Javier Villanueva

Tiempo de maduración
(Elkarri, nº 95, 2003)

Se dice que ETA está en situación terminal y en tiempo de descuento, tras un balance del ciclo abierto con la ruptura de la tregua cuyo resultado no puede ser más magro en lo positivo y más abultado en lo negativo. Leo incluso, en Gara, que ese ciclo está ya totalmente agotado. Sin embargo, ETA sigue ahí y su persistencia se ha convertido en un empeño voluntarioso que desafía la razón.
¿Por qué y para qué persiste ETA? Hace un tiempo me hubiera zambullido en un intento de explicar el sentido de su presencia y persistencia. Pero ahora ya no tengo la inquietud de antaño por comprender sus actos, su épica no me dice nada y cada atentado reduce la compasión que merece el fenómeno trágico que es. Doy por cierto que ETA quiere terminar su trayecto y que está buscando una salida, aunque sólo sea por la evidencia de que le provoca un excesivo coste humano y político. Y doy por cierto que ETA asocia esa salida a recuperar de una u otra forma el pacto de Lizarra, como si fuera el hilo de Ariadna, para recrear una situación similar a la tregua del 98.
Dando por ciertos ambos datos, parece oportuno recordar que Lizarra fracasó porque no ofrecía una “buena” salida. Desde el comienzo estuvo lastrado por el propósito de sus impulsores de imponerse sobre quienes no suscribieron sus contenidos ni fueron convocados a discutirlos, lo que lo “marcó” con una mancha congénita de la que no se pudo librar. En su carácter intrínsecamente demediado, estuvo la clave de su gloria y de su fracaso; lo primero porque se convirtió en la referencia simbólica de los sueños de una parte de la sociedad, lo segundo porque fue visto como una amenaza en la otra parte de la sociedad y despertó en ella un mundo descontrolado de miedos y temores. Intentar volver a aquello es volver a tropezar en la misma piedra. Si algo se ha demostrado en los cinco últimos años, desde el pacto de Lizarra hasta hoy, es que mientras esté presente ETA, con su amenaza letal sobre una parte de la población, queda manchado como una pretensión ventajista o chantajista insoportable todo logro político que pueda entenderse como un incentivo a ETA para que desaparezca o que reciba la bendición de ETA. Con ETA presente, incluso inactiva, no hay manera de sacar adelante ningún proyecto de futuro, que ni siquiera se puede discutir en serio.
El nudo de la cuestión en este momento, por tanto, es cómo llevarle a ETA cuanto antes a adoptar la decisión de dejar las armas y de autodisolverse. Cosa que en sí misma sería ya sin ninguna duda una fuente de beneficios para todos. Para cuantos hoy día están señalados como “blanco” de los atentados de ETA, que se librarían de una pesadilla que amenaza sus vidas y sus bienes. Para la propia ETA y “su entorno” que se liberarían de un coste excesivo y del riesgo de un final absolutamente ruinoso y que podrían aspirar a recomponerse en un horizonte exclusivamente civil y democrático. Para el conjunto del nacionalismo-vasco, que podría pensar en proyectos políticos ahora paralizados o sin futuro inmediato -como el plan Ibarretxe- mientras ETA persiste. Para la convivencia entre los vascos y de éstos con el resto de los españoles que hoy día no hace sino empeorar. Para la salud moral de nuestra sociedad, seriamente envilecida por los silencios y complicidades de uno y otro lado con la violencia ilegítima venga de donde venga. Para todas las gentes que están preocupadas por las sinergias autoritarias y antidemocráticas que ETA desencadena en los poderes estatales... Quiero decir con esto que ya existe un incentivo muy claro, si se echan bien las cuentas, para que ETA lo deje. El que se trate de un estímulo negativo, para cerrar el grifo de la cuenta de pérdidas y para cortar en seco las múltiples consecuencias negativas que ETA acarrea, no le resta entidad como tal incentivo.
Como este argumento no parece conmover demasiado, por el momento, ni a ETA ni a los protagonistas de la política vasca, todo apunta a que necesitamos apurar aún más las amarguras del presente. Por lo visto, nos toca digerir una dosis mayor de frustración y desesperanza antes de transitar por caminos de más realismo y sensatez.
Las verdades que necesitan un tiempo de maduración, pues parece que todavía resultan difíciles de asumir, son de este tenor. 1) ETA ha de tener claro que no va a obtener ningún beneficio político a cuenta de su retirada, que ha de ser definitiva e incondicional. 2) El conjunto del sistema político ha de ofrecer a los miembros de ETA una perspectiva clara y razonable de integración social. 3) ETA ha de saber cuáles son los compromisos democráticos y de reparación de las víctimas que ha de asumir como contrapartida de esa oferta. 4) El sistema político español ha de reconocer y reparar a las víctimas de la violencia estatal ilegítima y ha de facilitar el proceso de pacificación y normalización con suficientes muestras de distensión, flexibilidad y humanidad. 5) El conjunto del sistema político se ha de comprometer en un juego de garantías recíprocas para asegurar que este proceso llegue a buen puerto: de un lado, el nacionalismo-vasco ha de posponer sus demandas de mayor envergadura reformista, como la propuesta de nación asociada de Ibarretxe; de otro lado, los poderes estatales han de reconocer esa moratoria y han de comprometerse a afrontar el diálogo y la negociación de tales demandas en el plazo de tiempo acordado.