Immanuel Wallerstein
Los zapatistas: la segunda etapa
(La Jornada. Martes 19 de julio de 2005)
Desde 1994 la rebelión zapatista en Chiapas ha sido el movimiento
social más importante del mundo, el barómetro y el disparador
de otros movimientos antisistémicos por todo el planeta. ¿Cómo
puede ser que un pequeño movimiento de indígenas mayas
en una de las regiones más pobres de México pueda desempeñar
un papel tan importante? Para contestar eso debemos hacer el recuento
de los movimientos antisistémicos en el sistema-mundo desde 1945.
De 1945 a mediados de los sesenta, por lo menos, los movimientos antisistémicos
(o Vieja Izquierda) -los partidos comunistas, los partidos socialdemócratas,
los movimientos de liberación nacional- crecieron y llegaron al
poder en una amplia gama de estados. Había revuelo en torno a
ellos. Pero justo cuando parecía que estaban en la cúspide
de un triunfo universal se toparon con dos impedimentos: la revolución
mundial de 1968 y el renacimiento de la derecha en el orbe.
Por supuesto, los revolucionarios mundiales de 1968 protestaban por todas
partes contra el imperialismo estadunidense, pero también contra
los movimientos de la Vieja Izquierda. Para los estudiantes y trabajadores
implicados en los movimientos del 68, los movimientos de la Vieja Izquierda
habían llegado al poder, sí, pero no habían cumplido
las promesas de transformar el mundo en una dirección más
igualitaria, más democrática. El anhelo continuaba. Los
sesentayocheros crearon nuevos movimientos (los verdes, los feministas,
los identitarios), pero ninguno fue capaz de atraer el respaldo masivo
que habían adquirido los movimientos tradicionales en el periodo
posterior a 1945.
Además, con el despuntar de un importante viraje de la economía-mundo,
la derecha mundial cobró aliento y se reafirmó. Los más
notables, por supuesto, fueron los gobiernos neoliberales de Margaret
Thatcher y de Ronald Reagan. Pero tal vez lo más importante fue
la habilidad del Fondo Monetario Internacional y del Departamento del
Tesoro estadunidense de imponer a la mayor parte de los gobiernos de
la Vieja Izquierda que continuaban en el poder una retirada importante
de sus políticas económicas, haciéndolos cambiar
el desarrollismo de sustitución de importaciones por el crecimiento
basado en las exportaciones.
Cuando el último y más fuerte de estos gobiernos de la
Vieja Izquierda -los regímenes comunistas de la Unión Soviética
y sus satélites de Europa Oriental y de Centro- se colapsó,
entre 1989 y 1991, el creciente desmantelamiento de los movimientos antisistémicos
(tanto de la Vieja como de la Nueva Izquierda) alcanzó el punto
culminante de desilusión y desencanto acerca de su capacidad de
transformar el mundo.
Pero justo cuando la marea de ideología neoliberal parecía
alcanzar su clímax, a mediados de los noventa, la ola comenzó a
virar. El punto de quiebre fue la rebelión zapatista del primero
de enero de 1994. Los zapatistas pusieron muy en alto la bandera de los
segmentos más oprimidos de la población mundial, los pueblos
indígenas, y reclamaron su derecho a la autonomía y al
bienestar. Es más, lo hicieron sin exigir la toma del poder del
Estado mexicano, sino buscando el poder de sus propias comunidades, para
las cuales pidieron el reconocimiento formal del primero. Y mientras
el lado militar de su rebelión terminó muy pronto con una
tregua, políticamente buscaron a la “sociedad civil” de
México, y luego a la del mundo entero. Acordaron encuentros “intergalácticos” en
las selvas de Chiapas y pudieron convocar la asistencia de un número
impresionante de militantes e intelectuales de todo el orbe. Cuando en
2000 llegó al poder en México un nuevo presidente (que
había sacado al decrépito movimiento “revolucionario” que
mantuvo el poder durante 60 años), los zapatistas marcharon a
la ciudad de México para exigir que los términos de los
convenios de tregua de 1996 (los llamados acuerdos de San Andrés)
fueran por fin puestos en práctica por el gobierno mexicano.
Cuando la legislatura mexicana no cumplió, pese al enorme respaldo
que los zapatistas tenían en la “sociedad civil”,
regresaron a sus comunidades en Chiapas y comenzaron a implementar su
autonomía unilateralmente, creando -de facto si no de jure- gobiernos
democráticos, su propio sistema escolar y sus propias instalaciones
de salud. Pero el Ejército Mexicano se mantuvo siempre como contrapeso
a su alrededor, amenazando potencialmente con desmantelar su estructura
de facto.
La importancia de los zapatistas fue mucho más allá de
los estrechos confines de Chiapas o aun de México. Se volvieron
ejemplo de lo posible para otros en cualquier parte. Si en los pasados
cinco años la mayoría de los países sudamericanos
han puesto a gobiernos populistas/izquierdistas en el poder, el ejemplo
zapatista fue parte de las fuerzas disparadoras. Si los manifestantes
en Seattle fueron capaces de descarrilar la reunión de la Organización
Mundial de Comercio en 1999, y pudieron hacer manifestaciones semejantes
en Génova, Quebec y otros lugares, así como este año
en Gleneagles, en no poca medida fue inspirado por los zapatistas. Y
cuando en 2001 el Foro Social Mundial aglutinó esta renovación
de la lucha antisistémica, los zapatistas fueron un modelo heroico.
Pero ahora, repentinamente, en junio de 2005, los zapatistas proclamaron
una alerta roja, llamaron a sus comunidades a abandonar los poblados
e internarse en el monte para realizar una “consulta” masiva
a la base. ¿La razón? Dijeron que ya no podían sólo
esperar indefinidamente mientras el Estado mexicano ignoraba sus promesas
hechas hace 10 años en los acuerdos de tregua. Se declararon entonces
listos “para arriesgar lo poco que habían obtenido” (es
decir, la limitada autonomía de facto sin base jurídica),
con el propósito de intentar algo nuevo. Declararon que habían
finalizado la primera fase de su lucha y que era tiempo de pasar a una
segunda etapa, que sería política y no militar, añadieron.
En la tercera y última parte de la Sexta Declaración de
la Selva Lacandona, difundida el 30 de junio de 2005, los zapatistas
brindan indicios claros de la línea política que proponen.
No hacen mención de partido político alguno, ni en México
ni en ningún otro lado. Dicen a la gente de todas partes, a quienes
luchan por sus derechos, a los que están a la izquierda, que los
zapatistas están con ellos. Hablan de crear una vasta alianza
política en México -somos indígenas, pero también
somos mexicanos-. Y hablan de crear una vasta alianza política
en el mundo. Usan un lenguaje inmediatamente incluyente -incluyente de
todos los estratos y todos los pueblos, y sobre todo de todos los grupos
oprimidos-, pero en la izquierda, sin atarse necesariamente a ningún
partido.
En mi opinión, la cuestión más importante de esta
iniciativa es su sentido del tiempo. Han pasado 11 años desde
que la marea comenzó a ir contra el neoliberalismo y el imperialismo.
Pero para los zapatistas no se ha logrado lo suficiente. Tengo la sensación
de que no son los únicos que lo piensan. Tengo la sensación
de que por toda América Latina, en especial en aquellos países
donde los grupos populistas o de izquierda han llegado al poder, hay
una sensación semejante de que no es suficiente, de que estos
gobiernos han hecho muchas concesiones, de que el entusiasmo popular
se agota. Tengo la impresión de que en el Foro Social Mundial
hay esa misma sensación de que lo logrado desde que comenzó en
2001 es muy notable, pero no suficiente, y que no puede seguir haciendo
las mismas cosas una y otra vez. En Irak y en Medio Oriente en general
también parece haber la sensación de que la resistencia
al intervencionismo machista de Estados Unidos ha sido sorprendentemente
fuerte, pero, aun así, no ha sido suficiente.
En 1994 la rebelión zapatista fue el barómetro de un rechazo
al sentido de incapacidad que había comenzado a apoderarse del
impulso antisistémico mundial. Sirvió entonces para encender
una serie de otras iniciativas. Hoy, cuando los zapatistas nos dicen
que su primera etapa ya terminó y que no podemos quedarnos ahí,
parecen de nuevo ser un barómetro de un cambio de sentimiento
en otras partes. Los zapatistas quieren moverse a una segunda etapa -política,
incluyente-, pero están todavía lejos de haber detallado
sus objetivos. ¿Serán ahora la inspiración de una
revaluación semejante por toda América Latina, en el Foro
Social Mundial y en todos los movimientos antisistémicos del planeta? ¿Cuáles
serán los objetivos detallados de la siguiente fase?
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