Ion Arregi

Invisibles e impunes

(Hika, 158zka, 2004ko iraila)

Los hemos conocido con el nombre de mercenarios y el fenómeno es tan antiguo como la historia humana. Su imagen de asesinos sin bandera y sin escrúpulos sorprendió nuestras juveniles conciencias. Su trabajo ha estado asociado a la guerra, al combate en favor del estado más generoso, fuera de los controles y de la ley; pero sus funciones han sido muy versátiles y muchos han sido los ejércitos privados organizados al servicio de voraces compañías privadas y terratenientes sin escrúpulos.
En la actualidad, se trata de un hecho a gran escala, con una gran diversidad de oferta-demanda, y son multinacionales las corporaciones que mueven sus hilos. Ya no se trata de los perros de la guerra de los conflictos coloniales africanos, ni tan siquiera los soldados de fortuna que sustituyeron a los franceses en Vietnam en los años 60; ahora son los respetados contratistas con tanta capacidad tecnológica y profesional como volatilidad ante las leyes internacionales.
Las empresas de servicios militares son uno de los sectores industriales más boyantes en Estados Unidos y están creciendo más deprisa incluso que las empresas de internet o de biotecnología. Según Peter Singer, autor del libro Corporate Warriors -Guerreros empresariales-, dichas empresas ya generan en todo el mundo una cifra de negocio de 100.000 millones de dólares, y allá por 2010 los ingresos previstos alcanzarían los 200.000 millones.
Aunque se hable poco de ellos -ahora más en relación con Iraq-, qué duda cabe que la imagen de respetabilidad y efectividad, su estatus de legitimidad fuera de toda duda, se la dan los contratantes, es decir los Estados y las multinacionales.
El Pentágono, que sabe mucho y lo oculta casi todo sobre este tema, desde hace más de 10 años, desarrolla esta fórmula con verdadera vocación. EEUU es, junto a Gran Bretaña y Sudáfrica, el núcleo central de la industria privada militar, y los clientes forman un elenco donde se encuentran dictadores, cárteles de la droga, respetables gobiernos democráticos o empresas y organismos internacionales.
Su lado oscuro oculta una más que generosa e imprescindible impunidad con la que cumplen unos contratos donde la guerra sucia es el motivo sine qua non de los aguerridos ex soldados. No sólo sus actuaciones sino su propia presencia se sustrae completamente a la cadena de mando militar. Tampoco responden a la justicia civil. El primer resultado que desea el Eje del Bien democrático es librar de molestas salpicaduras a las dignas y humanitarias actuaciones de sus uniformados y sus gobiernos. El segundo, es asegurar unos pingües beneficios empresariales con cargo al erario público de la cada vez mayor privatización de los ejércitos.
La Convención de Ginebra prohíbe el uso de personas reclutadas para un conflicto armado por un país distinto del suyo y motivado por el beneficio personal. Pese a ello, Estados Unidos no ha dudado en recurrir a las corporaciones militares privadas durante la ocupación de Irak. Estas empresas están suplantando las funciones del ejército norteamericano hasta límites alarmantes. Se calcula que en Irak puede haber hasta 20.000 hombres de este ejército invisible que trabaja para el Pentágono.
Se sabe, por ejemplo, que una sola compañía, Global Risk, tiene a 1.100 hombres y ocuparía el sexto lugar entre las fuerzas desplegadas por las fuerzas de la coalición invasora. Entre los guerreros privados de Global Risk hay decenas de ex soldados gurkas, conocidos precisamente por su fiereza en la batalla. Irak se está convirtiendo en el campo de batalla de las corporaciones militares privadas, con su particular ejército paralelo nutrido por miles de ex militares.
Hoy por hoy, sus efectivos están desplegados en unos 50 países de todos los continentes y actúan en casi todos los conflictos más sangrientos desde los Balcanes a Afganistán pasando por África, Oriente Medio y Colombia. Unas veces son contratadas por los gobiernos locales para adiestrar a sus ejércitos, otras brindan apoyo técnico a los ejércitos norteamericano y británico.
Tras la eufemística expresión de apoyo técnico hay una variada gama de actividades como el entrenamiento de ejércitos y policías, adiestramiento de espías y servicios secretos, una multitud de operaciones secretas a lo largo del mundo donde no resulta oportuna la intervención oficial de las potencias mundiales, servicios de guardaespaldas y vigilantes, control y protección de minas y pozos petroleros.., o la subcontratación de interrogatorios. Allí donde los estados ricos no desean hacerse visibles o los pobres no pueden hacer, subcontratan servicios que les permiten centrarse a los unos en sus asuntos prioritarios y a los otros disponer de fuerzas militares asequibles.
Hace 12 años, los datos estadísticos establecían la proporción entre contratistas y soldados de uno a cien; en Irak, ahora mismo, se estima que puede haber un contratista por cada 6 o 10 soldados.
La empresa Vinnell lleva años adiestrando a la Guardia Nacional de Arabia Saudí. La DynCorp, una multinacional experta, está curtida en la lucha contra la guerrilla en Colombia y se beneficia ahora de un contrato de 40 millones de dólares para preparar a la policía de Irak. SAIC (Science Aplicatios International Company) es otra de estas empresas que entrena policías en Irak. También está presente Recursos Militares Sociedad Anónima.
Se atribuye a Dick Cheney -actual vicepresidente de los EEUU-, cuando era secretario de Defensa con Bush padre como presidente, el encargo del primer estudio para la privatización del ejército de los EEUU, un informe que fue elaborado por una filial de la controvertida Halliburton, que posteriormente dirigió él mismo, y que concluyó que era mucho más efectivo y barato ceder el trabajo sucio a los contratistas.
Hoy por hoy, una tercera parte de las funciones del ejército norteamericano está en manos privadas -incluido el mantenimiento y el manejo del Air Force One del presidente-. La administración Bush confía en seguir regalando pedazos de la tarta bélica a los contratistas, hasta dejar la proporción en mitad y mitad.
En palabras de cualificados militares y políticos, los EEUU deben hacer un mayor uso de las corporaciones militares privadas como parte de su estrategia de seguridad, ya que las nuevas misiones militares que se derivan de la expansión del terrorismo internacional, los conflictos étnicos, los peligros del narcotráfico, etc., son excesivas para los medios militares gubernamentales. Tales corporaciones privadas le brindan a EEUU la posibilidad de responder al amplio espectro de conflictos que afronta el país.
Sus tentáculos y presiones alcanzan a las más altas instancias del Senado y de los partidos Demócrata y Republicano. No existe ningún modo de controlar a estas empresas que actúan por cuenta propia. Por un lado, son empresas civiles y a la vez empresas militares, pero sus empleados no están sometidos al código militar y funcionan en una especie de limbo legal. No hay ningún organismo internacional ni gubernamental que vigile a estas empresas; es imposible tener una idea exacta de ellas, saber cómo funcionan, cuáles son los mecanismos de licitación y las condiciones impuestas a los contratistas militares.
Vistas así las cosas, los honorables conceptos que sobre la democracia emplean demasiados políticos occidentales en realidad equivalen a la nula convicción de sus palabras. Conforme se rastrean sus intereses económicos y estratégicos internacionales, su deseo de control de las fuentes energéticas y el de los gobiernos subsiguientes, la sobresaliente beligerancia contra tratados, convenios, organismos y derechos internacionales de la que hacen gala –en particular los EEUU- es un visado hacia la barbarie.
La mentira y las actuaciones unilaterales de fuerza donde todo vale -por supuesto la guerra sucia incluida y las actuaciones ilegales de los propios ejércitos y soldados- se convierten en la filosofía alumbradora del mundo que preconizan.