Ignacio Álvarez-Ossorio
La espiral iraquí
(Página Abierta, julio-agosto de 2014).

Irak está a punto de convertirse en un Estado fallido, si no lo es ya. La caída de Mosul ha puesto en evidencia la debilidad del Gobierno central, incapaz de hacer frente a un millar de milicianos del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). A pesar de que esta ofensiva haya tomado por sorpresa a propios y extraños, desde hace tiempo era previsible que el rearme del ISIS en territorio sirio acabaría teniendo implicaciones en suelo iraquí, ya que ambos conflictos se retroalimentan mutuamente.

El ISIS ha sabido aprovechar la caótica situación en ambos países para ganar posiciones. La guerra civil siria se ha convertido en una guerra de todos contra todos en la cual la formación yihadista ha aprovechado el vacío de poder para asentarse en las provincias de Raqqa y Deir Zor. En los últimos meses, el régimen sirio ha concentrado sus ofensivas en la frontera libanesa y en las ciudades de Homs y Alepo sin atacar las bases del ISIS, que al fin y al cabo es un enemigo cómodo puesto que le permite presentar el conflicto como una lucha entre el secularismo y el radicalismo, entre el autoritarismo o la barbarie. El avance de los yihadistas obligará a Bashar al Asad a mover ficha ante las crecientes presiones por parte de dos de sus principales aliados: Bagdad y Teherán, que temen una posible reactivación de la violencia sectaria en Irak y una desestabilización del país.

En el caso de Irak, el ISIS se ha beneficiado del profundo malestar de la población suní hacia las políticas sectarias del presidente Nuri al Maliki. Durante sus dos mandatos ha sido incapaz de sacar al país del pozo en el que la invasión anglo-iraquí lo dejó. Un 28% de la población vive en situación de extrema pobreza y el desempleo afecta al 60% de los iraquíes. Los servicios públicos no han conseguido recuperar los niveles alcanzados en época de Sadam Husein y un tercio de las viviendas carecen de agua y electricidad. Todo ello a pesar de que, en 2013, Irak fue el tercer exportador de petróleo mundial con 3,6 millones de barriles por día.

El hecho de que Irak sea uno de los países más corruptos (ocupa el 169 en la lista de Transparencia Internacional) explica que una parte significativa de los beneficios obtenidos por la venta del crudo acabe en manos de las nuevas elites políticas, económicas y militares. A estos datos debe sumarse el rebrote de la violencia experimentado el pasado año cuando se registraron 9.000 muertos, una cifra que podría ser rebasada con creces este año.

Este caldo de cultivo ha permitido el resurgimiento del ISIS, especialmente en la norteña provincia suní de Al Anbar. Sus habitantes critican los modos autoritarios y la concentración de poderes por parte de Nuri al Maliki, quien no esconde su agenda sectaria claramente prochií. En su ofensiva, la organización yihadista ha contado con la complicidad de varias milicias suníes, entre ellas las dirigidas por Izzat Ibrahim al Duri, el exvicepresidente de Sadam Husein

Para no cometer los mismos errores que provocaron la expulsión de Al Qaeda de las zonas suníes en 2007, el ISIS se ha aproximado a los líderes tribales y a los consejos militares locales comprometiéndose a no lanzar operaciones de represalia ni a perseguir a todos aquellos que considera infieles. Además deberá coordinar sus acciones con las milicias armadas suníes y abstenerse de acciones unilaterales. Sin embargo puede pronosticarse que la convivencia no será fácil puesto que este grupo suele imponer su peculiar interpretación de la sharía en las zonas bajo su control, incluidos castigos corporales, prohibición de alcohol y tabaco, obligación de rezar cinco veces al día y reclusión de la mujer. Debe recordarse que el objetivo final del ISIS es establecer un califato islámico en el que prevalezca su versión descarriada del islam.

Todo eTodo ello hace pensar que practicarán la autocontención hacia los suníes dirigiendo su violencia hacia los chiíes. No debe olvidarse que la literatura yihadista se refiere a los chiíes como apóstatas que deberían ser eliminados de la faz de la tierra. Por otra parte parece claro que las provocaciones del ISIS buscan una respuesta fulminante y desproporcionada por parte del poder central y de las milicias chiíes armadas. Se iniciaría así una espiral de violencia sectaria que permitiría al ISIS asentarse en las zonas suníes. Es decir: cuanto peor mejor.

El radicalismo del ISIS no sólo despierta el temor del Gobierno central iraquí, sino también de dos países que, a su vez, se hallan inmersos en una larga y costosa lucha por la hegemonía regional: Irán y Arabia Saudí. Irán ya ha anunciado que hará todo lo necesario por frenar el avance yihadista hacia algunos de los santuarios sagrados del chiísmo como Samarra, Nayaf o Kerbala. Arabia Saudí, por su parte, no parece dispuesta a que el ISIS, que tacha a la monarquía de ilegítima, consiga reforzarse y captar a más yihadistas saudíes, por temor a que en un futuro lancen su propia yihad contra el denominado “enemigo interior”, fórmula empleada para describir a los gobernantes situados en la órbita occidental.

El ISIS se ha constituido incluso en una amenaza para la propia Al Qaeda, grupo que durante un tiempo le dio cobertura. No debe olvidarse que la organización yihadista ha sido incapaz de establecer una base territorial en la que instaurar su califato islámico, un objetivo que ahora parece haber alcanzado el ISIS, que se ha hecho fuerte en las provincias próximas a la frontera sirio-iraquí. Un reciente comunicado de dicho grupo se permitía acusar a Al Zawahiri de haberse «desviado del camino correcto de la yihad».
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Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante. Este artículo lo publicó en su blog el pasado 17 de junio (proximooriente.blogspot.com.es).