Isabel Santamaría

Las mujeres y la literatura para Laura Freixas

(Página Abierta, nº 126, mayo de 2002)

En una charla con motivo del 8 de Marzo de este año (*), Laura Freixas habló de algo que ha estudiado bien: las mujeres y la literatura. Por una parte, para desmontar con contundencia ciertos comentarios sobre el dominio femenino de la creación y edición literarias. Por otra, para afirmar razonadamente que sí tiene sentido hablar de la existencia de una literatura femenina. Y, con ambas reflexiones unidas, hacer ver, entre otras cosas, la diferente consideración cultural de lo femenino –como particular o específico– y de lo masculino –como universal o neutro–. Lo que aquí publicamos es un resumen o extracto de su exposición, que hemos descompuesto en dos partes para facilitar su lectura y en el que hemos mantenido su lenguaje coloquial.

I. ¿Debemos hablar de literatura femenina?

El resumen de este apartado deja fuera una mayor explicación de las ideas en él vertidas, lo quepuede llevar a una visión demasiado abstracta o simplificada del punto de vista de Laura Freixas. Por ello, invitamos a que se lea su ensayo Literatura y mujeres (**).

Mucho se ha hablado acerca de si existe o no una literatura femenina. Ante esta polémica cuestión, la mayoría de las escritoras aseguran que no existe, y dicen eso tan oído de “no hay literatura femenina o masculina, sino sólo buena o mala literatura”, asegura Laura Freixas. En ese sentido, se da un salto del juicio de hecho –es un juicio de hecho afirmar que existe la literatura femenina, o la literatura barroca, o la generación del 98– al juicio de valor: hablar de lo bueno y lo malo es un juicio de valor. Pero, para la escritora, hay razones para ese salto en apariencia incomprensible: ocurre que lo femenino está desvalorizado, y cuando se habla de literatura femenina, en realidad, se está hablando de mala literatura. «El mero concepto de literatura femenina, efectivamente, es un concepto discriminatorio que, por sí mismo, consiste en reconocer el carácter marginal de lo femenino o el carácter desvalorizado o inferior de lo femenino, no inferior por sí mismo sino inferior dentro de nuestra cultura. Por lo cual yo entiendo muy bien que muchas escritoras lo rechacen».

Ella, por lo tanto, entiende que desde un punto de vista filosófico deberíamos –en un mundo ideal– rechazar el concepto de literatura femenina. Sin embargo, la mirada histórica nos hace reconsiderar esa conclusión, aunque, como dirá Laura Freixas en su ensayo sobre esta cuestión, deba reconocerse las evidentes consecuencias –por otro lado no inevitables– del reconocimiento de ese concepto. 

Para llegar a su idea de aceptación del concepto de literatura femenina, Laura Freixas trata, primero, de contestar al interrogante de por qué desde un punto de vista teórico se debería rechazar ese concepto. En otras palabras: ¿por qué usar ese concepto implica reconocer la marginalidad de las mujeres dentro de la cultura?

Todo conocimiento requiere un sujeto que conoce, describe, juzga, y un objeto, una materia de su conocimiento. «Históricamente, el papel de sujeto que conoce se ha identificado con el varón, y la mujer forma parte de la materia conocida, o sea, de los objetos que son descritos y juzgados», sigue señalando Freixas. Hablar de literatura femenina significa asumir que hay un sujeto, históricamente siempre masculino, que es el que describe, conoce, juzga, define y dictamina qué es la mujer y qué son las producciones femeninas, incluida la literatura femenina, y que lo que las mujeres producen es un objeto de conocimiento para ese sujeto, y nunca a la inversa. Porque el concepto de literatura femenina no se opone nunca –nadie lo opone– al de literatura masculina. Se opone al de literatura sin adjetivos, al de gran literatura, al de literatura pura. Lo masculino se confunde con lo universal; la literatura escrita por hombres no se considera masculina sino literatura pura, mientras que lo femenino siempre está marcado por el sexo. Lo femenino es, por tanto, lo específico, lo particular.

Hablar de literatura femenina, o de mujeres, significa también negarle a las mujeres a la vez su individualidad y su universalidad. La literatura escrita por hombres nunca es vista ni juzgada en tanto que masculina, sino que es vista, o como expresión individual, intransferible e irrepetible de su autor, o como representante de un colectivo distinto del de la masculinidad; es decir, es vista como literatura española, como poesía mística, como literatura barroca, pero nunca como literatura masculina. Por lo tanto, hablar de literatura femenina, cuando jamás hablamos de literatura masculina, significa que lo más importante de una mujer es que sea mujer. Las “escritoras mujeres” forman un conjunto, sin caras, sin nombres, sin apellidos, sin individualidad. Por esto, muchas escritoras rechazan el concepto de literatura femenina. 

«Pero la realidad es que, por razones históricas, sí que existe una literatura femenina, y no sólo en el pasado, sino también en el presente. Y la cuestión es cómo liberarse de esa idea de que todo lo femenino está desvalorizado, es particular, no universal», afirma Laura Freixas.

Avatares en la educación de las mujeres

Durante muchos siglos, por lo menos hasta la disputa de los antiguos y los modernos en el siglo XVII,para escribir se consideraba necesario conocer los modelos clásicos, lo que hacía necesario saber latín y griego. El tipo de educación que tenían las mujeres las excluía de la creación literaria. Santa Teresa decía que no sabía latín. Madame de Sévigné, que era una mujer muy culta, sabía lenguas modernas, pero no sabía lenguas clásicas. La consideración que se hacía, en aquella época, de lo creado por estas mujeres no encajaba con el concepto de literatura que se tenía desde el punto de vista clásico.

Por estas razones, y simplificando, podemos decir que las mujeres siempre han escrito dentro de los géneros menos prestigiosos y menos codificados, y sus obras han estado siempre asociadas a géneros menores. Aunque la clasificación de los géneros como “menores” o “mayores” también es relativa y ha cambiado a lo largo del tiempo. «Por ejemplo, las mujeres empezaron escribiendo “cartas privadas”, y más tarde los hombres acabaron escribiendo “novelas epistolares”, con lo que la consideración del género epistolar cambió mucho», explica Laura Freixas. Las mujeres han practicado, generalmente, un género en sus inicios desprestigiado, popular y bastardo, aunque hoy sea el género rey: nos referimos a la novela. La novela fue el género de las mujeres en un principio. Puede decirse que, en cierto modo, fue un género femenino. «Se podía escribir sin recurrir a modelos clásicos, tenía muy pocas normas y no requería un gran nivel educativo. Además, es un género que, temáticamente, tiene que ver mucho con el mundo de las mujeres. Su intriga fundamental es de amor y matrimonio, y depende de las vivencias más que de las lecturas».

La novela era un género considerado menor y popular. Jean Austen o las hermanas Bronte no dependían de una formación clásica para escribir novelas. Sin embargo, a partir del siglo XIX la novela empieza a tener una consideración mayor.

Otra cuestión que no hay que considerar anecdótica, sigue analizando Freixas, es la finalidad que tiene quien escribe, pues ello determina el tipo de literatura que se hace. Simplificando, «podemos decir que una característica de la literatura de las mujeres es que han escrito sin finalidades literarias. Cuando Santa Teresa escribe el libro de su vida, de hecho no tiene ni título, el título se lo hemos puesto después; ella simplemente escribe su vida por orden de su confesor. Cuando Madame de Sévignéescribe cartas a su hija, tampoco pretende hacer literatura».

En el siglo XIX, se consideraba que había tres motivaciones aceptables para que una mujer escribiera.Una era la literatura como terapia, como consuelo. Éste es un consejo muy repetido en este siglo (por médicos, por confesores: recordemos el ejemplo de La regenta) y que explica muchos diarios. La segunda era el fin didáctico o propagandístico (por ejemplo, de tipo religioso o político), de donde surge, en el primer caso, la literatura infantil. Y la tercera motivación era la de ganarse la vida. En esta época las mujeres afirman esta finalidad como sinónimo de no tener pretensiones mayores. Pero, claro, en un momento en que se afirma el ideal del “arte por el arte”, este fin de ganarse la vida las condena a quedar fuera de las fronteras de la literatura.

Como curiosidad, Laura Freixas nos resume algunas de las conclusiones de un estudio sobre varias decenas de prólogos a novelas de mujeres, en Francia, en el siglo XIX. Entre otras cosas, destaca que en tales prólogos no suele encontrarse la biografía de la autora, sino que «habitualmente se hace una semblanza en la que siempre se dice de ella que es muy bella, recibe muy bien, tiene un círculo de amigos o tiene unas recetas de las cuales sólo ella tiene el secreto». En ocasiones, este tipo de contenidos siguen encontrándose en la actualidad, y banalizan las aptitudes e intenciones de las escritoras. «Otra característica que los prologuistas resaltan siempre es que esa señora que escribió esas cosas jamás tuvo la menor intención de publicarlas. Las escribió para sus hijos y para sus nietos. Para guardar en la familia el recuerdo de algunas cosas vividas o para consolarse en la vejez de sus muchas desventuras».

Esto ha tenido como consecuencia que las obras escritas por mujeres más valoradas por la tradición son aquellas que se adaptan a estos criterios de escritura íntima y sin pretensiones. Se valoraba aquella literatura edificante, didáctica, infantil, sensiblera, es decir, “de mujeres”. Lasobras con pretensiones más artísticas no se tuvieron en cuenta. Si la mujer pretendía escribir literatura, sin adjetivos, era considerada “viril”, lo cual podía decirse con intención elogiosa, pero equivalía a afirmar el carácter excepcional, incluso monstruoso de la escritora. «Flaubert le dice a George Sand: “¡Oh, tú del tercer sexo!”. Y George Sand tiene que asumir su tercer sexo hasta en la manera de vestir y de fumar puros […] En España, a la Pardo Bazán, uno de los modelos de este tipo de escritura, de mujer que quiere escribir como un hombre –y hay que decirlo así, porque en el siglo XIX se veía así–, se la llama viril. A su escritura y a ella. Y ella misma actúa como tal».

La temática de la literatura femenina

Como indica Laura Freixas, si se acude a los llamados “diccionarios de temas y motivos literarios” se verá que, hasta hace poco, los personajes universales como el avaro, el héroe tragicómico, el antihéroe, el aventurero, siempre han estado encarnados por varones. Y los pocos personajes femeninos que existen –en esa literatura universal, es decir, escrita en su casi totalidad por hombres– son personajes definidos única y exclusivamente por su relación con los varones. Por ejemplo, la bella indiferente, la prostituta de buen corazón, la mujer abandonada, el hombre entre dos mujeres, etc. En cambio,«desde que las mujeres, en gran número, escriben, han convertido a personajes femeninos en sujetos de su propia historia». Son creación de escritoras personajes como las amigas, la madre e hija, las sagas familiares protagonizadas por mujeres, la criada y la señora y las relaciones entre sí.

Otra característica de la literatura de mujeres es la reinterpretación de personajes femeninos legados por la Historia, la mitología o la leyenda. Y la escritora recuerda los ejemplos relacionados con personajes como Medea o Eva.

Y, a continuación, se plantea la cuestión de por qué las mujeres escriben tanto sobre sí mismas. Argumenta que hay identidades que marcan mucho más que otras. «Hay identidades que son marginales, que son minoritarias, que son problemáticas y de las cuales somos conscientes constantemente. Hay una conciencia muy aguda y muy problemática de la propia identidad que se proyecta en el texto».

Llegados a este punto, se plantea que, por todos estos motivos, tenemos que aceptar que sí existe una literatura femenina. En el pasado y en el presente.

La crítica literaria en los tiempos que corren

Así, cuando un crítico dice de una obra que es “feminista”, está diciendo que es literatura de ideas, de tesis y, por tanto, mala literatura. El carácter ideológico de una obra va en detrimento de sus valores literarios. Aunque, en realidad, puede concluirse que lo que molesta de una obra no es la ideología en sí, sino una ideología concreta, la feminista en este caso. Lo demuestra el hecho de que otras ideologías (antifranquista, por ejemplo) no sean consideradas defectos literarios.

A menudo se dice, en las críticas de las obras de mujeres, que son “intimistas”. El concepto de intimismo en sí no es negativo, pero, cuando se aplica a la literatura de mujeres siempre se le da un sentido peyorativo, de sensiblería, de cursilería. «Cuando se habla de lirismo en un texto de mujeres siempre se lo califica de “desbordante”. Y cuando es en un texto de hombres siempre es “contenido”…», ironiza Freixas. 

Se dice a menudo, también, de la literatura de mujeres que está dirigida al gran público, que es comercial, fácil. Afirmando como cierto que la mayoría de lectores son lectoras, Laura Freixas se pregunta por qué han de ser mayoría sólo para la “mala literatura”. Y con guasa continúa argumentando: «¿Quién lee a los clásicos? Lo lógico es pensar que los estudiantes de Filología. Y ¿quién estudia Filología?: las mujeres; la gran mayoría de los estudiantes de Filología y de letras son mujeres».

Lo femenino en la literatura –según las conclusiones de este estudio de Laura Freixas sobre las críticas– se considera siempre particular, no universal. «Es de lo más insidioso e irracional». Este argumento es corriente en las críticas. Una obra cuyo narrador o personajes sean mujeres es “un libro sobre mujeres”, “un libro de mujeres”. Esto nunca se dirá de una obra narrada o protagonizada por hombres, que se considerará una obra literaria sin más. «Cuando un escritor publica un libro protagonizado por varones nadie le dice: “esto es literatura de hombres” o “usted escribe para hombres”. A tal punto se confunde lo masculino con lo universal. Por ejemplo, Muñoz Molina tiene una novela que no he leído, pero como sé que cuenta su servicio militar, me imagino que los protagonistas serán todos hombres. ¡Nadie ha dicho que hace literatura para hombres!»

Cuando se habla de literatura femenina se da continuamente un salto del juicio de hecho al juicio de valor. Se hace continuamente un juicio de valor que deja implícito que lo femenino en la literatura no es bueno. «Como en el siguiente ejemplo. En una crítica firmada por Miguel Saenz a propósito de una obra de Anna Mitgustch se dice lo siguiente: “No escribe mal, pero su prosa bordea siempre la línea semiborrada que separa la buena literatura de lo que suele llamarse literatura de mujeres”. Esto es tan absurdo –por lo que decía del juicio de hecho y del juicio de valor– como decir “esta camisa es roja y esta, en cambio, es fea”».

Esta sinonimia entre lo malo y lo femenino se puede percibir a menudo en muchos críticos literarios. «Juan Antonio Masoliver hace una crítica a la novela de Fernando Schwartz, El desencuentro, la pone a bajar de un burro, y al final dice: “Es una novela que se dirige directamente al corazón femenino. No al de las mujeres, sino a ese corazón cursi y tierno que tienen los seres humanos, entre ellos los lectores de best-seller”. ¿Qué quiere decir esto? Que no solamente lo femenino, por definición, es malo, sino que lo malo es femenino; es decir, aunque los lectores de best-seller sean hombres, tienen corazón de mujer».

Pero cuando una novela femenina es buena, entonces se dice que es la excepción que confirma la regla. «Por ejemplo –añade Laura Freixas–, leo una crítica sin firma de la novela de Irene Gracia, Hijas de la noche en llamas:“Hijas de la noche en llamas constituye un bello soplo de aire fresco en el panorama actual de nuestra narrativa escrita por mujeres, más bien tendente en los últimos años a balancearse por igual entre cutreces y mojigaterías, o a caer en feminismos de cuño añejo o falsos intimismos propios de internados para señoritas”. Con lo cual, el autor de la crítica ha dedicado una línea a decir que esta obra es buena y cinco a decir lo malas que son las mujeres en general».

II. Éxito, dominio, prestigio

Sin embargo, para ver si esto se corresponde con la realidad, habría que responder a varias preguntas.

¿Leen más las mujeres? En opinión de esta autora, rotundamente sí. Existen tres o cuatro encuestas del Ministerio de Cultura entre 1978 y 1990, otra encuesta de la Sociedad General de Autores de 2000 y otra de la Fundación Santamaría de 2001 relativa a los jóvenes, que así lo confirman. Se trata de unos pocos puntos porcentuales, pero el dato es muy llamativo por lo constante en el tiempo, por lo constante en todas las franjas de edad, en todas las ocupaciones, en todos los estados civiles.

La cuestión que se plantea Laura Freixas a continuación es: ¿por qué ocurre esto? La primera respuesta que se da, que a todo el mundo enseguida se le ocurre, es por el supuesto hecho de que la mujer tiene más tiempo libre. Nada más lejos de la realidad. En 1978, cuando se hizo la primera encuesta del Ministerio de Cultura, mujeres y hombres tenían el mismo tiempo libre. En 1990, cuando el Ministerio de Cultura hizo su última encuesta sobre los hábitos de ocio, los hombres disponían, aproximadamente, de un 15% más de tiempo libre que las mujeres. Esto es muy fácil de explicar. Se debe a la extensión del empleo femenino, con la consiguiente doble jornada.

En opinión de la ponente, existe una feminización de la cultura que no solamente se da en las actividades dentro de casa, sino que también se está dando en las actividades exteriores, como por ejemplo ir al cine, al teatro, etc. Nos plantea su hipótesis de que el mundo real en que vivimos ofrece más satisfacciones reales y tangibles a los hombres que a las mujeres, de modo que a éstas les queda el refugio del mundo de la imaginación. Y, por otra parte, lo que mueve a las mujeres a querer saber, a estudiar, es el hecho de que son conscientes de un cambio, de una metamorfosis y de que existen unos interrogantes esenciales para entender la propia condición: «Queremos saber sobre nosotras, queremos entender por qué no estamos tan a gusto en el mundo real como lo están los varones. Queremos saber, y estudiar, y leer, para entendernos mejor y entender nuestra propia historia».

Los libros de mujeres y los premios

La siguiente pregunta a la que habría que contestar es si es cierta esa idea, que se pregona tanto, de que “los libros más vendidos tienen firma femenina”, como así aparece en los titulares de prensa. Para ver si es cierto o no, se puede acudir a las listas de los libros más vendidos en cualquier periódico o librería, o a los resultados de ferias del libro como la de Madrid. La escritora subraya que «la proporción de mujeres suele ser de 2 o 3 sobre 10 entre los autores de los libros más vendidos. Alguna vez he visto 5 entre 10, otras veces he visto 0, pero de la mitad nunca pasan». En el año 1999, en el boletín de novedades –no reediciones–, de las 15 editoriales más importantes del país, de narrativa, de ensayo y de poesía, salía la siguiente media: entre los escritores de narrativa son mujeres el 25%, entre los de poesía el 22% y entre los de ensayo el 15%. Por tanto, estos datos desmienten esa idea, un poco paranoica, de que las mujeres están copando el mundo de la creación literaria en cuanto a número de escritoras y ventas de libros.

¿Y en cuanto a editoras? En el artículo de El País antes mencionado se afirma: «Más de medio centenar de editoras, agentes y libreras, eligen los libros que hemos de leer». Parece ignorarse que, según datos de la Federación de Gremios de Libreros, existen en total 253 editores importantes, es decir, aquellos que publican más de 50 títulos al año. Por lo que, en realidad, ese medio centenar de mujeres editoras que cita el artículo constituye aproximadamente una quinta parte del total de editores, teniendo en cuenta que en esa cifra se incluyen, además, agentes y libreras.

Se dice mucho, también, que las mujeres ganan todos los premios literarios. Laura acude de nuevo a la contundencia de los datos disponibles para refutar esa afirmación. De los premios comerciales más importantes de 2001, es decir, el Alfaguara, el Planeta, el Biblioteca Breve, el Primavera, el Nadal, el Ateneo de Sevilla, el Herralde y el Torrevieja, cuatro los han ganado mujeres y cuatro hombres. La mitad: estamos muy lejos de esa supuesta mayoría femenina. Pero es que, además, cuando se habla de premios siempre se olvidan los institucionales: el Cervantes, el Nacional de las Letras, el de Narrativa, el de Poesía, el de Ensayo, el de Literatura Dramática, el de la Crítica, todos ellos ganados por varones. «El único Premio Nacional ganado por una mujer el año pasado, que además es la tónica habitual, es el de Literatura Infantil», recuerda la escritora.

Lo que a juicio de Laura Freixas está ocurriendo es que las mujeres están teniendo éxito, pero no prestigio, y cuanto más éxito comercial tienen más se las excluye del ámbito del prestigio.

El acceso al prestigio

Como último comentario, la ponente afirma que la revista Quimera va a publicar una lista de las mejores novelas españolas del siglo XX, y que ha tenido conocimiento de ella porque participa en las votaciones. En esa lista se mencionan 119 autores, de los cuales sólo 10 son mujeres. 

De manera general, parece que la situación de las creadoras literarias respecto a su acceso al canon es francamente pesimista.

Pese a que se insiste mucho en el triunfo arrasador de las mujeres en la literatura, se habla muy poco del acceso de las mujeres al canon, el acceso al prestigio en todas sus formas, el acceso a la Real Academia, o a los distintos cánones, como las mejores obras, las mejores novelas, etc. Laura Freixas da algunos ejemplos para demostrar que las mujeres no tienen acceso al prestigio. En la Real Academia, de más de 40 miembros, sólo dos son mujeres. El diccionario llamado “100 escritores del siglo XX”, que publicó la revista Qué Leer, incluye únicamente a nueve mujeres. Otro ejemplo muy decepcionante es el caso de Babelia, el suplemento literario del diario El País. Para celebrar los 25 años de la creación del periódico, se publicó, en mayo pasado, un pequeño monográfico sobre las 15 mejores novelas españolas de la transición. Las 15 eran novelas escritas por hombres. «A mi modo de ver, hay dos grandes novelas que fundan la transición española literaria. Porque son las creadoras de las grandes tendencias que se están desarrollando ahora. Una es La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, que inicia toda la línea de escritura de no ficción, de novela histórica, de escritura periodística, la cual, naturalmente, figuraba entre las 15; y otra, El mismo mar de todos los veranos, de Esther Tusquets, que funda otra corriente más intimista, más autobiogáfica, más subjetiva, más en primera persona. Pues ésta no estaba […] Sin embargo, en esa lista, en la cual no estaba ni Carmen Martín Gaite, ni Ana María Matute, ni Soledad Puértolas, ni Esther Tusquet; estaban escritores, a mi modo de ver y con todos mis respetos, menores como José María Merino o Juan García Hortelano».El discurso de que las mujeres están triunfando en el mundo literario, de que aquí sí hay igualdad, es un discurso machacón que choca con la realidad. Por ejemplo, basta ojear diferentes publicaciones o revistas de pensamiento como Lateral, Claves, Letras Libres o Quimera para comprobar que siempre se encuentra una proporción de colaboradoras que suele oscilar alrededor del 10%, y en lugares poco lucidos.Laura Freixas destaca el hecho de que, en general, se insiste, en los medios de comunicación y en la prensa literaria especializada, en la idea de que las mujeres leen más que los hombres y de que tienen un gran éxito en el mundo de la creación literaria. Como ejemplo, la escritora menciona un artículo que publicó el dominical de El País con el título “Mujeres de libro” y que presentaba la siguiente entradilla: «Los libros son cosas de mujeres, leen más que los hombres y compran más obras. Dominan también la industria editorial. Editoras, agentes literarias y libreras son las que eligen los libros que hemos de leer». Y en otro artículo en el mismo diario, Luis Goytisolo afirma que «el número de escritoras es hoy, probablemente, superior al de escritores». Se nos viene a decir, por tanto, que las mujeres dominan el mundo de la creación literaria y de la edición. Desde hace diez años, Laura Freixas viene elaborando una recopilación de críticas literarias, donde se hace mención al sexo del autor, de los lectores, o al texto. Y este paciente trabajo le ha servido para extraer algunas conclusiones. En primer lugar, que los críticos se refieren con bastante frecuencia a lo femenino y nunca a lo masculino. Y, en segundo, que cuando un crítico dice de un texto que es de una mujer, o va dirigido a mujeres, o emplea el término femenino, le está dando cuatro significados: feminista, intimista, comercial o de gran público y, por último, no universal. Excepto el último significado, los demás no son negativos por sí mismos, pero cuando se identifican con lo femenino se les da un carácter negativo. Hay una notable característica en la literatura escrita por mujeres que es la autorrepresentación. Las relaciones entre mujeres es un tema poco frecuente en la literatura masculina y habitual en la femenina. Por ejemplo, la relación madre-hija es una cuestión absolutamente recurrente en las obras femeninas. Las mujeres han ampliado mucho la gama de personajes femeninos y sus relaciones. Han creado personajes que no existían en la literatura. Para ser escritora hacen falta algunas condiciones. Por supuesto, la primera es no ser analfabeta, y la segunda tener un cierto grado de instrucción. La tasa de analfabetismo entre las mujeres ha sido siempre superior a la de los hombres. Esta realidad, desde hace unos 50 o 70 años, ha cambiado radicalmente en el mundo occidental, no así en otras partes del planeta (***).

Laura Freixas –profesora, editora, traductora, escritora...– es autora de varias antologías (entre ellas Madres e hijas, 1994), traductora de Madame de Sévigné, H.-F. Amiel, Virginia Wolf y André Gide. Ha publicado un libro de relatos, El asesino en la muñeca (1988); dos novelas, Último domingo en Londres (1997) y Entre amigas (1998); y el ensayo ya citado, Literatura y mujeres.

(*) En un acto organizado en La Bóveda (Madrid) por las asociaciones Liberación y Amauta.

(**) Freixas, LAURA: Literatura y mujeres. Barcelona: Ediciones Destino, 2000.

(***) En España, por ejemplo, en el curso académico 1909 y 1910, había alrededor de 32.000 estudiantes varones de enseñanza secundaria y sólo 330 mujeres.

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