Ignacio Sánchez-Cuenca
Un nuevo desencanto
(InfoLibre, 1 de noviembre de 2016).

El cambio político se ha frustrado en España. A pesar de que estamos viviendo una época en la que casi todos los gobiernos europeos no duran más de un mandato, Mariano Rajoy continuará en el poder. Esta “hazaña” del PP tiene una explicación doble: ni el castigo electoral ha sido lo suficientemente profundo ni las restantes fuerzas políticas han sido capaces de constituir un gobierno alternativo.

Con la investidura de Rajoy se consagra la impunidad política, produciéndose un daño tremendo al sistema democrático. La corrupción masiva y estructural del Partido Popular no ha impedido que este partido continúe gobernando. Es un fracaso colectivo de nuestra democracia.

El continuismo, por desgracia, no es solo político. Después de la peor crisis económica en décadas, el saldo general es muy negativo. Aunque la economía está creciendo a buen ritmo, los problemas de fondo no se han arreglado o incluso se han agravado. El mercado de trabajo ha quedado muy dañado: ciertamente se está creando empleo, pero las personas que acceden a un nuevo trabajo, en casi todos los casos precario, reciben salarios mucho más bajos que los trabajadores con puestos estables. La carga del ajuste salarial se ha concentrado sobre todo en quienes menos tienen, jóvenes a la búsqueda de su primer empleo y personas que perdieron su trabajo durante la crisis. No es de extrañar entonces que la desigualdad haya aumentado, colocando a España en posiciones de cabeza en la UE (véase el artículo de Luis Ayala al respecto).

Las Administraciones Públicas han quedado también en un estado lastimoso después de años de recortes, algo que ya es constatable en la bajada de calidad de muchos servicios públicos. La inversión en I+D ha retrocedido más de una década. Costará mucho tiempo que el sector público se recupere.
 

El sistema financiero sale de la crisis con un mayor nivel de concentración y con mayor capacidad de influencia y presión sobre las instituciones políticas, entre otras cosas porque en la actualidad los bancos han tomado el control de algunos de los principales medios de comunicación del país.

Quienes anhelaban un cambio profundo, no sólo en las políticas económicas y sociales, sino también en el funcionamiento del sistema democrático, tienen pocos motivos para sentirse esperanzados. Tantas ilusiones y tantas apelaciones a una transformación de España han quedado en nada. Por no resolverse, no se ha resuelto ni siquiera el drama de los desahucios. Con la continuidad de Rajoy en el gobierno se cierra un ciclo de expectativas que se abrió el 15 de mayo de 2011.

No sería de extrañar, en consecuencia, que se extendiera en los próximos meses un desencanto generalizado entre los partidarios del cambio, parecido al que se produjo al final de la transición entre todos aquellos que habían apostado por una ruptura más profunda con respecto al régimen franquista.

Es desencanto está más que justificado en estos momentos, pues no se atisba posibilidad alguna de que cuaje un entendimiento duradero entre las fuerzas progresistas que permita en el futuro desalojar al PP del poder. La evolución de los acontecimientos parece apuntar, de hecho, a una cierta “italianización” de la política española: hay un gran partido de derechas, el PP, que, como la Democracia Cristiana italiana, tiene una probabilidad alta de gobernar durante muchos años gracias a partidos menores como Ciudadanos y PSOE, y un partido radical, Podemos, que, como el Partido Comunista Italiano, queda excluido de las varias combinaciones posibles para la formación del ejecutivo. Y todo ello con la derecha corrupta hasta la médula, también como en Italia.

Dada la actual correlación de fuerzas entre PSOE y Podemos, la única forma de que el PP pueda ser desalojado del poder es mediante la colaboración de los partidos de izquierda. Parece claro que cada uno por separado será incapaz de superar al PP y Ciudadanos. Tanto PSOE como Podemos prefieren azuzar el enfrentamiento con el objetivo indisimulado de quedar en una posición ventajosa en el electorado progresista, pero mientras dure esa competición por la hegemonía, el PP tiene garantizada su permanencia en el gobierno.
 

En estos momentos, ni PSOE ni Podemos son capaces de explicar cómo van a conseguir derrotar al Partido Popular por separado. Podemos tratará de explotar todo lo que pueda la abstención vergonzante del PSOE, mientras que los socialdemócratas continuarán subrayando el palabreo auto-referente de Podemos. Los recelos mutuos son enormes: basta hablar con simpatizantes de cada partido para descubrir en seguida una negación visceral del rival. Los seguidores del PSOE censuran la superioridad moral que exhiben los políticos de Podemos, que no tienen experiencia de gobierno y se mantienen en un registro de pureza propio de la virginidad política; por su parte, los seguidores de Podemos niegan la condición de progresista al PSOE y lo describen como un partido que hace lo contrario de lo que promete.

Todos, sin duda, andan muy cargados de razones, haciendo las delicias de las élites económicas y de los políticos de la derecha. Ya es hora de que los dos partidos establezcan unas vías de comunicación fluidas, revisen los errores cometidos a lo largo del año pasado que han permitido la continuidad de Rajoy, y establezcan un mínimo entendimiento sobre cómo conseguir la derrota del PP. De lo contrario, el desencanto se apoderará de amplias capas de ciudadanos, a quienes no les quedará más remedio que concluir que, aunque sea por distintas razones en cada caso, votar PSOE o Podemos no va a servir para que haya un verdadero cambio político en España.