José I. Calleja
Voces y acentos en la Iglesia vasca
(El Correo, 22 de agosto de 2007)

            En realidad hoy quería hacer un comentario ligero, de ésos de verano, tan a la moda y lúdicos. Comentarios sin mayor profundidad pero, a veces, llenos de chispa y casi siempre perspicaces. No son tan fáciles como parece. Pero en esa idea andaba cuando se conoce que, en la fiesta de la Virgen de agosto, los obispos de Bilbao y San Sebastián, cada uno en su basílica, han hablado de lo divino y lo humano. Como yo soy de ese mundo, el mundo de los cristianos y vasco, me han interesado sus palabras. El uno, el de Bilbao, el obispo Blázquez, ha hablado de muchas cosas propias de un obispo, y se ha referido a ETA, asunto también de obispos, aunque a muchos no les guste, con palabras rotundas sobre «su violencia terrorista» y sobre «su desaparición completa, inmediata y definitiva». Es todo lo que tenía que decir en ese momento y lugar, la Basílica de Begoña, el 15 de agosto. Me parece muy adecuado.
            A la vez ha hablado en San Sebastián el obispo Uriarte, en la homilía de otra misa en la misma fecha, y se ha referido más detenidamente a la paz en la convivencia de los vascos. La esperanza cristiana, a tal fin, no «ambiciona soluciones perfectas, ni cae en la tentación del maximalismo exigente y obstinado», sino que apuesta por la búsqueda de un «acuerdo» para la paz «aunque para ello todas las partes tengan que recortar sus legítimas aspiraciones». El obispo Uriarte ha dicho muchas más cosas, porque el obispo Uriarte hila fino en la consideración psicológica y ética de la paz.
            Conozco a mucha gente que piensa que estas cosas no son asunto de obispos. Se equivocan. La paz, la justicia y la libertad son cosa de todos, y cosas vitales, si bien no son en exclusiva de nadie. Con todo, yo sí creo que mucha gente está cansada de estas homilías de moral política, y por ello pienso que Blázquez acierta diciendo sólo lo fundamental. Y creo, también, que Uriarte dice algo valioso y necesario, pero que debería decirlo con un punto y aparte tras el rechazo incondicional de ETA. ¿Que no haya dudas de que entre ésos con «legítimas aspiraciones» no se cuenta a ETA, porque, a mi juicio, el terror, mientras subsiste, deja sin derechos políticos a sus autores y colaboradores necesarios y ciertos! Deberíamos insistir en ello.
            La Iglesia de Guipúzcoa piensa moralmente desde su experiencia diaria entre los suyos, y esto la honra, pero en buena medida también la condiciona en exceso.             Como éste es un asunto de más largo análisis, me conformo con decir lo que sigue: Creo que la Iglesia vasca tiene que seguir promoviendo la paz con todas sus fuerzas, pero en cuanto a las palabras, creo que no hacemos más que repetirnos.             Creo que el rechazo de ETA tiene que ser rotundo y primigenio. Creo que cada iglesia local del País Vasco tiene que mirar y acoger más la pluralidad evidente y cierta de su territorio, y también la de los otros territorios. Creo que la Iglesia del País Vasco debe preferir ya otra serie de insistencias cristianas en su evangelización; es decir, creo que la Iglesia vasca ha aclarado bien su propio discurso ético sobre la paz y que debe cuidar más directamente otros ámbitos de la experiencia religiosa cristiana. Creo que los críticos de la Iglesia vasca obedecen a menudo a posiciones políticas tan legítimas como partidistas, con excepciones y olvidos hacia las víctimas que debemos reconocer, y que sus admiradores también buscan la confirmación religiosa de unas posiciones legítimas pero partidistas. No hablo de mala intención, sino casi siempre de ideologías políticas tomadas por 'lo obvio' o 'la naturaleza de las cosas'.
            Estimo, por ello, que ha llegado el momento de mirar a otros objetivos pastorales, con los pies bien firmes en el rechazo de ETA como terror, y el derecho y deber de la sociedad a entenderse en un proyecto de todos y para todos, y por ende, limitado, provisional y sin más absolutos previos que el de la libertad de todas las personas para vivir, opinar y decidir. Creo que ha llegado ese tiempo porque la sociedad tiene recursos morales y políticos suficientes para dar con una salida justa para la paz; si no lo logra, no es porque no sepa cómo, sino porque los intereses en juego son extraordinarios y sus beneficiarios se resisten a considerarlos. Comienzan por los electorales, pero hay muchos otros menos evidentes. Muchos justos y otros, corporativos y nada desinteresados. Pero que sea la sociedad quien los recuente, que ya es 'mayorcita' para hacerlo. Y si los desvela, los denuncia y se une para presionar, veremos que no podemos escapar a una política de pactos en todas las direcciones. Rememorando el título de una hermosa película, cabría decir 'pactad, pactad, malditos'. Por eso creo que nuestras 'fuerzas', me refiero a la Iglesia, deberían concentrarse ahora en algunos objetivos cristianos que la nueva cultura y realidad social nos reclaman. Y que nadie piense en el acomodo de la Iglesia vasca, pues si se 'elige' a los pobres como los predilectos del crecimiento del Reino de Dios, no hay relajo 'espiritual' que valga. En realidad, no nos interesa cualquier mejora de la Iglesia vasca y por cualquier camino. Nos vemos en el Evangelio de Jesucristo y en su forma particular de ser Hombre de Dios. Hablamos de esto otro día.
            Con todo, hablo de dar preferencia a otros objetivos eclesiales, no de ignorar o descuidar la paz.