Javier Villanueva García
Tras el adiós a las armas. Nuevo tiempo
(Hika, 225zka, azaroa/abendua; Página Abierta, 217, noviembre-diciembre de 2011).

Hace unos meses se especulaba sobre la improbabilidad de que ETA anunciase su adiós a las armas de un modo inequívoco. Pero lo cierto es que lo han hecho así, manifestando, en una solemne declaración, que su cese es definitivo e incondicional, para sorpresa de quienes habían sentenciado que tal cosa era altamente improbable. Es de imaginar que ETA y la antigua Batasuna han elegido racionalmente el desenlace que les convenía más a sus propios intereses. No cabe duda de que ha sido la necesidad la que les ha empujado a esa elección. Todo el mundo sabe que hay una relación directa entre esa decisión de desistir de la violencia y su exclusión de la vida política desde la aprobación y aplicación inexorable de la Ley de Partidos o la amenaza de que la continuidad de dicha exclusión podía arruinar el capital político-electoral acumulado por su parte durante las tres últimas décadas.

La forma elegida del adiós a las armas, en toda su ambivalencia, es importante y merece un comentario. Por un lado, ETA ha asumido que la pelota estaba en su tejado, como dictaba el sentido común, y ha escenificado un desenlace en los términos en que se le exigía desde una perspectiva ética y democrática: con un compromiso de cese definitivo, para que todas sus numerosas víctimas potenciales pudieran empezar a vivir sin la ominosa amenaza que ha pendido sobre ellas, y con la aceptación de que su cese es incondicional. Pero con ello ha renunciado al planteamiento de negociar su final para tratar de venderlo a buen precio a cambio de dejar su letal oficio, esto es, en forma de alguna concesión política relevante. Renunciar a esa carta, por exigencia de su brazo político, que a su vez no ha hecho sino asumir lo que les requería a ambos la mayoría de la sociedad, ha sido un acierto por su parte.

Pero, de otro lado, no se puede obviar que la sombra de ETA es alargada y todavía está ahí. El final definitivo de su acción armada debe verificarse en los hechos con la desactivación de sus armas y arsenales y la desmilitarización de sus miembros, y eso no ha sucedido; aún no es una certeza. También ha de confirmarse que su cese es realmente incondicionado y no lo supeditan al logro de alguna exigencia vinculada a “la resolución de las consecuencias del conflicto”. Por no hablar del autocomplaciente relato de ETA y de tantos y tantos escribientes del mundo de Batasuna. Como cuando ETA reivindica “la gran aportación de la lucha armada en estos 50 años para llegar al momento en el que estamos y para generar las condiciones existentes” o resume toda su trayectoria en el compromiso con un “proceso para recuperar la paz y la libertad”. O como cuando unos y otros no dicen nada sobre el impulso fanático y totalitario, antidemocrático y antipluralista, intrínsecamente presente en la violencia de ETA y en la kale borroka. Tendrán que revisar ese relato porque su currículo está preñado de fanatismo o de cinismo (o de ambas cosas a la vez, pero no sé cuál es peor de las tres opciones) y de crueldad con sus víctimas y allegados.

Creo que el irrealismo es otra sombra que ofusca en su caso una visión de las cosas más atinada. Por ejemplo, respecto a lo que pueda acordarse ahora, tal y como están las cosas, sobre sus “presos y exiliados” o sobre “la desmilitarización de Euskal Herria”, o en lo que llaman la “formulación pactada del reconocimiento de la realidad nacional de Euskal Herria y del derecho a decidir”. Tampoco es realista su olvido de las víctimas de ETA, cuya memoria y reparación, reivindicada por sus familiares y por la empatía de mucha gente, van a tener que soportar hasta que haya un reconocimiento satisfactorio del daño irreparable que les han causado.

Con todo, y pese a la ambivalencia señalada, sería excesivo cuestionar la solidez de su adiós a las armas. En la extensa entrevista a dos miembros de ETA publicada en Gara este 11 de noviembre hay un doble reconocimiento muy relevante al respecto: 1) de que “la lucha armada mostraba señales de agotamiento para fortalecer el proceso y lograr mejores condiciones”; 2) de que el móvil de su “histórica decisión” –así lo dicen– es “para recoger la cosecha de estos años”. Verde y en botella.

Esta convicción tan materialista sobre el por qué ahora sí y sobre el cómo de su desistimiento es sólida y consistente, por dura que sea de tragar; tan consistente que ha vencido las evidentes resistencias que se han percibido en ETA según todos los indicios conocidos en los últimos años y ha acelerado su desenlace. Al final se ha impuesto la obviedad misma de que la persistencia de ETA, de sus atentados y de la amenaza de seguir haciéndolos, aparte de llevarle de derrota en derrota ante la presión legal-judicial-policial-penitenciaria y de ser una carga cada vez más insoportable, le sacaba a Batasuna por completo de la política y les dejaba sin cosecha a ambos. Todavía no está el horno para exigir unas convicciones de más calidad ética y democrática.

Todo indica que la fecha del cese de ETA, un mes exacto antes de las elecciones del 20-N, ha sido una decisión deliberada de quienes lo han cocinado, los estrategas de ETA y de la antigua Batasuna, basada en el cálculo de que un acontecimiento histórico como el adiós a las armas de ETA reforzaría el voto a la coalición representativa del mundo nacionalista vasco radical, Amaiur, identificado con su herencia histórica. Cosa que ha sucedido tal cual lo planearon prácticamente.

Los votos de mayo a Bildu (316.000) y los de ahora a Amaiur (333.000) han sido un éxito rotundo, pero además se han convertido en pista de aterrizaje del cese de ETA, la mejor posible en las actuales circunstancias, y, a la vez, en el despegue de la alternativa nacionalista vasca radical sin la tutela de ETA. Es verdad que ya no era posible ofrecer a ETA otro tipo de incentivo por dejar las armas. Pero no es menos cierto que la jugada les ha salido redonda. Acertaron en el cálculo de que era posible obtener un buen resultado electoral. Acertaron asimismo en la previsión de que ese buen resultado electoral podría ser el mejor paliativo de la retirada obligada de ETA  y de la sombra de derrota que inevitablemente le acompañaría al producirse. Y lo han logrado tras apostarlo todo a esa carta.

Explicar el éxito de Amaiur es un asunto complicado incluso para los expertos en sociología electoral. Pero, en cualquier caso, invita a distinguir entre lo evidente y lo relevante. Lo evidente tiene que ver con el reconocimiento de que han sabido leer el partido, dicho en lenguaje futbolero, y de que han sabido aprovechar los vientos que soplaban a su favor en los sectores de la sociedad que podían votarles. Pero más allá de sus aciertos (montar una coalición de beneficio mutuo con una imagen de suma convergente y con compañeros de viaje –EA, Aralar y Alternatiba– cuyas necesidades de encontrar un cobijo político-electoral han sabido interpretar, o beneficiarse del voto de premio a la retirada de ETA o a la recuperación de los ilegalizados en la pasada década, por ejemplo), lo más relevante está en que ese éxito es su cosecha.

Así las cosas, para que el final de ETA no se mezcle y solape con el éxito de Amaiur (y el anterior de Bildu), y para que no sucumbamos al relato sobre el momento presente que nos asedia (en el cual se dice que ya se ha iniciado el “cambio de ciclo político”, y que estamos en un “nuevo escenario de paz y de democracia real”, y “que todo es posible con mayorías sociales”, y que nos espera la “superación y resolución definitiva del conflicto”…), es preferible que se nos cuente el presente y el futuro de otra manera y con otras claves:

1. El cambio lo estarán notando ya en especial todas aquellas personas a quienes ETA, en su implacable lógica, las había convertido en sus blancos u objetivos a causa de su profesión, uniforme o ideas. Esto es lo novedoso y también lo más relevante por sus consecuencias. Sin la amenaza de ETA, se van a sentir algo más libres, si bien los estigmas sociopolíticos que les han marcado y a otra mucha gente desde los primeros días de la Transición tardarán en desaparecer. Fuera de esto, no debemos esperar grandes cambios en nuestras vidas, como sostiene Txema Montero (Deia, 23.10.2011).

2. Que, tras el desistimiento de ETA, no hay que aflojar nada en lo que concierne a las víctimas de ETA, que merecen un tratamiento específico al de otras víctimas, no por ser de condición más elevada, que no lo son, pero sí porque es importante que no se oculte su significado ni su dimensión. Su reconocimiento y reparación no sólo es un deber de justicia. Es también una necesidad, pues son un componente esencial de la verdad sobre lo que ha sucedido e igualmente del consenso sobre los valores democráticos y éticos de la deslegitimación del terrorismo político que es preciso establecer. Las víctimas de otros terrorismos políticos de extrema derecha o de extrema izquierda, por justicia y equidad, merecen el mismo trato, tal y como lo ha legislado ya el Parlamento vasco hace tiempo.

3. Que tras el desistimiento, es el momento de proponerse la integración en la sociedad democrática de quienes la han combatido con las armas o han apoyado a quienes lo hacían. Esa es la perspectiva con la que se debe afrontar la revisión de la política penitenciaria o de otras medidas excepcionales adoptadas en defensa de la vida y del sistema democrático, y también con la que se ha de aprobar la legalización de Sortu en aplicación de la Ley de Partidos, etc. Lo importante es la perspectiva, esto es, buscar la integración y la reinserción social. Y, junto a ello, su regulación en unas leyes y reglamentos adaptados al momento social y creativamente revisados con criterios de humanidad, proporcionalidad y respeto a los derechos fundamentales. Todo esto será un hueso duro de roer y llevará su tiempo, inevitablemente largo en no pocos casos por exigencias de la ley y de su justa aplicación. Pero si prevalece esa perspectiva, y si se va dando un reconocimiento del daño causado, aunque esos casos sean numerosos, podrán dejar de ser conflictivos.

4. Que sin ETA habrá asimismo unas condiciones más favorables para sanear lo que ha quedado deteriorado del sistema democrático en la lucha antiterrorista que se ha saltado la legalidad o vulnerado derechos fundamentales. Pero aunque a partir de ahora ya no sirva el pretexto de “no beneficiar a ETA” que lo ha impedido hasta hoy, este asunto va a ser un hueso duro de roer también, porque afecta a demasiadas cosas (instituciones y leyes, actitudes e inercias) consideradas tabú o intocables. Sanear las tripas del Estado exige un coraje político y un impulso democrático-reformista y una capacidad de autocrítica y una tenacidad que hoy no se dan.

5. Que “sin la violencia”, cómo enfatizan ahora desde el diario Gara con tonillo de sorna, se va a poner, en efecto, en evidencia “si todo es posible” en lo concerniente al complejo problema político que tenemos debido a la pluralidad de sentimientos, identidades y concepciones sobre el País Vasco y Navarra y sobre su vinculación a España. Pero me temo que esto también seguirá siendo un hueso duro de roer, como lo ha sido hasta ahora, y no sólo ni principalmente por la existencia de la “caverna españolista”. Tendrán que aprender la lección de que la supremacía (la suya, claro está) no arregla ese conflicto, al igual que no lo ha arreglado, sino todo lo contrario, la supremacía de los otros.