Houda Lamqaddam
"No es culpa vuestra"
(Aish, 30 de Marzo de 2012).
Traducción: Laura Casielles.
 
El suicidio de la joven de 16 años Amina Filali tras haber sido obligada a casarse con el hombre que la había violado ha desencadenado en Marruecos un fuerte debate en torno a la situación de indefensión de las mujeres ante las agresiones sexuales, y el amparo legal a quienes las perpetran. Como respuesta, otra joven marroquí, Houda Lamqaddam, ha decidido 
hacer pública mediante un texto en un blog su propia experiencia de violación, para animar con su testimonio a otras víctimas a no quedarse calladas. "No es culpa vuestra" es la traducción al castellano de su escrito, que nos ha cedido para su publicación en AISH.

Tenía 17 años. Era verano. Hacía bueno, hacía sol. Vivo cerca de la playa y había salido a pasear por la costa, en el que creía mi barrio, una extensión de mi propia casa.

Lo haré breve: fui abordada por dos jóvenes a los que ignoré, me siguieron, me amenazaron, caminé más rápido pero me hicieron detenerme. Uno de ellos inmovilizó mis manos, me conminó a seguirle bajo amenaza de rajarme la cara con una cuchilla de afeitar. Le seguí. Y mientras el otro hacía guardia a cien pasos de nosotros, me violó, me golpeó y me insultó. Luego se cambiaron los papeles, y quedé a merced del segundo hombre, que a su vez me viola, me golpea y me insulta.

No voy a demorarme en esta parte. En estos relatos, las historias difieren pero son similares. El miedo, los sudores fríos, el momento en el que resistir es inútil y una se da cuenta de lo que está a punto de vivir. Los miembros que tiemblan, la certeza de que acto seguido nos van a matar y el sentimiento de que nadie nos va a salvar. Los horrores que se piensan y una no se atreve a gritar. El vacío en la cabeza, luego las imágenes en la cabeza, las imágenes ante los ojos, el sabor en la boca, los insultos en las orejas, el dolor en la parte inferior del vientre. Y el miedo, sobre todo el miedo, y el sentimiento de que tu mundo implosiona con un estruendo pero ese estruendo solo le ensordece a una misma.

Esa noche, yo era virgen, había salido a dar una vuelta. Fui agredida, fui violada, fui drogada y dejada en la playa, medio desnuda, con los pies atados, la boca vendada y los miembros todavía temblando por las amenazas paralizantes que había recibido.

Mi historia es una entre millones. Y durante mucho tiempo he dudado en contarla. Este tipo de testimonios a menudo incomodan a la gente. "No saben qué decir". Hablan de ello como de un secreto, dicen la palabra violación en voz baja, o no la dicen. Ya no saben cómo hablarte. Ya no saben de qué hablarte. Luego guardan tu historia como un secreto del que se avergüenzan por ti.

Luego llega el momento en el que te preguntan cómo ibas vestida, y por qué. Y por qué saliste, y por qué no gritaste. Y si no será que, en el fondo, te gustó, porque «sigue siendo sexo, ¿no?». Luego llega el momento en el que se decide, o no se decide, denunciar, y a partir de ahí las historias difieren.

Yo tuve la suerte inconmensurable de tener el entorno que toda víctima debería tener, desde el primer segundo. Mi madre compartió mis lágrimas, mis hermanas compartieron mi rabia. Mi padre me abrazó. Me repitió que no era culpa mía, que no era culpa mía, que no era culpa mía. Y en mi desesperación no pude evitar sentirme feliz, segura, y, paradójicamente, agradecer al destino que me hubiese puesto a mí en el camino de esos monstruos, a mí que ya no era una niña, a mí que sería cuidada en lo emocional, a mí que mi entorno no me haría plegarme a una práctica tan obscena como esa de la que fue víctima en 2011 la pequeña Amina Filali. Me daba cuenta de que si esa noche no hubiera sido yo, habría sido otra chica, que quizás no hubiera tenido mi suerte.

Porque si la violación es una pesadilla, el despertar puede ser aun más brutal. Y no poder hablar de este fin del mundo que se vive puede ser cien veces más traumático que vivirlo. No poder llorar, no poder quejarse, no poder decir que una tiene miedo, que una tiene dolor, ése es otro tipo de crimen: el de dejar a la víctima cargar sola con la responsabilidad de lo que le ha ocurrido. El de no ayudarla. El de, porque se tiene autoridad, cerrar el dossier tan rápido como se pueda, aunque eso suponga dejar a la víctima a merced del hombre que la ha desgarrado. Aunque eso suponga olvidar al violador, dejarle hablar en televisión, dejarle vivir impunemente, para asegurarse de acabar más pronto la jornada de trabajo. Aunque eso signifique avalar innumerables violaciones e incalculables violencias porque no se le dice al culpable que está mal, que se le juzga, que no tiene derecho. Y no se dice a la víctima que ella tiene todos los derechos, que tiene a la justicia de su lado, que tiene a la moral de su lado, que debería tener a todo el mundo de su lado, y que se comprometerían a que nunca más tenga miedo, y a que nadie en el mundo pase por la misma historia. Esas fueron las promesas que yo tuve la suerte de escuchar. Y ese es el apoyo que recibí. Y es únicamente gracias a eso que hoy puedo hablar de ello. Temblando, ciertamente, pero hablar.

No, no «sigue siendo sexo, en todo caso». Es una humillación, es una herida emocional y física injustificable e imperdonable. Es un desgarro que, en mi opinión, es imposible curar. Y miles de mujeres son desgarradas cada día, y abandonadas con el dedo acusador de la sociedad apuntando entre sus piernas. Mi historia, una vez más, no es más que un relato entre millones de otros, pero me ha parecido que es mi deber compartirla. Yo misma denuncié cuando la agresión tuvo lugar, pero denunciar a dos desconocidos cuyos rasgos la mente insiste en querer rechazar, no es cosa fácil. Denunciar a un individuo que se puede nombrar, que se puede señalar, que puede ser descrito a la policía y ser llevado a juicio, es otra historia. Y puede cambiar vidas. Quizá no las vuestras, pero puede prevenir otra violación, incluso muchas otras. Puede cambiar la vida de mujeres que como vosotras podrían encontrarse en las garras de las mismas bestias a las que no se ha castigado. Compañeras, lo sé, la experiencia es aterradora, y las interpretaciones del artículo 475 del código penal siguen siendo fantasmas que penden sobre vuestros testimonios, pero cada vez que sea posible, hablad de ello, si os sentís seguras, si os asalta la vergüenza u os falta el coraje, hacedlo, hablad de ello, denunciad, defendeos.

No sois una excepción, no estáis solas en el mundo. Y en el mundo que yo habría inventado, nunca habríais tenido que estarlo.
No es culpa vuestra.