José Abu-Tarbush
El alcance del repliegue israelí de Gaza
(Disenso, 47, octubre de
2005)
Nada es lo que parece a primera vista en el prolongado
conflicto israelo-palestino. La reciente evacuación israelí de
la franja Gaza es más significativa por lo que deja de hacer
que por lo que realmente hace: en apariencia el Ejército israelí se
retira, pero en realidad sólo se repliega. La diferencia entre
ambos términos es fundamental para comprender la nueva etapa
en la que se ha adentrado el mencionado conflicto desde hace algún
tiempo. Ciertamente las fuerzas armadas israelíes y los colonos
desaparecen de la vista de la población de Gaza, pero dicho
territorio ni se ha liberado ni se ha desocupado enteramente. Quizás
el término más preciso que defina su nueva situación
sea el de que continúa permanentemente sitiado. Pues al fin
y al cabo el gobierno de sus fronteras marítima, terrestre y
aérea sigue en manos de Israel que, a su vez, se reserva el
control sobre la entrada y salida de personas, mercancías y
transportes. Dicho en otras palabras, Israel está fuera de Gaza,
pero Gaza no está fuera de Israel.
OCUPACIÓN INVISIBLE. En buena medida, se vuelve
a la táctica empleada durante los primeros años de la
ocupación israelí de los territorios palestinos en 1967:
se deja sentir la ocupación sin hacerla visible. Frente a la
vieja práctica de dejar en manos de la población ocupada
la administración de sus asuntos civiles y en las de la potencia
ocupante la seguridad, se introduce ahora la novedad de una Autoridad
Nacional Palestina (ANP) que asume la gestión pública
y el control de su población. De este modo, la ANP comparte
muy parcialmente la materia de seguridad con Israel (sobre todo para
prevenir potenciales ataques lanzados desde su territorio), aunque
la potencia ocupante se reserva la seguridad con mayúscula (control
de fronteras) y el derecho de intervenir nuevamente en Gaza (reocupación),
si así lo considerara preciso u oportuno. La operación
militar lanzada por el gobierno de Sharon durante la primavera de 2002
contra los territorios bajo administración de la ANP en Cisjordania
es el precedente más cercano.
Siguiendo una vieja máxima leninista, referida en su momento a
la burguesía, Israel parece dar un paso atrás para luego
consolidar dos adelante. Uno, la aparente retirada israelí de
la franja de Gaza fortalece, aún más si cabe, la
posición israelí en el ámbito regional, retomando
unilateralmente la iniciativa política y diplomática, sin
contar o simplemente ignorando a su contraparte palestina; y, dos, mejora
su imagen en la esfera de la diplomacia internacional, neutralizando
las críticas a su política colonial.
El encuentro sostenido entre los ministros de asuntos exteriores de Pakistán
y de Israel tras la evacuación de Gaza es un ejemplo evidente.
Además de un incentivo, podría también interpretarse
como un adelanto del tipo de relaciones que Israel mantendría
con el mundo árabe e islámico si se retirara definitivamente
de los territorios árabes que ocupa. Sin olvidar que el principal
móvil de Pakistán son sus recelos ante el acercamiento
entre Israel e India desde 1992 y la subsiguiente cooperación
militar entre ambos países; además de la apuesta de Islamabad
por seguir contando con el apoyo de Washington en su controversia con
Nueva Delhi. Una vez más Israel obtiene dividendos de una relación
triangular en la que compiten dos poderes rivales de ámbito
regional.
¿POR QUÉ GAZA? Además de
la presión externa, en la explicación de la reciente evacuación
israelí de la franja de Gaza no cabe olvidar la influencia interna.
Mantener indefinidamente la ocupación directa de Gaza suponía
un elevado e innecesario coste político (que, junto con las críticas
internacionales, cosechaba una incesante radicalización nacionalista
e islamista de la población ocupada) y material (pues la protección
de unos 8.000 colonos exigía el despliegue de un efectivo militar muchísimo
más numeroso). Sin olvidar, por último, la carencia de
recursos naturales de esta estrecha franja al sureste del Mediterráneo,
ubicada entre Israel y Egipto. Con una extensión aproximada de unos
365 kilómetros cuadrados y una población que asciende a 1.400.000
habitantes, esta apretada franja costera se caracteriza por ser una de las
zonas del planeta de mayor densidad (3.457 personas por kilómetro cuadrado);
y, también, porque más de la mitad de su población está formada
por refugiados o, igualmente, por descendientes de refugiados.
Sin embargo, esta misma lógica no parece aplicarse a Cisjordania
(con 5.860 kilómetros cuadrados) ni, mucho menos, a Jerusalén
Este, territorios ocupados igualmente por Israel en 1967, donde el número
de colonias israelíes supera las 170 y el de colonos gira en torno
a unos 450.000 aproximadamente (repartidos entre unos 250.000 en Cisjordania
y unos 200.000 en Jerusalén Este). Pese a que en este extenso área
existen también situaciones realmente paradójicas (por
ejemplo, en el mismo centro de Hebrón unos 1.200 soldados israelíes
custodian a unos 500 colonos fuertemente armados en medio de una población
indefensa de 150.000 palestinos), nada indica que se vaya a producir
ninguna evacuación numéricamente significativa en un futuro
próximo. Cierto que paralelamente a los 21 asentamientos de la
franja de Gaza se desmantelaron otros 4 en el norte de Cisjordania, que
en total reunían a unos 500 colonos. Pero no menos cierto es que
fue una operación más testimonial que real, dado que dichos
asentamientos eran más un intento de forzar una nueva colonización
de Cisjordania que un hecho consumado.
La actual desconexión israelí de Gaza no es un nuevo plan
ni responde enteramente a la iniciativa del primer ministro Ariel Sharon;
por el contrario, estaba prevista desde los Acuerdos de Oslo alcanzados
entre el gobierno laborista israelí y la OLP en 1993. Es más,
en las negociaciones secretas que mantenían en Noruega se contemplaba,
desde entonces, la evacuación de Gaza como primer paso en el traspaso
de competencias autonómicas, aunque finalmente se introdujo también
la ciudad cisjordana de Jericó en clara referencia al futuro de
Cisjordania.
Por tanto, dado este acuerdo tácito entre las dos principales
fuerzas políticas israelíes, el partido laborista y el
Likud, todo parece indicar que la franja de Gaza ha perdido la condición
de "territorio de interés nacional" para el Estado israelí.
Por lo que no cabe reducir solamente a un mero cálculo de costes
y beneficios su repliegue de Gaza. En cualquier caso, semejante lógica
no se aplicará a Cisjordania ni, mucho menos aún, a Jerusalén
Este.
LA ‘BANTUSTANIZACIÓN’ DE
GAZA Y CISJORDANIA. Lejos
de señalar el principio del fin de la ocupación,
la reciente evacuación israelí de Gaza puede estar construyendo
los cimientos de su nueva modalidad: la bantustanización de
los territorios palestinos. Con cerca de cuatro décadas a sus espaldas,
se trata de la ocupación militar más prolongada de la historia
contemporánea. El objetivo buscado es la legitimación internacional
de la colonización israelí mediante unas negociaciones significativamente
muy desequilibradas con los palestinos.
Frente a algunas manifestaciones eufóricas desatadas tras
el repliegue de Gaza, cabe recordar ciertos hechos y análisis que apuntan
en dirección contraria. El gobierno israelí sigue levantando
el muro de separación o, igualmente, de apartheid, apropiándose
de prácticamente el 10% del territorio cisjordano (unos 557 kilómetros
cuadrados), anexionándolo de hecho, fragmentándolo,
y aislando a importantes sectores de su población. Además, persiste
en su incumplimiento del dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de
La Haya, contrario al itinerario trazado del muro. Al mismo tiempo, el ritmo
de construcción en los asentamientos israelíes continúa
en alza, así como el de la instalación de nuevos colonos, entre
ellos muchos de los evacuados recientemente de la franja de Gaza.
Peor aún, la polémica entre desmantelamiento o construcción
de nuevos asentamientos en Cisjordania y Jerusalén Este está siendo
el centro de la pugna electoral en el seno del partido gobernante
Likud. La rivalidad entre Benjamín Netanyahu y Ariel Sharon por
ocupar el cartel electoral de su partido, cara a las elecciones del año
próximo, está aumentando gradualmente el compromiso político
de ambos dirigentes con los colonos. Cabe recordar que la llegada
al poder de Netanyahu como primer ministro (1996-1999) supuso un parón
irreversible del proceso negociador iniciado en Oslo, resquebrajando
la frágil confianza israelo-palestina tenazmente construida por
los desaparecidos Isaac Rabin (1995) y Yasser Arafat (2004). En protesta
por el plan de desconexión de Gaza, el pasado mes de agosto dimitió como
ministro de economía (2003-2005) del gobierno presidido por Sharon,
en el que también había ocupado la cartera de exteriores
(2002-2003).
No es precisamente una casualidad que Netanyahu acabe de lanzar su candidatura
a las primarias del Likud en uno de los asentamientos más grandes
y políticamente significativos de Cisjordania, el de Maale
Adumin, convertido en una ciudad israelí en medio del territorio
palestino. Construido en 1975, ha pasado de 25.000 residentes en 1992
a unos 31.000 en la actualidad. Es más, existen planes que proyectan
su expansión con la construcción de 3.500 nuevas viviendas
y, así, hasta alcanzar la cifra de 100.000 nuevos colonos. Su
ubicación estratégica, a unos 7 kilómetros al Este
de Jerusalén, hace temer que finalmente termine unido a dicha
ciudad, fragmentando aún más el territorio palestino.
No es ningún secreto que cuanto más intransigente y antipalestino
se muestre el candidato de la derecha israelí, más posibilidades
tiene de atraerse el voto nacional-religioso de los colonos y los fundamentalistas
judíos. Tampoco es desconocido que, como en su momento señaló el
ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, Israel no tiene
política exterior, sólo política interior. A lo
que cabe añadir sus graves consecuencias para la paz y la estabilidad
en la región, sobre todo si, como se desprende de algunos análisis,
se produce una próxima escalada colonizadora de Cisjordania en
supuesta compensación por la evacuación de Gaza. Es más,
todo apunta a que, una vez finalizada la construcción del muro,
el actual modelo de Gaza se proyecte en Cisjordania con la creación
de otros tres bantustanes en las zonas de Jenín-Nablus, Belén-Hebrón
y Ramallah.
¿CON QUIÉN NEGOCIA ISRAEL? No es la primera
vez que Israel se retira de un territorio árabe, desmantela sus asentamientos
y evacúa a sus colonos. Su retirada de la península egipcia del
Sinaí tras el acuerdo de paz alcanzado con Egipto en 1979 es el mejor
ejemplo. Sin embargo, es de temer que no sea un precedente válido para
su reciente evacuación de Gaza. Entonces la acción israelí estaba
contemplada en los denominados acuerdos de paz de Camp David, obtenía
contrapartidas de El Cairo y garantías internacionales de Washington.
Actualmente ninguna de estas pautas se cumple.
El repliegue israelí de la franja de Gaza ha sido una acción
unilateral, sin negociaciones ni consultas previas con los palestinos.
Por tanto, tampoco se esperan mayores contrapartidas. Sólo se
sigue insistiendo en la seguridad. Por lo general, la de una sola de
las dos partes, la israelí. Paradójicamente la potencia
ocupante hace responsable de su seguridad a la población ocupada.
En cuanto a las garantías internacionales, Israel prácticamente
no las necesita, puesto que las fronteras de Gaza siguen bajo su soberanía
y cuenta con el apoyo estadounidense en un mundo que, al menos en el
aspecto militar, es unipolar.
El plan de desconexión de Gaza viene precedido por la ruptura
de las negociaciones israelo-palestinas tras el fracaso de las negociaciones
en Camp David entre Ehud Barak y Yasser Arafat bajo la égida de
Bill Clinton (julio de 2000). El consiguiente estallido de la segunda
Intifada (septiembre de 2000) y el ascenso de Sharon a primer ministro
(2001) contribuyó a ahondar aún más dicha crisis.
La nueva coyuntura creada tras el 11-S complicó todavía
más el ensombrecido panorama internacional. La guerra contra el
terrorismo de la neoconservadora Administración Bush fue hábilmente
instrumentalizada por Sharon en su cruzada particular contra los palestinos.
Aprovechó el paréntesis entre las guerras de Estados Unidos
contra Afganistán (2001) y contra Irak (2003) para desmantelar
la infraestructura paraestatal de la ANP con la reocupación de
las zonas autónomas palestinas (2002).
El asedio a Arafat, confinado en su Muqata de Ramallah (2001-2004),
intentó personalizar el conflicto. Tel Aviv y Washington
hicieron recaer sobre el presidente de la ANP toda la responsabilidad
por el fracaso de las negociaciones en Camp David y el estallido de la
violencia en los territorios. Desde entonces Israel se cruzó de
brazos a la espera de un interlocutor palestino válido con quien
negociar. Con la muerte de Arafat (noviembre de 2004) y su reemplazo
por Mahmud Abbas desapareció la excusa para la inmovilidad israelí.
De ahí su actual movimiento en Gaza, pero de forma unilateral,
sin negociaciones ni consultas previas.
Fruto de la desproporción de fuerzas entre las partes negociadoras,
Israel se enfrenta a una ANP extremadamente debilitada y una población
igualmente agotada por el incesante binomio de acción/represión
durante los últimos cinco años de Intifada. En consecuencia,
Sharon concibe el momento actual como una oportunidad para imponer sus
condiciones y su particular visión de lo que debería ser
la resolución del conflicto.
En realidad, pese a las apariencias mediáticas, las actuales relaciones
entre israelíes y palestinos no se encuentran precisamente en
medio de un proceso de negociación, caracterizado por las coordenadas
del toma y daca que brindan ganancias a ambos actores,
aunque uno gane más que otro. En lugar de la lógica de
la cooperación, dichas relaciones se encuentran más cerca
de la del conflicto: la de un juego de suma cero en el que las
ganancias de una de las dos partes son equivalentes a las pérdidas
de la otra. En suma, Israel no negocia con los palestinos, sólo
dicta sus condiciones. Desde su posición de fuerza, de saberse
la potencia ocupante, Israel coacciona a su contraparte palestina que,
a su vez, negocia desde la posición de debilidad que supone ser
la población ocupada.
BREVE PROSPECTIVA. El repliegue israelí de Gaza resulta
a todas luces insuficiente. No satisface las demandas nacionales palestinas
ni tampoco las exigencias del derecho internacional. Su verdadero alcance está sembrado
de sombras y dudas. Por más remota que sea su continuidad o proyección
en Cisjordania, no pasará del actual modelo de bantustanización
implantado unilateralmente en Gaza. Sin embargo, habrá que reconocer que
el conflicto israelo-palestino adopta una nueva forma, pero no un nuevo escenario
para su resolución. Por el contrario, el conflicto permanecerá irresuelto.
La principal novedad que introduce la desconexión israelí de
la franja de Gaza es el desplazamiento de la responsabilidad política,
que se intenta pasar de la potencia ocupante a la población ocupada. En
concreto, cómo gestione su vida social, política y económica,
y cómo resuelva sus contradicciones y conflictos internos será fundamental.
A partir de ahora todo el mundo tendrá puesta la vista en Gaza; y no
tanto en la ocupación israelí. A su vez, Gaza será la
prueba de fuego del movimiento palestino post-Oslo. Por tanto, se
trata de un desafío, pero también de una oportunidad o, intercambiando
los términos, de transformar semejante reto en una oportunidad. No será fácil,
ni la tarea será facilitada precisamente por Israel. Todo lo contrario.
Además de sus condicionantes externos, Israel explotará o, cuando
no, fomentará cualquier potencial crisis o conflicto interpalestino
en su beneficio o, a la inversa, en detrimento de los propios palestinos.
Sus dirigentes se han apresurado en advertirlo: no se podrá seguir
cargando la responsabilidad de lo que suceda sobre Israel. Se intenta
proyectar la imagen de que la ocupación de Gaza ha concluido y,
en consecuencia, Israel no tiene ninguna responsabilidad a partir de
ahora. Se pretender desdibujar que ha encerrado a un millón y
medio de palestinos en el gueto de Gaza; que controla todas
sus fronteras, además de su escasa agua; que los aísla
de mundo; que ha ejercido la ocupación directa durante cerca
de cuatro largas décadas, con su degradante impacto socioeconómico,
político, demográfico y medioambiental; y, finalmente,
que mantiene la ocupación indirecta, mediante el actual cerco.
La respuesta palestina tampoco se ha hecho esperar: la única solución
del conflicto procederá de la completa retirada israelí de
todos los territorios árabes ocupados en 1967, incluida Cisjordania
y Jerusalén Este; y no de la administración de un nuevo bantustán.
En síntesis, ante los enormes desafíos que presenta el nuevo
panorama, la evacuación israelí de Gaza puede ser interpretada
como una daga envenenada o, si se quiere, como una auténtica bomba de
relojería. En buena medida, el porvenir de Gaza depende de que tanto
la ANP como el conjunto de organizaciones que forman la resistencia palestina
sean capaces de desactivarla a tiempo. De lo contrario puede estallarle en
sus propias manos. Entonces en lugar de indagar sobre el futuro de Gaza habrá que
averiguar si Gaza tiene todavía algún futuro. De lo que no hay
duda es que el modelo de Gaza no resuelve el conflicto, sino que lo prolonga
innecesaria e inútilmente, también el sufrimiento.
|
|