Jesús Urra

¿Habrá cambio en Navarra?


            El actual contexto político-electoral de Navarra viene determinado por varios rasgos fundamentales: a) una estabilidad con cierto desgaste del centro-derecha (UPN y CDN); b) la incógnita sobre la recuperación del voto al PSN tras la crisis sufrida por la implicación de sus dirigentes -Urralburu-Roldán, etc.- en la corrupción (en las generales y europeas ha recuperado los porcentajes anteriores de voto, pero no está claro si se confirma esa tendencia);  c) una recomposición del tercer bloque electoral formado de momento por Na-Bai y Batasuna (dado que IU se mantiene en una posición intermedia entre PSN y este bloque). En este tercer bloque, parece evidente que se está dando un cambio de hegemonía a favor de Na-Bai y en perjuicio de Batasuna, pero está por ver cual va a ser su configuración futura, lo cual dependerá del respaldo en votos que tenga cada fuerza y de su consistencia interna y ello a su vez tendrá que ver con cómo transcurra este complicado proceso (el abandono definitivo de las armas por parte de ETA y la reconversión de ETA/Batasuna en una fuerza estrictamente política) en que nos encontramos. A ello hay que añadir la incertidumbre de si Batasuna estará o no en la contienda electoral y si será necesario su concurso para la alternativa de gobierno.
            Pero más allá de estos cálculos, el futuro inmediato de Navarra pende sobre todo de dos preguntas principales, cuya respuesta no está clara en ninguno de los dos casos. ¿Habrá cambio en el gobierno de Navarra? ¿Será un cambio con contenidos claros o sólo será una alternancia de menor alcance, un mero cambio de personas y siglas? A mi juicio, ambas están estrechamente entrelazadas. Dudo de que pueda darse una respuesta positiva a la primera, esto es, el desalojo de UPN, si no se percibe un aire nuevo, si no se olfatea la posibilidad de una alternancia con pegada, esto es, si no germina una expectativa fundada de un cambio con contenidos claros. Si hay cambio, vendrá de la mano de un tsunami electoral y éste lo producirá la confianza y la esperanza en que se precisan unos cambios claros en el rumbo de la política navarra.
            Creo que el primer nutriente de este cambio de rumbo debe ser la identificación con el impulso de reformas sociales y progresistas de envergadura en un doble sentido. Primero, para mejorar sustancialmente el bienestar social de la mayoría de la ciudadanía y para disminuir drásticamente las desigualdades sociales que sufren algunos sectores sociales: personas mayores, inmigrantes, mujeres trabajadoras -destacando las trabajadoras domésticas-, jóvenes precarios y necesitados de vivienda, personas socialmente excluidas, discapacitadas, etcétera. Por otro lado, para mejorar la calidad de la vida política y para el ensanchamiento democrático en las relaciones de la sociedad y las instituciones.
            El otro nutriente del cambio con contenidos debe ser la identificación con una reforma del Amejoramiento bajo el criterio de alcanzar una buena convivencia de identidades mediante un acuerdo satisfactorio para las dos partes. La reforma del amejoramiento debe ser integradora, en la medida en que puede ser liderada por PSN, IU, Na-Bai y si es posible CDN, y debe incluir a UPN y Batasuna, de manera que supere el enfrentamiento inter-identitario promovido persistentemente por estas dos fuerzas. Y debe, asimismo, suponer una mejora para el pro-vasquismo navarro: reconocimiento real –no sólo formal- de la legitimidad y viabilidad de sus proyectos mediante métodos democráticos, regulación de sus símbolos conforme a su representación social, vías de cooperación estable con la CAV desde la independencia de ambas comunidades, mejorar la situación del euskara....
            Para Batzarre, además de lo anterior, sin producirse una especie de auto-cambio en las fuerzas propulsoras de una alternativa a UPN difícilmente habrá transformaciones fuertes.
            El auto-cambio debe darse en las fuerzas del navarrismo de izquierdas: PSN, IU. De modo escueto y centrándome en el PSN, este debería, a mi juicio, dar un giro a su política de alianzas de las últimas décadas distanciándose de UPN y propiciando un gran acuerdo integrador, de largo alcance, con Na-Bai e IU. Esto implicaría por su parte un cambio de actitud hacia el vasquismo navarro así como hacia el euskara y hacia otras reivindicaciones razonables del mismo (símbolos, cooperación estable con la CAV, etc.), que además no cuestionan el proyecto navarrista del PSN. E implicaría asimismo una actitud menos defensista ante la derecha y más democrática: fue un error importante no someter a refrendo democrático el Amejoramiento(por más que las 27 consultas electorales habidas posteriormente dejan claras las mayorías y minorías existentes) y excluir al vasquismo del mismo. El PSN debería impulsar reformas sociales, progresistas y de avance democrático con las fuerzas de izquierdas -sea cual sea su opción identitaria- así como fortalecer el tejido social, la red de ONGs y de organizaciones sociales.
            Pero en esta ocasión voy a referirme más extensamente a la necesidad del auto-cambio en las filas del abertzalismo y del vasquismo navarros. Simplemente citaré a modo de ejemplo tres temas centrales.
            El primer ejemplo se refiere a ETA. ¿Por qué ha persistido durante tanto tiempo en nuestra sociedad un fenómeno tan pernicioso, cuya falta de justificación se hace mucho más evidente con la consolidación de la democracia tras el 23-f? ¿Sólo como subproducto del franquismo, sólo por la huella procedente de la mala solución auspiciada desde el siglo XIX por parte del Estado al advenimiento de la modernidad? ¿No hemos tenido que ver en ello, de modo diverso, los que hemos sido sus acompañantes durante décadas? ¿No tenemos ninguna corresponsabilidad importante en dicho fenómeno?
            En segundo lugar, no podemos pasar por alto algunos errores cometidos en los postulados sobre Navarra y la llamada cuestión nacional vasca. Es necesario aceptar sin ambigüedades la pluralidad identitaria de nuestra sociedad, el reconocimiento de los otros como un valor imprescindible de ella, y no fomentar el enfrentamiento frentista. Es necesario asumir la identidad de Navarra encarnada en los rasgos comunes a sus diferentes gentes (desde el norte hasta el sur), que se hallan asociados -pienso- a la tradición de vivir juntos durante tantos siglos, al permanente ejercicio de adaptación que se ha ido logrando (y en concreto en los últimos tiempos a la modernidad, a las cuotas conseguidas de bienestar). Y es necesario, asimismo, delimitar las diferencias existentes entre sus sensibilidades, ser respetuosos con ellas y regularlas atendiendo a los criterios de mayoría y de respeto para con los derechos de la minoría.
            En cuanto al asunto de Navarra y Euskal Herria, es necesario distinguir Euskal Herria en su dimensión histórico-cultural que responde a patrones más objetivosde su constitución como comunidad política. Si nos referimos a esta última acepción, la constitución de Euskal Herria como una comunidad política, es preciso dejar claro sin ninguna ambigüedad: a) que se trata de un proyecto, b) que debe contar con la necesaria adhesión previa de la población de cada territorio, c) que Navarra, en concreto, no debe figurar en ningún acuerdo o declaración sin su consentimiento previo.
            Por otra parte, cuando se plantea el derecho de autodeterminación para Euskal Herria como comunidad política, debe tenerse en cuenta que ello no tiene sentido sin una legitimación democrática previa, esto es, mientras no se haya producido la citada adhesión previa de la población de los territorios hoy constituidos como sociedades políticas (con sus ámbitos propios de decisión y con sus autoridades e instituciones). Y entiendo, además, que presupone en cualquier caso un pacto entre las identidades vasco-navarras con diferentes sentimientos de pertenencia así como sobre la regulación y la claridad de un procedimiento de salida para las reivindicaciones independentistas. Una buena fuente al respecto es la doctrina del Tribunal Supremo de Canadá, que exige preguntas claras, mayorías claras, respeto a las minorías y posterior negociación entre las partes afectadas. (Una perspectiva, dicho sea de paso, que el gobierno español debería asumir como propia con claridad y decisión).
            Finalmente, también implica la necesidad de revisar la tradición de izquierdas, en el sentido de proseguir con su desdogmatización y de romper los muros que han separado tan exageradamente a las diversas izquierdas vasco-navarras por su opción identitaria y fomentar el encuentro entre ellas.
            No me cabe duda de que la reflexión sobre el auto-cambio en nosotros mismos, es decir, en quienes presumimos de ofrecer una alternativa, puede ser un motor muy positivo para el cambio en la sociedad. La alternativa de gobierno basada en la colaboración de las diferentes izquierdas navarras, si quiere marcar un rumbo diferente, deberá desterrar actitudes perniciosas que han presidido la actuación de la derecha: me refiero a actitudes como el revanchismo contra los otros, el gobierno sectario para los míos, los intereses corporativos o de nuevas castas... Y deberá trabajar desde ahora para ensamblar planes compartidos, complicidades, empatía entre las principales fuerzas de izquierdas navarras. La  transversalidad entre estas izquierdas no se improvisa en cuatro días y será uno de los retos fuertes del futuro.