José AbuTarbush
¿Choque de civilizaciones o choque de intereses?

A propósito de las atrocidades cometidas en los Estados Unidos el pasado mes de septiembre y, no menos, de las reacciones bélicas suscitadas en el Gobierno presidido por George Bush (junior), la controvertida tesis de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones parece que ha vuelto a renacer con mayor fuerza expansiva que cuando se gestó. Hasta la fecha la tesis de Huntington había permanecido reducida a ciertos círculos académicos, periodísticos y políticos familiarizados con el mundo de las relaciones internacionales, la política internacional o la acción exterior; sin embargo, actualmente ha trascendido a prácticamente toda la opinión pública mundial o, si se quiere reducir su alcance, a buena parte de la ciudadanía de los llamados genéricamente países occidentales. Pero su mayor eco mediático no significa que la mencionada tesis haya recobrado mayor fuerza explicativa que la poseída anteriormente; por el contrario, sigue siendo tan deficitaria (o más aún) que antes para explicar los conflictos internacionales y el no menos controvertido supuesto nuevo orden internacional.

Origen de la tesis

El origen de la tesis de Huntington se remonta a un artículo que con el título de "¿Choque de civilizaciones?" publicó en la revista norteamericana Foreing Affairs a principios de los años 90. En él se interrogaba si estábamos abocados a ese choque después del fin de la guerra fría y la disolución del orden bipolar reinante hasta entonces en la política mundial 1 . En ese primer momento, podría pensarse, Huntington no parecía afirmar la inminencia de un choque civilizatorio "como posteriormente apuntó con mayor rotundidad en el título y contenido de su libro aparecido originalmente en 1996 2 ", en la medida en que se preguntaba por esa posibilidad con cierta credulidad, es decir, avanzaba la hipótesis; y tanto la aparición de su dubitativa tesis en forma de artículo como, luego, la de su rotunda afirmación en la versión de libro se producen en el contexto posterior al fin de la guerra fría, esto es, en lo que a la disciplina de las Relaciones Internacionales 3 se refiere, en la búsqueda de un nuevo paradigma que explicase el funcionamiento del emergente orden internacional (si es que hay uno nuevo).En este sentido, la trayectoria que publicitó la tesis de Huntington ha seguido un itinerario semejante a la entonces igualmente polémica proposición de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia 4 , por lo menos en lo que a las formas se refiere: la primera versión de la tesis aparece en forma de artículo con un título que sintetiza muy bien la misma, pero que lleva claros signos de interrogación; luego, después de su prolongada difusión en los círculos académicos, donde es ampliamente debatido, se publica en forma de libro. Sin olvidar, por otra parte, su enorme eco mediático que, como sucede con algunas películas, viene auspiciado no por la veracidad o credibilidad de lo que cuenta, sino por el carácter tremendamente (y a veces también deliberadamente) polémico o especulativo de su narración. Al fin y al cabo las imágenes e ideas son productos que también se venden en el mercado, sea audiovisual o editorial, y suele ocurrir que cuando vienen acompañadas de cierta controversia su éxito de ventas o consumo es mayor que el inicialmente previsto. Dicho de otro modo, en algunos casos la polémica se transforma en el mejor marketing. No obstante, aunque cabe contemplar esta posibilidad publicitaria, no puede afirmarse a posteriori que por el eco académico y mediático alcanzado por su ensayo (el más citado en las Relaciones Internacionales durante los últimos años) Huntington buscara algún tipo de notoriedad (salvo la de ser el Mister X de la posguerra fría como George Kennan lo fue de la guerra fría), pues previamente poseía una obra intelectual considerable y de reconocido prestigio internacional. Sin embargo, no deja de ser menos frecuente que en algunos círculos académicos (y, sobre todo, periodísticos) la notoriedad termine jugando algunas malas pasadas e invite a disertar sobre todo lo humano y lo divino. Por lo que merece la pena preguntarse si la mencionada tesis hubiera alcanzado la misma notoriedad (que no aplauso) de haber sido formulada por un anónimo doctorando en lugar de por Huntington. En este caso, cabe aventurar que quizás no hubiera logrado la unanimidad de los miembros del tribunal que la evaluaban o, en el mejor de los supuestos, hubiera obtenido un eco tan efímero como los pocos minutos de fama que Andy Warholl reclamaba para cada persona. Esto nos sitúa ante las coordenadas existentes entre poder y conocimiento, en particular, las referidas a la estrecha relación que tradicionalmente ha existido en los Estados Unidos entre algunos académicos de las Relaciones Internacionales y la elaboración de la política exterior de este país, recuérdese los nombres de George Kennan, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, por citar algunos de los más relevantes entre otros.

Civilizaciones como referencia

Por otra parte, en los contenidos Fukuyama y Huntington difieren. En las teorías de las Relaciones Internacionales Fukuyama se ubicaría en las corrientes liberales que conciben y abogan por un medio internacional en el que la cooperación entre sus diferentes actores, estatales o no, es la pauta de comportamiento predominante; y, por el contrario, Huntington estaría vinculado al realismo político que percibe el mundo como un medio altamente peligroso en el que reina el conflicto (armado) y el interés egoísta de los Estados por encima de la cooperación entre éstos, de ahí que sus temas prioritarios sean los relativos a la seguridad, el interés nacional y el equilibrio del poder en las relaciones internacionales. Aún así, Huntington se diferencia de los realistas y neorrealistas políticos en la medida en que introduce la cultura o, para ser más precisos, las diferencias culturales como fuente de conflicto y, sobre todo, porque no toma a los Estados como la unidad básica de las relaciones internacionales, sino que los desplaza por las civilizaciones. Huntington no niega la importancia de los Estados en la política internacional, pero considera que, en la era de la posguerra fría, la centralidad en las relaciones internacionales la ocuparán gradualmente las civilizaciones, dentro de las cuales se producirán alineamientos entre las diferentes naciones y grupos. Por tanto, las fuerzas de referencia de los conflictos en el sistema internacional serán las civilizaciones.
En síntesis, la tesis de Huntington se resume en la proposición de que en la nueva era de la posguerra fría los conflictos internacionales no serán ya más predominantemente políticos, ideológicos o económicos, sino culturales o, en su máxima expresión, civilizatorios; de manera que "la próxima guerra mundial, si hay una, será una guerra entre civilizaciones"5 . Las razones que esgrime para ello son que las diferencias entre las civilizaciones son reales y básicas; que un mundo cada vez más pequeño y de creciente interacción entre gente de diferentes civilizaciones implica una mayor conciencia sobre las diferencias entre éstas y las semejanzas dentro de las mismas; que la religión y a menudo los movimientos fundamentalistas están cubriendo el vacío dejado por el proceso de modernización económica y cambio social; que la conciencia civilizatoria crece ante el poderío de Occidente que quiere ser alcanzado sin implicar la occidentalización, sino preservando la identidad cultural de cada civilización; que las características y diferencias culturales son menos cambiantes que las políticas o económicas; y, por último, que el incremento del regionalismo económico sólo puede tener éxito cuando se produce en el contexto de una misma civilización. Por tanto, entiende Huntington que al definirse la identidad en términos religiosos y étnicos, del "nosotros versus ellos", son precisamente estas diferencias religiosas y culturales las que crean las diferencias sobre los asuntos políticos. Entre las diferentes civilizaciones que advierte Huntington en el mundo (occidental, confuciana, japonesa, islámica, hindú, eslavoortodoxa, latinoamericana y posiblemente africana), considera que, tanto por las razones señaladas como sobre todo por la rivalidad del poder (institucional, económico y militar) bajo el predominio de Occidente, el enfrentamiento será entre éste y el resto (the West versus the rest) o, más probablemente, entre Occidente y la alianza civilizatoria confucianaislámica.

Zonas de enfrentamiento

Sobre esto último cabe realizar dos puntualizaciones, una sobre China y otra sobre el mundo árabe e islámico. En primer lugar, existe un amplio consenso en los estudios de prospectiva en materia de relaciones internacionales que pronostican que, muy probablemente, el siglo XXI será testigo del auge de China como superpotencia 6 , por lo que es igualmente previsible que las relaciones entre los Estados Unidos, que es en el primer país en el que piensa Huntington cuando habla de Occidente, y China puedan registrar algunas tensiones e incluso enfrentamientos (no necesariamente militares)7 . Algunos analistas consideran que, junto con el subcontinente asiático (India y Pakistán) y el Golfo Pérsico (Irak, Irán y Arabia Saudí, principalmente), la tercera zona de un posible enfrentamiento interestatal será en torno a China 8 . En este debate se han diseñado dos posibles escenarios: uno de conflicto, que considera obsoleta la visión benevolente que se tenía de China hasta los años 80 y fija su atención en el creciente nacionalismo chino, su carácter autoritario, la mejora de sus fuerzas armadas, su deseo de redimirse de las humillaciones del pasado y de tener un papel más relevante en la escena internacional (en concreto, reemplazar la hegemonía de los Estados Unidos en Asia), por lo que se aboga por una política de contención hacia China en alianza con otros actores regionales (principalmente Japón)9 ; y otro de cooperación, que si bien no niega los temas de conflicto (sobre todo, Taiwán) no necesariamente percibe una amenaza en el desarrollo de China y en sus legítimas aspiraciones a tener un rol más relevante en Asia. Por el contrario, se considera que esta situación es una oportunidad para lograr un orden regional e internacional más estable en el que, evidentemente, se debe contar con la participación de China 10 . Una aproximación empírica a estos dos posibles escenarios son los dos graves incidentes registrados hasta la fecha, uno en 1999, cuando la aviación de la OTAN que bombardeaba Serbia hizo blanco (supuestamente por error) en el edificio de la embajada de la República Popular China en Belgrado; y, otro este mismo año, cuando un avión espía norteamericano que sobrevolaba el espacio aéreo de China fue obligado a aterrizar en su suelo no sin antes perder las fuerzas armadas chinas a uno de sus pilotos, cuyo avión fue derribado por el americano. Si bien en el primer caso la OTAN pidió disculpas a China por su (supuesto) error, en el segundo hubo un tira y afloja entre los EE UU y China que, para algunos nostálgicos pareció resucitar el viejo clima de la guerra fría. Cabe especular que este último incidente no se hubiera resuelto pacíficamente igual si en lugar de China, una potencial superpotencia con grandes inversiones de los países occidentales, hubiera sido con uno de los catalogados por Washington como Rogue States ("Estados malhechores" o "gamberros"). Pero si, además, uno de esos Rogue States en cuestión hubiera sido un Estado árabe e islámico (como Libia) o sólo islámico (como Irán) se hubieran desatado todas las especulaciones en torno a la incompatibilidad entre el mundo del Islam y Occidente o, en términos de Huntington, estaríamos ante el inminente choque de civilizaciones, lo que nos lleva a la otra puntualización.

Conflicto de legitimidad

En segundo lugar, no hay nada en la religión islámica que explique la actual inestabilidad o convulsión política de una buena parte del llamado mundo árabe e islámico, ni las antipatías o rechazos que en dicho mundo suscitan las potencias occidentales, pero todo esto sí puede ser fácilmente explicado observando las insuficiencias sociopolíticas y penurias económicas de sus sociedades, además de la posición de marginación (cuando no de mero desprecio) que ocupan en el sistema internacional. Los conflictos en el mundo árabe e islámico no se expresan porque presumiblemente sean consustanciales al Islam 11 , sino por la prolongada agonía de sus regímenes políticos que, carentes de toda legitimación, han llegado incluso a instrumentalizar la religión islámica en una desesperada búsqueda de legitimidad que no encuentran 12 . Por el contrario, son crecientemente retados por la oposición islamista que ha invertido la dirección de esa lógica instrumentalizadora 13 . Por tanto, la extendida creencia de que el mundo árabe e islámico es un caso único, diferente del resto del mundo e incomprensible para los foráneos es insostenible 14 . Al igual que en otras partes, en el mundo árabe e islámico los conflictos guardan una estrecha relación con la economía y la política (interior y exterior) en lugar de la religión, pero, aún así, hay que advertir que ni todas las personas profesan la religión islámica, ni todas las que profesan dicha religión son por ello islamistas, ni todos los grupos islamistas son iguales; el caso más esperpéntico es el de los talibán, procedentes del lumpenproletariado afgano y considerados los jemeres rojos del islamismo 15 , frente al interesante proceso político postislamista que vive Irán 16 . En definitiva, el islamismo no es el equivalente de la civilización islámica ni tampoco la representa.

La política exterior de EE.UU.

A su vez, en cuanto a la posición que ocupa el mundo árabe e islámico en el sistema internacional, un breve repaso de la política exterior norteamericana en Oriente Medio puede ser bastante ilustrativo, puesto que permite constatar dos importantes pautas: primero, a diferencia de cualquier otro actor internacional EE UU ha tenido una notable influencia en los acontecimientos políticos de la segunda mitad del siglo XX en Oriente Medio, sin olvidar la huella y el resentimiento que en la mayoría de los países árabes e islámicos ha dejado previamente el colonialismo europeo, principalmente, el británico y el francés; y, segundo, durante todo este tiempo los EE UU han apostado por las políticas de los regímenes más recalcitrantes de la región en contra de los anhelos de millones de hombres y mujeres que en esa misma área aspiraban a un orden más justo y democrático. Pero, dada la máxima de su realismo político en la práctica de las relaciones internacionales que diferencia abiertamente entre el espacio de la política interior e internacional, EE UU poseedor, entre otras características, de una de las sociedades más dinámicas y abiertas al cambio, siempre ha despreciado los mismos valores que defendía en casa a la hora de diseñar su política exterior, sobre todo en su interacción con la inmensa mayoría de los países del llamado Tercer Mundo. En Oriente Medio su pauta predominante ha sido asegurar el aprovisionamiento de crudo a los países industriales occidentales a un precio razonable, mantener fuera de esta parte del tablero mundial a la antigua Unión Soviética, contener cualquier otra intromisión (incluso la de sus propios aliados europeos) en esta área de su reservada influencia y, en definitiva, conservar el equilibrio de poder regional a su favor, especialmente que ningún otro país de la región alcanzara la paridad estratégica (léase nuclear) con su principal aliado, Israel 17 . Precisamente el apoyo incondicional que la Casa Blanca brinda históricamente al Estado israelí es, con diferencia, el agravio que mayor rechazo suscita desde un extremo al otro del mundo árabe e islámico, sobre todo porque es uno de los ejemplos más evidente de hipocresía en las relaciones internacionales, en las que parece haberse establecido a partir de la posguerra fría un doble estándar para evaluar el comportamiento de unos Estados: castigo interminable para Irak por su invasión de Kuwait, frente a otros: inmunidad israelí para perpetuar su ocupación del territorio palestino.
En resumen, EE UU ha reforzado así el deslegitimado statu quo regional en detrimento del cambio sociopolítico demandado por la mayoría social, silenciada cuando no mutilada, sin importarle mucho las consecuencias derivadas de su política exterior, pese a los reveses sufridos por ésta. El caso más notable fue el del Irán del Sha, que señaló un punto de inflexión en la historia política del mundo árabe e islámico, cuando en 1979 se salió de la órbita de influencia norteamericana y se situó en su oposición sin caer por ello en brazos de la antigua Unión Soviética 18 . Entonces la pérdida de Irán en la alianza regional de los EE UU marcó un hito en la historia de las relaciones de este país con los Estados árabes e islámicos del que difícilmente se han recuperado. Seguidamente ese mismo año se produjo la invasión soviética de Afganistán, que animó a Washington, en la lógica maniqueísta del orden mundial bipolar, a apoyar a los enemigos de su enemigo; aquí se remontan las relaciones de la CIA con los diferentes grupos de la resistencia afgana y supuestamente también con Usama Ben Laden, que participó activamente en la misma 19 . Como ha reconocido Henry Kissinger, buen conocedor de la teoría, parafraseando a Max Weber: "algunas acciones tienen consecuencias imprevistas". Por tanto, la pregunta es si EE UU ha tomado buena nota de ello ahora que ha sufrido esas consecuencias no deseadas en su propia carne. Dicho de otro modo, la noción de seguridad nacional no puede seguir concibiéndose de forma aislada, pues ésta es cada día más interdependiente de la seguridad internacional. De tal manera que la política exterior de EE UU en Oriente Medio puede, como se ha visto, no sólo cosechar efectos no deseados, sino incluso contrarios a éstos. Cabe recordar que hace aproximadamente una década George Bush (senior) prometía un "nuevo orden internacional" ante la inminente segunda guerra del Golfo; uno de los significados que tenía la expresión en la región de Oriente Medio era el de fomentar su democratización y, por extensión, su pacificación. Sin embargo, una década después la situación sigue igual o peor. EE UU sigue practicando en Oriente Medio pautas similares a las anteriormente descritas, que aplicaba durante la guerra fría: primar el orden por encima de la justicia. Es de temer que George Bush (junior) no tenga para combatir el terror otra cosa que ofrecer que el terror, y siga mirando para otro lado ante las exigencias de cambio social y político que reclaman los pueblos de la región desde hace décadas. El apoyo que Washington presta a una buena parte de los regímenes políticos del mundo árabe e islámico resulta imprescindible para prolongar la corrupta agonía de éstos. Dicho sostén no es muy diferente del que durante décadas concedió a las no menos putrefactas dictaduras latinoamericanas. El mundo árabe e islámico no es ni debe ser ninguna excepción, ni tampoco debe continuar siendo una anomalía la estaca que, clavada en su corazón, representa la alargada sombra de la ocupación israelí sobre el territorio palestino.

Cortina de humo

En conclusión, es de temer que la tesis de Huntington oculte más cosas de las que presuntamente pretende dar cuenta: por ejemplo, si son las civilizaciones las que controlan a los Estados o, por el contrario, son los Estados los que controlan la civilizaciones; por qué sólo ahora las civilizaciones representan un reto, pese a su existencia y a sus diferencias a lo largo de los siglos; si los potenciales conflictos no residen más dentro de las civilizaciones que entre éstas, como se puede observar a lo largo de la historia, al menos la del siglo XX; y, finalmente, si no son más comunes y comprobables los conflictos por intereses políticos y económicos que los culturales y civilizatorios sin ningún tipo de pruebas en la realidad internacional 20 . Esta falta de rigor y constatación empírica hace pensar que los temores de Huntington tengan más fundamento en la propia política interior norteamericana (el creciente papel que tienen los diferentes grupos étnicos en la elaboración de su política exterior)21 que en las proyectadas en el mundo exterior; y, también, en la desaparición de su histórico enemigo tras el fin de la guerra fría, que dejó a EE UU sin el otro indeseable, frente al que se ha construido en buena medida la identidad nacional estadounidense. De ahí que ambos temas preocupen sobremanera a Huntington, pues entiende que la definición del interés nacional deriva, a su vez, de la identidad nacional que, en el caso de los EE UU, se encuentra sometida a una fuerte erosión 22 . En este sentido, el discurso del choque de civilizaciones, que aboga por un replanteamiento de la política internacional desde la óptica occidental (es decir, estadounidense), esconde el temor a ver disminuida la influencia y capacidad de EE UU en los asuntos mundiales, ante la creciente tendencia a la multipolaridad. Frente a la imagen del mundo que proporciona Huntington, semejante al modelo realista de bolas de billar que chocan entre ellas y que describe el sistema de Estados (en este caso sería de civilizaciones)23 , cabe contraponer el modelo transnacional de la red como el conjunto de relaciones, comunicaciones e intereses que tienen los diversos grupos de un Estado o sociedad con otros en el exterior, cuanto mayores sean estas relaciones y pertenencias menos probabilidades de conflictos armados existen y, por el contrario, es más realizable la cooperación con beneficios mutuos 24 . La respuesta de Huntington a sus críticos es igualmente insuficiente, pues su principal argumento es que a falta de un paradigma mejor que explique el orden internacional de la posguerra fría su modelo, el civilizatorio, puede ser tan útil como lo fue el de la guerra fría 25 . En este sentido, su proposición puede ser catalogada de simplista, por cuanto diseña un mundo maniqueo, bueno (Occidente) y malo (el resto o no occidental), en el que trata a las civilizaciones como "entidades únicas, homogéneas y actuando como un solo actor"26 , sin advertir ninguna contradicción o diferencia sustancial dentro de éstas, ni las divisiones y subdivisiones que existen en las mismas; y, también, puede ser calificada de reduccionista porque ningunea las restantes causas explicativas de los conflictos internacionales (económicas, estratégicas, políticas, ideológicas, etcétera), para enfatizar o centrarse solamente en la del aspecto cultural o presumiblemente civilizatorio que pudieran tener dichos conflictos.
Por último, podría incluso afirmarse que la tesis de Huntington corre el riesgo de caer en ciertas pulsiones o tentaciones populistas en la medida en que entronca con los prejuicios más comúnmente arraigados en el imaginario colectivo occidental sobre Oriente y, en particular, sobre el Islam 27 . Y al mismo tiempo, retroalimenta a su vez el no menos prejuiciado imaginario colectivo islamoárabe, pues no en vano la tesis de Huntington es compartida por algunas sensibilidades islamistas, aunque es obligado recordar el pronunciamiento en dirección contraria del primer ministro iraní, Mohammad Jatamí, a favor de un diálogo de civilizaciones en lugar del estruendoso choque 28 . Por lo que se puede comprobar, dicha tesis es fácilmente asimilable y, además, posee un enorme potencial caldo de cultivo, para ser integrada en las denominadas imágenesespejos, esto es, la tendencia que existe en una interacción competitiva entre Estados o sociedades de percibir a los otros de la misma manera que esos otros los perciben a ellos. Luego, una vez integradas esas percepciones sobre los otros, sus prejuicios son difíciles de erradicar.

¿Profecía que se autocumple?

Peor aún, el mayor problema reside en que, con independencia de su falta de solidez, si la tesis de Huntington ejerce algún tipo de influencia e incluso es tomada como referente teórico de la política exterior de, entre otras naciones, grandes potencias como el Reino Unido o superpotencias como EE UU, entonces, se terminará actuando en la lógica trazada por Huntington y, al final, resultará que su tesis cobrará virtualidad. Esto viene a ser la profecía que se autocumple recogida en el famoso enunciado de Thomas: "Si los hombres definen las situaciones como reales, ellas son reales en sus consecuencias" 29 , pues las acciones no responden solamente a supuestos objetivos, sino también a definiciones que se realizan de una situación determinada, esto es, a su significado subjetivo, de lo que también se ha hecho eco la disciplina de las Relaciones Internacionales, enfatizando la importancia de las ideas o, más concretamente, de la construcción social, en la percepción de las amenazas y seguridad en el mundo 30 . De ser así, de inferirse el determinismo de que de la mera diferencia cultural o civilizatoria surge el conflicto, las consecuencias serán nefastas tanto en el nivel del sistema internacional (inaugurando un nuevo ciclo de hostilidades y conflictos) como en el doméstico o nacional (discriminando a las personas de otras culturas o civilizaciones diferentes a las de país receptor)31 . Esta primacía del conflicto por encima de la cooperación, de la desconfianza sobre la seguridad y de la sospecha mutua en lugar de la confianza, inclina la balanza hacia una espiral de hostilidades, escalada por toda una serie de acciones y reacciones 32 . También puede suceder que la tesis de Huntington sea utilizada como el mejor pretexto para ocultar o legitimar otros fines en la política internacional: seguir avanzando en posiciones hegemónicas o contrarrestar los potenciales desafíos a ésta; y muy probablemente en la nacional: restringir el número de inmigrantes de unas culturas frente a otras 33 . En resumen, puede afirmarse que el supuesto enfrentamiento entre civilizaciones, de un lado, la occidental (liderada por Estados Unidos) y, de otro, las confuciana (guiada por China) e islámica (sin liderazgo visible dada su heterogeneidad), no parece corresponderse a las diferencias que puedan existir entre los credos o entre los seguidores de Jesucristo, Confucio y el profeta Mahoma (Muhammad), sino a cuestiones más terrenales como la desigual distribución del poder mundial, la riqueza y la influencia, además de los agravios históricamente sufridos (y la percepción de éstos) por parte de los más desfavorecidos 34 . En definitiva, los conflictos internacionales no giran en torno a las diferencias culturales o civilizatorias, éstas no son las causas de los conflictos, aunque en muchas ocasiones algunas controversias puedan expresarse a través de las diferencias culturales o religiosas; por el contrario, es más probable que los conflictos internacionales oscilen entre los que tienen y los que no tienen 35 . Por lo que más que a un choque de civilizaciones a lo que realmente estamos asistiendo es a un choque de intereses que, en definitiva, es la definición del conflicto.

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1) Samuel P. Huntington: "The Clash of Civilizations?" , Foreing Affairs, vol. 72, núm. 3, 1993, pp. 2249.
(2) Samuel P. Huntington: The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order. New York, Simon & Schuster, 1996 [La versión española se publicó un año después, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Barcelona, Paidós, 1997].
(3) Para evitar confusiones suele diferenciarse la disciplina académica de las Relaciones Internacionales (con mayúsculas) de las relaciones internacionales (con minúscula) como su objeto de estudio.
(4) La primera versión de ésta apareció en forma de artículo y después en la de libro, mientras en el primero se interrogaba, en el segundo se afirmaba. Francis Fukuyama: "The End of History?", National Interest, núm. 16, 1989, pp. 316; y The End of History and the Last Man. New York, Free Press, 1992. [Las versiones españolas aparecieron en "¿El fin de la historia?". Claves de razón práctica, núm. 1, 1990, pp. 8596; y El fin de la historia y el último hombre. Barcelona, Planeta, 1992].
(5) Samuel P. Huntington: "The Clash of Civilizations?", p. 39.
(6) Véase Nichola D. Kristof: "The Rise of China". Foreign Affairs, vol. 72, núm. 5, 1993, pp. 5974; Xulio Ríos: China: superpotencia del siglo XXI? Barcelona, Icaria, 1997; y Ramón Tamames: China 2001: La Cuarta revolución. Del aislamiento, a superpotencia mundial. Madrid, Alianza, 2001.
(7) Durante toda la guerra fría EE UU y la URSS jamás registraron ningún enfrentamiento militar directo que, sin duda, hubiera tenido una dimensión nuclear de consecuencias incalculables, pese a que las alarmas estuvieron a punto de encenderse durante la guerra de Corea (195053) y la crisis de los misiles en Cuba (1962); por el contrario, los enfrentamientos registrados fueron indirectos, mediante terceras partes en conflicto. Véase Francisco Veiga, Enrique Da Cal y Ángel Duarte: La paz simulada. Una historia de la Guerra Fría, 19411991. Madrid, Alianza, 1997.
(8) Fred Halliday: The World at 2000: Perils and Promises. London, Palgrave, 2001, pp. 5356.
(9) Richard Bernstein y Ross H. Munro: "China I: The Coming Conflict with America". Foreign Affairs, vol. 76, núm. 2, 1997, pp. 1832.
(10) Robert S. Ross: "China II: Beijing as a Conservative Power". Foreign Affairs, vol. 76, núm. 2, 1997, pp. 3344.
(11) Véase Antoni Segura: Más allá del islam. Política y conflictos actuales en el mundo musulmán. Madrid, Alianza, 2001.
(12) Véase Gema Martín Muñoz: El Estado árabe. Crisis de legitimación y contestación islamista. Barcelona, Bellaterra, 1999.
(13) Un trabajo que explica el auge islamista, pero que defiende ahora la tesis contraria, su declive, todavía por confirmar, es el de Gilles Kepel: La Yihad: Expansión y declive del islamismo. Barcelona, Península, 2001.
(14) Fred Halliday: Islam & the Myth of Confrontation: Religion and Politics in the Middle East. London, I.B. Tauris, 1996.
(15) Así los define en su excelente obra, con fuentes de primera mano, Ahmed Rashid: Los Talibán: El Islam, el petróleo y el nuevo ‘Gran Juego’ en Asia Central. Barcelona, Península, 2001.
(16) Véase Farhard Khosrokhavar y Olivier Roy: Irán, de la revolución a la reforma. Barcelona, Bellaterra, 2000.
(17) Véase Israel Shahak: Open Secrets: Israeli Foreign and Nuclear Policies. London, Pluto Press, 1997.
(18) El caso iraní mostró que ejercer la oposición a la política exterior estadounidense no significaba, necesariamente, adentrarse en la otra órbita de influencia mundial, la soviética, dada la lógica bipolar de entonces, claro que para mantener esa independencia en la política internacional Irán contaba con ingentes recursos que otros países no poseían. El caso más evidente de esto último fue Nicaragua que, por igual fecha, experimentó la revolución, pero no pudo hacer frente a todos los desafíos a los que fue sometida, ante la carencia de medios y su creciente dependencia de la ayuda exterior en un mundo que comenzaba a cambiar rápidamente.
(19) Véase John Cooley: Unholy Wars, America and International Terrorism. London, Pluto Press, 1999.
(20) Estas críticas fueron recogidas en el debate publicado en Foreign Affairs, vol. 72, núm. 4, 1993, pp. 226.
(21) Véase Samuel P. Huntington: "Intereses exteriores y unidad nacional". Política Exterior, núm. 61, 1998, pp. 177198 (187).
(22) Samuel P. Huntington: "The Erosion of America National Interest". Foreign Affairs, vol. 76, núm. 5, 1997, pp. 2849.
(23) Samuel P. Huntington: "The West is Unique, Not Universal". Foreign Affairs, vol. 75, núm. 6, 1996, pp.2946.
(24) Véase John Burton: World Society. Cambridge, Cambridge University Press, 1972.
(25) Samuel P. Huntington: "If Not Civilizations, What?". Foreign Affairs, vol. 72, núm. 5, 1993, pp. 186194.
(26) Como advierte el sociólogo José María Tortosa en "El islam ¿enemigo de Occidente?", Papers. Revista de Sociología, núm. 57, 1999, pp. 7588.
(27) Véase Edward W. Said: Orientalismo. Madrid, Libertarias, 1990.
(28) En principio, esta propuesta no parece rechazar las premisas teóricas de las que parte Huntington, pues al utilizar su mismo lenguaje podría decirse que comparte la visión del mundo dividido predominantemente por civilizaciones; sin embargo, neutraliza el mensaje subliminal de Huntington del que se infiere que de la diferencia cultural o civilizatoria surge el conflicto.
(29) Citado en Lewis A. Coser: "Corrientes sociológicas en los Estados Unidos", en Tom Bottomore y Robert Nisbet (comps.): Historia del análisis sociológico. Buenos Aires, Amorrortu, 1988, pp. 327363.
(30) A. Wendt: "Anarchy is What States Make of It: The Social Construction of Power Politics". International Organization, vol. 46, núm. 2, 1992, pp. 395424.
(31) Después de los atentados en Nueva York y Washington las comunidades musulmanas en algunos países occidentales han sido objeto de amenazas y actos vandálicos.
(32) Las declaraciones de Silvio Berlusconi, proclamando la superioridad de la civilización occidental sobre la islámica son un buen ejemplo de lo que podría ser una escalada de reproches y acusaciones mutuas que no conducirían más que a una polémica estéril y que, a su vez, podría adoptar una deriva semejante a la del darwinismo social que acompañó la empresa colonizadora e imperialista.
(33) Esta viene a ser, al fin y al cabo, la tesis que defiende el politólogo italiano Sartori, sirviéndose a gusto de toda una serie de estereotipos y prejuicios en un discurso esencialista en el que olvida mencionar la clave socioeconómica en la integración de los inmigrantes. Véase Giovani Sartori: La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. Madrid, Taurus, 2001.
(34) Graham E. Fuller: "The Next Ideology". Foreign Policy, núm. 98, 1995, pp. 145158.
(35) Algunos análisis consideran que el principal desafío para la seguridad en el siglo XXI procede principalmente del abismo que separa al mundo rico (desarrollado) del pobre (subdesarrollado), junto con los problemas relativos al medio ambiente. Véase Paul Rogers: Losing Control: Global Security in the Twentyfirst Century. London, Pluto Press, 2000.


(Disenso, nº 35, enero de 2002)

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