Ignacio García-Valiño
El corazón de la materia
(Entrevista al autor del libro así titulado realizada por Javier Yanes y publicada en el diario Público del 24 de noviembre de 2011).

                                                

 


El corazón de la materia es una novela que indaga en la pugna entre ciencia y pseudociencia, o escepticismo y credulidad.

No es habitual que un escritor sin antecedentes científicos enhebre una historia en el ojo de la ciencia, y menos sin ceder a la tentación de pinchar la aguja en los tejidos de la ciencia ficción o de la pseudociencia, que todo lo aguantan. Ignacio García-Valiño (Zaragoza, 1968) no había pisado antes este terreno. Sus credenciales literarias están sobradamente fundadas, con dos obras finalistas en los premios Nadal (La caricia del escorpión, 1998) y Ciudad de Torrevieja (Querido Caín, 2006), respectivamente, entre otros reconocimientos. Su nueva novela, El corazón de la materia (Plaza & Janés), narra la historia de un físico del CERN que se embarca en una búsqueda personal para resolver la muerte de su pareja, una arqueóloga seducida por el ocultismo. En la trama colisionan dos mundos opuestos, ciencia y pseudociencia, con un tratamiento tan riguroso y certero del enfoque científico que entusiasmó al codirector del yacimiento de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga, quien ha presentado el libro hoy en Madrid.

– ¿A qué responde esta primera incursión en la ciencia?

– Siempre he sido muy aficionado a la lectura de divulgación científica, y desde hace una temporada me he especializado en la física de partículas. Además está la experiencia personal del suicidio de una amiga, una obsesión que me perseguía, a la que se une otro interés personal, que es la necesidad de creer en cosas. Empecé a configurar el personaje, que es de donde siempre parto para crear una historia; un científico que canaliza ese estilo de vida dedicado a responder grandes preguntas que a la mayoría de la gente no le interesan. Quise superponer la trama del suicidio, la averiguación del porqué, la búsqueda de la combinación de la caja fuerte, y un subtexto del hombre que busca lo sobrenatural. Los escépticos somos indagadores, no somos negacionistas. Queremos creer y sufrimos mucho por esto, nos gustaría que hubiera algo más que pudrirnos en el cementerio. Yo pasé de ser creyente a perder esa fe, lo que te deja un vacío que intentas llenar de alguna manera. Siempre te queda la duda de cuándo estás más en la verdad, si antes o ahora. Me identifico con el personaje, porque está en esa búsqueda existencial. Y en todo ello encontramos mentiras, también en la ciencia. No estamos a salvo del engaño.

– ¿El crecimiento de las pseudociencias se apoya sobre la merma de las religiones?

– Sí, hay gente que necesita una nueva estructura que no sea tan incompatible con lo que conocemos. La Iglesia católica siempre ha ido muy en contra de la ciencia; ha admitido la evolución a regañadientes. Hay un sector de creyentes, sobre todo los de cierto nivel cultural, que leen y buscan y se dan cuenta de que esto no casa. Esa gente cree en Dios, pero ya no en el Dios del catolicismo que vigila y fiscaliza, sino en uno más abstracto pero más compatible con el mundo, más sofisticado. Ahí entra esa corriente del misticismo o nuevo paradigma que pretende crear una religión a partir de teorías científicas y, al hacerlo, las está manipulando. Hay libros basados en esto que son verdaderos best-sellers, como El secreto. Y científicos que están siendo citados contra su voluntad, para defender argumentos que ellos nunca han defendido.

– ¿La gente está muy perdida?

– Mucho. Vivimos en la sociedad de la información, pero no del conocimiento. El conocimiento no lo da internet, no se adquiere atiborrándose de información, sino leyendo y reflexionando. Vivimos en medio de una vorágine de datos y ofertas de felicidad. Nunca se han consumido tantos libros de autoayuda, pero el hecho de que se sigan vendiendo significa que la gente no ha solucionado sus problemas con los libros de autoayuda, o no habría más que uno de esos libros. Las respuestas hay que descubrirlas por uno mismo.

– ¿No puede resultar antipático el científico cuando hace de su misión el descabalgar a los demás de sus creencias, tipo Richard Dawkins? ¿Algo así como la ‘antipartícula’ del antiguo inquisidor?

– Son muy pocos los que hacen del ateísmo una militancia. El científico es alguien que dice que eso no es asunto de la ciencia: “yo no creo, pero respeto tus creencias”. Para mí un caso modélico es el de Richard Feynman, que decía algo que comparto: la religión tiene una función muy positiva, hace que las personas se ayuden más unas a otras y sean más valientes en situaciones dramáticas. Pero a la gente no le interesa mucho lo que digan los científicos, sino los periodistas, los cotorros, los tertulianos que opinan de todo y de nada. A los científicos se les tiene un respeto en abstracto, pero no crean opinión. No se leen sus libros. Yo admiro su estilo de vida, no se guían por intereses espurios, la fama, el dinero o el negocio, sino por su motivación interna e intransferible, encontrar la respuesta, y eso les honra. Tienen un valor ético ejemplar. Claro que también hay hijos de puta.

– ¿Es arriesgado abordar la ciencia en la literatura, donde casi siempre prenden mejor la pseudociencia o la ciencia ficción que, simplemente, la ciencia?

– Sí, lo es. Yo pienso en Julio Verne, que fue pionero en introducir la física en la literatura. También ha habido otros, como Jorge Volpi en En busca de Klingsor... Creo que la novela tiene que buscar nuevos caminos, está todo muy trillado. Me aburren las historias de siempre, chico busca chica... Quiero escribir las novelas que me gustaría leer, y me gusta leer cosas que me abran nuevas puertas al conocimiento. No me da miedo que piensen que me meto en jardines extraños. No responde a ninguna moda, sino a un compromiso. Se puede entender como una novela de denuncia, porque pienso que hoy hay otras cosas que denunciar: que tanto templario y tanto Grial es pseudoliteratura. Hay que volver a la cultura, que tiene mucho que ver con la ciencia, ya que debe luchar contra la superstición.

– ¿Recomiendas que se deje la autoayuda y se lea más ciencia?

– A mí la racionalidad me equilibra, es una guía. Si leyéramos más divulgación científica, tendríamos más criterio para enfrentarnos a las mentiras que nos rodean.