Francisco Torres
La inserción urbana de los inmigrantes
(Página Abierta, 179, enero de 2007)

            Lo que sigue son las reflexiones finales del texto de Francisco Torres “La inserción urbana de los inmigrantes y su participación en la ciudad”, extraídas del libro La participación de los inmigrantes en el ámbito local, de Carles Simó y Francisco Torres (eds.) (Tirant lo Blanch, Valencia, 2006, 456 páginas) (*).

            La participación de los vecinos inmigrantes en la vida de la ciudad nos remite al tipo de inmigración, al desarrollo y tendencias de su proceso de inserción urbana y al marco general, socioeconómico e institucional, en que éste se inscribe. Tenemos una inmigración familiar, con vocación de permanencia, pero muy reciente y que, en muchos casos, debe cubrir necesidades básicas y está dando sus primeros pasos. Todo ello afecta a su participación en la ciudad, participación que requiere una base material mínima, relaciones consolidadas y tiempo. Por otro lado, la inserción urbana se trata de un proceso complejo y multidimensional del que hemos seleccionado cuatro dimensiones de análisis: la inserción residencial de los nuevos vecinos, los vecinos inmigrantes como usuarios de servicios públicos, su participación como ciudadanos y los aspectos de sociabilidad y convivencia.
            Dado que la inmigración es básicamente urbana, nuestros pueblos y ciudades son el escenario central de su inserción. Sin embargo, muchos de los factores que conforman el tipo de inserción urbana superan el ámbito de la ciudad. Esta situación comporta una tensión paradójica para los Ayuntamientos. Por un lado, constituyen la administración más cercana a los nuevos vecinos. Además, el conjunto de cambios que genera la inserción de los inmigrantes tiene una indudable repercusión ciudadana. Por otro lado, algunos de los condicionantes de ese proceso exceden a sus competencias, como la situación documental de los nuevos vecinos, la política de vivienda social que se desarrolle o los recursos con que cuentan los centros educativos y sanitarios. De esta constatación se pueden señalar, al menos, dos consecuencias. Una primera, el reconocimiento, con mayores atribuciones y recursos, del papel clave de los Ayuntamientos en el proceso de inserción de los inmigrantes. La segunda, la necesidad de políticas públicas generales a desarrollar por los Ayuntamientos, las Comunidades Autónomas y el Estado, que aborden algunos de los problemas sociales que la inserción de los inmigrantes pone más en evidencia (como el acceso a la vivienda o las áreas degradadas de barrios populares).
            Como consecuencia de diversos factores, la inserción residencial de los inmigrantes se conforma como una distribución desigual, con considerable presencia en los barrios más populares. Sin embargo, incluso en los barrios con mayores concentraciones de inmigrantes no se han generado áreas residenciales homogéneas. A diferencia del modelo del barrio étnico o de la inserción residencial segregada, en la inmensa mayoría de nuestras ciudades los vecinos de diferentes orígenes comparten la escalera de la finca, la calle y otros espacios públicos. Esta situación de co‑residencia constituye, de entrada, una base favorable para su normalización como vecinos y para el desarrollo de relaciones vecinales.
Ahora bien, la inserción residencial no está exenta de problemas. Uno de los más destacados es el acceso a la vivienda por parte de los nuevos vecinos y las condiciones en que viven los inmigrantes. Las deficiencias de habitabilidad y el hacinamiento constituyen un obstáculo de primera magnitud para un buen proceso de inserción urbana, tanto por las condiciones que padecen los inmigrantes como por constituir una base material que suele amplificar las posibles tensiones y dificultar la convivencia.
            Uno de nuestros ejes de análisis lo ha constituido la convivencia, un concepto que ha adquirido una creciente importancia en la gestión de la inmigración a nivel local. En términos generales, las relaciones entre vecinos de diferentes orígenes las podemos caracterizar como “convivencia pacífica pero distante”. Las relaciones vecinales con mayor implicación de saludos y pequeños favores son escasas. En los espacios públicos que se comparten, la inmensa mayoría, impera una indiferencia cortés y una reserva educada. Con todo, también se producen tensiones y problemas. A nivel de relaciones vecinales, hacen referencia a comportamientos y actitudes consideradas molestas y/o inconvenientes (ruidos, olores y otras molestias). A nivel de espacios públicos, son los parques y calles etnificadas, por la presencia concentrada de vecinos inmigrantes y la recreación de una sociabilidad propia, los que suelen generar mayores quejas.
            Para hacer frente a éstos y otros problemas se están implementando “políticas de convivencia” que suelen incidir en la educación cívica, la acomodación de comportamientos y reglas de uso de los espacios públicos y diversos recursos de mediación intercultural (con tareas de sensibilización, educación socio‑cultural, prevención y tratamiento de conflictos, etc.) Ahora bien, una política de integración en este sentido afecta a las dos partes: vecinos autóctonos e inmigrantes. El civismo que se propugna se dirige hacia todos los vecinos y supone, al menos en parte, una recreación de una cultura pública común. Obviamente, los inmigrantes han de acomodarse a las reglas de urbanidad y ordenanzas que regulan los espacios públicos en nuestras ciudades. Pero también nosotros deberemos acomodarnos a los nuevos vecinos, desde considerar la presencia de mujeres con hiyab en el parque como algo no significativo, hasta procurar espacios dignos para los lugares de culto. Por otro lado, una política de convivencia no se agota en estos aspectos; debería abordar, igualmente, las bases materiales que, en algunos casos, están detrás de estas tensiones. Dicho de otra forma, los entornos urbanos degradados y con acumulación de factores de precariedad social no constituyen el mejor escenario para la convivencia que se propugna.
            Otro aspecto significativo de la participación de los inmigrantes en la vida cotidiana de la ciudad lo constituye su condición de usuarios de los servicios públicos. A nivel de educación, sanidad y servicios sociales, los nuevos vecinos ya constituyen unos usuarios habituales de los centros públicos, con indudables efectos de normalización social. Los problemas que se detectan, como la generación de dinámicas de “conflicto por recursos escasos” y la “huida” de los colegios públicos que concentran más inmigrantes, hacen referencia a diversos factores. Sin embargo, un elemento básico lo constituye la falta de recursos adecuados para hacer frente a la nueva demanda, acoger adecuadamente a los recién llegados y consolidar unos subsistemas de bienestar, más plurales y al mismo tiempo más cohesionados. Un tema que, como el de la vivienda, excede a los consistorios.
            La participación cívica de los inmigrantes se ha concretado en una doble línea. Por un lado, la creación de vías institucionales de participación de tipo consultivo y base asociativa, como los Consejos Municipales, y a otro nivel, las dinámicas de relación entre la Administración local y las organizaciones de inmigrantes que se establecen por un programa conjunto, un servicio, etc. Por otro lado, el asociacionismo de las personas inmigrantes se ha concretado como creación de asociaciones específicas, organizadas por origen común, creencias religiosas u otros factores. En términos generales, se trata de organizaciones pequeñas, con escasos recursos y limitaciones de diverso tipo, pero que agrupan a la inmensa mayoría de los inmigrantes afiliados a una asociación o relacionados con ella. Todavía continúan siendo muy escasos los vecinos inmigrantes que son miembros de una asociación de vecinos o del AMPA del colegio de sus hijos, aunque, como hemos subrayado, esto parece lógico en el primer período de la inserción urbana, donde se prima la asociación con los propios.
            Sin infravalorar la importancia de la participación cívica, o de otros aspectos de participación social aquí abordados, hay que subrayar la importancia de la participación política, que los inmigrantes extracomunitarios ven negada. La continuidad de la situación actual constituye una potencial división vecinal, que refuerza y/o consolida otras desigualdades y conforma al inmigrante como vecino de segunda. La igualdad política en el ámbito local, concretada en el derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones municipales, es un aspecto clave, entre otros, para impulsar una participación de los nuevos vecinos más plena y decidida en la ciudad, facilitar una situación menos desigual para negociar los necesarios ajustes entre todos los grupos y fomentar una cohesión social más democrática y más respetuosa de la diferencia.

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(*) En este libro se reúnen las ponencias presentadas en las Jornadas celebradas en la Universitat de Valencia los días 16 y 17 de junio de 2005, con el título La participación social de los inmigrantes en el ámbito local. Obstáculos y buenas prácticas. Bajo un enfoque pluridisciplinar, este volumen nos descubre tendencias generales y diversas especificidades que operan en la gestión de la inmigración local y la participación de los inmigrantes. Se analizan experiencias significativas, se identifican problemas y se destacan buenas prácticas. La obra consta de un prefacio de Javier de Lucas y cuatro apartados: “Inmigración y ámbito urbano”, con textos de Carles Simó, Teresa Llorens, Francisco Torres y María Belén Cardona; “La experiencia de las grandes ciudades” (Madrid, Barcelona y Valencia), con textos de Nuria Lores, Sakina Souleimaini, Ramon Sanahuja y Pere Climent; “Líneas de trabajo en ciudades medianas” (Elx, Alzira y Manresa), con trabajos de Francisco Micó, Nieves Lillo, Joan V. Rovira y Joseph Vilarmau; y “Actuaciones en municipios de zonas agrícolas” (Lepe, sureste de Murcia y Roquetas de Mar), con textos de Mustapha El Kaddouri, Sylvia Fernández, Pedro César Hernández y Juan Francisco Iborra.