Javier Villanueva
El nacionalismo vasco ante el fin de ETA
Intervención en las VI Jornadas de Pensamiento Crítico.
(Página Abierta, 166, enero de 2006)

¿Estamos verdaderamente ante el final de ETA? Esta vez parece que sí. Nunca como ahora hemos estado ante una acumulación de datos objetivos y subjetivos que fundamentan esta sensación. Es unánime el diagnóstico de que ETA, al margen de cómo se diga, está derrotada moral y políticamente, en una situación de extrema debilidad militar, aun cuando siga teniendo arsenales y militantes. Se constata que ya no hay empate entre ETA y el Estado y que se ha arrumbado el mito de la imbatibilidad de ETA… que su “entorno” se ha quedado sin presencia en las instituciones… que jamás ha estado tan desacreditada y tan débil… que podrán asesinar, pero están acabados… que la sociedad vasca ya no permite un solo muerto más… que ya no va a tener capacidad de ser un agente político relevante… que se resquebraja como banda y como símbolo… que no le queda más que un único horizonte de grapización si persiste . Incluso los propios presos de ETA (como lo hicieron Múgica  Garmendia ‘Pakito’, Macario y otros, en su carta de hace ya más de un año ) así lo reconocen. Es verdad que aún tiene capacidad de matar, pero tal y como está el patio es dudoso que pueda soportar la carga (para su “entorno”, para ellos mismos, y, de rebote, para la causa nacionalista-vasca) que supondría volver a matar.
Así las cosas, excepto en el área de influencia del PP, se ha generalizado la sensación de que éste es el momento de concretar unas decisiones políticas que lleven a poner fin a la trágica andadura de ETA. El significativo cruce de iniciativas públicas por parte de Batasuna, el Gobierno de Zapatero y el Congreso de Diputados así lo confirma. Y también lo ha hecho ETA en sus últimos comunicados, aunque no tan claramente, pues sigue repicando (de momento con atentados de “baja intensidad”) a la vez que quiere estar en la procesión.
Las discrepancias respecto al diagnóstico sólo afloran en la interpretación o explicación de por qué y cómo hemos llegado a este punto de extrema debilidad de ETA y de creencia generalizada en que estamos más cerca que nunca de su final. Por resumirlo en dos palabras, la discusión se centra en la eficacia de las respectivas políticas que se han llevado a cabo en el último período (la de “firmeza” por parte de los diversos gobiernos centrales y la de prepararle a ETA una “pista de aterrizaje” por parte de los partidos nacionalistas o del Gobierno vasco) o en la interpretación del cambio de mentalidades y de sensibilidad que se ha producido en las mayorías sociales respecto a la violencia de ETA.
A modo de ilustración, pondré un ejemplo sacado de un reciente documento del PNV, solemnemente presentado, cuando al comienzo del mismo se enumeran “los factores propiciadores de paz”. Se citan 11 exactamente, entre los cuales se mencionan algunos muy atinados (los cambios de mentalidades y de sensibilidad que ha habido en la sociedad y sobre todo en las generaciones más jóvenes y que han llevado a un rechazo generalizado de la violencia... o el cambio de gobierno: de Aznar por ZP) o bien son exteriores, pero hay que tenerlos en cuenta (el influjo del 11S y del 11M, el proceso de paz en Irlanda); mientras que hace falta ser muy “forofo” de tu equipo para incluir entre ellos la “declaración del Kursaal” o “la gestión del gobierno vasco” .
En esa relación de los “factores propiciadores de paz” no se menciona el hecho fundamental que está propiciando las expectativas actuales. Me refiero a la debilidad extrema de ETA que acabo de comentar y al factor fundamental que la ha provocado: la eficacia del acoso político-policial-judicial-legislativo-penitenciario de los últimos ocho años. No es extraño que el texto del PNV no lo mencione, ya que ese resultado eficaz se ha conseguido más bien haciendo caso omiso de lo que propugnaba el PNV y sin que se produjeran las catástrofes anunciadas por el PNV. A mi juicio, esa eficacia es muy discutible desde otros puntos de vista morales, políticos y humanitarios. Pero no hay que negar la evidencia misma: ha sido terriblemente eficaz en debilitar a ETA y su entorno.
El texto del PNV acierta en conceder una extraordinaria importancia al cambio de mentalidades (sensibilidad y concienciación) que se ha producido en la mayoría social y que le ha llevado a rechazar la violencia. Pero no se hace una pregunta clave: ¿cómo se explica que la sociedad sea ahora tan madura cuando hasta hace muy poco no ha dado muestras, sino todo lo contrario, de tal madurez? Y al no hacerse esa pregunta sus observaciones se quedan cortas y hasta cierto punto cicateras. El PNV no relaciona ese cambio con el progresivo asentamiento del autogobierno y de la democracia y del ámbito europeo de valores liberal-democráticos en el conjunto de nuestro país, lo cual descoloca a ETA y la va convirtiendo paulatinamente en un anacronismo histórico; esto es determinante del cambio producido en mi opinión. Creo que su texto habría quedado mejor si hubiera incluido un reconocimiento más explícito y cálido del papel de los ciudadanos y grupos que, al resistirse a ETA públicamente, han ejercido de conciencia crítica y han redimido los vacíos morales de la clase política y de la mayoría de la sociedad. Y, en fin, creo que aun hubiera quedado mejor si hubiera incluido una autocrítica sobre la responsabilidad del PNV en la demora de esta toma de conciencia.  A mi juicio hay una clamorosa falta de autocrítica en todo el documento.
Cierro el paréntesis y vuelvo a recuperar el hilo. Si la cosa está ya tan madura como se dice, ¿cómo se explica que ETA no lo haya hecho ya, cuando en este momento -a la luz de un análisis racional- quien más sale perjudicado de que no lo haga es su propio mundo: presos, huidos, familiares, Batasuna en fuera de juego institucional, unos cuanto organismos que agrupaban a su entorno ilegalizados…? ¿Por qué entonces no se ha dado ya el anuncio de ETA de su abandono definitivo de las armas? ¿Por qué sigue actuando con atentados de bajísima intensidad de momento? ¿Por qué se empeña en una extorsión mafiosa a los empresarios?
Podríamos convenir en que ETA tiene tres opciones en este momento: a) asumir la situación actual en que se encuentra, esto es, aceptar una prolongada y creciente decadencia como la mejor de las perspectivas de futuro que pueda tener, b) la huida hacia delante, c) tomar la decisión de abandonar . Pues bien, no sabemos en realidad no sólo hacia dónde se inclinan sus miembros ni con qué relación de fuerzas ante tales expectativas, ni siquiera sabemos si comparten ese pronóstico. Si la hipótesis de Xabier Arzallus de que ETA está hoy en manos de los cabos de la kale borroka ascendidos a generales tiene alguna verosimilitud, no sabemos qué es lo que traman dichos generales en este momento. Desconocemos si están tratando de poner un precio más alto al cierre del chiringuito… o si están esperando la ola, como los surfistas, que les lleve a no se sabe qué. En esto nos limitamos a observar… Y vemos que la inmensa mayoría de la sociedad presiona a ETA y a su “entorno” para que abandone la escena cuanto antes. O que buena parte del mundo de Batasuna también se inclina a su manera por eso mismo, aunque hasta la fecha no se conoce que haya presionado a ETA para que abandone. E intuimos, dados los lazos existentes, la alta probabilidad de que esa parte de Batasuna sepa que su posición es compartida por miembros de ETA pasivos (presos o huidos) o activos. Pero no sabemos nada de ETA con certeza. Por eso, en cualquier caso, debemos aceptar que hay no pocas sombras y que no conocemos su envergadura.
¿Qué dice y hace el nacionalismo-vasco en torno al fin de ETA? La respuesta es muy sencilla: se preocupa de lo suyo y se atiene exclusivamente a la llamada del qué hay de lo mío. Cuando hablan del “diálogo político resolutivo” o de la “solución dialogada” o de la “mesa de partidos” o de los contenidos de dichos diálogos, hablan siempre, única y permanentemente, de lo suyo, en un raca-raca incesante : de autodeterminación y de territorialidad, del derecho a decidir y del ser para decidir, de la soberanía, de la profundización del autogobierno...  Hablan de si lo suyo se va a arreglar definitivamente o no habrá paz. De modo que, de una u otra forma, ponen una condición muy clara al final de ETA. Hablan por tanto del precio político de la paz, lo llamen como lo llamen.
Dicho de otra forma, lo que se habla en el País Vasco cuando se habla del final de ETA está relacionado por entero prácticamente con el discurso del nacionalismo vasco al respecto. O, mejor dicho, está determinado y contaminado por el discurso nacionalista vasco. En eso consiste la hegemonía precisamente, como bien recuerda Lewis Carroll en aquel episodio de Alicia, la del País de las Maravillas, cuando se encuentra con Zanco Panco en Al otro lado del espejo: quien tiene el poder es quien determina el significado de las palabras . Como hizo el Dios de Israel, según cuenta la Biblia, en aquellos seis días que dedicó a ponerle nombre a las cosas. Pero veámoslo con mayor detalle.
Un planteamiento común: la “pacificación-normalización”
Lo primero que encontramos es que todo el mundo nacionalista vasco comparte un mismo discurso “de la paz y la normalización”, que puede resumirse en cinco ideas:
1. La paz no es sólo el fin de la violencia o de la guerra sino la atención de las causas que han generado la violencia. En el caso vasco, la raíz de la violencia es la existencia de un conflicto de naturaleza política y de larga duración histórica. La pacificación está unida al reconocimiento y resolución de ese conflicto.
2. La represión no va a terminar con la violencia de ETA porque tiene raíces políticas. La derrota policial de ETA no es posible, no es conveniente, es negativa, alimenta la espiral acción- represión-acción. Rechazo de la política antiterrorista basada en la vía policial-judicial.
3. Vivimos en una situación de violencia multilateral. Denuncia, en particular y sobre todo, de la violencia estatal sea la “estructural” o “permanente” (la imposición del marco político constitucional, la negación del derecho a decidir) sea la más del momento (torturas, muertos, etc.).
4. Hay que hacer un camino de preparar la paz mediante contactos y diálogos permanentes que permitan una salida dialogada de la violencia. Además, hay que crear un escenario político (un clima, una dinámica, un incentivo político…) que facilite el abandono de ETA y el aterrizaje de ETA y el MLNV en la normalidad democrática. Ese incentivo consiste en el cambio a un nuevo marco jurídico-político sustentado en la afirmación nacional de Euskal Herria y de su derecho de autodeterminación o derecho de decisión.
5. Hay que organizar dos “mesas de diálogo” simultáneas: la mesa de la paz y la mesa del diálogo resolutivo, en las que se concretaría la “resolución definitiva del conflicto”. Hay que avanzar en las dos mesas a la vez para conseguir una sociedad en paz y normalizada. Separación de mesas y de decisiones. No hay precio político. El contenido y el método son estrictamente democráticos.
Lo que subyace en estas proposiciones compartidas por el conjunto del nacionalismo-vasco, por tanto, es más que un discurso común. Significan una estrecha coincidencia en cosas muy sustanciales como el enfoque o la mirada, los términos y los conceptos, los intereses y las fórmulas prácticas o soluciones.
Así las cosas, lo no compartido es muy poco en el discurso del nacionalismo vasco sobre “la paz y la normalización”. Por parte del nacionalismo gobernante hay apenas algunas cosas específicas. Lo más claro es la doble deslegitimación: por un lado de ETA, por otro del sistema político español, éste por su déficit democrático, por ser una democracia de “baja calidad”. De la que se deriva, por añadidura, una doble tarea. Por un lado hay que convencerle a ETA de que decida su propio final, de que deje la lucha armada y se incorpore a la actuación política normalizada. Por otro, hay que convencerle “a Madrid” o “al estado” de que acepte corregir ese supuesto déficit. En ambos casos, la clave de su posición es la equidistancia respecto a dos males que se encuentran en los extremos. Mientras que en el nacionalismo afín a ETA y Batasuna lo único específico a estas alturas es la retórica de que gracias al empuje de ETA (“de los que abren cordada”, de los que “lo dan todo”, etc.) estamos donde estamos: en un nuevo tiempo de oportunidades según dicen .
Una jerga de términos y conceptos
Un segundo rasgo es que el nacionalismo vasco, respecto al final de ETA, utiliza una jerga en la que destaca unos cuantos conceptos clave. Habla a la vez de “pacificación y de normalización política”. Habla de un “contencioso” histórico vasco o conflicto político vasco, de que ETA es un “síntoma del conflicto” y que, por tanto, es “un problema de naturaleza política cuya solución ha de ser también política”. Habla de “salidas políticas” frente a las que tacha de meramente represivas, policiales o judiciales. Define de una forma muy peculiar tanto la violencia como la paz. Habla de un “final dialogado de la violencia” y de un “diálogo político resolutivo”. Apela a la necesidad de impulsar iniciativas políticas para conseguir que ETA abandone cuanto antes y definitivamente…
No es fácil dar cuenta uno por uno de todos estos conceptos y aún es menos fácil dar cuenta del laberinto que conforman entre todos ellos. En cualquier caso requiere un detalle, y por tanto, un tiempo y un espacio que ahora no le podemos dedicar. Por eso, me limito a advertir que los conceptos claves de esta jerga están plagados de trampas.
Cojamos por ejemplo el asunto del “contencioso”. La retórica del nacionalismo vasco sobre el “contencioso” está atrapada por un curioso dilema: por un lado tiende a exagerar su gravedad cuyo efecto colateral es que da pie a justificar la existencia de ETA… y, por otro, por el pánico a reducirla o matizarla… ya que devaluaría las premisas fundamentales nacionalistas y rebajaría la tensión que requiere la realización plena del proyecto nacionalista… O bien las definiciones adolecen de serias objeciones desde el rigor histórico (no se sostiene la continuidad de las generaciones de vascos que han padecido la guerra, la cárcel, la persecución o el exilio… desde la abolición foral de 1839) o bien van cargadas de una épica de autoconsumo particular nacionalista que resulta excesiva, vista desde fuera, salvo en la primera época del franquismo o salvo para ETA (me temo que resultaría a este respecto muy elocuente la simple comparación entre las horas de cárcel de los nacionalistas del PNV entre 1945 y 1977 con los comunistas o incluso con la extrema izquierda). Por otra parte, es verdad que el mundo nacionalista-vasco entiende como un gravísimo déficit democrático del sistema político español la no aceptación por éste de un sujeto político vasco con derecho a decidir… pero es un abuso inadmisible confundir la parte con el todo, esto es, confundir el nacionalismo vasco con el conjunto de Euskadi o Euskal Herria .
Un segundo ejemplo; el binomio “pacificación y normalización”. Fuera del País Vasco, cualquiera entendería que ambos términos son sinónimos: la normalidad significaría que no haya ETA, esto es, que no haya gente que hace política con pistolas y bombas, lo que coincide con la paz (como ausencia de violencia). Pero no es así. En el lenguaje nacionalista-vasco, la normalización, que se adjetiva por si acaso como política, equivale a la resolución definitiva del “contencioso histórico vasco” que acabo de mentar. Mientras que la definición de paz oscila entre una fórmula sencilla y directa (ausencia de violencia de ETA) y otra más recargada (la paz auténtica, la paz justa y duradera) que sirve para cualquier cosa . Pero, más allá de estas disquisiciones, lo principal es que la pacificación siempre va asociada a la normalización política y forma parte de un binomio indisociable. No se puede separar la paz de la soberanía y del derecho a la autodeterminación. Sin soberanía y sin derecho a la autodeterminación el “conflicto político” o el “contencioso vasco” sigue tal cual y no puede haber paz. A esta misma conclusión se llega igualmente desde otro concepto de esta jerga, la “naturaleza política” de ETA, como si el hecho de que naciera como un movimiento de liberación nacional y no como una banda de delincuentes según Arzallus fuera algo indeleble.
Otro ejemplo: el concepto de violencia. Normalmente para el conjunto del nacionalismo vasco es equivalente a vulneración por la fuerza de los derechos humanos, de modo que pone todo en el mismo plano: asesinatos, suicidios, muertes en carretera, torturas, derechos de presos y familiares, interpretaciones discutibles de las leyes y de la política penitenciaria… en una especie de revuelto al que los latinos llamaban el totum revolutum. Ese revuelto es muy objetable desde el punto de vista moral. Moralmente, toda vulneración de derechos es reprobable, pero no son iguales las consecuencias de unos casos (irreparables) y de otros (que sí lo son) ni son iguales las responsabilidades de quienes los cometen. El revuelto también es objetable desde el punto vista político. La política para construir un proceso de paz no puede ignorar el orden lógico de las cosas, esto es, que es la violencia de ETA la que trae por arrastre todo lo demás. Si no hay ETA no hay lucha antiterrorista contra ETA y no hay lugar para las vulneraciones de derechos derivadas del “todo vale” en la lucha antiterrorista contra ETA. Pura lógica.
Un binomio naturalizado y funcional para el nacionalismo vasco
El nacionalismo vasco está atrapado en este binomio, de “pacificación-normalización”, que también ha atrapado a la mayoría de la sociedad vasca, desde hace ya bastantes años. Ese binomio está presente ya en la transición, aceptado por Suárez y por el resto de las fuerzas, sobre todo en la elaboración y negociación del estatuto: para achicar el espacio político de ETA… En esos años de la transición, 1975-1979, en que se está saliendo del franquismo y todo está por normalizar después de cuarenta años de dictadura, tal planteamiento le parece a todo el mundo muy natural. En ese momento también está presente en ETA, desde que acepta que no puede ganar y opta por la  exigencia de negociación de la Alternativa KAS... frente al hecho “normalizador” que significan la constitución y el estatuto.
Al comienzo de la década de los ochenta el binomio está presente en el intento de organizar la “Mesa de la paz”, a iniciativa del entonces lehendakari del gobierno vasco Carlos Garaikoetxea , que ETA frustró sin haber echado todavía a andar. Luego, fue aceptado indirectamente por el gobierno PSOE, que también buscaba en ese tiempo una posición de fuerza para abrir la negociación con ETA. A finales de esa década, el Pacto de Ajuria Enea reformuló el esquema de la “pacificación-normalización”. Cambió el nombre de la cosa: en lugar de negociación se abogó por un “diálogo político resolutivo”. Cambió también los sujetos del diálogo, las fuerzas políticas por un lado, ETA y el Gobierno por otro; pero mantuvo el fondo: el final de la cosa tenía un precio. El mundo nacionalista , muy presionado por Herri Batasuna y ETA, vio el Pacto de Ajuria Enea como un acuerdo que no reflejaba bien sus posiciones: a) era demasiado beligerante con ETA y su “entorno”, b) esgrimía un concepto de unidad democrática que cerraba las puertas a la unidad nacionalista, c) se quedaba corto en el enunciado del cambio político necesario “para la pacificación”: el mero desarrollo del estatuto. En consecuencia, esta crítica reforzaba el binomio y encarecía “el precio de la paz”.
Al final de la década de los noventa, el Plan Ardanza acentuó aún más la unión inseparable del binomio “pacificación-normalización” al proponer que se le diera a ETA un incentivo político para que abandonase, cosa que no agradó ni al PP ni al PSE. Por otra parte, a la élite del mundo nacionalista no le cayó nada bien que diluyera el famoso conflicto vasco en una disputa entre vascos . En el tiempo de Lizarra y, más tarde, con el Plan Ibarretxe, el binomio “pacificación-normalización”, además de reafirmarse, ha quedado unido a un proceso “soberanista”, eufemismo que encubre la pretensión de afianzar y consagrar la supremacía de la parte nacionalista vasca de la sociedad sobre la parte no nacionalista con una concepción puramente cuantitativa de la democracia y con el argumento de que la (presunta) minoría no puede vetar a la (presunta) mayoría .
Esto no sólo ha sido así, como digo, sino que cuesta pensar que hubiera podido suceder de otra manera. Primero porque es una poderosísima herencia del franquismo que nos ha venido dada. Reitero que a todo el mundo le parecía muy natural en ese momento, cuando se estaba saliendo del franquismo y cuando todo estaba por “normalizar” después de cuarenta años de dictadura. Segundo, porque es fruto de la hegemonía del nacionalismo vasco desde la transición y porque este planteamiento y sus consecuencias colaterales han sido extraordinariamente funcionales para afianzar dicha hegemonía. Tercero, porque los sectores que podíamos tener una potencialidad crítica mayor de esa herencia y de ese planteamiento no estábamos preparados para formular una propuesta alternativa seria. De modo que lo hemos alimentado de hecho sea por defecto, por no plantear bien las cosas, sea por exceso, de acomodación y asimilación al nacionalismo hegemónico.
En los últimos años, el mundo no nacionalista, a través de sus representantes políticos o de sus líderes de opinión, se ha opuesto tajantemente a este planteamiento, pero no acaba de formular una alternativa clara al mismo. De manera que se mueve entre el rechazo y la aceptación implícita y matizada, como ahora lo está haciendo ZP.
Ausencias y olvidos del nacionalismo vasco
Cabe decir, finalmente, que este planteamiento no casa bien con la respuesta racional a la pregunta ¿de qué habla el nacionalismo vasco cuando habla del final de ETA? Lo racional sería que estuviera hablando de aquellos asuntos que nos ayuden a prevenir lo que nos viene encima si se produce efectivamente el final de ETA.
Por ejemplo, tendría un interés indiscutible tratar de anticipar de forma razonada en qué puede consistir el final de ETA: las diversas maneras o “escenarios” que pueden darse, las variables que pueden influir en una forma u otra, los intereses que están en juego a ese respecto… ¿Habrá un día D con luz y taquígrafos… o será un proceso largo y sin tal día D? Como son muy diferentes ambas hipótesis, podríamos preguntarnos si debería interesarnos más una que otra... o también si debería interesar más un proceso “rápido” que uno “lento” (a propósito de esto último, podríamos interrogarnos sobre las razones que están tras las urgencias). Al margen de lo anterior, ¿qué significará el final de ETA para las víctimas? ¿Será un proceso con reconocimiento del daño causado y satisfacción inmediata de las víctimas… o habrá una salida más bien “a la argentina” con una especie de ley de punto final francamente amarga para las víctimas? Es obvio que las circunstancias de una u otra son también muy diferentes y que darían lugar a dinámicas y consecuencias muy distintas.
Tendría un interés indudable tratar de aquilatar qué novedades de todo tipo, sociales, políticas, culturales, se van a dar en el tiempo post-ETA. El nacionalismo vasco de los últimos cuarenta años es inseparable de la imponente presión que ETA ha ejercido sobre el conjunto de la sociedad. ¿Cómo evolucionará la sociedad vasca sin la presión de ETA? Habrá con toda seguridad una desdramatización de la épica nacionalista vasca, lo cual será un cambio importante para la sociedad en general y para la vida política vasca en particular, un cambio que tendrá a su vez importantes consecuencias más o menos inmediatas. ¿Se confirmará la hipótesis de que la desdramatización política inevitablemente derivada del fin de ETA perjudicará más a quién más se ha beneficiado de la dramatización política de estas décadas pasadas, el conjunto del nacionalismo vasco, y beneficiará a sus opositores? ¿Volveremos a la confrontación de bloques? ¿Surgirán nuevas alianzas transversales que rompan el frentismo y den pie a nuevas perspectivas? Naturalmente, en todas estas exploraciones no se trata de jugar a las adivinanzas sino de presentar los argumentos que apuntan en un sentido u otro.
El fin de ETA supondrá el fin de la herencia hoy más visible del franquismo aparte del monumento del Valle de los Caídos y los nostálgicos que siguen visitándolo cada año. Pero ¿qué puede significar esto más en concreto habida cuenta la huella tan profunda que esa herencia ha dejado en forma de conceptos, mitos, sentimientos, miedos… que han jugado un papel fundamental en la vida política y cultural vasca de los últimos cuarenta años?  ¿Cómo puede afectar en concreto al mundo de la izquierda abertzale que es quien más marcado está por esa huella? De entrada, a nadie se le oculta que los dos pilares principales de su diferenciación como fuerza abertzale distinta y alternativa al nacionalismo gobernante, la lucha armada y el radicalismo nacionalista, se han venido abajo.
Deberíamos preocuparnos asimismo de la huella que ha dejado ETA en la sociedad y en la política, después de más de cuarenta años, y en particular de cómo se van a reparar sus múltiples y profundas consecuencias.
Empiezo por lo más obvio: toda la problemática amplia y compleja del reconocimiento y la reparación de las víctimas de ETA que es fundamental para la normalización de sus vidas. O, en otro plano, la normalización social y política de los apestados, me refiero a los que en la época de Lizarra estigmatizó ETA como “los partidos que tienen como objetivo la destrucción del País Vasco: PP y PSOE”. También es obvio que está pendiente la autocrítica de los poderes públicos por los múltiples atropellos que los aparatos del estado han cometido en la lucha contra ETA, también a las víctimas de estas tropelías se les debe justicia, reconocimiento y reparación.
Luego están otras dos tareas algo más difíciles de delimitar: a) la recuperación moral de una sociedad que ha mirado para otro lado tantos años y se ha envilecido en unos casos con su indiferencia y con su insensibilidad, en otros con su parcialidad sectaria de ocuparse y preocuparse únicamente de los “suyos”; b) la delimitación de las responsabilidades colectivas, especialmente durante los largos años de plomo.
Estas dos últimas tareas exigirán a su vez un serio esfuerzo colectivo para esclarecer el significado de ETA a lo largo de un tiempo, casi medio siglo, que exige distinguir diferentes etapas y contextos. ¿Ha sido un movimiento de liberación nacional que se equivocó sólo al empecinarse en seguir usando los métodos violentos a partir de un determinado momento, la aceptación por la mayoría del pueblo vasco del estatuto de autonomía en 1979? ¿O más bien ha sido un movimiento político e ideológico que a lo largo de toda su historia, aunque con diferente intensidad y consecuencias en unos momentos u otros, ha demostrado que tanto sus fines como sus prácticas contenían fuertes componentes autoritarios, radicalmente antipluralistas y antidemocráticos, así como muy graves lagunas morales? Yo más bien creo que lo más significativo de ETA es esto último. Y creo también que la existencia y persistencia de esta ETA con fuertes componentes autoritarios, antipluralistas y antidemocráticos y con muy graves lagunas morales no se explica bien sin la legitimación directa o indirecta que ha recibido de tres sectores de la sociedad que tienen potencialmente una mayor capacidad de crítica política y moral: la izquierda radical vasca, el nacionalismo vasco y  el clero de la Iglesia católica vasca más comprometido en los problemas políticos y sociales. No es ahora el momento de extenderse en esto último, pero sí quiero señalar que la autocrítica de estos tres sectores está por hacer y apenas se ha iniciado. Por otra parte es obvio que estas tareas no se pueden realizar de modo mínimamente satisfactorio sin la implicación de las instituciones públicas. No es concebible una recuperación moral de la sociedad si las instituciones no se involucran expresamente en lograr que la cultura pública mediante toda clase de conmemoraciones o monumentos o el sistema de enseñanza o los medios de comunicación… se comprometan en ello y ayuden a conseguirlo.
Deberíamos centrarnos en este tipo de cosas. Pero la verdad es que de todo esto se habla o se escribe o se hace muy poco desgraciadamente y ese poco, además, casi siempre viene del mismo lado, que no es precisamente el del mundo del nacionalismo vasco. No estaría nada mal, dicho sea de paso, que los gabinetes de prospección sociológica que funcionan con dinero público se interesaran por conocer mejor cuáles son las causas de este silencio y de esta inhibición: ¿desinterés o despreocupación? ¿insensibilidad? ¿desconocimiento? ¿vértigo?
Una evolución contradictoria
Tomo como referencia el reciente documento del PNV “Elkarbizitzarako bake-bideak / Ante el final dialogado de la violencia y la normalización política” que vengo citando repetidamente. Quiero destacar, de entrada, que comparto una parte importante de las preocupaciones que muestra el PNV en dicho texto. Comparto su preocupación política por encontrar salidas y no resignarse. Comparto su interés y preocupación por no cerrar en falso las heridas. Eso es siempre sensato y razonable. Más aún cuando son de tanta envergadura como en el caso presente. Comparto su interés por llevar al mundo de Batasuna y ETA a la normalidad democrática, en su caso un interés expreso y persistente desde el Pacto de Ajuria Enea (aunque en Lizarra y en el Plan Ibarretxe se ha vinculado lamentablemente a un manifiesto sectarismo hacia el no nacionalismo vasco que no justifica ningún supuesto “inmovilismo” en sentido contrario). Comparto su exigencia de reconocimiento y reparación a las víctimas de la guerra sucia y su denuncia de todas las vulneraciones de los derechos humanos. Comparto a este respecto su permanente crítica a la aplicación del todo vale en la lucha antiterrorista.
Creo que ese documento del PNV registra un avance notorio respecto a la valoración de ETA si se compara con una crítica anterior basada preponderantemente en razones pragmáticas y políticas, expresada sobre todo mediante la identificación con el slogan “ETA sobra y estorba” acuñado por el secretario general del sindicato ELA. Ahora se adopta otra perspectiva más rica y de más alto vuelo, sustentada en los principios éticos y en las convicciones democráticas. Ejemplo de ello son estas citas: “la causa vasca también ha sido utilizada cruelmente contra la propia sociedad vasca: apelando a su libertad se ha matado, extorsionado y violentado dentro de nuestro País y fuera del mismo, tiñendo de sangre y oprobio la causa nacional vasca” (introducción); “la violencia, una extravagancia dramática” (1.1); “resulta ineludible dejar constancia del profundo error político y del daño moral que el terrorismo ha causado a tantas personas y a la causa nacional vasca, de su falta de legitimidad, su torpeza política y su absoluta inmoralidad” (1.2); “la pacificación será definitiva cuando, junto con las armas, cese también el esquema impositivo que trata de justificarlas” (1.2); “ETA no ha sido capaz de aceptar ni la voluntad mayoritaria de los vascos ni la legitimidad democrática de las instituciones que nos hemos dado” (1.2); “el conflicto de identidades y el de la violencia son dos cosas distintas; el terrorismo no es consecuencia natural de un conflicto político” (1.2).
La paz, en dicha declaración del PNV, equivale a ausencia de violencia + verificación del abandono de la misma + reparación social del injusto sufrimiento de las víctimas + acabar con el sufrimiento de muchas personas del propio mundo de ETA + reconciliación + generosidad. Acaso le falta un reconocimiento un poco más explícito del daño causado a las víctimas y la petición de perdón a éstas, así como insistir algo más en que sin ello (sin reconocimiento y petición de perdón) no cabe reconciliación, pero en todo caso esta definición de la paz ya no se adentra en la ambigüedad y la  confusión de otros documentos o declaraciones.
Creo que introduce una perspectiva más compleja de los pactos políticos que han de acordarse dada la profunda diferencia de identidades nacionales y de proyectos políticos que alberga la sociedad vasca. Lo cual, de momento, se traduce en guiños de complicidad con la búsqueda de salidas que superen el intento estéril de que una parte se imponga sobre la otra: 1) alusión al reconocimiento de la pluralidad no como un mal menor sino como elemento consustancial, enriquecedor y positivo de nuestra sociedad, 2) alusión a que no es posible construir una sociedad cohesionada e integrada sobre el enfrentamiento de identidades, 3) alusión a que los conflictos de derechos, valores e intereses entre identidades diferentes son permanentes e inevitables y que se trata de establecer unos compromisos y acomodos viables entre las partes, 4) alusión a la complejidad de los pactos pendientes primero entre la propia ciudadanía vasca luego con el resto de España y el gobierno central, 4) alusión a los acuerdos de Irlanda del Norte para garantizar en ciertas cosas más trascendentes un amplio acuerdo, en buena medida transversal a las dos comunidades, 5) alusión al doble principio de no imponer y no impedir (aunque esto de la no imposición suena algunas veces tan falso como ciertas alusiones a la pluralidad), 6) alusión a un concepto compartido del derecho a decidir, 7) alusión a la necesidad de pactar las reglas y condiciones de ejercicio del derecho a la consulta, 9) que se entienda la consulta como ejercicio de ratificación de un acuerdo básico de las fuerzas políticas, 10) alusión a un ejercicio de la soberanía dialogado y compartido.
No oculto que casi todas estas cosas van al lado de matices y expresiones que ensombrecen su alcance. Pero ahora no voy a referirme a esa otra mitad de la botella y me quedo en constatar lo que desde mi punto de vista son avances netos. Nunca he visto tantos y tan juntos en un texto de estas características del PNV.
También es un avance el que abogue expresamente por la separación y diferenciación de los dos conceptos del binomio, pacificación y normalización política, que hace unos pocos años era un tabú en el mundo nacionalista vasco. A propósito de esto último, recuerdo que Ardanza lo planteó un día en la prensa, tras el resultado de las elecciones autonómicas de 1998, y casi se lo comieron vivo sus correligionarios de partido y del movimiento nacionalista. Pero hoy cabe decir que esa premisa ya forma parte del lenguaje políticamente correcto.
El PNV está orgulloso de haberse adentrado desde ya hace un buen número de años en un camino que ha tratado de explorar las posibilidades de paz y de haber dedicado a ello mucha energía y decisión. Sin restarle el mérito que le toca, pienso, sin embargo, que no debería sacar pecho, ni por los motivos que lo han animado a hacer esa experiencia  ni por los resultados que ha conseguido. En lo primero, los motivos, pesa mucho a mi juicio el cálculo político garbancero, con todo respeto a una legumbre tan nutritiva como deliciosa, es decir, los fuertes intereses electorales para no perder la hegemonía en las instituciones, y también pesan lo suyo los fuertes apremios familiares incluso. En lo segundo, los resultados, pienso que tampoco pueden presumir demasiado. En cuanto al resultado global: la vía del PNV ha sido en mi opinión tan ineficaz como la vía del “palo y la zanahoria” (negociadora) de Felipe González o la vía de la “firmeza” de Aznar, únicamente basada en el “palo y tente tieso”, pues ETA no ha cerrado la persiana pese a los trece años que lleva el PNV intentando su vía. En cuanto a los resultados parciales, son bastante dudosos y problemáticos. ETA no paró de acosarles directamente (matando a políticos del PP y del PSOE o PSE) o indirectamente (con la insistente presión de la kale borroka sobre sus sedes o batzokis) hasta conseguir que el PNV pusiese en crisis el actual marco estatutario y se apuntase en bloque a la tesis “soberanista”. El hecho de que este giro le viniera muy bien por otra parte, desde el punto de vista electoral o más garbancero, no le quita hierro a la impresión de que ETA ha podido pujar al alza gracias a su ayuda.
Tampoco creo que sea un avance la propuesta de las dos mesas, una para las cosas de la paz y la otra para abordar un “diálogo político resolutivo” que consiga la definitiva “normalización política”; propuesta en la que coinciden tanto el Gobierno vasco como Batasuna y ETA. Tanto más cuando se está gestionando por unos y otros a partir del principio de que es menester avanzar simultáneamente en ambas.
Este planteamiento de las dos mesas presenta a mi juicio, por lo menos, estos tres serios problemas. 1) Vuelve a poner sobre la mesa, de otro modo, lo de que no hay pacificación sin normalización ni viceversa. Lo cual lleva de nuevo las cosas a viejos y más que dudosos planteamientos: lo de la raíz del conflicto, el conflicto subyacente, la negación del derecho a decidir, etc., y, por tanto, a exigir de forma indirecta un precio indirecto, a modo de justiprecio, a la vez que esto último se niega una y otra vez por activa por pasiva: no hay un precio político por la paz, toda compensación política por la paz sería un insulto a las víctimas, etc. 2) Se dice que el problema desaparece si se plantea el “diálogo resolutivo” en una mesa política de partidos como “consecuencia del cese de la violencia y no como consecuencia de la violencia”. Pero, planteado como se plantea, inseparablemente pegado al final de ETA y como un ultimatum terminante de llegar a un acuerdo político que resuelva el conflicto vasco, ¿qué más da que se condicione al cese de la violencia y no como una consecuencia de la violencia, si en la práctica y en el fondo vienen a ser lo mismo una cosa que otra y tienen las mismas consecuencias? 3) También es problemático el que se plantee cuando aún no hay certeza absoluta de la voluntad de ETA de abandonar. Si la hubiera, tendría sentido explorar el alcance posible de los acuerdos. Pero aún más sentido tendría anteponer el asunto estricto de la paz y la primera mesa entre el Gobierno y ETA. Y, en cualquier caso, ante la certeza del abandono de ETA, esa exploración política debería hacerse sin prisas ni agobios. Si hubiera prisas y agobios no sería verdad lo de que la paz no tiene precio político.
Epílogo para una sociedad post-ETA
Si se mira desde fuera, claro está, el rasgo que mejor caracteriza al nacionalismo vasco ante el final de ETA es que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se atiene escrupulosamente al rácano principio de qué hay de lo mío. No obstante, ese planteamiento, dentro del mundo nacionalista vasco, se ha naturalizado en la mayor parte de sus gentes de tal forma que no ven nada objetable en él y se sorprenden extraordinariamente ante cualquier crítica al mismo. Su incapacidad para digerir aún las muchas críticas hechas de buena fe pero desde otras perspectivas y suficientemente razonadas al Plan Ibarretxe es una prueba categórica de ello.
A mi juicio esto es lo que ocurre también cuando se critica de ventajista y garbancero su planteamiento general sobre la “pacificación y normalización política”.  
Todos los discursos del mundo abertzale asocian de diversas maneras y en distinto grado y forma la “pacificación” (el fin de ETA) y la “normalización” (o satisfacción de las demandas del nacionalismo-vasco). En esencia, se viene a decir que no hay garantía de paz si no hay “normalización” y que esta última consiste en satisfacer la demanda abertzale sea la que sea. Sea por la vía “soberanista” de que una ajustada mayoría cuantitativa se imponga sobre la minoría, sea por la vía “jesuítica” de que la parte vasca no nacionalista acepte jugar el papel (lógicamente subordinado) que le asigne el nacionalismo vasco.
Si esto no es un ventajismo que trata de aprovecharse de la predisposición de la gente a que se acabe lo de ETA y haya paz, no sé qué otro nombre se le puede dar. Por si acaso añado que no se trata por su parte de sacar ventaja para una cosa de pequeña monta sino que pretende que esa ventaja consista en algo que afiance y garantice la supremacía nacionalista en la sociedad vasca post-ETA. Cosa que es bastante seria y de muchas y muy serias consecuencias de toda índole para toda esa parte de la sociedad vasca que no somos correligionarios.
En mi opinión, sólo la existencia de una corriente político-social con una perspectiva no nacionalista de cohesionar e integrar una sociedad vasca de ciudadanos y ciudadanas puede ponerle coto con el tiempo a ese nacionalismo-vasco de buena fe que cree que todo el mundo es como él lo ve y al que no le cabe en la cabeza que las cosas puedan ser de otra forma. Dicho de otra manera, son los “otros”, en este caso los no nacionalistas, quienes tienen que plantarse y hacerle ver que hay otras maneras de concebir la sociedad vasca y de que lo sensato es que unas y otras acuerden cómo van a entenderse y a convivir sobre el mismo suelo y bajo las mismas leyes.
Creo que el tiempo post-ETA va a poner a prueba esa fuerza social emergente en los últimos años que es el no nacionalismo vasco, al que el sociólogo Imanol Zubero ha definido así: “vascos amenazados por ETA y que se sienten disociados del proyecto de país que propone el nacionalismo vasco gobernante”. [Abro un paréntesis para confesar que, personalmente, me incluyo en la segunda parte de esa definición, si bien me siento cómodo asimismo en una identidad mestiza (más ecléctica y fronteriza) cuyo acerbo incorpore importantes elementos aportados por el nacionalismo vasco  conectado con el pensamiento liberal-democrático y a la vez un buen montón de las críticas a los nacionalismos en general y al vasco en particular procedentes de la mejor tradición liberal-democrática anti-nacionalista o cosmopolita.]
Hasta ahora toda la consistencia de esta fuerza se ha fraguado en un terreno negativo, que es en el que ha forjado sus mejores contribuciones. Ha sido muy importante su contribución de que no hay razón para la violencia de ETA, ni política, ni social, ni moral, ni histórica. Ha sido fundamental su insistencia en que ETA, por sus gravísimas consecuencias de muy diversa índole, era el problema de nuestra sociedad que reclamaba un tratamiento más urgente. Ha sido un acierto su crítica a las ambigüedades del nacionalismo vasco gobernante en cuanto a la caracterización de ETA y que le han dado a esta última una permanente cobertura, especialmente en los años últimos en que ETA ha necesitado más ayudas por su debilidad. Ha sido pertinente su crítica al acercamiento del PNV y de EA -durante la última década- a los principales conceptos político-ideológicos de la propia izquierda abertzale y de ETA, por cuanto ha supuesto una regresión visto desde el valor del pluralismo y desde los valores democráticos en sociedades como la vasca que no pueden construirse sobre una identidad nacional homogénea. Ha sido esclarecedora su resistencia y su rechazo a lo que significa el Plan Ibarretxe, como una propuesta basada en la vocación de supremacía del nacionalismo vasco (gracias al decisivo voto favorable de ETA, a través de Batasuna, entre otras cosas) y en el enfrentamiento de identidades (lo vasco versus lo español, Euskadi versus España) y no apta, por tanto para cohesionar e integrar la sociedad vasca. Un contrapunto negativo del no nacionalismo es que su discurso anti-ETA frecuentemente queda manchado salvo en muy contadas excepciones por su silencio o por su débil rechazo de las prácticas ilegales o injustas en la lucha antiterrorista que llevan a cabo los aparatos estatales, máxime cuando la defensa o la ocultación de dichas prácticas da alas a la impunidad del poder y del “todo vale” en la lucha antiterrorista.
Pero todo esto y otras más cosas similares que se podrían añadir representan el pasado desde el horizonte del tiempo post-ETA y no garantizan que el no nacionalismo vasco sea una fuerza consistente en un futuro sin ETA. En un tiempo sin ETA, el no nacionalismo vasco perderá básicamente lo que ha sido su verdadero motor y su fuerza aglutinante. Por eso insisto en que está por ver y por demostrarse su consistencia “en positivo”, su capacidad de liderazgo sobre una sociedad plural, una parte de la cual es impensable hoy por hoy que deje de tener el sentimiento de identidad que caracteriza al nacionalismo-vasco.
Creo que en nuestra sociedad vasca hay mucha gente, muchísima que vería con buenos ojos el que los políticos le ofrecieran la posibilidad de sumar su grano de arena a un proyecto de construir una sociedad política de ciudadanos, con sentido de pertenencia a una comunidad y con una vocación de garantizar la convivencia de diferentes identidades y distintas maneras de entender el autogobierno, por utilizar los términos que suele utilizar una destacada víctima de ETA: José Ramón Recalde .
Dicho de otra forma, creo que hay suficiente masa crítica en la sociedad como para que el no nacionalismo pudiera tener en un tiempo post-ETA un suelo muy sólido. Sin embargo, no está claro que a corto o medio plazo vaya a haber una clase política, un liderazgo, que sepa convertir esa posibilidad en una corriente político-social suficientemente atractiva y consistente. Y, como el largo plazo no existe para los mortales, más que para la historia, termino con un ¡ya lo veremos! y con un ¡ojalá sea así! Creo sinceramente que, tal como es hoy por hoy nuestro país tantas veces descosido en orillas diferentes que ni se reconocen ni se respetan, lo mejor que le puede pasar es que pueda darse a corto y medio plazo un juego de moderación mutua y de alternancia o de colaboración por oposición entre un razonable no nacionalismo y un nacionalismo razonable.
A nadie se le oculta la dificultad de trasladar estos deseos al campo de la política marcado por la inmediatez del tiempo político y éste último por la realidad de unos resultados electorales que dan aire o se lo quitan a unas determinadas orientaciones y éstas por la credibilidad de las personas, siempre con una cara y unos ojos concretos, que las encarnan. Pero éste no es el tema de hoy.


“Tal vez en eso consista la derrota política de ETA: que su menguante actividad no tenga ya efecto político alguno; como la esporádica de los GRAPO” (Patxo Unzueta. “¿Qué es el fin de ETA?” El País, 20.5.04). “ETA se explica tanto por la capacidad asesina que ha desplegado como por su fuerza simbólica (...) Hoy, se resquebraja como banda y como símbolo” (Javier Zarzalejos, “ETA. Derrota y final”. El Correo, 18.10.04).

“Nunca en la historia de esta Organización nos hemos encontrado tan mal (...) esta lucha armada que desarrollamos hoy en día no sirve. Esto es morir a fuego lento” (Diario de Noticias, 2.11.04). 

Declaración del EBB del PNV: Elkarbizitzarako bake-bideak / Ante el final dialogado de la violencia y la normalización política. 10.10.05. No estoy de acuerdo en darle tal relevancia a ambas cosas, en las que a mi juicio predominó sobre todo un movimiento interno nacionalista para auto-galvanizarse ante la pinza de ETA y el PP que les asediaba, pero es justo reconocer el acierto del lehendakari al asumir un mayor compromiso en relación con las víctimas e insistir en los juicios éticos de valor. Creo que la eficacia de ambos factores, que se concretó sobre todo en el achique de espacios políticos a ETA mediante el Plan Ibarretxe, se ha apoyado sustancialmente en el acoso (político-gubernamental-legal-judicial-policial-penintenciario-internacional) a ETA activado por el gobierno de PP con el apoyo del PSOE, incluyendo la Ley de Partidos y la ilegalización de Batasuna, acoso que a veces ha  vulnerado la propia legalidad o ha forzado una interpretación de la misma dudosamente legítima. La relación de este acoso contra ETA y su “entorno” y la actual situación de extrema debilidad de ETA es la gran ausente en el documento.

Alberto Surio. “La encrucijada radical”. Diario Vasco, 10.10.04.

«Es bien sabido que todos los ‘generales’ de ETA tienen nombrados a sus sucesores, que están preparados para sustituirlos en caso de detención. Pero si los generales son detenidos, y si a las pocas semanas caen también quienes los sustituyeron, y si éstos también son detenidos al poco, y si en cosa de nada la Policía también arresta a los sustitutos de los sustitutos de los sustitutos, entonces nos encontramos con que, al cabo de nada, el alto estado mayor está integrado por generales que pocos meses antes eran simples cabos. Pues bien, no parece muy lógico que los cabos recién llegados a generales estén ansiosos de que la guerra se acabe. Lo normal es que sientan el deseo de demostrar que valen mucho y que pueden ejercer muy bien de generales». Cita de Javier Ortiz en su página Web, www.javierortiz.net.  Apuntes del natural, del viernes 11 de noviembre de 2005, “La promoción de los cabos”.

He aquí unos breves ejemplos. “Es evidente que debe plasmarse el reconocimiento de que aquí hay un pueblo y que tenemos derecho a decidir. Estoy hablando de territorialidad y de capacidad de decisión. Eso no es negociable” (Begoña Errazti, entrevista en El Correo, 13.6.05). “Para que pueda abrirse un escenario de paz es preciso que los Estados español y francés reconozcan que existe un sujeto que se llama pueblo vasco” (Joseba Egibar. El Correo, 13.11.05). El conflicto está en el no reconocimiento de Euskal Herria como nación y del derecho a decidir de todas y todos los vascos. Desde ahí, desde ese reconocimiento, desde el respeto a la libre decisión, iremos construyendo la paz” (Joxe Mari Olarra. “Desintoxicación y memoria”. Gara, 16.6.05).

--- Cuando yo uso una palabra  -insistió Zanco Panco con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.
--- La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
--- La cuestión -zanjó Zanco Panco- es saber quién es el que manda… eso es todo (Alicia al otro lado del espejo. Capítulo 6). 

“Sacamos a nuestro pueblo de una muerte inminente y lo hemos traído hasta aquí  (…) Aquí estamos, ante nuevas oportunidades y nuevos riesgos (…) Hemos llevado a la muerte al Estatuto de La Moncloa y al Amejoramiento (…) La opción de lograr una situación democrática en la que se reconozcan los derechos de Euskal Herria está también ahí” (ETA. Comunicado. Gara, 27.9.05). “Conviene recordar a más de uno dónde estaríamos de no haber sido por la determinación de quienes supieron poner en marcha la esperanza, hablar menos del ayer, dejar de mentar una y mil veces las heridas de antiguas derrotas, y empezar a caminar y a pelear en serio (…) Aprendimos a respetar a quienes abren cordada, abrazar a los combatientes caídos, a respetar la palabra del pueblo por encima de discursos complejos que pretenden ocultar el cansancio interesado. Aprendimos sobre todo a no abandonar nunca a quienes todo lo dan por un futuro en libertad para todas y todos” (Joxe Mari Olarra Agiriano. “Una ventana abierta a la esperanza”. Gara, 25.3.05).

“Aquí existe un conflicto político que pervive durante décadas, originado por la negación de la propia existencia de nuestro pueblo y la imposición violenta de poderes políticos, económicos y militares extranjeros o cipayos, causa de la violencia defensiva desarrollada por las gentes de este país en todas sus formas y generaciones (Joxe Mari Olarra. “Desintoxicación y memoria”. Gara, 16.6.05).

He aquí un ejemplo reciente. “Llevamos demasiado tiempo inmersos en un profundo contencioso (…) EAJ-PNV, que nace como expresión política de ese conflicto (…) surge hace 110 años con el objetivo de la pervivencia de Euskadi como nación diferenciada y la recuperación de su soberanía, después de que se nos privara de nuestro régimen foral en el siglo XIX. Desde entonces, generaciones de vascos y vascas han sufrido las consecuencias de este conflicto político. Personas que han padecido la guerra, la cárcel, el exilio o la persecución política y la penuria económica, tan solo por defender la democracia, la libertad y la causa nacional de Euskadi” (Declaración del EBB del PNV: Elkarbizitzarako bake-bideak / Ante el final dialogado de la violencia y la normalización política. 10.10.05).

“Euskal Herria arrastra un problema de carácter político desde hace doscientos años (desde la abolición foral de 1839 y la ocurrida en 1876): no se acaba de aceptar al pueblo vasco como tal ni que los vascos «tenemos capacidad y derecho para decidir por nosotros mismos, libre y democráticamente, cómo deseamos que sea nuestro futuro” (Conferencia en euskera del Lehendakari Ibarretxe en la inauguración, en Andoain, del nuevo foro de debate Martin Ugalde, organizado por el diario Berria. DV, 1.12.05).

“Rodríguez Zapatero sabe muy bien a qué nos referimos cuando estamos hablando de normalización política (…) Significa pasar a reconocer que el pueblo vasco es sujeto político de derecho y que en tanto que pueblo, tiene derecho a decidir” (Joseba Egibar, entrevistado por  Elena Ferreira. Deia, 16.10.05).

“Hace más de veinte años vengo señalando que el fin de ETA, el cese de su lucha armada, no equivale a la paz y que ésta no será autentica en el País Vasco si no se soluciona o normaliza el conflicto político que en buena parte contribuyó al nacimiento y orientación, equivocada, antitética y contraproducente, de dicha organización armada” (José Ramón Scheiffler. “Paz y normalización”. Deia, 27.6.05). “Le he oído decir a Pérez Rubalcaba que la paz es que desaparezca ETA. Se lo voy a decir en castellano, para que se entere: La paz es mucho más que eso. Es también democracia y es justicia. Es que se reconozca de una vez por todas a Euskal Herria y que se reconozca su derecho a decidir” (Arnaldo Otegi. Gara, 29.5.05).

“Es absurdo considerar a ETA solamente un movimiento armado sin pretensiones políticas. No es realista limitarse a decir que lo que tiene que hacer es abandonar las armas. ETA lleva 40 años con sus planteamientos políticos activos (…) ETA nació de un clima vasco duro, de exigencia y sufrimiento, lo que les encaminó a la vía violenta” (Xabier Arzalluz. En Radio Indautxu-Herri Irratia. Diario Vasco, 26.11.05). “No estoy de acuerdo con la violencia, no lo estuve desde el principio, pero liquidar el tema diciendo que son una banda (de delincuentes) es una frivolidad (…) (ETA debe considerar) si ha nacido sólo para la violencia o para liberar Euskadi y cuál es el camino más apto para eso hoy” (Xabier Arzallus, entrevistado por Amaia Fano. Deia, 25.7.04). “ETA, con ser un problema de primera magnitud, no es más que el síntoma de un conflicto mucho más profundo, de índole indiscutiblemente política, al que sólo por esa vía se le podrá dar un cierre definitivo” (Editorial. “La vía política no se debe obviar”. Deia, 4.10.04).

Carlos Garaikoetxea. Euskadi: la transición inacabada. Memorias políticas. Planeta, 2002, páginas 175-182.

En honor a la verdad hay que decir que los pioneros en esta crítica han sido Garaikoetexea y EA. En el PNV, las recogió José Mª Ollora a mediados de los noventa. Algo más tarde, se generalizarán en el tiempo del Acuerdo de Lizarra.

“El problema es, ante todo y sobre todo, un problema vasco, aunque consista en la problemática y contradictoria interpretación que los vascos hacemos de un asunto que concierne también a terceros: la cuestión nacional. Deberá aceptarse, por tanto, que el núcleo del problema no está en una confrontación Estado-Euskadi sino que consiste en la contraposición de opiniones vascas sobre lo que somos y queremos ser (también en relación con España, por supuesto)”. En Documentos para la historia del nacionalismo vasco. Ariel, 1998, pág. 187. Santiago de Pablo, José Luis de la Granja y Ludger Mees (eds.).

El ex lehendakari Garaikoetxea es el más insistente defensor de este sublime argumento.

José Ramón Recalde. “Espacio de convivencia”. El País, 16.01.01.