Josetxo Riviere y Mikel Isasi

Atea zabalik: Una oportunidad por la despenalización de las drogas

Este sábado 16 se va a celebrar en el pabellón Anaitasuna de Iruñea, una jornada-fiesta denominada Atea Zabalik organizada por el movimiento asociativo en torno a las drogas. Será un día de debates, exposiciones, música, etc. y será también un lugar de encuentro de muchas personas con una mirada crítica a un fenómeno que esta marcado por la prohibición de algunas sustancias.
En los últimos años se están dando cambios que desde nuestro punto de vista son positivos pero insuficientes. Atrás quedan debates sobre si facilitar o no jeringuillas a los usuarios de heroína o sobre la utilización de la metadona. Ahora esta en pleno auge el debate sobre la utilización del cannabis para uso terapéutico medicinal (aprobado por el Parlamento catalán y pendiente de discusión en el Parlamento navarro) y desde algunas instituciones, ONGs, o desde el movimiento asociativo se están poniendo en marcha iniciativas basadas en una política de reducción tales como salas de inyección seguras, salas de análisis, etc. Hemos avanzado con la autoproducción para el cannabis,... pero todavía sigue habiendo mucho camino que recorrer y lo que es peor una línea clara entre las drogas legales y las ilegales.
Las drogas ilícitas desempeñan en la sociedad de hoy una función de chivo expiatorio similar a la que en el pasado tuvieron las brujas. No es casual que en la actualidad las tres cuartas partes de las personas encarceladas lo estén por cuestiones relacionadas con esas drogas, una proporción que hasta el siglo XVIII correspondía a disidentes religiosos y en el XIX a disidentes políticos. Se trata, sencillamente, de que hoy en día el llamado problema de la droga es el famoso fantasma que recorre, no solo Europa, sino todo el mundo. Un discurso orwelliano, difundido masivamente y repetido hasta la saciedad, presenta a las drogas bajo un prisma sistemáticamente catastrofista, extendiendo la idea de que se trata de una especie de virus maligno que los narcotraficantes, una de las figuras más siniestras de hoy, difunden por doquier para lograr convertir a las personas en adictos y poder así aprovecharse de ellas. La interesada imagen de las drogas ilegales como causa de graves problemas sociales -cuya naturaleza real se intenta ocultar- y las políticas supuestamente preventivas basadas en la difusión de la idea de que son algo malo en sí mismo, son uno de los pilares sin los que la guerra contra las drogas sería inconcebible.
La izquierda ha asumido el pensamiento hegemónico puritano: hay drogas buenas (legales, que consumimos y vendemos) y drogas malas (ilegales y cuyo consumo se tolera, algunas veces, pero se criminaliza su venta). Este planteamiento recoge la tradición del pensamiento de la izquierda que ha estado en general, impregnado de una visión puritana de la vida, que considera el trabajo, la sobriedad y el sacrificio como valores fundamentales de la clase obrera. Todo lo que tenga que ver con el hedonismo, con el placer por el placer, se ve con lejanía cuando no con rechazo. Resulta clave la influencia que ejerció sobre los primeros teóricos socialistas la tradición cristiana y la ética protestante del trabajo.
Las ideas de Engels cuando habla del efecto desmovilizador del aguardiente en la clase obrera, frente al vino o la cerveza que no lo eran y servían para que los obreros se socializasen han vuelto ha repetirse en numerosos discursos de la izquierda, sustituyendo la heroína al aguardiente.
A finales de los sesenta y en los setenta, cuando el uso de drogas ilegales adquiere carácter masivo y la alarma social crece, se da la conversión del fenómeno en problema. En esta nueva etapa es la postura prohibicionista la que domina, utilizando argumentos que se apartan poco del discurso oficial. En Estados Unidos, las ideas puritanas de Malcolm X, que propugna "liberarse" para siempre de la embriaguez, acaban desembocando en la tesis de la introducción de las drogas en los barrios negros para acabar con los Panteras Negras. La idea del uso por parte del poder de las drogas para acabar con la movilización popular se extiende a la izquierda europea, desde los autónomos a los PCs, y a los movimientos de liberación nacional. Las acciones de IRA y ETA contra traficantes serán la parte más sangrienta de una represión propugnada desde una izquierda impregnada de los valores dominantes.
El planteamiento, defendido en Euskal Herria por buena parte de la izquierda abertzale, de que las drogas son un arma del estado para desmovilizar y alienar a la población, no solo carece de pruebas que la sostengan, sino que entra en contradicción con el hecho de que el estado persiga y castigue, incluso con la cárcel, una conducta que pretende, supuestamente, promover. El hecho de que haya numerosos policías corruptos vinculados con el tráfico de algunas drogas solo viene a confirmar algo tan sabido como que los cuerpos policiales siempre han tendido a sacar beneficio de los negocios perseguidos por la ley, como sucede con la prostitución o el contrabando.
El prohibicionismo es incompatible con las ideas de libertad que defendemos desde la izquierda. Defender, contra toda evidencia, la bondad de unas drogas frente a otras, imponiendo por la fuerza hábitos personales al resto de la población, es decir, actuando como vanguardia moral que decide por encima de la voluntad de las personas, convierte el discurso de la izquierda en un calco de la hipócrita moral dominante. Por otra parte, considerar una droga buena o mala en función de su situación legal implica equiparar legalidad con legitimidad, algo bien alejado de las ideas que han caracterizado a la izquierda desde su origen. La distinción entre drogas legales e ilegales carece de base científica y se sostiene tan solo por una conjunción de intereses, en gran parte situados cerca de las cúpulas de poder. La izquierda debe posicionarse ante la prohibición de las drogas como ante cualquier recorte de las libertades individuales, con la agravante de que la política prohibicionista castiga con mayor intensidad a los países y sectores sociales más desfavorecidos. La tutela exterior sobre la salud es una práctica autoritaria que debe quedar fuera de nuestros planteamientos.
La enorme dimensión de los daños que la ilegalidad de algunas drogas está provocando es suficiente para que desde la izquierda asumamos la legalización inmediata de todas las drogas poniendo en ello el énfasis y la energía que requieren luchar contra unas políticas autoritarias y represivas cuyas consecuencias negativas son evidentes. Dadas las circunstancias actuales, la legalización aparece casi como una utopía pero, paradójicamente, exige muy pocos cambios en el actual marco jurídico del estado español.
La globalización tiene en el prohibicionismo un claro ejemplo, EEUU y los países europeos han impuesto en las convenciones internacionales la occidentalización de las costumbres (las drogas del Sur son perseguidas) extendiendo sus prejuicios y convirtiendo en hegemónicas sus ideas sobre el control de la vida privada de las personas. La pervivencia de la prohibición es inseparable de una concepción invasiva y autoritaria del estado y de una moral hipócrita y xenófoba. No olvidamos, que frente a planteamientos de cariz neoliberal, que propugnan como salida un mercado libre también en las drogas, hay que defender una regulación que tome en cuenta el punto de vista de los países productores del Sur, favorezca la autogestión y siga las reglas del comercio justo.
Más allá de las ventajas prácticas que acarrearía acabar con unas políticas dañinas, defender la legalización es una cuestión de principios. La persecución que se ejerce sobre el consumo de drogas ataca la libertad individual de millones de personas por la simple razón de haber decidido consumir unas drogas distintas a las de la mayoría. Las personas usuarias arrastran un estigma y una presión social que deteriora su calidad de vida y les afecta en todos los terrenos. Un acoso constante, con redadas en bares, controles de carretera, decenas de miles de multas y tratamientos de deshabituación impuestos por la fuerza, resultado de una legislación heredera de la Ley de Peligrosidad Social del franquismo, convierte a las personas usuarias en ciudadanos de segunda.
Este planteamiento libertario debe extenderse a todas las conductas relacionadas con las drogas, ya que el planteamiento de defender la despenalización del consumo, mientras se mantiene la prohibición del comercio, no solo no arregla los problemas más graves, sino que es tan incoherente como defender la libertad de prensa mientras se prohiben las librerías. No se puede olvidar que en las cárceles de Euskadi un tercio de las personas presas lo esta acusado de trafico de drogas con el corolario de sufrimiento y marginación que ello supone. Las personas que venden drogas ilegales son encarceladas por un delito sin víctima, un adulto compra a otro adulto algo que quiere y lo hace tan libremente como el que compra cualquier otra droga legal, ni más ni menos.
El uso de cualquier droga, por las razones que cada cual elija, es un derecho individual inalienable. Ni el estado ni la medicina tienen autoridad alguna para controlar nuestro cuerpo. Exigir el fin de la discriminación y persecución de las personas usuarias es, sencillamente, una consecuencia lógica de aplicar el derecho a la diferencia y al control de la propia vida. Por eso estaremos en el Anaitasuna.

Josetxo Riviere y Mikel Isasi (Zutik), Maider Sukunza(Hautsi)

Libros Otros artículos Publicaciones Inicio