reconocer el derecho de todos los habitantes del planeta a disfrutar de similares niveles de bienestar. La pregunta clave es si estos niveles se pueden alcanzar apostando por otros modelos energéticos sostenibles y que no dañen el medio ambiente.

El debate nuclear

En este contexto, agravado por el aumento actual del precio del petróleo, vuelven a aparecer voces que proponen el relanzamiento de la energía nuclear, después del parón sufrido por ésta tras el accidente de Chernobil (Ucrania) en 1986. Voces de políticos de partidos de derechas y de empresas como la British Petroleum han venido proponiendo desde el año 2000 el relanzamiento de la energía nuclear como solución a los problemas que genera el uso de combustibles fósiles. Y el verano de 2004 nos sorprendió con las afirmaciones de James Lovelock, el autor de la hipótesis Gaia, que proponía el desarrollo de la energía nuclear como única solución al problema del cambio climático. Si bien Lovelock no forma parte del movimiento ecologista y no participa en sus debates y desarrollos teóricos, no se le puede negar cierto predicamento en el mundillo ambientalista. Han surgido también voces de tertulianos en la SER a favor de la energía nuclear, lo que indica una posible reapertura del debate en sectores que hasta la fecha se habían mostrado contrarios al desarrollo de esta fuente de energía.
Hay que reconocer que la especie humana se encuentra en un dilema, y hay que hacer un serio replanteamiento del modelo energético actual. Se hace necesaria la búsqueda de fuentes de energía que permitan un bienestar sostenible y generalizable. ¿Puede cumplir la energía nuclear algún papel en ese modelo futuro?

Los problemas de las nucleares

El uso de la energía nuclear acarrea una serie de problemas que descalifican esta fuente de energía como alternativa válida de futuro. De momento no existen soluciones para algunos de estos desafíos, y en tanto no se resuelvan, la opción por esta fuente de energía supondría el cambio de unos impactos ambientales por otros.
Los graves accidentes como el de Harrisburg (EE UU) en 1979 o el de Chernobil, junto con un gran número de otros accidentes menos importantes como el de Vandellós en Tarragona en 1989 o el de Tokaimura en Japón en 1999, han puesto de manifiesto los graves riesgos de la energía nuclear. La industria nuclear responde a esto con el desarrollo de nuevos modelos de reactores hipotéticamente más seguros. Entraríamos en el campo de la especulación filosófica para decidir qué niveles de seguridad son admisibles. Aunque la probabilidad de que ocurra un accidente sea pequeña, éste puede llegar a ser tan terrible que es mejor no correr riesgos.
Un segundo gran problema es el de la generación de residuos radiactivos, especialmente los de alta actividad, que son peligrosos durante cientos de miles de años. A pesar de los esfuerzos de investigación realizados durante los 60 años de existencia de la fisión controlada, todavía no se ha encontrado una solución satisfactoria para estas sustancias. En este punto, la industria nuclear aduce que es posible mantener a buen recaudo tales sustancias y que el esfuerzo realizado para tal fin es compensado por los beneficios obtenidos.
Por si estos dos elementos no fueran suficientes, hay que tener en cuenta que la energía nuclear no es renovable y que el combustible nuclear, el uranio, también es finito y finalmente se agotará. Es difícil saber con exactitud para cuánto tiempo queda uranio en la Tierra, pero algunas estimaciones cifran en unos 100 años la duración de las reservas al ritmo de consumo actual.
En la actualidad, las nucleares aportan aproximadamente el 6% de la energía y el 16% de la electricidad que se consume en el mundo. Para que esta fuente de energía contribuyera significativamente a disminuir el efecto invernadero debería aumentar su participación en un factor de 5 o 6, lo cual equivaldría a reducir la duración de las reservas de uranio a 20 años, a multiplicar por 5 o 6 la cantidad de residuos que han de gestionarse y el riesgo de accidente.
Estos datos muestran que la energía nuclear no puede ser considerada como una opción de futuro. La industria nuclear persigue, eso sí, aumentar su participación en la medida de lo posible. No hay que olvidar que la mera construcción de una central nuclear supone una gigantesca inversión (más de 3.000 millones de euros) y, por tanto, un gigantesco negocio.